Seguimos, como si fuese nuestra, la
lucha de la República (…) Para nosotros la guerra de España fue la conjunción
de una España abierta al exterior con el universalismo, encarnado en el
movimiento comunista. Por primera vez la tradición hispánica no era un
obstáculo, sino un camino a la modernidad.
Con
estas palabras recordaba Octavio Paz a fines de los años 80 y en vísperas de
obtener el Premio Nobel no sólo su participación en el drama de la Guerra
Civil, sino también actualizaba entre nosotros en la antesala de nuestra propia
época –la de fin de siglo con sus conatos no resueltos heredados de la
dictaduras militares y la instauración violenta de un paradigma neoliberal que
hasta hoy nos sacude y gobierna- una manera de sentir y entender la emergencia
epocal que significó no tan solo el gesto comprometedor de la intelectualidad
hispanoamericana con la tragedia de España, sino más bien y de modo mucho más vasto
y complejo de aprehender, la asunción explícita de parte de nuestra
sensibilidad en hacerse parte por y en la acción política y artística de una
modernidad que hasta ese instante resultaba esquiva y espasmódica.
Pero
las declaraciones de Paz, como asimismo la de muchos otros poetas
hispanoamericanos acerca de la Guerra Civil no nacen de un momento a otro
producto simplemente de la simpatía específica por un instante político y cultural
que se inicia con la instauración de la Republica en 1931. Me parece que el
asunto es algo más complejo. Por su puesto que en esta intervención no aclararé
ni menos resolveré con prestancia los detalles de este avatar histórico. A lo
sumo me limitaré a establecer algunos puntos que me parecen relevantes.
Debemos
recordar que después de las guerras de independencia –verdaderas guerras
civiles con todo lo que ello significa y dato no menor para tratar de entender
las relaciones tensas entre las jóvenes republicas y España durante el siglo
XIX y parte del siglo XX- nuestras nacientes repúblicas hispanoamericanas de la
mano de sus intelectuales fundadores –Sarmiento, Bello, Rodríguez, Lastarria,
Irisarri y tantos otros- efectúan una profunda y crítica revisión de sus
relaciones políticas, culturales e intelectuales con la antigua metrópoli. El resultado
de aquello con los matices de cada sensibilidad y comprensión histórica,
desemboca en una opinión que pronto se transforma en axioma y hasta en
creencia: que para acceder al discurso de la modernidad con sus aristas de progreso,
alfabetización, laicismo y democracia, hay que superar y hasta rechazar la
herencia española. Estar a la altura de la época, de la modernidad naciente y
pujante es tomar como modelos económicos, políticos y culturales lo que acontece
en Inglaterra, Francia y EEUU. Como dice Sarmiento de modo audaz, hiriente y atrevido:
la Colonia fue nuestra Edad Media, nuestra propia época oscura. Si queremos ser
modernos a este lado del Atlántico, debemos abjurar de España y mirar a otros
horizontes.
A
fines del siglo XIX y principios del siglo XX aquel axioma se resquebraja de
modo violento: en lo político el imperialismo norteamericano hace saber que la
tan deseada modernidad no es un gesto de gratuidad igualitaria, sino una meta
problemática y ambigua con sus simultáneas promesas de progreso y dominación.
En ese sentido podemos entender que la sensibilidad del 98 español y del
modernismo dariano son modos, maneras y formas de reaccionar ante el impulso de
lo histórico desde la peculiaridad de lo idiosincrático y de la imaginación
estética más allá de sus supuestas diferencia y antagonismos. Como extremos que
se dan la mano es posible ver en ellos el largo camino de reconciliación entre
el mundo americano y el español. De aquel modo, dentro de este contexto es que
la instauración de la República en 1931 será saludada por la intelectualidad
hispanoamericana como un eslabón relevante en el trecho a recorrer por nuestros
países para adentrarse en ese recoveco que llamamos modernidad. Por ello, el
estallido de la Guerra Civil posee para muchos poetas hispanoamericanos un
cariz catastrófico más allá de la empatía partidista o cultural: es la posibilidad
cierta que el proyecto de modernidad que a través de la transformación estética
transmitida por esa sensibilidad vanguardista decantada desde inicios de siglo
y con la promesa de transitar de lo estético a lo social y aún lo político
–cambiar la vida, transformar la sociedad- se trunque y fracase.
Sé
que lo que digo es de una descomunal generalidad. Pero si nos detenemos en los
casos específicos de poetas como Cesar Vallejo y Octavio Paz respecto a cómo
este fenómeno socio-histórico afectó, cambió e hizo reflexionar a estos poetas
–y con ellos a muchos otros-, pues tendremos que darnos cuenta que la tan
anhelada necesidad de embarcarnos en el buque de la modernidad logró en la
experiencia de la Guerra Civil, aunar por vez primera la imaginación y la política,
el compromiso social y la aventura estética, pero sobre todo, logró hacer
comprender a los poetas que el eje central en el cual se articula toda
reflexión y se desea toda acción, pasa por un modo de entender y cambiar el
lenguaje.
