En
la poesía de Ennio Moltedo siempre es sugestivo ver de qué forma se
articula la subjetividad. Y si bien esa articulación puede
rastrearse en sinnúmero de poemas y con variantes temporales y
estilísticos disímiles, vuelvo una y otra veza pensar que adquiere
una fuerza y hondura expresiva muy específica en buena parte de los
poemas que integran Concreto Azul (1967).
Advertir de qué manera el concepto de experiencia facilita o
permite aquella aprehensión, posibilitando, además, que en esta
“obra” sea apreciada un arraigo que hace de lo urbano un punto de
fuga que se evidencie más allá de la descripción naturalista, en
pos de un tanteo imaginativo que posee a la memoria y sus mecanismos
como sostenedores de su expresión, me parece un desafío lector
lleno de posibilidades. Ver cómo esa expresión formalizada como
poema en prosa, mostraría el afán narrativo y fundacional de
la experiencia en el marco de una subjetividad cambiante y
autoconsciente de su crisis, ciertamente no es nada de raro en la
poesía de Moltedo: en ella se modula una memoria activa para nada
nostálgica, una fragmentación de imágenes al servicio del
desentrañamiento de un ahora, en absoluto un ilustración de una
pérdida remota. Esto quizás conlleva a plantear el modo o la forma
en que se operativiza retoricamente en la poesía de Moltedo y en
especial en Concreto Azul, esa manera de decir que adquiere
una configuración muy específica en tanto poema en prosa. Y en este
sentido, es que este género como género exploratorio e híbrido
posibilita una adecuación retórica de la narración que la vuelve
la expectativa misma de relatar esa experiencia en la medida que
ofrece una manera de entender el poema como un “relato sincrético”
de imágenes, vivencias, objetos y lugares. El poema como “rescate”
de experiencias primigenias, como un intento de transmitir al lector
la vivencia perceptiva “de la primera vez”, la “primera
mirada”, en un esfuerzo ver el poema como el relato que recibe su
primacía inicial de entusiasmo y asombro. En
general, cruza a Concreto
Azul una atmósfera
narrativa que va configurando sus elementos con cosas tomadas en el
proceso de observación que el sujeto va teniendo al recorrer y
recordar lugares y situaciones de la vivencia urbana, pero nunca de
modo unilateral, es decir, nunca estableciendo las coordenadas
definitivas de su sentido, abriendo siempre orificios impensados de
significado que se filtran en la manera misma del poema, ya sea una
imagen, ya sea un objeto, ya sea una palabra que sirve de leit-motiv
y que organiza buena parte del enunciado:
es como
si
en la
narración del
poema se
volviera
patente el asombro que nos desea transmitir esa sensación de
“primera vez”: una primera vez justificada y
legitimada por un mirar y por un deambular, como si se
nos deseara transmitir en
esta poesía la experiencia
de colocarnos frente nuestro
a los objetos que nombra,
evoca y enumera. En aquel sentido, varios son los poemas que aluden
respecto de esto la referencia a una especie de nombrar mágico que,
en toda su potencia simbólica, se encuentran llenos de sugerencia.
