lunes, 28 de febrero de 2011

Poesía de José Antonio Llera

En enero recién pasado, prometí para este blog, subir trabajos de poetas diversos tanto en lo temático como geográfico. Más que expresar algo de buena voluntad, veo en ello la posibilidad de dar a conocer a los lectores que visitan este sitio, no tan solo el producto de mis obsesiones, sino además a poetas y escritores que me parecen relevantes en su trabajo. Por eso quisiera en esta oportunidad presentar algunos poemas del extremeño José Antonio Llera.  Nacido en Badajoz en 1971, es doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura. En poesía ha publicado Preludio a la inmersión (1999), El monólogo de Homero (2007) y El síndrome de Diógenes (2009). Poemas suyos han aparecido en varias revistas españolas como Turia, Nadadora, Paralelo Sur y El Invisible Anillo. Asimismo como crítico y ensayista es autor de El humor verbal y visual de “La Codorniz(2003), El humor en la obra de Julio Camba (2004) y Los poemas de cementerio de Luis Cernuda (2007). A su vez ha editado el epistolario de Miguel Mihura (2007) y una antología de artículos de Wenceslao Fernández Flórez (2009).

Por criterios de edición hago una pequeña muestra del último libro de José Antoniocriterios de edicirna stolario de Miguel Mihura (2007) y una antologemas del poeta extremeño Jode mis obsesiones, sino adem. Esto por la siguiente razón: Preludio a la inmersión y El monólogo de Homero son, cada uno, extensos poemas unitarios de largo aliento y entresacar fragmentos de ellos para publicarlos, creo que le hacen un flaco favor para su entendimiento cabal. Dicho esto, te dejo apreciado lector con este puñado de poemas:



La ciudad dormitorio

Hoy es día de Pentecostés.
Hay salvación para ti, que llegas con la lengua morada
y has despilfarrado la blancura de las hostias en el peaje
de las autopistas.
Al amanecer, los niños rompen botellas sucias.
Sus torsos son vidrio maleable, inhalan pegamento
y regresan a las cocinas del odio donde esperan lechones desventrados,
patatas cocidas en una fuente de aluminio que alumbra el dormitorio,
los cables de alta tensión, el nitrato
de las fabricas,
 habas en la boca de los días.

Los licores han caducado al raso y soplan
raíces de contrabando, abrecartas que se clavan en los colchones,
alcahuetas que averiguan si eres tu el elegido para repoblar
la basura y si los desempleados tienen cita con el quiropractor.

¿Quién duerme sobre las sabanas blancas
impregnadas del humo de los trenes
y se daña despacio en la alcoba sin anciano ni vientre?
El deseo es un barrio en construcción
del que se fugaron los marineros, donde prevaricaron los ediles
del auxilio
y nunca es fiesta para los enterradores .


El pájaro

Ha dejado los desiertos donde se consumen los reptiles,
los humedales donde se ahogan los mitos
y ha puesto rumbo allí donde la hoja perenne y la menta
enlazan la luz como un animal que muerde y huye monte arriba:
alimañas sorprendidas por el vuelo rasante de las horas,
la acequia alimentada por el candor de algún granjero,
la parálisis como esencia de un mar que remonta la única corriente.

Su vuelo anida en el disparo fallido.
Solo la semilla tiene la densidad de su pupila.
Plomo, caballos de madera, trampas, trigo emponzoñado
para aquel que sin castigo divino puede acercarse al sol.
Y, sin embargo, también conoce la caída en vertical,
el mapa invertido de la angustia,
el pozo que apesta la fatiga.


La partida

Quelle est cette ile triste et noire?
Ch. Baudelaire

Quien cree haber descubierto la tierra
prometida descubre sin saberlo
sus fantasmas, carneros con cabezas de centauros.
Aprendí a no darle nombre – Bizancio,
Itaca, Citerea- a aquello
que enturbia el horizonte:
toda nostalgia se evapora en cal
viva o se derrocha como argumento
en los teatros.


William Blake resuelve el enigma

El ángel regresa solo una vez,
con las alas recogidas.
El ángel solo vuelve a la ciudadela
de su propia soledad:
no podría el cielo cerrase a su renuncia.



