Hace ya más de 10 años -en 2007 para ser exactos- Ernesto Gonzalez Barnet me hizo esta entrevista que posteriormente se publicó en www.letras.s5.com. Ordenando mis archivos, la encontré y después de leerla hay cosas que ahí expreso, independiente de la verguenza no asumida, que sólo develan el tiempo transcurrido. Sin embargo, creo que vale la pena traerla a circulación por mi blog quizás como testimonio de ese mismo tiempo pasado. Hoy no respondería de igual forma o haría énfasis en otras cosas y sutuaciones. Pero aún así, creo que es un texto sobre el que vale la pena volver.
¿Cómo es tu inicio literario, a qué se debe?, ¿qué
lecturas que rondaban en tu cabeza?, ¿quiénes
fueron parte de esos primeros acercamientos tuyos a la poesía?
- Creo que uno nunca se propone “llegar”
a la poesía, sino que simplemente ésta te acoge de la manera más
sorpresiva e incluso anodina y que, sin pensarlo dos veces –en
ocasiones ni siquiera pensándolo-, te encuentras extrañado de ti
mismo, escribiendo de modo atarantado palabras tras palabras que
nunca sospechas puedan llegar a ser “poemas” ni nada que se le
parezca. En mí, la experiencia inicial que me permitió apreciar o
descubrir “mundos posibles” –al decir de Goodman- fue la
experiencia de escuchar música alrededor de mis doce años. Y no
cualquiera –después de todo, desde nuestra más tierna infancia
nos encontramos expuestos a los más diversos sonidos y voces,
relativamente articulados en tanto música- sino que justamente
aquella música que rotulamos de “clásica”, “seria” o
“docta” -adjetivos que siempre me han parecido risibles
referidos a este “tipo” de sonidos- En aquel sentido, en mi
adolescencia –digamos: entre mis 13 y 17 años- la literatura y la
poesía a mayor abundamiento, no representaban significativamente la
posibilidad de entrever la “parte conflictiva y oscura de la
existencia” , sino que ese rol era asumido, de lleno, por el reino
del sonido. De esos años, sin embargo, recuerdo algunas lecturas
interesantes y emotivas, pero que de ninguna manera me hacían prever
el que posteriormente terminaría escribiendo versos o prosa.
Lecturas como la de “Werther”, “Egmont” y “Fausto” de
Goethe, “Los discípulos en Sais” de Novalis y de variados y
curiosos diccionarios –pasión culpable de un adolescente reservado
y sumiso- como el Corominas, el Bompiani y una versión resumida –a
manera de crestomatía- del legendario Diccionario de Autoridades,
amén de lo que en un colegio durante enseñanza media te hacen leer
(García Márquez, Vargas Llosa, Unamuno, etc, etc). Todo eso
constituía el grueso de lo que caía en mis manos. Tendría que
mencionar, estando ya en tercero medio, el descubrimiento de tres
lumbreras que hasta el día de hoy me dicen algo relevante: Thomas
Mann, Friedrich Nietzsche y Arthur Schopenhauer. Si a eso agregamos que en mi cabeza
zumbaban acordes disímiles e intensos desde Bach a Webern, creo que
entre mis 16 y 17 años, no hubiera pensado nunca que la poesía
fuera “mi camino de perfección”. Mis profesores pensaban que me
dedicaría a la Historia, el Derecho o la Filosofía. Y sin duda,
nunca he dejado –salvo la excepción del mundo de las leyes- de
sentir una viva curiosidad por el país del pensamiento y la memoria.
Lo irónico de esto es que quien abrió, tal vez sin pensar, mi
interés creciente por la poesía fue mi profesor de Filosofía, don
Luis Mardones: una persona algo mayor –ya cincuentón en mis años
de adolescencia- formado en la más rancia tradición de la
Universidad de Chile pre 73 y que tenía en su horizonte de
perspectivas las figuras señeras de Juan Gómez Millas, Luis Oyarzún
y Félix Schwartzmann. Este profesor con quien hasta el día de hoy
mantengo contacto y conversación, fue el que me prestó los libros
necesarios: Rilke, Hölderlin, Novalis…y también Schopenhauer,
Platón y cosa extravagante en un colegio católico en plena
dictadura, noticia de esos textos “raros”, “prohibidos” como
eran las revistas “Cauce”, “Análisis” y análogos. Ahí
empezó a gatillarse algo y cuando le pasé reverencialmente mis
primeros bosquejos de emoción juvenil, con una voz que nunca
olvidaré, sentenció de un modo brusco y teutónico: “éstos son
poemas”. Tal vez ahí se iniciaba el adiós al protegido mundo de
la adolescencia y que se veía en la renuncia que este profesor,
ahora amigo, vislumbraba como algo ineludible: el abandono por parte
mía a la ascesis del pensar en pos de la “música”
invisible de las palabras. Ese año egresé del colegio y me encontré
tras un verano de fértil lectura, estudiando Letras en la Católica
de Valparaíso. Lo que ha venido desde ahí, ya es otra historia.
