I Observaciones preliminares
Pensar la
crítica literaria como una escritura en movimiento: ya desde su objeto de deseo
–otra escritura- ya desde si misma hacia sí misma.
Pensar la
crítica como un desplazamiento permanente que va en busca de esa presa única y huidiza: la lectura. La búsqueda
paradójica de algo que escapa una y otra vez cuando tiene lugar esa experiencia
operativa que es fijar los ojos en la página. Extrañeza radical: la crítica
como constancia de lo que no somos y no podremos ser, el registro de lo que
hace un instante estaba allí, pero que luego, ya se ha desplazado: recovecos,
pasadizos, laberintos de sentido o de ausencia de éste. Extrañeza radical: la
escritura como extrañeza: momentos de mirada alzada para contemplar una
presencia que ya ha huido. Paradoja de querer fijar la ausencia. La crítica
como escritura de la lectura.
Pensar la
crítica como el registro de una o varias lecturas que nos hacen pensar y nos
dejan dando vueltas en el limbo de las significaciones. Paradoja de ir a la
zaga de una extrañeza ajena para reconocernos extraños. Lo ajeno como
legitimación de lo propio. Fisura de toda conciencia de separación: asunción de
un gesto que se ve condicionado por su propia semejanza y que se abre a la
ilusión de verse representada en palabras que hace un instante eran otras.
Pensar la crítica
como suspensión de la lectura, siendo la inscripción de la misma lectura. Una inscripción
que se arriesga a verse en la operación de autoanularse para lograr su propia
significación.
Pensar la crítica
como imposibilidad comunicativa. Como gesto inútil de luz artificial en un día
de campo. Sospecha, pero también goce. Memoria, pero también desfallecimiento ante lo que abruma. Promesa que atestigua su
propia entrega cuando deja de reconocerse en tanto identidad.
Pensar la crítica
como deseo, es decir, como estilo, es decir como intensidad que desemboca ante
un horizonte de imágenes que se precipita a un abismo donde habitan las ruinas
del lenguaje.
Pensar la
crítica como autobiografía culpable.
II Algunas paradojas o creencias de
mampostería.
·-Creer en la relevancia de la crítica literaria
académica como si fuera una ciencia social. Y que nadie nos lea, salvo nosotros
mismos y nuestros alumnos.
·-La superstición – o sea la creencia degradada- de que un paper es equivalente a investigar o aún
más: que es equivalente a una experiencia de lectura.
·-Identificar escritura con producción.
·-Que investigar sea, en el fondo leer…y que te
liberen de hacer docencia como gesto supremo de autismo que vuelve espuria esa
misma lectura o “investigación”.
·-Creer que la crítica literaria académica no es
autobiográfica.
·-Sufrir el estilo según la moda de turno –en los
70 la convención estructuralista, en los 80 la convención de la estética de la
recepción, en los 90 la convención del postestructuralismo derridiano, en los
2000, la convención de los estudios culturales de variado gesto- para terminar,
al final del día, escribiendo puros palotes.
-La crítica literaria académica como placebo de
chicos y chicas de pregrado que en enseñanza media sólo leyeron libros de la
colección Barco de Vapor.
·-La curiosa creencia –o ilusión- que el ejercicio
de la crítica literaria académica nos vuelve antropólogos, cientistas
políticos, psicólogos sociales, lingüistas o sociólogos y muchas otras cosas
III El problema del género.
Resulta
curioso por decir lo menos que en una época como la nuestra en donde los
diversos géneros discursivos se han vuelto híbridos y con cruces de la más variada índole, donde
distintos lenguajes y puntos de vista abordan y tensionan los límites de lo que
hasta hace poco se consideraban fronteras genológicas incólumes y que
rotulábamos bajo los nombres de cuento, novela, poema u obra dramatica, sea
también la misma época que le rinde tributo a la eficiencia y la exactitud bajo
un precepto casi decimonónico de asepsia cientifica. Y ello no tanto como
supuestos valores de una sensibilidad neoliberal que lo inunda todo, sino más
bien como ideales expresivos a seguir como norma y que se han estandarizado en
el horizonte de la escritura de la crítica literaria académica.