San Agustín de Hipona

Una cicatriz como la que deja
en la carne la viruela. Ayer
fue plomo lo que hoy vuelve a ser plomo,
látigo sobre el muslo de aquellos mercaderes.
Si el alma fuera un circulo, no esta suma de huesos,
tendría sentido entonces volver a lo callado,
el  sermón de la montaña, el mal  de altura.
Si el alma estuviera hecha de barro
inteligible, forma mineral
en que alojar un cáliz de sospechas,
colgaríamos de ella la baraja del invierno,
el yodo en las heridas,
las horas a oscuras en la cuadra,
lo claro que no se deja intrigar
porque nace libre
del impulso que lo aleja de su costra.




jueves, 24 de febrero de 2011

Evocacion de Jose Maria Valverde

En la bibliografia personal -en la mia al  menos- el acercamiento a Eliot, Rilke y Shakespeare siempre estuvo mediado por las traducciones de Jose Maria Valverde. Pero Valverde era mas que un traductor, era un conocedor cabal de lo que es el lenguaje ya como ensayista y sobre todo como poeta. Hoy por hoy, me imagino que pocos pueden apreciar la intensidad de sus versos y la sutil ironia de su prosa: gustos alejados de esta epoca agrafa. Sin mas preambulo, aca va este ensayo que se remonta a casi cinco años, breve homenaje a un escritor como pocos.       
                                                                                                                                                                                                         
En febrero de 2006, José María Valverde habría cumplido 80 años. Sin embargo, estas líneas no son para evocar una celebración, sino un recuerdo: al morir el mismo año que el poeta Jorge Teillier (1996) podemos vislumbrar que la muerte vincula a los escritores y poetas más diversos (y distantes) en la secreta, pero explícita relación que significa habitar un mismo lenguaje. El caso de Teillier en el transcurso de estos meses ha sido, tal vez, más la ceremonia familiar que evoca a un hermano que ha partido de viaje en un antiguo y mohoso tren sin pasaje de vuelta, que la seriedad del homenaje oficial que cristaliza monumentalmente a quien ha tenido el destino de fallecer convertido en ícono cultural, pero que rehuye felizmente cualquier aprehensión.
            El caso de José María Valverde es algo bastante distinto: su nombre, ajeno a los listados más recurrentes que desde este rincón del mundo se han pretendido elaborar administrativamente sobre la poesía española de mayor “actualidad”, es posible que sólo para el lector más enterado tenga un significado relevante. Y ese significado, carente de atractiva inmediatez, muestra varios puntos sobre los que tendríamos que detenernos si queremos comprender el entrecortado diálogo que a ambos lados del Atlántico mantiene la poesía escrita en estos plazos.
            Lo primero que llama la atención de Valverde es su fantástica soltura para abordar los más variados géneros y modos de entender el ejercicio literario: la poesía, el ensayo, la traducción, el tratado de divulgación cultural, los discursos y la conferencia, pero al parecer, haciendo centro de aquel ejercicio -como indica el testimonio de Rafael Argullol- a la conversación amena y equilibrada; ni dominante, ni despóticamente erudita, sino más bien, llena de silencios estratégicos que hacía vislumbrar en su interlocutor, un dejo de ironía matizada como autoironía, pero vuelta a su vez enigmático testimonio de esa densidad que acerca de lo inefable expresa toda charla inteligente.
            Esto último nos lleva a una segunda consideración: la importancia de la oralidad en Valverde. Si esta palabra no estuviese transformada entre nosotros en moneda de fácil intercambio y, por ende, devaluada como perezoso comodín para legitimar más de una carencia retórica al instante de escribir un poema, entenderíamos que Valverde pareciera abordarla del modo más inesperado. Ciertamente como inmejorable traductor de Eliot, amigo por largos años de Ernesto Cardenal y consciente lector de la Mistral y de Vallejo, Valverde sabía de la ingerencia que representa en la discursividad poética del siglo XX, la oralidad como un recurso necesario a la hora de