- ¿Qué es hoy para ti la
poesía?
- Es difícil precisarlo en una respuesta que
englobe diversidad de experiencias y maneras de entender las cosas.
Cuando tenía 20 años, pensaba que poesía era sinónimo de
analogía: correspondencia entre los elementos de la realidad, la
efusión desbordante de una vida entregada al vértigo de descubrir
el amor, el placer y el vacío y la lectura entusiasmada de autores
tales como Octavio Paz, Rosamel de Valle y los surrealistas…pero
ahora…¿descreimiento, escepticismo, agonía?. Sin duda
nuestra manera de comprender lo que somos y pensamos se muestra
variable según pasa el tiempo: evidencia que somos nosotros
lo pasajero, llegando a la certidumbre que entre vivir y escribir
poemas hay un conflicto, una tensión de la que nace la mayor
“motivación” para persistir en esto. Pienso que hoy, la poesía
significa para mí la posibilidad de plantear preguntas a mi memoria
personal y a mi memoria colectiva de la cual soy parte, significa
además entrever la utópica –e infantil- necesidad de oír
de Dios no sólo su silencio.
-
¿Para quién escribes?
- Parafraseando a Nietzsche:
“para todos y para nadie”. Para el lector futuro diría Blake,
para la inmensa minoría afirmaría Juan Ramón Jiménez, para dar
presencia a mis ángeles en el decir de Rilke. Quizás para mí
mismo.
- Cuando escribes ¿necesitas
algo a tu alrededor. Alguna cosa, haces algo, etc?
- Cada instancia de escritura es distinta. Pero
diría que me basta un lugar sereno, a veces con música, otras no y
con un cuaderno, un lápiz o el computador encendido, nada más.
- ¿Cómo es tu proceso
escritural?, ¿cómo trabajas hasta concretar un poema?
- No existe un “método” que sea el mismo
siempre. Ha ocurrido que un poema me ha salido de una sola vez y lo
guardo de inmediato en una carpeta o cuaderno y lo releo hasta varios
meses después y ahí lo reescribo, lo boto a la papelera o lo dejo
tal cual. En otras oportunidades efectúo varias versiones de un
mismo poema (hasta 10 o 15) y dejo al tiempo que decida cuál versión
es la más adecuada. Otras veces me obsesiona una palabra, un ritmo,
una imagen y el resultado de eso es uno o varios poemas que releo,
reescribo, junto y separo infinidad de veces. Cotejo versiones
anteriores con las que escribí hace minutos y de ahí voy
articulando en un proceso de lentitud, avance y retroceso lo que creo
es pertinente. Pero sin duda, el grueso de lo que he escrito ha ido a
la papelera. Creo ser un poeta que deja mucho a un lado y poco
muestra públicamente como ya “concluido”, por ende me siento
autor de una “obra” breve. Y con eso tengo más que suficiente.
No me interesa el “gran libro”, ni la “obra total”. Para mi
carácter y mi manera de entender la poesía, aquello me parece vano
y presuntuoso. Sólo restan jirones de escritura que son a su vez
testimonio de la angustia, la obsesión o el vacío…y siempre con
la conciencia que lo que hago no trastornará a la poesía chilena
contemporánea, ni será un hito para virtuales ensayos que rastrean
la “actualidad”, la “ruptura”, lo “novedoso” y el
“riesgo” que a estas alturas las pienso como verdaderas palabras
fetiches en el conciliábulo crítico –a veces más un monólogo
que un diálogo- que existe hoy.
-¿Es necesario que el escritor sea un hombre
comprometido?
- Habría que matizar la pregunta, ¿comprometido
con qué y para qué? , ¿comprometido con el movimiento
ambientalista?, ¿comprometido con las campañas del Hogar de Cristo
para superar la pobreza?, ¿con la política cultural de un grupo, de
un gobierno, de una virtual disidencia?, ¿comprometido con las
jóvenes adolescentes para que se les otorgue sin prejuicio el
Postinor 2?
Pienso que hoy en día la fragmentación de
discursos, objetivos y propuestas para hacer valer una idea o
concepto de sociedad o país es reflejo del enrarecimiento de los
virtuales objetivos que se planteaban como reivindicatorios en
distintos grupos –políticos, culturales, intelectuales, etc- a
fines de la dictadura y que ponían mucha esperanza en la renovación
democrática. Pero de eso ya van 17 años y las cosas, creo, ya no se
ven bajo el mismo prisma. No soy sociólogo y mucho menos adicto a
los análisis socio-políticos. Apenas balbuceo opiniones como
cualquiera. En ese sentido creo que aquí se entroniza el viejo mito
–y como todo mito, factible de resucitar y actualizarse del modo
menos pensado en cualquier momento- de la conflictiva y fecunda
relación habida entre poesía y acción, entre vida y arte, entre
“subversión poética” y “revolución social y política”.