A mi modo de
ver, el actual esperanto académico corre el riesgo de la anquilosis y el dejar
fuera de su propio registro zonas enteras de escritura e imaginación.
Por supuesto
que con esto, no digo nada nuevo: este diagnóstico ya sido hecho por varios
críticos en diversos sitios –entre ellos el ultimo que recuerdo, la polémica
causada por algunos artículos de José Santos Herceg, entre ellos “De espejismos
y fuegos fatuos. Publicar filosofía hoy en Chile” en la revista La Cañada, 2010
y “Tiranía del paper. Imposicion institucional de un tipo discursivo” en la Revista
Chilena de Literatura, 2012 y como consecuencia de ello, el número especial que
al tema dedicó la misma revista en 2013
Pero, ¿es esto
la consecuencia de un proceso de carácter histórico? ¿ o acaso un episodio
pasajero?
Si pensamos
que la existencia de revistas especializadas en crítica literaria de carácter
académico –pienso en Taller de Letras y en la Revista de Literatura Chilena-
datan de inicios de la década del 70, advertiremos que en su origen aquellas
publicaciones eran un protagonista más dentro del concierto de la critica
literaria prohijada en el mundo
universitario, mas no su expresión única y menos univoca. Y asimismo, se hallaban
lejos de la pretensión cientificista que hoy por hoy anima cualquier
publicación semejante. Debemos recordar que la existencia de publicaciones tales
como Cormorán, Anales de la Universidad de Chile, revista Atenea, revista
Mapocho, entre otras, de uno u otro modo se hallaban bajo la explicita
protección academica y eran revistas que acogían buena parte de la critica
literaria de caracter academico que se producia en el país. Dejo a un lado la
rica y variada critica literaria de medios de comunicación como diarios, revistas,
magazines y otros formatos que era animada en la mayoría de los casos por
muchos de los mismos actores que fungían como colaboradores en las revistas de
estirpe academica. Asimismo, varios escritores o intelectuales carentes de credenciales
universitarias tuvieron la oportunidad de publicar algún texto suyo en las
mencionadas revistas.
El asunto, insisto
es que la critica literaria academica o de tendencia academizante –es decir
cultivada o ejercida por sujetos de formación universitaria- no era
identificable tanto por la idea o noción de escritura científica en tanto
restricción estilística, como por los criterios de indexación hoy moda obligada
de certificación de calidad, sino más bien, me atrevo a pensar por la
prodigalidad de un género proveniente desde la literatura y las humanidades y
que hoy parece como subalterno o subsidiario bajo los parámetros que nos rigen.
Me refiero, evidentemente al ensayo.
En esta
oportunidad no haré una apología de este género ni me referiré en detalle a sus
características. Sólo traeré a colación que el ensayo fue y ha sido el género
reflexivo y crítico de nuestra modernidad cultural por antonomasia desde el
siglo XIX. Ciertamente su cultivo y practica en Chile a diferencia de lo que ha
ocurrido, digamos en México o Argentina, no ha tenido entre nosotros una
primacía explicita. Aquello sería en mi opinión largo de relatar y explicitar,
pero podemos decir de manera muy resumida, que ello se debe, tal vez, al modo
en que cada sociedad, elige o se inclina en el desenvolvimiento de sus opciones
culturales hacia ciertos géneros que asume como mas representativos de su
imaginario y en ese sentido, al parecer la poesía y la narrativa, ocupan un
espacio no menor a la hora de hacer un examen sobre el o los géneros
hegemónicos en nuestro campo cultural.