articular una escritura que no cayese en la grandilocuencia verbal y, por tanto, permitiera su propia acomodación identitaria en el contexto de la poesía española posterior a la guerra civil, más precisamente en la poesía escrita en España en las décadas del 40 y del 50. Sin embargo, la oralidad como recurso no es el único modo en que Valverde agota el concepto ni mucho menos. Habría que comprenderlo en algo que para él desde el principio de su vida poética e intelectual fue no sólo importante, sino imperioso: una aguda conciencia lingüística que trasunta una aceptación de fe. Más allá de entender o no su cristianismo católico (que de ninguna manera habría que verlo como un anquilosamiento conservador ya que Valverde se identificó desde los 60 y hasta el final de su vida con un pensamiento progresista, entablando en lo ideológico, una fuerte vinculación con la llamada teología de la liberación y en lo político, cosechando lazos con el PCC – Partit Comunista de Catalunya- del que incluso fue candidato a las elecciones generales de 1993), esa fe es el intento de aprehender de la más diversa forma el espíritu, el Pneuma y que Valverde como buen conocedor del Evangelio de San Juan, identifica en tanto Palabra y que revierte su sentido como Lenguaje. Y no es que un poeta y traductor de su talla sintiera la seguridad de establecer un contacto sin fisuras con la legibilidad que, a mayor abundamiento, entenderíamos como sentido. Para nada. Se trata de apreciar otra cosa: que en todo su ejercicio literario ya como traductor, ensayista y poeta, Valverde trasunta esa misma característica que vuelve casi trágica la demanda del significado, es decir, la presencia contradictoria del silencio en esas “conversaciones superiores” que llamamos poema, ensayo o traducción. Sin embargo, en la productividad de Valverde, ese silencio no es impuesto por él, como en otras instancias revelaría la cordialidad del diálogo. En absoluto. Es como si cada palabra escrita por este autor tuviese como “bajo ostinato” de todo su despliegue, la amenaza o, mejor dicho, la presencia permanente del silencio, como si estuviese en manos de un Dios de amor, pero infinitamente irónico en su misterio, la verdad última que, al lenguaje concreto, se le escapa o no logra asir en la experiencia.
            De ahí tal vez, en tercer término, el interés primordial por cierta “teoría del lenguaje” que, desde su juventud, Valverde estudió, tradujo y parafraseó de tal manera, hasta constituir parte viva de su pensamiento: San Agustín, Pascal, Herder, Humboldt, Kierkegaard, Nietzsche, Wittgenstein y Heidegger. Todos ellos constituyeron su espacio de referencias que no explicaban, sino más bien, evidenciaban esa opaca trama que por comodidad designamos con el nombre de lenguaje. Y, por lo mismo, entendemos su pasión por esos poetas primordiales que establecen una red inigualable de significado que bordea la frontera de lo decible a la hora de mostrársenos como “valverdianamente” necesarios: Hölderlin, Machado, Novalis, Rilke, Vallejo. Por contraposición –y esto habla sin mayor explicación del talante moral de nuestro autor- Valverde también se dio a traducir aquellos poetas que encontraba interesantes, pero que le inspiraban nula simpatía: Goethe y Shakespeare, es decir, aquellos que veían la experiencia humana entendible sólo como una totalidad lingüística inmanente, clausurando cualquier posibilidad allende el lenguaje. En esa contradicción –a todas luces irónicamente “valverdiana”- radica lo mejor de la apuesta de este autor a la hora de referirse a él y que de todos modos encarna en una actitud que lo devela por entero: la de saber callar como poeta. Efectivamente: José María Valverde entró a la liza literaria española muy joven; su primer libro se publicó cuando poseía escasos 19 años y fue un éxito rotundo. Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Luis Felipe Vivanco y otros, lo celebraron con entusiasmo. Pero a partir de ahí hasta 1976, la obra poética de Valverde fue cada vez más menguada, no por escasez imaginativa, sino por el serio compromiso de ser receptivo a lo que debe ser dicho.    