Pienso que esta dialéctica sigue estando presente, pero de distinta
manera en una época como la nuestra, es decir, una época
administrativa de todo cuanto surge de sí misma y hasta contra ella
misma. El gesto rebelde de ayer, se entroniza como moda el
día de hoy y se prodigará como revival estético el día
de mañana. Por eso, creo que hay que ser muy cauto a la hora de
plantear una disidencia. ¿Desde dónde partir? Pues para un poeta,
pienso que el punto de referencia ineludible es el lenguaje. Y no hay
que parafrasear al Nietzsche de la “Genealogía de la moral”
o al Paz de “El Arco y la Lira” para percatarse de la profunda
reflexión que implica un camino así. Creo que para el poeta y a
mayor abundamiento, para todo aquel vinculado con la escritura,
no es el compromiso que ésta adopta con respecto a algo exterior a
sí misma –un objetivo social o moral- lo que hace de la poesía un
instrumento de oposición y subversión, sino una determinada
práctica de la propia escritura: intrincada, opaca, irónica
respecto a su eventual referente, juguetona con la idea del suicidio
a través del silencio, descolocadora con su temperatura expresiva de
cualquier idea o concepto de “comunicación” o “inmediatez”
benevolente. Más que mostrar una pasión teóricamente
subversiva, mostrar la forma en que es posible o dable la
pasión.
- ¿Qué poetas, escritores, artistas, o
experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia
vida?
- Vasta pregunta que necesitaría una vasta
respuesta. Intentaré algo. Podría mencionar entre los autores
(tanto poetas como novelistas y ensayistas) que me son caros en un
orden más o menos cronológico, según han aparecido en mi vida de
lector y que siempre serán un modo más o menos lícito para
legitimarse. Son los siguientes: Antonio Machado, Miguel Arteche,
Rainer María Rilke, Friedrich Hölderlin, Novalis, Johann W. Goethe,
Thomas Mann, Jorge Luis Borges, Miguel de Unamuno, Stefan George,
Hugo von Hofmannsthal, Friedrich Nietzsche, Arthur Schopenhauer,
Octavio Paz, Rosamel del Valle, Eduardo Anguita, Gonzalo Rojas, Luis
Cernuda, Vicente Aleixandre, Hermann Broch, Robert Musil, Elías
Canetti, Walter Benjamin, Joseph Roth, Ernst Robert Curtius, Karl
Jaspers, Martín Cerda, Luis Oyarzún, Robert Graves, José María
Valverde, T.S. Eliot, Enrique Lihn, George Steiner, Rubén Darío,
Pedro Prado, Luis Antonio de Villena, Pere Gimferrer, Hans Urs von
Balthasar, Romano Guardini, André Gide, José Emilio Pacheco, Paul
Valery, Georg Lukács, Oscar Wilde, Jorge Teillier, Robert Walser,
Marcel Schwob, Theodor Adorno, Waldo Rojas, José Gorostiza, Fernando
Pessoa, Dante Gabriel Rossetti, Constantino Kavafis, Juan de Tassis y
Peralta, conde de Villamediana, Bruno Schulz, Jules Barbey D’
Aurevilly, Kostas Axelos y Porfirio Barba Jacob…detengo ahí mi
lista, pero sin duda esto representa el viejo dictum de Borges:
“estoy más orgulloso de lo que he leído que de lo que he escrito”
, ¿Razonable, no es cierto?. Sin embargo, mi “cocina” literaria
se encuentra incompleta si no nombrara el placer invisible que
representa la música encarnada en los siguientes nombres: Bach,
Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler, Reger, Richard Strauss, Pfizner,
Zemlinsky, Schonberg, Berg, Webern, Messien, Sibelius, Nono,
Schreker, Pendereki, Hindemith, Casella, Dallapicola, Varese, Ives,
Menotti, Pärt, entre varios más que incluyen a chilenos desde
Domingo Santa Cruz y Alfonso Leng hasta Guarello y Alvarado.
¿Experiencias? El recuerdo de mi abuelo, los lugares remotos de la
infancia con sus imágenes, sonidos y texturas, la experiencia
impresionante de atravesar el canal de Chacao en medio de una fuerte
lluvia, mis fallidas clases de piano a los 15, la presencia en la
memoria de varios que murieron prematuramente, la voz de mi pareja y
la presencia de mi primogénito: Manuel Antonio.