Pienso, ahora, en
un poema como “Frente al mar” que, me parece, permite
apreciar una genial síntesis entre descripción espacial y reflexión
metapoética, síntesis que hace de la experiencia su punto
equidistante para comprender el “ahora” más allá de cualquier
queja alienada, o también para comprender la relación entre las
cosas que el sujeto advierte en su devaneo en la periferia de lo
urbano. Dice el poema:
Frente al mar
a Hugo Zambelli
Frente al mar he visto cosas poco comunes; por ejemplo, en pleno invierno, un alcatraz gigante, parado en medio de la playa, solo, y con los brazos cruzados sobre el pecho. Al acercarnos , el pájaro nos dio la espalda y comenzó a correr por la playa desierta; primero lentamente, con dificultad, luego más rápido, hasta alivianar su peso con las alas; hasta elevarse con gracia y perderse en el cielo
Este pequeño poema en prosa es un desafío interpretativo: en primer término, el sujeto que enuncia acompañado por alguien, deambula por la playa en donde presencian el espectáculo de un ave -el alcatraz- que pesadamente levante vuelo hasta lograr su verdadera plenitud en el despliegue de sus aptitudes en el cielo. Si bien es un poema en apariencia, meramente descriptivo, su complejidad, entre otras cosas, radica en el intertexto al que hace alusión, pero no pasivamente, sino como respuesta y hasta como desafío. Ese intertexto es el poema “El albatros” de Baudelaire. Ahora bien, debemos tener presente que en ese poema, del autor francés el ave que evoca representa o se compara con el poeta con la intensión de transmitir como se siente frente al mundo que lo rodea, ese mundo que él puede ver de una manera diferente a como lo ven los humanos (marineros en el poema). Una manera más objetiva mientras solitariamente observa a estos hombres en su tristeza y desdichas. Para lograr esta representación el autor hace uso de dos figuras poéticas: en el verso 8 dice: ''Sus grandes alas blancas abaten tristemente como remos que arrastran sus cuerpos pegados''. Esta es una comparación entre las alas y los remos ya que estos no sirven en un lugar diferente a donde son utilizados normalmente. Al decir esto se muestra cómo el poeta se siente inútil si no se encuentra en su ''ambiente'' donde puede ser él mismo sin miedos ni angustias hacia los marineros que, en este caso, representan a la humanidad que se dedica a destruir lentamente el mundo que estos dos comparten con errores e ignorancia. El paralelismo sinonímico se hace presente en los versos 9-10 en los cuales se repite la misma idea para resaltar que cuando estos animales son bajados del cielo se tornan en seres débiles y tristes. En lo fundamental, el poema de Baudelaire es un texto que reflexiona acerca del lugar del poeta en la sociedad moderna, su incapacidad para emprender el vuelo y su relación problemática para con sus semejantes, con la sociedad en general. En Moltedo, en cambio, no hay una queja, ni una admonición: hay más bien un espíritu de curiosidad ante el evento que implica encontrarse en un espacio urbano -una playa porteña, al borde del la vía férrea- a un animal que torpemente jadea entre sus alas para querer escabullirse. Pero en ningún momento hay una relación menesterosa con el animal. El sujeto del poema observa entre compasivo y admirado la tenacidad del ave que al ser correteada por él y por su acompañante, emprende el vuelo, logrando su plena gracia de alas extendidas en ese viaje que lo llevará a otras latitudes. Varias cosas pueden desprenderse de esto. En primer lugar, el espacio -la playa- como analogía de un espacio de posibilidad, está al borde o en la periferia de lo urbano, pero circunscrito a su ley. No en vano es una playa no de recreación, ni de turismo, es una playa de esas que se encuentran en el arrabal de la ciudad. En segundo término, ese mismo espacio, habitado o más bien, cruzado en andas por el sujeto, su acompañante y el alcatraz, representan muy probablemente, por analogía, un mismo tipo de sujeto emparentado, es decir, existe la posibilidad que sea un sujeto desdoblado que se contempla a sí mismo en el ave que corretea en la arena y que se identifica con su gracia en el vuelo. En tercer término ese sujeto, que puede desdoblarse, es un sujeto que reflexiona acerca de sí mismo al evocar en la gracia voladora del animal, la gracia misma que él en tanto ser terrestre, ha perdido, pero que respecto a la relación establecida entre la necesidad y la libertad encarnada en la búsqueda hacia el aire, hacia el cielo, muestra un modo diferente de plantearse ante esa convocatoria terrestre de la periferia, pues en pleno vuelo, el ave será capaz de contemplarlo todo. En un poema como éste, apreciamos que la experiencia es restituida a pesar de la precariedad, en la posibilidad que implica la poesía. De esta forma es posible vislumbrar el despliegue de la experiencia: evoca y rememora más que lamenta o anhela. Ahora bien, este “mundo de la posibilidad” no es dócil con el quiebre de su propia crisis debido, primordialmente, a la arremetida de lo histórico como violencia, cosa ésta, sin duda, que implica replantear la validez de la percepción experiencial anterior –ya no puede ser, ya no es posible indagarla o preguntar por su “lugar”-, porque ya no es dable sostenerla en cuanto utopía presencial nacida del asombro. En la poesía que Moltedo escribirá posteriormente a partir de 1980, aquello se agudizará más y más.
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