En nuestra pequeña e idiosincrática sociabilidad literaria, es más que probable que se identifique a Valverde como traductor, tal vez como eventual ensayista, de seguro que de ignorado poeta. Sin embargo, ver más allá de nuestra nariz o superar nuestro encandilamiento con tantas palabras vacuas (gerede) que solicitan la atención, no nos debe hacer olvidar que hay batallas secretas en las que se juega no sólo nuestra capacidad expresiva, sino también la idea que articulamos de nosotros mismos. Como Jacob, en esa batalla contra el ángel del lenguaje, Valverde supo que no debía continuar a pesar de quererlo: una de las mejores formas de ser fiel para quien comprende que el afán de entender al lenguaje no siempre significa aprehenderlo como totalidad.

                                                                                                  



domingo, 20 de febrero de 2011

Sobre Nimbo de Valentina Osses

En abril del año pasado, Ediciones Inubicalistas publicó Nimbo, ópera prima de Valentina Osses. Sin duda un buen aporte a la poesía -no sólo femenina- que se está escribiendo desde Valparaíso. Con una confianza que me sorprendió, Valentina solicitó que presentara su libro. Así lo hice y ahora publico aquí el pequeño texto de esa presentación.

                                                                
En la última década la poesía escrita por mujeres ha aumentado exponencialmente en diversidad y calidad. A los ya canónicos nombres de los años 80 como Verónica Zondek, Soledad Fariña o Elvira Hernández, se han ido agregando al repertorio indudables voces de importantísimo valor como pueden ser Nadia Prado, Malú Urriola y Alejandra del Río, entre muchas otras. Dentro de las generaciones más cercanas, aquellas que bordean la treintena, el circuito se amplía de modo vertiginoso: Paula Ilabaca, Marcela Saldaño, Ursula Starke, Julieta Marchant y así un suma y sigue. En nuestra zona –este Valparaíso imaginario y transterritorial que no la mera ciudad de nostalgias ajenas-, aquel ritmo de aparición y producción se ve avalado con la misma intensidad que vemos desplegarse a nivel nacional: Ximena Rivera, Catalina Laffert, Ximena Escudero han escrito y siguen escribiendo lo que a mi juicio se constituye en una obra diversa, multifacética, multidiscursiva y sin temor a experimentar, revisitar la tradición o explorar la sima subjetiva de la imaginación y el lenguaje. Pero sin tregua ni descanso, la avalancha de nombres y publicaciones se multiplica audazmente, encarnando en las escrituras de Karen Toro, Florencia Smiths, Marcela Parra y Daniela Giambruno, entre varias otras. Nadie hablaría de estancamiento o limitación, nadie se referiría a escasez o avaricia: la poesía escrita por mujeres ya es un dato de realidad, un espacio de respiración generoso y diverso y donde las distintas moradas que ofrece, se manifiestan en una riqueza expresiva e imaginaria.
Pues bien, es en este contexto de pluralidad donde me parece que los poemas de Valentina Osses que comienzan esta noche su circulación pública, adquieren un relieve de significación adecuado. Perteneciente a una de las hornadas más interesantes de la joven poesía porteña junto a Andrés Urzúa, Natalia Rojas y América Merino, Valentina se adentra en la aventura de la publicación de manos de una de las iniciativas más relevantes del último tiempo: Ediciones Inubicalistas. Así lo muestra la intensidad de su trabajo, el tesón de su propuesta, la calidad en tanto objeto de sus libros, su certera política de difusión de singular originalidad y con una conciencia crítica que les permite tomar distancia de los avatares más promiscuos del actual “mercado” microeditorial que se cierne en nuestra pequeña sociabilidad literaria. Es de esperar que Ediciones Inubicalistas, haciendo eco a su vocación juguetona y surrealista de aparecer “desapareciendo”, siga entregándonos textos de calidad y densidad siempre necesarios para los lectores interesados en la poesía como arte que no como mero pretexto de exposición de mal gusto.
Nimbo es el nombre bajo el cual Valentina reúne sus poemas, proponiendo al lector una encrucijada de sentido, avalada por los múltiples vericuetos de referencias que a modos de leit-motiv, recorren sus textos: poesía que se vuelca en un ejercicio reflexivo sobre su propia condición de escritura y que muestra en aquel gesto un arriesgado decir que se instala en las puertas de lo posible: “no puedo hablar de otras palabras porque nunca las hubo, sólo objetos en continuo ruedo”. Las palabras como objetos, no como representaciones reflejas de realidad. En Nimbo lo que parece existir es una indagación sobre las posibilidades mas que sobre las certezas asumidas. De ahí es que creo apreciar en la densa filigrana de su textualidad, un esfuerzo , no para comunicar, sino para evidenciar la fractura de toda experiencia comunicativa, ¿silencio acaso?, Pienso que no, pues la alusión permanente en esta escritura a una riqueza lingüística de diverso cuño –opciones que se manifiestan en un repertorio léxico entre rastrojos de una textualidad teórica, con remedos de lo cotidiano y la asunción del cuerpo como espacio de configuración de una subjetividad fragmentada pero no menos gozosa- mostraría que ese silencio, tentador, pero inocuo, es más que una salida, la clausura de esa misma búsqueda de salida. Y con esto no se trata, pienso, de aventurar una visión a priori de lo que sería una decantación del sentido, sino más bien una especie de oscilación entre presencia metafórica y cuerpo en torno a la sed misma de realidad que estos poemas aceptan y ponen en entredicho una y otra vez. Ensimismamiento probablemente, pero que es productivo en la aceptación de toda artificialidad como marca de producción cultural: “Evidencia, insinuación, reescritura, condensan el lugar donde se aglutina el quiebre”.
Si no estuviera tan usada y tergiversada entre nosotros por sus usos y abusos, el concepto de aura que Walter Benjamin utiliza para referirse a una comprensión premoderna de la experiencia con los objetos materiales, sin duda podría sacarse un rendimiento interpretativo interesante al pensar en el título de los poemas de Valentina en relación al texto benjaminiano al que hago alusión. Es que es posible atisbar en estos poemas un intento de aprehender esa experiencia ya ida, ya difuminada, como queriendo traerla a lugar en el sólo hecho de poder decir la representación, en el solo hecho de poder enunciarla: “El aire, ¿quién dijo que los signos significan el orden los signos? Vista ignífuga, el descenso del ojo”.
No pretendo cercar las ricas variables interpretativas que se desprenden de estos poemas. Me parece suficiente insinuar en estos apuntes, algunas marcas de posibles lecturas. Pero sin duda, Valentina con Nimbo hace una propuesta poética de alta densidad y riesgo: el querer trasuntar como escritura las posibilidades –precarias, agónicas, utópicas- de esa misma escritura en una época y contexto como el nuestro, ágrafo y espectacular.