Cesar
Vallejo vivía en París, autoexiliado, cuando estalla la Guerra Civil:
retornando de un ilusorio y fallido viaje a la URSS –tal como otros
intelectuales de la época- el poeta peruano ha escrito si no toda, al menos la
parte más fundamental de su obra poética con Los Heraldos Negros y Trilce.
No es que tengamos que hacer una interpretación sumaria de su obra, pero es muy
tentador apreciar que hasta ese instante, la poesía de Vallejo había llegado a una
especie de callejón sin salida. Me explico: haciéndose eco de vastas
tradiciones y sensibilidades–la herencia española del siglo de Oro, la
sensibilidad quechua y precolombina en el más amplio sentido del término, la
asimilación genial de los descubrimientos y experiencias vanguardistas más intensas
traídas a circulación en nuestro medio por Huidobro-, la poesía de Vallejo
manejaba un repertorio –la infancia, la memoria familiar, el desencanto
del mundo, la desesperación ante la
imposibilidad de la expresión lingüística, el sufrimiento personal rayano en la
angustia existencial, la tentadora idea de pecado heredado del catolicismo de
su infancia, como también la ambigüedad de la promesa de transformación social
representada por el Frente Popular y su experiencia de viaje a la Unión Soviética- de situaciones , vivencias y recuerdos que se
habían plasmado en una serie de poemas magistrales que son sin lugar a dudas,
ejemplares en la poesía de nuestro idioma. En la poesía de Vallejo es posible
ver a un sujeto escindido y con un
discurso al borde del solipsismo, aquejado por la tensión lacerante entre el
desgarro de la identidad y una impronta moderna que ha desterrado certezas
metafísicas desde donde articular una experiencia totalizante y plena. Pues
bien, es justo ahí donde me parece que la ida de Vallejo a España durante la
Guerra Civil puede ser vista como un acontecimiento crucial. No sólo como el
alegato de un intelectual progresista ante la catástrofe que implica la guerra
como fenómeno en sí mismo, sino como una inesperada y aleccionadora salida al impase
expresivo a que su propio lenguaje le había llevado y que le permite vivenciar
esa experiencia totalizante tan anhelada y más allá de cualquier desgarro. España aparte de mí este cáliz, junto
a los poemas que póstumamente se titularían Poemas
humanos vienen a ser los conjuntos de poemas escritos por Vallejo en este
tiempo. Son poemas que si los miramos con cierta detención asumen, entre otras
cosas, un lenguaje que se presenta a sí mismo con un afán comunicativo, con un
afán de decir de modo directo la inmediatez de una realidad compleja. Pero no
me refiero a una mímesis realista inocua. No, me refiero a una manera de ver el
poema como una síntesis de una experiencia donde el “otro” tiene particular presencia
y aún más, se vuelve como justificativo de toda trama poética. Poemas como Himno a los voluntarios de la república,
Varios días el aire compañeros, Responso a un héroe de la república son
poemas donde advertimos una necesidad de confraternidad, una necesidad de
comprender en y por el lenguaje la tragedia histórica, pero también la belleza
de un sentir comunitario que hace del riesgo, y el peligro una luz aglutinante.
Frente a los imperios de la impersonalidad de las fuerzas amenazantes de la individualidad
representadas por el levantamiento nacional, para Vallejo pareciera ser que un
modo de resistir y de hacer política es a través del conjuro pasional de un lenguaje
que se quiere cercano y reivindicativo de lo más humano que posee todo ser
humano: el compartir con otro la alegría, pero también el dolor. Pienso que la
restitución de una subjetividad que se ha visto a sí misma fragmentada y
precaria, se asume epifánica cuando se percata que fuera de sí se encuentra la resolución:
camaradería, compañerismo, voluntad de levantar el mundo y transformar la
sociedad y aún la propia mortalidad. En ese sentido un poema como Masa, en su sencillez léxica, pero articulado
con un vigor retórico sin igual, aúna esa herencia entre cristianismo y lucha
social, entre individualidad y comunidad y bajo el telón de fondo de la lucha armada
que la necesidad epocal convertía en perentoria. Tal vez un modo de salir del impase
de una modernidad esquiva.