-¿Qué me puedes decir de la poesía de
Valparaíso actual?, ¿qué autores destacas?
Valparaíso (palabra que es una metáfora de
amplio vuelo, casi una experiencia y para nada un mero lugar
geográfico) siempre se ha caracterizado por la diversidad y calidad
de sus poetas. Eso hoy, no se ve desmentido en absoluto. Existe aquí
en la zona una cantidad, variedad y calidad de autores que no tiene
que envidiarle nada a Santiago –“capital de no sé qué” como
diría el viejo Rojas- y que no se visibilizan a nivel nacional,
porque creo que simplemente en muchos de ellos –de nosotros- no hay
una ¿capacidad, convencimiento, astucia? de gestión y promoción
razonablemente madurada o porque nos convence el mito que nos dice
que la “capital” está muy cerca. En ese sentido, por ejemplo, es
ridículo y risible que salvo Ediciones Altazor y algunos esfuerzos
espasmódicos y personales, no existan editoriales con una red de
distribución y una labor permanente. Así de simple. Salvo algunos
intentos aislados como han sido Tambor, Valpoesía y ahora
último Antítesis y en cierto sentido Ciudad invisible,
no hay revistas que den cuenta de modo crítico, ensayístico y
creativo la magnitud de lo que está ocurriendo en materia poética
en la zona. Aquí no hay crítica literaria en diarios y periódicos
–salvo el razonado y semanal esfuerzo de Luis Riffo-. Siendo
capital cultural de la nación, en Valparaíso las librerías se
cuentan con los dedos de una mano –y aún sobran dedos-, no hay
tiendas donde encontrar música (jazz, clásica, experimental), el
apoyo estatal y universitario para el poeta –sea cual sea su edad o
tendencia- depende más de una gestión personal de quienes ocupan
puestos claves en la administración que de políticas claras y
efectivas, etc. Y sin embargo, la poesía por acá florece en
nombres, tendencias, intentos y logros. Aunque siempre existen poetas
–de todas las edades- que recaerán en el Valparaíso pasatista de
los ascensores y la nostalgia de una bohemia devenida hoy por hoy un
kitsh para turistas y santiaguinos desaforados, pienso que
las búsquedas expresivas, el diálogo con la tradición(es) poética
nacional y universal es vasta, compleja y gratificantemente
conflictiva. Varios de nosotros seguimos con curiosidad y humor no
sólo las querellas provincianas que acontecen en Santiago, sino que
también la interesante labor que ocurre en Valdivia, en San Felipe,
en Buenos Aires y hasta en Europa y Estados Unidos. Amigos y
contactos no faltan e Internet es un gran aliado. Una vez bromeando
con mi amigo, el poeta y ensayista, Marcelo Pellegrini, manifesté
que aquí en Valparaíso era la única forma de sentirse “buenos
europeos” como el mejor Nietzsche o Steiner. Esa es tal vez la
mayor virtud de un puerto: la salida y la entrada de diversas
discursividades que no te permite quedar pegado de modo acrítico en
“modas” realmente pasajeras. Si se tratara de nombres, para mí
como lector, pienso en tres poetas que son fundamentales para
entender la poesía nuestra a nivel nacional y que tarde o temprano
harán pesar todo su peso específico como obra cuando se disipen los
humos del olvido y la soberbia: me refiero a Ennio Moltedo, Rubén
Jacob y Renán Ponce, referentes tanto en obra como en conducta para
muchos de nosotros y que sin duda perdurarán. Pero también es
posible mencionar a varios congéneres con los cuales tengo trato
diverso y que considero, al menos interesantes: Luis Andrés
Figueroa, Marcelo Novoa, Pablo Araya, Sergio Madrid, Alejandro Pérez,
Ximena Rivera, Eduardo Correa, Catalina Lafert, etc. Otra cosa son
mis estrictos contemporáneos por edad a quienes prefiero referirme
en la pregunta siguiente. Por último, existe hoy por hoy, una
generación de recambio de poetas jóvenes y hasta jovencísimos que
me parecen mostrar esa diversidad que te mencionaba: Gonzalo Gálvez,
Karen Toro, Antonio Rioseco, Daniela Giambruno, Raimundo Nenén,
Rodrigo Arroyo, Marcela Parra, Francisco Vergara, Alberto Cecereu,
etc.
- ¿Cuál es tu relación con los poetas de tu
promoción?