                                                                                              

martes, 15 de febrero de 2011

Neuen Musik

Para el melómano promedio o el mero aficionado –en Chile al menos-, la gran tradición de la música clásica llega, a marchas forzadas, hasta digamos, el primer tercio del siglo XX. Pareciera ser que tras los nombres de Gustav Mahler, Richard Strauss, Maurice Ravel o Claude Debussy, se levantara una barrera casi infranqueable, atravesada a penas, de tarde en vez por Arnold Schönberg, Igor Stravisnky o Bela Bártok. Ni qué decir sobre la rutinaria programación de conciertos tanto en Valparaíso, Santiago o Concepción, en ese ámbito, salvo rarísimas excepciones, nos quedamos en pleno siglo XIX, donde las pieces de resistence son Mozart, Beethoven y Bach, amén de alguna que otra obra de algún compositor como Schumann o Fauré. Pero fuera de eso, ya interpretar a Mahler, ni qué digamos a Bruckner o hasta Brahms resulta escaso, raro y hasta excéntrico.
En este panorama no deseo hacer mención al trabajo casi esotérico que llevan cabo las Escuelas de Música de distintas universidades –como la U Católica de Valparaíso o la U Católica de Chile o la U de Chile- que si bien han logrado articular una serie de eventos de valor propio –recitales, festivales de música contemporánea, conciertos al interior de sus propias aulas-, salvo algunos curiosos muy puntuales, su público se nutre fundamentalmente de especialistas: estudiantes de música de pre y postgrado, intérpretes, docentes, algunos amigos y los siempre bien ponderados familiares. Sin embrago, la distancia sideral existente entre esas manifestaciones y el convencional mundo de conciertos no es ápice para quienes, como yo, melómano y aficionado, buscan explorar nuevas sonoridades y descubrir tendencias, nombres y obras. En ese sentido, el trabajo de Radio Beethoven con su programa Siglo XX ha sido primordial y formativo, pues ha ayudado a levantar una red de auditores nunca satisfechos con la rutina musical que el medio chileno ofrece, manteniendo despierta una curiosidad fundada no sólo en el placer, sino en el conocimiento.
Así las cosas, sería muy ingenuo pensar que la música acaba en las postrimerías del siglo XIX. Y aún más, tampoco en la primera mitad del siglo XX, donde los nombres de Stravisnky y Schönberg son hitos significativos, algo así como las columnas de Hércules tras las cuales, no es posible adentrarse, pues literalmente uno sucumbiría ante un océano plagado de entidades desconocidas y voraces. Para nuestra rutinaria experiencia musical chilena, eso es evidente. Para mí –y sé que para varios-, absolutamente no. De aquel modo después de finalizada la Segunda Guerra Mundial -digamos a partir de 1945- tanto en Europa como en Estados Unidos, ha venido un despliegue inusitado de tendencias, corrientes y concepciones musicales que van por ejemplo desde la Escuela de Darmstadt y el Serialismo Integral hasta el Poliestilismo, las diversas versiones de música minimalista, concreta y electrónica como también la Die neue Einfachheit (la Nueva Simplicidad) y el Espectralismo francés. Si a todo eso agregamos el conocimiento paulatino que en Occidente desde la caída del Muro de Berlín y el Bloque Soviético a fines de los años 80, se ha tenido de una serie de compositores rusos, letones, estonios, lituanos, bielorrusos, polacos y finlandeses que eran totalmente desconocidos o ignorados para las principales corrientes centroeuropeas, tenemos entonces un variadísimo paisaje, lleno de vida, contrastes y concepciones musicales divergentes y complementarias que vuelven muy estimulantes la curiosidad y el afán de conocer. Aunque, de todos modos, nadie garantiza no perderse en el vértigo que implica adentrarse en esta casi infinidad de universos sonoros, cuál de ellos más fascinante y complejo, cargados de diversas densidades emotivas como intelectuales.
En esta oportunidad quisiera detenerme muy brevemente en Wolfgang Rihm, músico alemán nacido en 1952, cuya obra musical se le suele afiliar a la denominada Die neue Einfachheit (la Nueva Simplicidad) y que es, hoy por hoy, uno de los más importantes compositores alemanes vivos con una obra que ha obtenido importantes galardones y reconocimiento en diversas salas de concierto, tanto en Alemania como en Europa y Estados Unidos.
Rihm finalizó su formación y estudios de teoría musical y composición en 1972, dos años antes de que el estreno de su primer trabajo Morphonie en el Festival de Donaueschingen de 1974 diera un impulso a su carrera como figura prominente de la nueva escena musical europea. La obra temprana de Rihm, que combina técnicas compositivas contemporáneas con la volatilidad emocional de Mahler y del periodo expresionista de Schönberg, fue considerada por muchos como una rebelión contra la generación vanguardista de Boulez, Stockhausen y otros, y le proporcionó un buen número de comisiones de obras en los años siguientes. En la actualidad desde fines de los años 90, sus trabajos continúan explorando el terreno expresionista, si bien la influencia de Luigi Nono, Helmut Lachenmann y Morton Feldman, entre otros, ha afectado significativamente su estilo.
Rihm es un compositor extremadamente prolífico, con cientos de composiciones, la mayor parte de las cuales aún no ha sido grabada comercialmente. Nunca considera una obra finalizada como la última palabra de una línea de trabajo musical— a modo de ejemplo, su obra orquestal Ins Offene... (1990) fue reescrita completamente en 1992 y posteriormente usada como base para su concierto para piano Sphere (1994), antes de que la parte de piano de Sphere fuese retomada a su vez para la obra para piano solo Nachstudie (también de 1994). Otros trabajos importantes de este autor incluyen doce cuartetos de cuerdas, las óperas Die Hamletmaschine (1983-1986, con textos de Heiner Müller) y Die Eroberung von Mexico (1987-1991, basada en textos de Antonin Artaud), más de veinte ciclos de canciones, el oratorio Deus Passus (1996), la pieza para orquesta de cámara Jagden und Formen (1995-2001) y una serie de trabajos orquestales publicados bajo el título Vers une symphonie fleuve.
Rihm ostenta en la actualidad el cargo de Jefe del Instituto de Música Moderna del Conservatorio de Karlsruhe y ha sido compositor residente de los festivales de Lucerna y Salzburgo. En el marco del Festival de Salzburgo 2010 se estrenó su ópera Dionysus.
En algunas páginas web en inglés y alemán como asimismo en Youtube es posible hallar una información más pormenorizada de este compositor y su música. Demás está decir que la interpretación de su música acá en Chile que yo sepa, es inexistente. Aún más, CDs con sus grabaciones son escasas en nuestras casas comerciales, pero si se tiene persistencia y paciencia, es posible solicitarlas al extranjero en la excelente –y barata- página británica http://www.prestoclassical.com/ (un dato inestimable de mi amigo el poeta y ensayista Armando Roa)
Como Rihm, hay una serie de compositores reveladores que son capaces de abrir un mundo sonoro inusitado y fascinante. Pienso, entre otros, en los estonios Eduard Tubin (1905-1982) y Erkki-Sven Tüür (1959), en el ruso-alemán Alfred Schnittke (1934-1998) o en los finlandeses Aulis Sallinen (1935) y Joonas Kokkonen (1921-1996)
Como lo he manifestado en otros posteos –cosa que ya parece una cantinela- poco a poco iré subiendo algunas notas y observaciones sobre estos y otros compositores que he ido  conociendo. Asimismo veré si subo también algo de música de ellos, tal como lo he hecho con Rihm.