Si
para Vallejo la experiencia de la Guerra Civil es la culminación de su vida
poética, para Octavio Paz es su inicio. Siendo apenas un joven poeta de 23
años, Paz es invitado, mediante las gestiones de Pablo Neruda, al célebre Congreso de Escritores Antifascistas
efectuado en Valencia durante el verano de 1937. El ser un miembro secundario
de la delegación mexicana a tal evento, no impide que Paz se muestre activo:
habla con intelectuales, poetas, gente del pueblo, militares y burócratas,
debate con amigos y conocidos, se entrevista con celebridades y desconocidos
que en un futuro serán amigos fieles (Serrano Plaja, Gil Albert, etc). Viaja al
frente de batalla y se expone a la lucha armada con una ingenuidad que hoy nos
asombraría, se percata en carne propia por vez primera de la heterogeneidad de
las posturas políticas de izquierda y se da cuenta del irreconciliable pasmo que
significa asumir una libertad de cariz anarca con la disciplina partidista que
subyuga bajo su alero la necesidad histórica del momento en llamas. Pero sobre
todo, Paz conoce y convive con poetas de la talla de Cernuda, Aleixandre,
Prados, Bergamín, Alberti, es decir, la Generación del 27 en pleno y aprende de
ellos no tanto o simplemente una manera conductual ante el hecho catastrófico
del desastre de la guerra, sino más bien, un modo de temperar su lenguaje desde
un juvenil y retórico entusiasmo inicial, hacia la sabiduría de entender que todo
poema siempre es un después de la experiencia y que se constituye como otra experiencia. Sí, el romántico y
joven poeta soñador de tendencias anarquistas, pero que poéticamente bien puede
estar situado en la retórica de una poesía previa al modernismo –el estentóreo
decir del romanticismo español y francés- y que hace de su poema político No pasarán, su primer ensayo de grandilocuencia
entusiasta, se encuentra azorado ante lo que le toca presenciar no solo en la
violencia callejera o del campo de
batalla, sino ante esa síntesis magistral que poetas coetáneos a él como
Cernuda y Aleixandre por ejemplo han sabido decantar de Valery y Breton respectivamente,
es decir, lo mejor de la herencia simbolista y vanguardista de la modernidad poética
francesa. Pero no creo que se trate sólo de influencias en un joven perspicaz
cuyo aprendizaje y asimilación de referentes y fuentes varias es asombrosa. No,
se trata de otra cosa: de encontrar un tono que sea total, que abarque la
experiencia plena de una subjetividad que se niega verse a sí misma como
escindida y menos como fracasada. En esto el ejemplo del surrealismo es para
Paz, fundamental. Es cierto que aún no conoce en persona a Breton y que una
década después estando en Paris abrevará en las aguas del movimiento surrealista.
Pero en el periodo de la Guerra Civil, vía los poetas españoles mencionados,
vía Neruda, vía Huidobro, Paz presiente la necesidad que el poema sea una
experiencia abarcadora y donde la guerra y sus consecuencia de destrucción,
otorguen como resultado, no solo un gris compromiso político bajo el amparo de
una sensibilidad partidista de izquierda, sino más bien, que el poema sea la puerta
de entrada para con una vivencia más vasta
y plena del ser humano. Solo así nos explicamos que en los poemas que Paz
escribe al regresar de su viaje a España a fines de 1937 e inicios de 1938, el
tema erótico se encuentre entrelazado con el tema político. Pienso sobre todo
en los poemas de Bajo tu clara sombra
que reúne en un pequeño volumen una serie de textos que se aventuran en este
camino y que, me parece anuncian la obra mayor que será síntesis años después de
tan intensa vivencia, el poema Piedra de
sol. Éste que viene a ser un texto de largo aliento donde el recuerdo de la
experiencia de la guerra civil ha decantado en una vasta reflexión acerca del
transcurrir del tiempo y el modo en que el cuerpo y la acción poseen la llave
para conjurar toda escisión. Ese poema que data de 1957, es decir, 20 años
después de los acontecimientos que relata en una apretada simbología y recapitulación,
viene a ser a mi juicio uno de los mejores testimonios que una madurez poética
le rinde como tributo a la experiencia juvenil que la ha alimentado. Así en Paz
no hay superación ni olvido, más bien aprendizaje y reiteración que hace de
cada vivencia una recursividad al servicio del lenguaje que se vuelve
exploratorio de sus límites expresivos.
Con
Paz y con Vallejo, la encrucijada de la Guerra Civil implica vérselas con esa
cuota de modernidad para salir del laberinto de las imposibilidades epocales,
es decir, como puerta de salida para tener la autenticidad y la inmediatez de
una experiencia que fuera decisiva y no un trauma que nos encerrase en un
maltrecho solipsismo. En estos poetas, como en muchos otros, la Guerra Civil
Española se volvió la posibilidad de vislumbrar una existencia más plena, más
comprometida, más auténtica donde al parecer por primera y hasta ahora última
vez, poesía y vida pudieron darse la mano para dejar en suspenso sus inevitables
contradicciones.