Estas
palabras no son mejores que otras
pero
es lo que tengo como única oportunidad
para
saber de mí mismo.
Lo
escrito en estas páginas sólo demuestra
que
no ha habido tiempo feliz sin retribución
y
que la enfermedad, el dolor y el recuerdo
son
nombres recurrentes para una idéntica vivencia.
Tal
vez un joven olvido que cruza entre mis ojos puede traer
la
presencia anterior de un perfume etéreo
como
si en él existiese la posibilidad de rescatar horas perdidas
que
mi cuerpo cansado entrevió como anhelo o sabor terrestre.
Pero
la desilusión predice mi mirada
y
señala el cuarto donde noche a noche
mi
sangre transparenta la humedad de su propia extrañeza.
Me
siguen los presagios –meras suposiciones
pero
igualmente, gestos dispuestos para mi paulatino silencio-
las
advertencias de la desazón, la maraña de los días
y
el pavor insólito que jadea en mis manos
cuando
deseo abrir el cofre de esas cartas que guardan una infancia ajena.
Sólo
sé que el aire nocturno me ha dado su bienvenida
y
que en ese reino, tocar un cuerpo es convertir el rechazo
en
una indiferencia equivalente al miedo;
esa
aventura sigilosa donde las escamas de la luz
hieren
manos, ojos y rostro
semejando
la cruel respiración de un agonizante.
A
veces hay algo en la memoria que se pasea en peligro,
algo
que no responde a la fidelidad de la escritura
como
esa niebla extraña que permea toda exaltación
o
cristaliza la esterilidad que sentimos detrás de las puertas.
Pero
sé que no son mejores que otras estas palabras:
azarosas,
dispuestas en el tráfago de hacer aparecer un guijarro,
una
molestia antigua, el esplendor de ese paisaje
que
mi piel palpó de cerca convertida en polvo o lluvia:
antecedentes,
datos, fragmentos de la vida que escapan
a
dirección incierta tras la certeza de saberse habitando
esta
pequeña y maravillosa finitud.
Quizás
debo sentir con más imaginación
o
leer con mayor prestancia y pureza
la
respiración de las rocas, la serenidad de las aves en el cielo
o
la densidad melancólica de los árboles nocturnos.
Mientras
me quemo en estas páginas,
sé
que el mundo sigue su curso sin necesidad de mi presencia.