sábado, 12 de febrero de 2011

Lecturas, lecturas

Mientras el verano avanza y con él la morosa escritura de mi tesis doctoral, me detengo unos instantes para recrear antiguas costumbres que se han ido estancando. Lecturas, lecturas de poetas que alguna vez me prometí hacer luego de haberlos descubierto en la ritualidad del ocio o en la curiosidad más profana.

Eso no deja de ser para mí algo muy singular y curioso, provocándome algunas reflexiones que deseo apuntar acá: mientras muchos poetas de mi generación –varios amigos personales, otros, estimables conocidos- y algunos más jóvenes, pertenecientes a las más actuales generaciones, ya sea por declaraciones, entrevistas o ya por traducciones publicadas en los más remotos lugares del ciberespacio o en revistas de diversa circulación y formato, parecen dar a entender que la poesía extranjera es sinónimo de poesía en lengua inglesa o más puntualmente poesía norteamericana. Si hasta la década del 50, aproximadamente, podría decirse que éramos una nación poética afrancesada –basta pensar en Huidobro, Mandrágora, Carlos de Rokha o Eduardo Anguita, por poner un puñado de ejemplos- hoy por hoy, creo que es más que evidente la anglofilia de muchos de nuestros poetas más actuales. ¿Podrá calibrarse el sentido de eso alguna vez?, ¿cuál será la incidencia en el fraseo de la poesía que escribimos en esta hora presente bajo el alero de esas traducciones y lecturas?, ¿cuáles las ganancias lingüísticas e imaginativas para nuestro castellano escrito en Chile de tal acopio de nombres, tendencias y poemas?, ¿será todo ganancia para el universo lingüístico de nuestra poesía? De esta manera hay una serie de preguntas que pienso ni siquiera se han planteado y mucho menos para hacerlas entrar en un debate informado. Y no es que desee defender una especie de casticismo poético ante tanta avalancha de nombres que suenan en las conversaciones o lecturas más avispadas. No, en absoluto. Pienso que se trata de otra cosa, una especie, en algunos casos, de otorgamiento de legitimidad respecto a una manera de entender o no el poema como entidad hecho de experiencia y lenguaje y su eventual modulación hacia ámbitos o esferas de realidad o “desrealidad”. Ni más ni menos. Y eso según mi modesta forma de ver las cosas implica consecuencias. Por lo pronto y de forma apresurada, pienso en la afiebrada necesidad de decir a esa realidad con una economía de recursos a veces admirable, otras, ciertamente aséptica y salobre, como queriendo convertir al poema en un documento o en instrumento de registro antropológico-social. En otros casos, la extraña virulencia o apresuramiento perentorio de volver equiparable experiencia y lenguaje –sin mediación, sin crisis, sin autoconciencia en algunos casos- y más aún, que esa experiencia estuviese teñida o, lisa y llanamente, fuera expositora de una vaga idea o noción política ya sea por la placidez de enumerar o registrar situaciones de descalabro social con pretensiones de denuncia o articular un sujeto al interior del poema que fuese “correcto” en su conducta descentrada o políticamente subalterna. Y así con tantas otras cosas.
Sin duda que la lectura y recepción de cierto sector o ámbito de la poesía norteamericana no es la razón o motivo único para entender un espectro no menor de la poesía chilena que se escribe actualmente, para nada. Pero de todos modos creo que ha contribuido a crear, por llamarlo así, un acuerdo tácito respecto a considerarla una especie de lingua franca donde al parecer se puede apreciar un repertorio de maneras o modos –en el más estricto sentido retórico del término- que más que volvernos hacia la ilusión de la verbalización que descansa en una oralidad “espontánea” -“oralidad” que reflejaría a la realidad o la vida misma-, en verdad anquilosa o cristaliza el fraseo del idioma hacia un convencionalismo tan limitante en sus expectativas de sentido, como lo fue el metaforismo que tan bien criticaron Parra y Arteche a mediados de los años 50 a los poetas de la llamada Generación del 38.