- Según los pretendidos ordenamientos que podemos
advertir en algunos poetas dados a críticos y de críticos que
gracias Dios no son poetas –al menos en público- pertenecería a
la llamada generación de los 90. En parte puede ser verdad,
en parte puede ser mero gesto acomodaticio. En todo caso, durante los
90, participé en varias actividades que podrían ser consideradas
como “características” de ese peculiar momento histórico:
lecturas, encuentros, congresos, presentaciones de libros y la tan
traída y llevada charla en distintos rincones de Santiago. Hasta el
día de hoy, el diálogo con varios de mis congéneres generacionales
por decirlo así, se mantiene relativamente fluido. Mis vinculaciones
y en algunos casos, la amistad, no ha decaído. Admiro y leo a Javier
Bello, Andrés Anwandter, David Preiss, Armando Roa, Julio Carrasco,
Alejandra del Río, Cristián Gómez, Antonia Torres y a varios más.
Eso, de todas formas es una cosa y tiene que ver mucho con la
biografía. Otra cosa muy distinta es “teorizar” sobre un posible
ordenamiento administrativo-académico-publicitario que emplea
términos como “generación”, “escena”, “promoción”
y otros análogos, usando de sustento reflexivo matrices de la más
variada índole (desde Ortega y Gasset, pasando por Goic, hasta
Bourdieu y Lipovetsky) y ver hasta dónde “uno va ahí”. Eso
último me parece como diría mi querido Alvaro Bisama “divertido”
y, a mayor abundamiento, risible y causante de equívocos muy poco
gratos en la conducta de poetas viejos, jóvenes y no tan jóvenes.
Como lo ha pretendido mostrar Marcelo Pellegrini en sus ensayos de
Confróntese con la sospecha, la manufactura de rótulos de
ordenación entre los poetas de las últimas décadas es, al menos,
sospechosa, manejándose tales términos con una soltura de poca
seriedad que llega a dar pena, que no rabia o frustración. Como
botón de muestra, por ejemplo, a mediados de los 90 en la zona de
Valparaíso empleó Juan Cameron en un afán, legítimo por cierto,
de entender la diversidad de maneras y formas que aparecían en
aquella escena, una terminología muy poco feliz (“poetas
rockeros”, “poetas cultos”, entre las más fascinantes de una
virtual “zoología fantástica”) que, más allá de lo
anecdótico, muestra el torpe atolladero de tratar, sin rigor alguno,
de “clasificar” lo que surge sin premeditación aparente y
siempre con un anhelo, muy humano por lo demás, de administrar un
espacio de fluidez, rehuyente a cualquier categorización a priori.
Eso por un lado, el “contexto” de mis relaciones de promoción,
¿quién piensa eso con aquel tipo de palabras? Tendría que evocar
vivencias donde el mundo universitario era sólo pretexto y donde el
comentario inteligente, la lectura aguda y el intercambio de libros y
datos de tal o cual autor, configuraba una experiencia a estas
alturas, feliz: veo ahí a Marcelo Pellegrini y sus ciclópeos
hábitos de lectura y su pasión por Pink Floyd como uno solo.
También vislumbro la reserva y agudeza de Enoc Muñoz donde Edmond
Jabes y las primeras lecturas de Levinas eran pan de conversación
entre clase y clase. Evoco asimismo a Gonzalo Rojas Castro, lúcido y
buena gente, con un sentido del humor a toda prueba, ahíto de Lihn y
de su gran homónimo. Y pensar que han pasado sólo 12 años desde
aquello…qué deprimente, ¿no? Con ellos hablábamos como sólo los
poetas jóvenes saben hacerlo y buscando leer la poesía
chilena con pasión y quizás rigor: en ese sentido las lecturas que
entre 1992 y 1996 Gonzalo Rojas efectuó, bajo distintos pretextos en
distintos lugares de Valparaíso, fueron no sólo actos de despliegue
de un ego como el del autor de “La miseria del hombre”, significó
también hallar puntos de encuentro para el intercambio, el
aprendizaje y la lectura. El tiempo nos dispersó de la más diversa
manera. Pero a través de los años, han surgido voces poéticas con
las cuales es posible el diálogo sereno, crítico y, por qué no,
cimentado en la amistad: viene a mi mente la presencia de Eduardo
Jeria y su afán de transparencia verbal, Gonzalo Gálvez con una
honestidad humana y poética a toda prueba y lector como pocos de esa
intensa tradición que va de Hölderlin y Novalis a Rilke y Celan;
Jorge Polanco y su cuidado con el lenguaje que desemboca en la
paradoja de hacer el intento de decir desde el silencio;
Rodrigo Arroyo y su sano escepticismo postmoderno ante los
constructos demasiado evidentes que yo mismo suelo inventar para
ejercitar la lectura. Ellos son mis contemporáneos directos a
quienes puedo llamar por teléfono a casi cualquier hora del día y
no sentir remordimiento por eso.
- ¿Cómo ves la poesía actual chilena?
