lunes, 19 de marzo de 2012

Ejercicios de filiación. Poesía (1998-2008) de Armando Roa Vial.

   Texto publicado en revista Aisthesis  no.50 Santiago dic. 2011

Contra todo pronóstico agorero, tal vez se viene haciendo necesario el instante en que se establezca un real balance crítico de la producción literaria de los denominados “poetas de los 90”. A la espera de ese ejercicio superior, pertinente dada la coyuntura histórica para esclarecer logros de “obra” en una escena cada vez más enrarecida, es dable apuntar o dejar rastro de aquellos eslabones de primera necesidad en que se transforman ciertas publicaciones individuales y recopilatorias de los últimos años. Entre las primeras, valga mencionar Letrero de Albergue (2006 y 2007) de Javier Bello; Multicancha (2005) y Ruda (2010) de Germán Carrasco; Luz Rabiosa (2007) de Rafael Rubio; Alto Volta (2007) de Yanko González; El cementerio más hermoso de Chile (2008) de Christian Formoso; Chaquetas amarillas (2009) de Andrés Anwandter; Material mente diario (2009) de Alejandra del Río; entre las segundas El Universo Menos el Sol: 2000-2007 (2009) de Sergio Madrid; Bitácora del emboscado (2005) de Francisco Véjar; La fuga: poemas 1992-2007 (2007) de Marcelo Pellegrini.
De aquella forma es en este rico, variable y denso contexto de obras y poéticas en donde hay que inscribir la reciente publicación de Ejercicios de filiación. Poesía 1998-2008 de Armando Roa Vial, publicación que viene a dar cuenta, tal como indica su título, de la poesía escrita por uno de los poetas más relevantes de la literatura chilena contemporánea, en un lapsus de poco más de una década.
El volumen de formato amplio y generoso de un calibre no menor -casi 350 páginas-, incluye los hasta ahora seis libros de poemas publicados –El Apocalipsis de las palabras/La dicha de enmudecer (1998); Zarabanda de la muerte oscura (2000); Estancias en homenaje a Gregorio Samsa (2001); Fundación mítica del Reino de Chile (2002); Hotel Celine (2003) y Los hipocondríacos no se mueren de miedo (2005)- agregando un séptimo libro inédito Ejercicios de filiación (2008-2009) y que le da el título a todo el conjunto. Tal como esclarece una breve Nota Preliminar al inicio del volumen, éste reúne la obra poética completa de Roa Vial, publicada e inédita, indicando que la mayoría de los poemas de su primer libro El hombre de papel (1994) se hallan distribuidos en los libros posteriores en “versiones definitivas”.
Tenemos ante nosotros entonces, un volumen de amplio vuelo que nos permite leer, hasta ahora, la totalidad de la poesía escrita por Roa Vial con una mirada panorámica, mirada que facilita tanto la comprensión puntual de la serie de textos que articulan el vasto entramado de este libro como, a su vez, el eventual desenvolvimiento de las principales claves u obsesiones que van concatenando esta escritura en un bajo ostinato de intensa lucidez y desprendimiento verbal y humano. En esta oportunidad no abordaremos la temeraria tarea de abarcar o cercar esas claves u obsesiones, más bien otorgaremos unos cuantos lineamientos que consideramos indispensables para apreciarla.
Sin duda, uno de los temas recurrentes y primordiales desde donde, con matices y diferenciaciones, puede organizarse la trama de Ejercicios de filiación es el que hace referencia a la extrema autorreflexividad que efectúa la escritura sobre sí misma. Pero esto no como gesto gratuito basado en un esteticismo de raigambre postmoderna que ve en ello un acto lúdico o de juego desaprensivo con su correlato de deriva intertextual. En absoluto: en Roa Vial la autorreflexividad de la escritura se halla dada ya sea con una densidad dramática –sobre todo en los tres primeros libros- ya con un perspicaz humor negro –fundamentalmente en el sexto libro: Los hipocondríacos no se mueren de miedo- ya como la articulación de una poética que haciendo del desasosiego frente al lenguaje su propio límite, se plantea como un ejercicio siempre alusivo, lleno de ecos y citas, apostando por la reescritura, como si el palimpsesto pudiera conjurar a ese mismo límite –tal como sucede en el conjunto final de poemas que le da título al volumen-. En general, lo que puede observarse de modo transversal en Ejercicios de filiación es un cuestionamiento “agónico” –en el sentido unamuniano del término- que dibuja, plasma más bien, un intenso discurso perentorio que ve en la imposibilidad del lenguaje para mentar la totalidad de la experiencia, una catástrofe de hondura existencial, una rotura de la comprensibilidad humana respecto de la aprehensión de lo real. En un tono atravesado por el desasosiego, como queriendo interrogar a las palabras por un significado “concreto” y “fidedigno” que no se difumine en su mero enunciado, es que para esta poesía pareciera que las palabras se hallan signadas con la precaria y abismante conciencia de su propia finitud, descubriendo en esto la paradójica y no menos intensa experiencia del vacío y el silencio.