Me detengo: no era mi voluntad hacer un diagnóstico de nuestra actualidad poética –opiniones más doctas e informadas no faltarán-, sino más bien decir algo muy de mi gusto: olvidarse uno un rato –un ratito, nada más- de Pound, Eliot, Ashbery, Bukowski, Zukofsky, O´Hara, de la Black Mountain o de los Beatniks o los Language Poets y volverse a esos poetas que, como decía al inicio, uno descubrió entre la curiosidad y el ocio, poetas tales como los franceses René Char (1907-1988) e Yves Bonnefoy (1923), el checo Vladimir Holan (1905-1980), el polaco Zbigniew Herbert (1924-1998) y el italiano Valerio Magrelli (1957). Muy modestamente yo leo en ellos, cada uno con un tono personal y específico, diverso y divergente, una generosidad para entender el lenguaje y su misterio que no necesariamente debe renunciar a los recovecos más palpitantes de aquello que llamamos realidad, ¿qué poetas más heridos de realidad que un Holan, un Char? Tampoco la renuncia a una lucidez amplia y modulada ante los avatares de ese mismo lenguaje que a veces se vuelve opaco en sus significaciones tal como acontece en Bonnefoy.
Se trata de lecturas otorgadas en la gratuidad que fundamenta el placer, palabra ésta que al parecer no goza de buena salud en el vocabulario de la poesía chilena contemporánea.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Raíz del aire: poemas





Subo acá, con pudor y sin mayor preámbulo, los poemas de Raíz del aire, pequeño volumen publicado en 2008 en Antítesis: cuaderno de poesia n° 6

                                                
                                                Inconcebible por invisible;
                                                por inconmensurable;
                                                por imperecedero;  
                                               por eterno;
                                               por omnipresente;
                                              por omnipotente.

                                         Moses und Aaron, Act I
                                                  (A. Schönberg)



                                                                    Para Carmen y Manuel


                                                                 *

                                   Lo que callamos
                                   viene cada noche a ti
                                   como agua que muere en esta sed.

                                   Pero en el miedo
                                   de aquel círculo sellado
                                   se afirman tus ojos
                                   y el mensaje
                                   de una hoja desprendida desde el aire.

                                   Se afirma el verano
                                   hecho silencio,
                                   su rostro escrito sin imagen.

                                   Lo que callamos
                                   se adentra en un beso sin luz
                                   que se agita temblando.


                                                                *

                                   Hacia mí
                                   a veces desciende tu aire.

                                   No hay ámbito de luz
                                   que no toque.

                                   No existe desastre que bese,
                                   palabra con sal que lamente.

                                   Bajo el ramaje de toda distancia
                                   se hermana a la sombra
                                   que silencia mis ojos.


                                                          

                                                               *

                                   En la pérdida
                                   tus palabras
                                   son un pequeño fruto bermejo.
                                  
                                   Lo inaudible en ellas
                                   es un sueño dado al inicio
                                   gracias a gotas nunca dichas.

                                   En su límite
                                   no retornan como piedras
                                   como voz o como fuego.

                                   No regresan
                                   sino como hielo en la herida
                                   que abre una y otra vez mi piel.


                                                              *

                                    A ti que no te nombro
                                   empiezas frente a mí
                                   la erosión en la anchura de otra boca.
                                  