- Pregunta enlazada con la anterior. Aquí, sin
embargo, pretendo hablar como espectador y no como mero participante.
Sólo diría una cosa: bien, a la poesía chilena actual la veo bien,
opinión que matizo del siguiente modo: sin duda que desde los
albores del siglo XX, la poesía chilena ha producido poemas y
poéticas de envergadura que hay que entenderlas en el
concierto mayor de la poesía del idioma que no de las fronteras
físicas y geopolíticas. Eso creo que es de consenso crítico a
estas alturas. Pero para mí como lector –y desde la dictadura al
menos- la carencia de un referente crítico de rigor, salvo
excepciones notables, que se configure como correlato necesario, no
de orientación ni de tareas administrativas, sino como complemento
en “prosa” –una especie de autoconciencia a la productividad
poética propiamente tal-, se encuentra a mi parecer ausente y de
ello surge a mi modesto entender, la posibilidad de la “extrañeza”
entre las propias discursividades poéticas que se articulan hoy por
hoy: existe el riesgo de sobredimensionar tal o cual propuesta, no
por la negación de sus cualidades intrínsecas, sino por la ceguera
de no leerlas en diálogo con propuestas anteriores y contemporáneas,
como a su vez, está el riesgo real de olvidar tal o cual proyecto en
la medida que no obedece a lo que pasa por hoy como políticamente
correcto, como asimismo, “pasar de largo” tanto frente a
propuestas devenidas poco visibles, pero no menos importantes, como
también ante proyectos o discursividades que el eventual “canon”
ha olvidado o relegado. Y si agrego que el ejercicio de escribir
poemas es el más efímero que hay en el mundo, la fragilidad del
“estado de cosas” de la poesía chilena no es menor. Y no me
refiero en exclusiva con la palabra “fragilidad” a una más que
virtual “institucionalización” que debe ser sanamente criticada
y que se encuentra llevada a cabo por diversas redes de la índole
que sea (Fundación Neruda, Consejo del Libro, Universidades
privadas, etc) sino más bien, me refiero que esa ausencia de
“discurso secundario” –que a falta de críticos informados,
deberían asumirlo los poetas mismos- hace que en la triste noche de
este Chile “pro-bicentenario” todos los gatos sean pardos,
es decir una virtual nivelación donde todo da lo mismo y en que
instancias de poder se regodean con cuatro o cinco nombres, que no
obras.
- ¿Qué opinión te merecen los talleres
literarios, sobre todo, teniendo en cuenta tu experiencia como
monitor del Taller de Poesía del centro Cultural La Sebastiana?
- Son necesarios, en la medida que acercan a
distintos jóvenes sin formación literaria alguna a una idea o
concepto de poesía y literatura socialmente aceptada a la cual,
ojalá, si persisten, puedan revertir, criticar y replantear. En
cuanto espacio de experimentación para desglosar en mentes aún no
maduras una poética (a veces la del propio monitor), a
través de una escenificación iconoclasta sin fundamento, me parecen
irresponsables e irrelevantes. Un taller debería ser en mi anticuada
opinión un lugar de aprendizaje. Pero una anécdota ejemplifica esto
mejor que mis palabras: Adorno relata en uno de sus ensayos que un
joven bastante capacitado para la tarea de la composición musical,
llegó a la célebre clase de Schönberg pidiéndole encarecidamente
que le enseñase la técnica dodecafónica que el autor del Pierrot
Lunaire esbozó y decantó por décadas, convirtiéndola en el
sumun de la vanguardia musical. La respuesta de Schonberg fue
tajante: no me hable de eso y antes que nada tráigame para la
próxima sesión 15 copias de tal canon de Bach. Soy de los que creen
que por ahí va la cosa en lo que respecta a talleres.
En cuanto a mi experiencia con el Taller de Poesía
que la Fundación Neruda mantiene en La Sebastiana, afortunadamente
no es la única. Me explico: la manera en que se ha implementado con
los años una metodología de trabajo que requiere a mi modo de ver,
renunciar a mostrarse como poeta ante un puñado de jóvenes
con mucho menor experiencia literaria –hay unas cuántas
excepciones- es algo que requiere voluntad y tal vez hasta ascesis.
