domingo, 22 de julio de 2012

Stimmung (Variaciones sobre un tema de Auden)


Mon âme pour d’affreux naufrages appareille
Paul Verlaine


Entre el ir y venir del otoño se cumple la circularidad de toda rutina:
la sangre sube por la enredadera
y vuelve a bajar en la prestancia de su indisposición sensorial,
las palabras repiten teatrales la palidez de su propio silencio
y el avance de los años dibuja la derrota de toda acción
en la amabilidad de los gestos que se vuelven símbolos de algo:
exigencias, nostalgias, indiferencia del medio, el error de la historia.

¿Podrías haberlo impedido?
Si el arte es la ilusión de lo representado,
entonces  la tensión entre lo viejo y lo nuevo,
entre la tradición y la aventura es sólo retórica
que se ve a sí misma con sarcasmo en el espejo de lo real
o simplemente es el miedo a comprobar el vacío de sus afirmaciones.
Para el viejo Brueghel aquello no era tema a considerar:
era parte del orden del mundo situar el sufrimiento a una escala humana
entre lo más banal y la experiencia más espantosa.
Dar la espalda al desastre como el labrador que sigue en su oficio
o el navío que sigue su curso de modo impersonal,
sabiendo que en ello no hay indiferencia,
sino cumplimiento de algo en que nadie podía intervenir.

Pero sin duda, para nosotros no hay posibilidad de volver al hogar,
a ese pacto entre las cosas y su expresión lingüística,
a esa asunción  serena de la contradicción como parte de un libro
del que no deletreábamos página alguna, sino más bien
admirábamos la artesanía de los contornos.
Lo que resta, quizás, es redactar un catastro con costumbres, usos,
hábitos, prácticas y pensar que con ellos se pueden caminar playas,
visitar aeródromos y centros comerciales,
hacer pasables moteles de quinta categoría,
resignarse a hacer de una película de fin de semana, una experiencia estética
y, en fin, todo ese catálogo de lugares y quejas cliché
que se vuelven un repertorio necesario para conjurar el suicidio o la locura.

Mientras el otoño va y viene con su dulce indolencia,
la calidez de sus hendiduras imaginarias
levanta un relato legible con el cual bastaría entender
las aprensiones de nuestra propia existencia
como asimismo la desconsideración para con esas palabras que íbamos a resignificar.
Es verdad, tal vez no hay posibilidad alguna de volver,
algo que los Viejos Maestros sabían de antemano,
incluso cuando pintaban a Icaro como símbolo de la soberbia.

Pero la distancia, la mudez del espejo, esa tarde calurosa
que conoció la destreza de nuestros cuerpos,
la proyección de esos apuntes amarillos en las pantallas del sueño
son, cómo no, el desplazamiento entre tu memoria y la inexactitud de la cámara lenta…

Pero la distancia
                                 y esa mudez siniestra.









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