                                   No más que principio
                                   como imagen imposible.
                                                                     
                                   Voraz,
                                   mi tacto pertenece
                                   como Rosa enmohecida
                                   a la boca que te niega cuando habla.



                                                           *

                                   Oír al invierno
                                   cuando la memoria
                                   amenaza nuestra piel que retrocede.

                                   Oírlo en una sola nota
                                   como nombre inocente
                                   derribado por Dios.

                                   De principio a fin
                                   no es su frío
                                   el que anida
                                   en la arista embetunada del oído.

                                   Su sonrisa es deseo
                                   en el acto de callar.
                                   Incluso ahora
                                   en el verdor de septiembre.


                                                          *

                                   No eres silencio
                                   que merodea mi hambre                                             
                                   ni latido de fuego
                                   que a mi corazón
                                   convierte en pedernal.

                                   En tu voz
                                   la indulgencia viene
                                   como sueño al cuerpo
                                   desaparecida la raíz.

                                   La sed que sabe beberte
                                   es vastedad de una palabra
                                   que en mi carne se hunde
                                   como navío sin sombra.


                                                           *

                                   Asidos a la piedra
                                   el viento imparte distancia:
                                   la frontera abierta
                                   a través del polvo
                                   como presencia final.

                                   Sentencia que   agrieta
                                   cualquier aliento posible.

                                   Su distancia en la caída
                                   es vértigo besado,
                                   exclamación ajena y transparente.




                                                      *

                                   La resistencia
                                   hundida en la tormenta
                                   señala el nombre del exilio,
                                   desazón ante un lugar
                                   rememorado con voz entrecortada.

                                   Todo comienza en un adiós,
                                   incluso la muerte
                                   o su doble temeroso.

                                   No hay fronteras en su música,
                                   herrumbre hay tras un contacto primerizo,
                                   nieve ennegrecida,
                                   palabras que ya no son palabras.




                                                     *

                                   Tiempo del corazón
                                   tiempo callado sin caminos,
                                   seca es la luz que repica sobre ti.

                                   A destajo
                                   el rojo sonido del estío
                                   inunda tu presente.

                                   Lo inunda y hace herida
                                   a la altura de la boca
                                   en la hora hostil
                                   que se yergue sin memoria

                                   como tú, callada,
                                                  sin respiración
                                                  sin posible seña de otro aire.  
          


                                                          
                                                           *

                                   Música lamentas,
                                   lo inaudible de la Constelación,
                                   lo palpado en fuego
                                   cuando, por ventura,
                                   el fragor nocturno
                                   enciende Ríos.

                                   Caída lamentas
                                   como si sordera fuese lo que dices,
                                   espacio muerto
                                   entre ventanas enrejadas,
                                   como si fuese cal
                                   la pertinencia fidedigna
                                   y no música
                                                       sino huesos,
                                                       carbón cristalizado.



                                                        *

                                   En el dónde que acuchilla
                                   el vestigio de Alguien
                                   declina la hora
                                   en que crees tocarme.

                                   Más tarde,
                                   cuando la Rosa sea tuya,
                                   estaré cayendo
                                   hacia el jardín
                                   que es tu promesa nunca dicha.

                                   Más tarde,
                                   con palabras
                                   de un niño herido
                                   antes de nacer.

                                   Ahí tocarás lo que yo en ti toque,
                                   en el dónde que será ceniza.




                                                        *

                                   Con aguda voz
                                   muerdes piel sangrante.

                                   Con agudo tacto de flecha.

                                   Y oigo el quejido
                                   que nombra cielo
                                   en vértigo de aguas: lluvia
                                   como azufre
                                                    en ajeno paladar: y oigo
                                   el quejido
                                   sobre toda la ciudad
                                                                    extraviado
                                   sin palabras
                                                      cogido por el gris
                                                      de colmillos que ensordecen.


                                                           *

                                   El mar es tu sed:
                                   no termina en arena
                                   ni es sombra navegable.

                                   En lengua concluye
                                   leída la corriente
                                   del aliento entumecido:

                                   hacia arriba
                                   y sin manos
                                   tocando cielo

                                   torcido el camino
                                   en la playa de Siempre.




                                                        *

                                   Dijiste sol
                                   donde hubo escarcha.

                                   Y un día marchito
                                   germinó en el cristal.

                                   Dijiste agua
                                   donde hubo fango.

                                   Y abandono maduró
                                   con el viento de granizo.

                                   Dijiste nacimiento
                                   donde hubo noche.

                                   Y la escarcha
                                   fue túnica de un ángel
                                   en la ceguera del labio.




                                                           *

                                   En la Constelación
                                   no leas: es imposible.
                                   En el corazón, si puedes,
                                   como dispersión
                                   del viento; ajeno
                                   frente a Dios:
                                   callado ante otra estirpe.