Es así que esta poesía pregunta una y otra vez sobre la posibilidad de dar cuenta de los rincones últimos de toda situación límite al interior mismo del lenguaje, constatando lo fútil de tal intento. Por ello, quizás, el correlato más expresivo que es posible hallar en la trama de Ejercicios de filiación –y que se vuelve central en Zarabanda de la muerte oscura, por ejemplo- es el de la música. Curiosa conjunción: porque la disposición retórica del lenguaje poético de Roa Vial no es precisamente eufónica: no hallamos para nada un despliegue verbal inusitado, menos preciosismos léxicos que nos seduzcan en su brillantez sensual. Más bien es hallable un ritmo vigoroso, sin aspavientos, a veces moroso y áspero, pero que avanza a paso firme, dejando entrever una tensión a ratos incómoda, a ratos plagada de interrogantes. No, no es “música verbal” el sustento de la poesía de Roa Vial, sino lo que podríamos denominar como “música conceptual”: claramente el tono perentorio que se aprecia en sus disquisiciones autorreflexivas, radican en un universo lingüístico que no se presta necesariamente a evocaciones de inmediatez sentimental. Estamos en presencia de un despliegue de intensidades conceptuales donde nociones como silencio, ausencia, muerte o angustia, trazan un mapa que va develando un imaginario que no cede a las respuestas trascendentes que la metafísica tradicional otorga como consuelo ante la precariedad de la autoconciencia de la finitud. En contrapartida, hallamos una especie de trascendentalismo inmanente que, tras de sí, encierra a nuestra manera de ver, una ética insoslayable para dar cuenta del hecho poético. Esa ética pareciera decirnos que el poema, más que una tabla de salvación para nuestra existencia volátil y carente de arraigo, es el paradigma de la disolución fantasmagórica del sentido y que, como humanos, debemos aprender a convivir con tamaña falta de fundamento ontológico.
Todo esto es lo que quizás se halla tras el denso ropaje culterano que articula esta poesía: citas, pastiches, reescritura de textos diversos, alusiones remotas, guiños eruditos, palimpsestos varios, inclusión de partituras o reproducciones pictóricas, en definitiva, una intertextualidad dinámica que abarca desde el mundo de la experiencia lectora en un mosaico impresionante de referentes hasta la experiencia inquietante y significativa de la traducción, no sólo de un idioma a otro, sino desde los complejos psíquicos y artísticos que significa convertir en parte de la escritura del poema la audición de ciertas piezas musicales –no, ciertamente, las más fáciles o recurrentes-. Sólo esta “superficie” de cariz culterano, sería justificación para dar cuenta del título de este volumen, pero la pregunta fundamental sigue en pie: ¿qué hay en los ejercicios de establecer filiaciones con tan ricas y variadas tradiciones y referentes, más allá del fácil reproche de “esteticismo culto” que puede hacérsele a esta poesía? Pues algo a nuestro juicio, evidente, pero no esclarecido con la premura requerida en las disquisiciones críticas al uso: la crisis del sujeto de la experiencia en un contexto postdictatorial y, por ende, la crisis del poema como soporte de tal experiencia. Por eso, la poesía de Roa Vial, en un “ejercicio de filiación”, debe ser comprendida como parte del discurso poético chileno contemporáneo que hace de la disolución del poema como “objeto” inmanente y de su corolario explícito cual es el ocultamiento o desaparición del sujeto del enunciado uno de sus rasgos más significativos y relevantes.
Un trabajo de la envergadura como es Ejercicio de filiación, plantea un desafío de recepción, porque su densa urdimbre no sólo de su trama intertextual que lo vuelve a ratos un laberinto de referencias, se vuelca hacia la permanente interrogante acerca del sentido y su pertinencia para con la propia autocomprensión de nuestra desfiguración o desgarro como sujetos zaheridos por la historicidad. El rechazo inclaudicable de esta poesía a renunciar a estos cuestionamientos fundamentales es la marca, el sello peculiar de Roa Vial, una voz poética necesaria que nos recuerda lo que a veces querríamos olvidar.


