miércoles, 14 de octubre de 2015

Ideas sobre crítica literaria: texto leído en el Seminario de Crítica Literaria "El Circo en Llamas", Valparaíso, 8 de octubre, 2015.


I Observaciones preliminares


Pensar la crítica literaria como una escritura en movimiento: ya desde su objeto de deseo –otra escritura- ya desde si misma hacia sí misma.
Pensar la crítica como un desplazamiento permanente que va en busca de esa presa  única y huidiza: la lectura. La búsqueda paradójica de algo que escapa una y otra vez cuando tiene lugar esa experiencia operativa que es fijar los ojos en la página. Extrañeza radical: la crítica como constancia de lo que no somos y no podremos ser, el registro de lo que hace un instante estaba allí, pero que luego, ya se ha desplazado: recovecos, pasadizos, laberintos de sentido o de ausencia de éste. Extrañeza radical: la escritura como extrañeza: momentos de mirada alzada para contemplar una presencia que ya ha huido. Paradoja de querer fijar la ausencia. La crítica como escritura de la lectura.
Pensar la crítica como el registro de una o varias lecturas que nos hacen pensar y nos dejan dando vueltas en el limbo de las significaciones. Paradoja de ir a la zaga de una extrañeza ajena para reconocernos extraños. Lo ajeno como legitimación de lo propio. Fisura de toda conciencia de separación: asunción de un gesto que se ve condicionado por su propia semejanza y que se abre a la ilusión de verse representada en palabras que hace un instante eran otras.
Pensar la crítica como suspensión de la lectura, siendo la inscripción de la misma lectura. Una inscripción que se arriesga a verse en la operación de autoanularse para lograr su propia significación.
Pensar la crítica como imposibilidad comunicativa. Como gesto inútil de luz artificial en un día de campo. Sospecha, pero también goce. Memoria, pero también desfallecimiento  ante lo que abruma. Promesa que atestigua su propia entrega cuando deja de reconocerse en tanto identidad.
Pensar la crítica como deseo, es decir, como estilo, es decir como intensidad que desemboca ante un horizonte de imágenes que se precipita a un abismo donde habitan las ruinas del lenguaje.
Pensar la crítica como autobiografía culpable.

II Algunas paradojas o creencias de mampostería.

·-Creer en la relevancia de la crítica literaria académica como si fuera una ciencia social. Y que nadie nos lea, salvo nosotros mismos y nuestros alumnos.
·-La superstición – o sea la  creencia degradada- de que un paper es equivalente a investigar o aún más: que es equivalente a una experiencia de lectura.
·-Identificar escritura con producción.
·-Que investigar sea, en el fondo leer…y que te liberen de hacer docencia como gesto supremo de autismo que vuelve espuria esa misma lectura o “investigación”.
·-Creer que la crítica literaria académica no es autobiográfica.
·-Sufrir el estilo según la moda de turno –en los 70 la convención estructuralista, en los 80 la convención de la estética de la recepción, en los 90 la convención del postestructuralismo derridiano, en los 2000, la convención de los estudios culturales de variado gesto- para terminar, al final del día, escribiendo puros palotes.
 -La crítica literaria académica como placebo de chicos y chicas de pregrado que en enseñanza media sólo leyeron libros de la colección Barco de Vapor.
·-La curiosa creencia –o ilusión- que el ejercicio de la crítica literaria académica nos vuelve antropólogos, cientistas políticos, psicólogos sociales, lingüistas o sociólogos y muchas otras cosas


III El problema del género.

Resulta curioso por decir lo menos que en una época como la nuestra en donde los diversos géneros discursivos se han vuelto híbridos y  con cruces de la más variada índole, donde distintos lenguajes y puntos de vista abordan y tensionan los límites de lo que hasta hace poco se consideraban fronteras genológicas incólumes y que rotulábamos bajo los nombres de cuento, novela, poema u obra dramatica, sea también la misma época que le rinde tributo a la eficiencia y la exactitud bajo un precepto casi decimonónico de asepsia cientifica. Y ello no tanto como supuestos valores de una sensibilidad neoliberal que lo inunda todo, sino más bien como ideales expresivos a seguir como norma y que se han estandarizado en el horizonte de la escritura de la crítica literaria académica.
A mi modo de ver, el actual esperanto académico corre el riesgo de la anquilosis y el dejar fuera de su propio registro zonas enteras de escritura e imaginación.
Por supuesto que con esto, no digo nada nuevo: este diagnóstico ya sido hecho por varios críticos en diversos sitios –entre ellos el ultimo que recuerdo, la polémica causada por algunos artículos de José Santos Herceg, entre ellos “De espejismos y fuegos fatuos. Publicar filosofía hoy en Chile” en la revista La Cañada, 2010 y “Tiranía del paper. Imposicion institucional de un tipo discursivo” en la Revista Chilena de Literatura, 2012 y como consecuencia de ello, el número especial que al tema dedicó la misma revista en 2013
Pero, ¿es esto la consecuencia de un proceso de carácter histórico? ¿ o acaso un episodio pasajero?
Si pensamos que la existencia de revistas especializadas en crítica literaria de carácter académico –pienso en Taller de Letras y en la Revista de Literatura Chilena- datan de inicios de la década del 70, advertiremos que en su origen aquellas publicaciones eran un protagonista más dentro del concierto de la critica literaria prohijada  en el mundo universitario, mas no su expresión única y menos univoca. Y asimismo, se hallaban lejos de la pretensión cientificista que hoy por hoy anima cualquier publicación semejante. Debemos recordar que la existencia de publicaciones tales como Cormorán, Anales de la Universidad de Chile, revista Atenea, revista Mapocho, entre otras, de uno u otro modo se hallaban bajo la explicita protección academica y eran revistas que acogían buena parte de la critica literaria de caracter academico que se producia en el país. Dejo a un lado la rica y variada critica literaria de medios de comunicación como diarios, revistas, magazines y otros formatos que era animada en la mayoría de los casos por muchos de los mismos actores que fungían como colaboradores en las revistas de estirpe academica. Asimismo, varios escritores o intelectuales carentes de credenciales universitarias tuvieron la oportunidad de publicar algún texto suyo en las mencionadas revistas.
El asunto, insisto es que la critica literaria academica o de tendencia academizante –es decir cultivada o ejercida por sujetos de formación universitaria- no era identificable tanto por la idea o noción de escritura científica en tanto restricción estilística, como por los criterios de indexación hoy moda obligada de certificación de calidad, sino más bien, me atrevo a pensar por la prodigalidad de un género proveniente desde la literatura y las humanidades y que hoy parece como subalterno o subsidiario bajo los parámetros que nos rigen. Me refiero, evidentemente al ensayo.
En esta oportunidad no haré una apología de este género ni me referiré en detalle a sus características. Sólo traeré a colación que el ensayo fue y ha sido el género reflexivo y crítico de nuestra modernidad cultural por antonomasia desde el siglo XIX. Ciertamente su cultivo y practica en Chile a diferencia de lo que ha ocurrido, digamos en México o Argentina, no ha tenido entre nosotros una primacía explicita. Aquello sería en mi opinión largo de relatar y explicitar, pero podemos decir de manera muy resumida, que ello se debe, tal vez, al modo en que cada sociedad, elige o se inclina en el desenvolvimiento de sus opciones culturales hacia ciertos géneros que asume como mas representativos de su imaginario y en ese sentido, al parecer la poesía y la narrativa, ocupan un espacio no menor a la hora de hacer un examen sobre el o los géneros hegemónicos en nuestro campo cultural.