Ahora bien, no
obstante eso, bien decía que el ensayo era y ha sido el género donde se ha expresado
la reflexión y la crítica de un modo no menos intenso e imaginativo. Sólo
mencionar a Ricardo Latcham, Benjamin Subercaseux, Luis Oyarzun, Martin Cerda,
Mario Gongora, entre muchos otros, implica hacer un verdadero escáner de
nuestra sensibilidad pensante y nuestro talante crítico.
Ahora bien,
pensemos un solo instante en lo escrito por estos autores, pensemos en sus
textos, todos ellos decisivos para comprender no sólo el ejercicio de la
critica literaria, sino para entender el cultivo de la escritura ensayística en
Chile –una y otra cosa se confunden acá en una atractiva promiscuidad textual-,
pensemos, digo en la manera que cada uno de ellos posee para organizar la trama
argumentativa de sus presupuestos, la trama retórica de sus reflexiones, el
lenguaje que usan, las metáforas a las cuales se aferran como modo de explicitar
su comercio imaginario…y después de ello, reflexionemos si acaso esos textos
que escribieron, irrenunciables y necesarios para pensarnos a nosotros mismos,
tendrían lugar en nuestras actuales publicaciones académicas.
Lo negativo de
una eventual respuesta nos debería hacer llamar la atención. No solo para
reivindicar una serie de nombres en pos de una memoria escritural devenida ,
hoy por hoy, informe o mutilada, sino porque me parece que la critica literaria
en su cultivo académico no solo debería mostrar sus credenciales teóricas para
justificar una reflexión del presente y sobre el presente y para el presente,
sino que además debería nuevamente advertir que es parte, fragmento,
prolongación de obsesiones que no son necesariamente sinónimo de resolución
aclaratoria. Sin ir más lejos: el solo caso de Gabriela Mistral, de su
escritura como motivo crítico nos debiera hacer pensar en lo dificultoso de
toda esta trama. Mucho se ha escrito y dicho sobre la Mistral. Pero el conocimiento
sobre ella y su obra es acumulativo y recursivo, nunca progresivo y menos equívocamente
aclaratorio. Es la vieja idea de que un texto
no se agota en la multiplicidad de lecturas posibles que ese mismo texto
suscita. Pero es también lo que acontece
con Prado, Anguita, Bombal, Caceres, De Rokha y un largo etcétera. Ese etcétera
que está ahí, esperándonos para que los leamos en la sensibilidad que configura
este nuevo siglo.
Puesto en esa
encrucijada de lectura, el paper solo es un instante minúsculo en un oleaje
denso, variado y muchas veces bravo. Su pretendida seguridad de formalización
es solo retórica anquilosada. Pero su riesgo político es casi nulo.
Desde esa
perspectiva como hace años lo indicó Pedro Lastra en un texto bello y evocador,
las formas de ejercer la crítica literaria académica deberían desbordar los límites
de su propia preceptiva. Habla ahí Lastra de la entrevista, del testimonio, de
la nota, de la reseña, de la antología.
Partiendo del ensayo, tal como lo han cultivado en décadas anteriores
escritores como los que mencionaba recién, la crítica literaria academica, si
bien ha intentado cada vez con decisión salir de los formatos rígidos, sigue,
no obstante, presionada por un modo de entender la literatura como un objeto de
análisis que no responde a su rica variedad y densidad.
Nos hacen
falta más libros como Sobre Ángeles y
Madres, como La Memoria, modelo para
armar, como Conversaciones con
Enrique Lihn o Conversaciones con la
poesía Chilena, libros como La
palabra quebrada o ensayos como los que en el límite de la vida academica
tradicional –pensando entre un público de “lector común” y otro de “lector especializado” – nos
otorgan Guadalupe Santa Cruz, Pablo Oyarzún, Adriana Valdés, Sergio Mansilla,
Marcelo Pellegrini, Olga Grau –cuyo libro sobre Luis Oyarzun es de una prosa bellísima-
y muchos otros y otras.
Ciertamente un
puñado de golondrinas no hace verano.
Pero nos
pueden invitar a leer y escribir de otra manera.
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