viernes, 9 de marzo de 2012

Elegía para Clarence Finlayson

                          Qui me fait peur le silence des espaces infinis
                                                                               Blas Pascal

Del mismo modo en que la luz se precipita
desde más allá de nuestra comprensión
y desde donde el orden de Dios establece estructuras y ordenanzas
en que el dolor es proporcional a la perfección del ser,
es que la extrañeza de tu muerte traduce
a un lenguaje articulado el absurdo necesario de todo misterio.

Extrañeza, sin duda, de sentirse extraño
en las formas de la ilusión y su vaguedad significante,
en el hábito de decir o pensar con palabras
apenas restablecidas de su primer pecado y que se vuelven inútiles
en esos espacios infinitos donde nuestra voz deja de pertenecernos.

En verdad, en nosotros el acto de toda disposición
se cumple como la promesa de una inevitable lejanía;
en nosotros la simpleza que rehúye argumentos y especulaciones
se cumple como la prístina fidelidad de un adolescente.
Pero no es en nosotros que acontezca el desprendimiento de las cosas
y sus nombres, haciendo del graznido del bosque, de la noche de marzo
y de los secos sonidos de la madera crujiente, la más secreta entrega
que estampa su asombro ante sí misma y ante nadie.

En verdad, sabías que ningún ser piensa la muerte
como la mirada que otorga la esperanza: apenas ese frágil equilibrio
que brinda el azul matutino que se adentra en el fragor de los vidrios,
en el rito del cuerpo amante o en los delicados intersticios
que deja libre cualquier derrumbe.

Pero esa extrañeza de sentirse extraño entre las formas
-aquellas que amaste como sutil música celeste,
siendo paráfrasis humana de una perfección insostenible-
posee un nombre que implicó tu suprema desazón:
ese único nombre que buscaste, que soñaste en el fracaso del pensar,
que deletreaste entre gotas de placer,
que saboreaste en el jugo sexual de las adormideras,
que intuiste en la escritura de adustos evangelios;
ese nombre que deseaste en la embriaguez soberana
de la soledad más abandonada y que, tal vez, era la creatura 
de ti mismo en esas horas de angustia transparente.

Y del mismo modo en que el consuelo es una yaga más dolorosa aún
que el error de anhelar el conocimiento, es que siempre faltaron gestos, palabras,
siempre faltaron esas designaciones pretenciosas del sentido
cuando otro Edén seducía tu imaginación
cuando, en verdad, Clarence, el suicidio era la Rosa perfecta del Jardín.