Creo que si no hubiese vivido otro tipo de experiencias como
tallerista y monitor en otros sitios y hacia otros públicos –adultos
mayores, niños, estudiantes de colegio, profesionales varios, etc-
habría cometido más errores de los que hoy acepto como
vergonzosamente realizados en la difícil tarea de orientar,
conversar y criticar a personas que apuestan con intensidad por su
personalísima escritura. Esto para decir que el Taller de Poesía
que funciona en La Sebastiana, es al menos para mí, un desafío
constante, un llamado permanente para ejercitar la humildad, teniendo
en mente que lo que hay que fomentar en esa decena de jóvenes es la
lectura, el espíritu autocrítico y sobre todo, el intento para que
aprehendan su propia manera de articular su sensibilidad y
las palabras que han invocado para ello. En ese sentido, no hay
ningún poema “malo” a priori para uno como lector. La tarea
sería otra: que el propio tallerista descubriese los mecanismos y
las instancias que le llevaron a dar solución lingüística de tal o
cual modo a lo que quiso decir y si esas “soluciones” son
necesarias o no para que el poema tenga valor, sentido o se ajuste
del mejor modo posible al mundo interior que parece haberlo
provocado. De más está decir que el que ha aprendido con creces de
decenas de jóvenes en casi 10 años he sido yo.
- ¿De tu obra si tuviese que elegir un poema o
fragmento, cuál?
- Ninguno. Si es por solazarme, me gustaría
hacerlo con algunas páginas de Schopenhauer, unos versos de Anguita,
Paz y Rilke, como con la música de Mahler o Berg. Con eso basta y ya
es mucho.
- ¿Qué libros no has podido nunca terminar de
leer?
- Varios, entre ellos –y sé que esto le causará
gracia a mi amigo Cristian Miranda- “Esencia y formas de la
simpatía” de Max Scheler; los cuatro volúmenes de “El hombre
sin atributos” de Robert Musil –siempre llego a inicios del
tercer tomo-; el hermoso, pero fatigante ensayo de José María
Valverde sobre Azorín; el “Ulises” de Joyce, TODAS las novelas
de José Donoso –a menos que me las pidan para un examen o algo
así-; varias decenas de páginas de los seminarios de Lacan – que
me perdonen varios amigos y conocidos: pero eso no es para pensar y
decirlo en castizo castellano-; “Zurzulita” de Mariano Latorre,
“Raza de bronce” de Alcides Arguedas –y mi buen Marcelo
Pellegrini con una sonrisa en los labios sabrá a lo que me refiero-
y las páginas críticas de Raúl Silva Castro.
-¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de
la poesía chilena?
- Creo que hay varios, pero entre esos: “No más
que una rosa” de Pedro Prado.
-¿Cuál fue el último libro de poesía
chilena que leíste?
- Libro de poemas de un tirón: “Jardín
japonés” de Eduardo Jeria y “El sol entre dos islas” de
Marcelo Pellegrini. Poemas aislados, bueno: varios de Novalis y
Hölderlin por grises motivos docentes; otros más de Pedro Prado y
Gabriela Mistral por los mismos latosos motivos y por mero gusto y
gratuidad una plácida relectura del “Cementerio marino” de
Valery.
- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
- “Café Invierno: conversaciones con Ennio
Moltedo” de Luis Andrés Figueroa, libro necesario para conocer el
mundo imaginativo y vital de uno de los más relevantes poetas
chilenos de los últimos 50 años. Además de eso “Parte de la
oración y otros poemas” de Joseph Brodsky
-¿Cómo ves hoy por hoy, la industria
editorial?, ¿Cómo autor qué soluciones le darías a este
problema?
- Primero que nada: reconocer que en esto de la
“industria editorial”, la poesía, por principio, tiene poco que
ver. Ni siquiera nuestros autores más señeros, salvo quizás Neruda
y probablemente dentro de poco, la Mistral, han tenido un lugar
privilegiado en ningún ranking de “libros más vendidos” o sus
obras se han promocionado con sendos afiches en cuanta librería hay
o los medios se han visto en la obligación de comentarlos porque es
de buena crianza, están “inn” o por mera mediocridad. Para nada.
Segundo: que el esfuerzo de editoriales “independientes”
(RIL, LOM, Calabaza del diablo, Del Temple, Bauvedráis, Altazor,
Mago y otras), si es que no cambia la política económica hacia el
libro y las instancias que lo prohijan, seguirá siendo eso: un
esfuerzo con todo el calvario que ya conocemos.
¿Soluciones? Si
las supiera estaría de asesor de nuestra ministra de cultura.
No
sé, tal vez reconocer por parte del estado y su aparato público de
un tirón y sin complicaciones mentales o emocionales –tal vez ya
se ha hecho y no me he enterado- que los grandes consorcios
editoriales son lisa y llanamente empresas con todo lo que eso
significa y que ofrecen productos a un consumidor. Y de ahí,
reconocer que estas editoriales pequeñas y “hechas a mano”
poseen el status de “micro-empresas” y que necesitan todo el
apoyo técnico y financiero que el Estado, teóricamente, otorga como
el apoyo que la Sra Juanita tiene para montar una tienda de ropa o
don Pedro posee para exportar peras. Es quizás risible, pero todo
desemboca en algo a mi ignorante parecer, muy sencillo: apoyo
estatal. ¿Que acaso eso ya no existe? Tal vez sí, con la diferencia
que debería ser una política constante y sin concurso, no sé:
¿cuánto podría otorgar el Estado a estas editoriales pequeñas en
materias primas, por ejemplo, sólo en papel? , ¿o articulando una
red de distribución nacional?.