Ahora bien, no obstante eso, bien decía que el ensayo era y ha sido el género donde se ha expresado la reflexión y la crítica de un modo no menos intenso e imaginativo. Sólo mencionar a Ricardo Latcham, Benjamin Subercaseux, Luis Oyarzun, Martin Cerda, Mario Gongora, entre muchos otros, implica hacer un verdadero escáner de nuestra sensibilidad pensante y nuestro talante crítico.
Ahora bien, pensemos un solo instante en lo escrito por estos autores, pensemos en sus textos, todos ellos decisivos para comprender no sólo el ejercicio de la critica literaria, sino para entender el cultivo de la escritura ensayística en Chile –una y otra cosa se confunden acá en una atractiva promiscuidad textual-, pensemos, digo en la manera que cada uno de ellos posee para organizar la trama argumentativa de sus presupuestos, la trama retórica de sus reflexiones, el lenguaje que usan, las metáforas a las cuales se aferran como modo de explicitar su comercio imaginario…y después de ello, reflexionemos si acaso esos textos que escribieron, irrenunciables y necesarios para pensarnos a nosotros mismos, tendrían lugar en nuestras actuales publicaciones académicas.
Lo negativo de una eventual respuesta nos debería hacer llamar la atención. No solo para reivindicar una serie de nombres en pos de una memoria escritural devenida , hoy por hoy, informe o mutilada, sino porque me parece que la critica literaria en su cultivo académico no solo debería mostrar sus credenciales teóricas para justificar una reflexión del presente y sobre el presente y para el presente, sino que además debería nuevamente advertir que es parte, fragmento, prolongación de obsesiones que no son necesariamente sinónimo de resolución aclaratoria. Sin ir más lejos: el solo caso de Gabriela Mistral, de su escritura como motivo crítico nos debiera hacer pensar en lo dificultoso de toda esta trama. Mucho se ha escrito y dicho sobre la Mistral. Pero el conocimiento sobre ella y su obra es acumulativo y recursivo, nunca progresivo y menos equívocamente aclaratorio. Es la vieja idea de que un texto  no se agota en la multiplicidad de lecturas posibles que ese mismo texto suscita.  Pero es también lo que acontece con Prado, Anguita, Bombal, Caceres, De Rokha y un largo etcétera. Ese etcétera que está ahí, esperándonos para que los leamos en la sensibilidad que configura este nuevo siglo.
Puesto en esa encrucijada de lectura, el paper solo es un instante minúsculo en un oleaje denso, variado y muchas veces bravo. Su pretendida seguridad de formalización es solo retórica anquilosada. Pero su riesgo político es casi nulo.
Desde esa perspectiva como hace años lo indicó Pedro Lastra en un texto bello y evocador, las formas de ejercer la crítica literaria académica deberían desbordar los límites de su propia preceptiva. Habla ahí Lastra de la entrevista, del testimonio, de la nota, de la reseña, de la antología.  Partiendo del ensayo, tal como lo han cultivado en décadas anteriores escritores como los que mencionaba recién, la crítica literaria academica, si bien ha intentado cada vez con decisión salir de los formatos rígidos, sigue, no obstante, presionada por un modo de entender la literatura como un objeto de análisis que no responde a su rica variedad y densidad.
Nos hacen falta más libros como Sobre Ángeles y Madres, como La Memoria, modelo para armar, como Conversaciones con Enrique Lihn o Conversaciones con la poesía Chilena, libros como La palabra quebrada o ensayos como los que en el límite de la vida academica tradicional –pensando entre un público de “lector común”  y otro de “lector especializado” – nos otorgan Guadalupe Santa Cruz, Pablo Oyarzún, Adriana Valdés, Sergio Mansilla, Marcelo Pellegrini, Olga Grau –cuyo libro sobre Luis Oyarzun es de una prosa bellísima- y muchos otros y otras.
Ciertamente un puñado de golondrinas no hace verano.
Pero nos pueden invitar a leer y escribir de otra manera.





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