En
sus ojos hay hierba recién cortada,
sobre
su cuerpo el sol es un temblor de plata.
Un
cisne su sonrisa, sus piernas un bosque secreto.
Es
propensa al viento y a lecturas de Blake;
su
voz es una espingarda persa
que
discurre sobre mitología sin dificultad.
Disfruta
de la pintura de Gustav Klimt
y
juega con dalias y ceibos en jardines de fábula
mientras
dibuja pasillos donde habitan sus sueños.
Su
corazón limita al sur con el invierno
pues
sus labios no soportan el hielo.
Es
diestra en griego y sánscrito
y
siente un gusto desmedido por las fresas;
no
comprende los aforismos de Kafka
pero
quiere ser princesa y heredar todo el reino.
Sus
pechos son flautas en un diván bizantino
que
se extravían con los aires de otoño.
Conoce
raíces que sólo druídas poseían para la belleza,
pero
una gran tristeza llega a su silencio
cuando
declina la tarde.
Su
presencia es un puñal de oro envenenado
que
se clava en mí, despacio, lentamente.
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