En un país de fantasía yo
sacaría el IVA al libro, inventaría una editorial nacional cuyo
consejo editor fuera rotativo por razones obvias, incentivaría a
otras instituciones a otorgar becas de creación y de edición
(Fundación Neruda, Instituto de Chile, Universidades públicas y
privadas, el propio ministerio de cultura, Gobiernos regionales,
Colegios Profesionales, qué se yo), pero con el fin que la
administración y el reparto de recursos del libro y para el libro no
fuese instancia monopólica de una sola institucionalidad como es hoy
por hoy el Consejo del Libro. Bueno, después de todo, no cuesta nada
soñar.
-¿Qué piensas de los premios literarios?
- Para algunos pueden ser una sana vía de ganar
algo de dinero frente a la precariedad laboral a la que siempre se
expone un poeta. Simbólicamente creo que hay premios que representan
el “estado de cosas” de algunos sectores de la poesía chilena
con los que no necesariamente puedo estar de acuerdo. Y por último,
no son ni legitimadores, ni consagratorios para nadie. Sólo los que
piensan los premios como triste manera de visibilidad –y los tontos
que les creen a esos poetas sin haberlos siquiera leído- en pos de
pasar a la inmortalidad en nuestra pequeña y melodramática
sociabilidad literaria, pueden creer que son el “non plus ultra”
de lo que es o sería la poesía.
-¿Quién te gustaría que recibiera el premio
Nacional de Literatura?
Hay varios autores que se lo merecen o merecerán:
entre los que hoy debiesen obtenerlo sin mayor cuestionamiento, está,
para mí, Efraín Barquero.
- ¿Qué te parece este Chile ad portas del
Bicentenario?, ¿su política cultural para con la poesía?
Que la “política cultural” de nuestro país,
no es ni “política”, ni “cultural” y que ante las
puertas del Bicentenario más vale pensar con la cabeza fría que no
con el entusiasmo: que yo recuerde ninguna prefiguración de fechas o
años celebratorios han sido sinónimos de utopía o emancipación. Y
no creo que ésta sea la excepción.
- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas
leer?
- Menuda tarea que te obliga a publicitar una de
las cosas que más amas. En fin y haciendo la salvedad que todo
listado es inocuo, acá va el mío:
1.- Una buena antología que contenga poemas de
los poetas clásicos del castellano del Siglo de Oro: Garcilaso,
Góngora, Herrera, fray Luis, Quevedo, conde de Salinas, Gil Vicente,
Aldana, Fernando de Torre, Villamediana, etc
2.- Un volumen con una selección de relatos y/o
novelas cortas de Cervantes, Sterne, Fenelon y páginas escogidas de
Richardson, Alfieri, Quincy, Hazlitt y Leopardi
3.- “El mundo como voluntad y representación”
junto a un añadido selecto de “Parerga y Paralipomena” de A.
Schopenhauer
4.- todo Hölderlin
5.- “La muerte de Virgilio” de Hermann Broch
6.-“La palabra quebrada” de Martín Cerda
7.-“Los cuatro cuartetos” de T.S. Eliot
8.-“Diario” de André Gide
9.- “El arco y la lira” de Octavio Paz
10.- “Poesía entera” de Eduardo Anguita
- ¿Qué opinas de las nuevas formas de
difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs,
páginas sobre literatura?
- En un desierto de palabra escrita, valdría
preguntarse: Internet, ¿por qué no?
- ¿Qué cosa te quita últimamente el sueño?
- Literalmente mi hijo recién nacido, Manuel
Antonio
- ¿Qué te escandaliza?
- No tanto que todo siga igual (injusticia,
derroche, inmoralidad sin cuento), sino que sea de tal magnitud
nuestra indiferencia o que seamos tan pusilánimes que nos
convenzamos que el mundo así ha sido y así debe ser.
-Me
gustaría que a ti mismo te hicieses una pregunta –que nadie más
te ha hecho- y te la respondieras
P: “¿Podría ud vivir sin
escribir poemas o leer algún libro?”
R: Sí, claro
P: “¿Y sin música?”
R: ¿por dónde está la puerta de salida por
favor?
-¿A qué
le tienes miedo?
- A perder la memoria de lo que he sido y soy, de
lo que he leído y leeré, de lo que viví y sentí en mi infancia,
de la gente que amo.