lunes, 5 de marzo de 2012

Sobre la novela


Nunca fui, ni he sido, un lector asiduo de novelas. Desde mi época escolar, hasta llegar a la época universitaria y la hora actual, salvo contadas excepciones, muy de mi gusto, o por las necesidades inexorables que el medio educativo imponía y sigue imponiendo –después de todo, me gano la vida haciendo clases-, mis expectativas de lector siempre se han dirigido, primero hacia la poesía y luego hacia ese tipo de prosa llamado ensayo. Incluso, durante mucho tiempo, (mal) influenciado por esas lecturas juveniles de los poetas simbolistas franceses, intentaba huir como de la peste de todo aquello que se asomase a la posibilidad misma de ser, llamarse o pretender vivir dentro de la circunscripción autodenominada como “novela”. Entre leer, por caso, Cien años de soledad o Altazor, mis predilecciones iban siempre por la fantástica construcción verbal de Huidobro que por los devaneos imaginativos de García Márquez. O entre leer, por caso Ulises o El arco y la lira, las especulaciones de Octavio Paz siempre me atraían con esa prosa envolvente, entre taxativa y meditabunda, entre la certeza de la opinión bien dada y segura de sí y la incertidumbre de sus convicciones puesta a prueba por su propia enunciación.
Ahora que menciono todo esto, me parece una tremenda ironía el que tenga como propósito durante este año 2012, ir subiendo al blog las impresiones, los apuntes y las observaciones que me han causado un puñado de novelas después de varios años de lecturas. Pero no se piense que esas impresiones, apuntes y observaciones constituyen un atisbo de crítica literaria o que dan cuenta de un repertorio amplio y “representativo” de un supuesto “lector avezado”. En absoluto, pues en primer término, porque tal como se practica, hoy por hoy, la crítica literaria en nuestro país, en la mayoría de sus manifestaciones, tanto en medios académicos como periodísticos, me parece, por lo suave, una broma de mal gusto en una fiesta de desequilibrados que se prolonga sin atisbo de terminar nunca y, en segundo término, porque mi repertorio de novelas leídas es escaso y muy puntual. Jamás me compararía a ese tipo de lector al modo de mis amigos Álvaro Bisama, Lorena Amaro o Gerardo Balverde que, Dios mío, manejan un abanico de lecturas en torno a autores, obras y tendencias, realmente impresionantes y ante los cuales, yo, simplemente, palidezco como un mero aprendiz. Por ello sería equivocado atribuirme opiniones “representativas” acerca de, digamos, novelistas actuales, tanto chilenos como hispanoamericanos, hasta europeos y norteamericanos. Nunca he deseado escribir acerca de lo que desconozco, sino más bien siempre he pretendido escribir acerca de lo que me atrae y conozco y, en ese sentido, si mis lecturas son muy específicas, excéntricas o evidentes, pues la idea no es hacer una “historia o reseña de la novela actual” vía blog. Para nada: se trata de algo tan simple como de ir apuntalando mis impresiones en torno a ese puñado de novelas que me han marcado en la constitución imaginativa de mi propia escritura, como en la idea que me he ido haciendo acerca de lo que creo debe ser o no una especie de texto tan traído y llevado como es, justamente, la novela. Pues en esto, pienso que no hay dogma, sino simples lineamientos para intentar entrever un “algo” -¿el sentido, la paradoja, la realidad?- que nos avasalla, nos hiere o nos deja meditativos.
Librados, además, de todo prejuicio “vanguardista”, “apocalíptico” o “postmoderno” que ha delirado ya tantas veces con el fin del arte, el fin de la modernidad, el fin de la novela, el fin de las formas y el fin de los relatos…pues no queda sino la sonrisa irónica o el silencio de la vergüenza ajena. Por carácter y formación, prefiero lo segundo y, en ese sentido, lo que uno pudiese decir o escribir es un grano de sal que, de todos modos, no niega el placer de rebuscar en los pasillos laberínticos de las obras que son de su fruición, esa llamémosla así, “iluminación” que hace tambalear por un instante la seguridad de nuestras intuiciones o certezas. Como diría el viejo Bloom: esas lecturas nos enrostran la experiencia de la extrañeza radical. Y si es que va quedando algo de experiencia, algo que aún pueda ser vivenciado como experiencia, pues pienso que la lectura es una de esas cosas y, sobre todo, si es de alguna de aquellas novelas sobre las cuales pretendo garabatear unas cuantas palabras durante este año. 
Como manifestaba líneas más arriba, mi repertorio es limitado, aún más, muy específico y circunscrito a experiencias varias que tienen que ver con la psicología profunda que cada uno de nosotros posee en su interioridad, así, ¿por qué tal o cual novela y no otra?, ¿qué criterios avalan la elección misma de todo este material? Adelanto que no hay respuesta satisfactoria para esas interrogantes, a menos que elevemos el placer a categoría analítica y suspendamos el juicio. Simplemente es lo que me ha tocado leer, lo que me ha asombrado, conmovido, enajenado o que también me ha hecho sonreír y mirar melancólicamente nuestra incapacidad de conocer y el heroísmo cruel que hay detrás de eso.
Un repertorio muy circunscrito: manera de relativa elegancia para referirse a obras que marcan obsesiones y tendencias. De aquel modo no puedo dejar de pensar que buena parte de las novelas que son mi obsesión, representan una instancia imaginativa de difícil aprehensión. Por un lado son testimonio de ese mundo llamado alguna vez Mitteleuropa y que hace tema de su escritura el ascenso y la caída de una sensibilidad arraigada en la vieja tradición del Sacro Imperio Romano Germánico –algo mucho más amplio y vasto que Alemania o Austria- y que fue, ciertamente, una especie de laboratorio espiritual de todos los logros y también desastres de la cultura occidental en el transcurso del siglo XX: ahí se dan cita la erudición y la vulgaridad, la sofisticación y la barbarie, el más sutil espíritu científico y el más pasional fanatismo, la enfermedad de la razón y el peligro iluso de su recuperación, la nostalgia más decadente con el desprecio más vigoroso a  lo que se llamara  futuro, el desdén aristocrático por la vida y el anhelo irracional por vivirlo todo. Por otro lado, idea que me fascina y que hallo capital a la hora de las elecciones afectivas, el bajo ostinato de toda esa amalgama de cosas, es el espíritu de la música que flota invisible o manifiesto entre las mejores páginas de todas esas novelas, otorgando un marco de referencia ineludible a toda una sensibilidad epocal de la que, sin duda, aún hay entre nosotros, manifestaciones y guiños, por más ocultos que estos estén.

Estas novelas y sus autores respectivos, dibujan un espacio imaginativo repleto de claroscuros, llenos de tics de abolengo cosmopolita en el más amplio sentido del término, intentando aglutinar una herencia cristiana, judía e ilustrada. Un espacio imaginativo moroso y donde no es posible, más bien, imposible, la lectura unilateral, donde la moralidad es puesta a prueba con esa curiosidad que posee no sólo el espíritu científico, tan propio de la modernidad centroeuropea desde fines del siglo XVIII, sino también la aguda mirada de sospecha que dentro de sí lleva la pasión por el arte y la belleza. Aquella pasión, a veces música, otras ensueño, otras intensidad vital, es la que marca la diferencia entre una y otra novela a mi modesto parecer. Pero sería un error buscar en ellas esas leyes causales que nos explican en una sociología barata motivaciones de una densidad psicológica y existencial que son difíciles de aprehender. Lo irónico es que para eso, estas novelas son la mejor forma de aprehensión posible de una sensibilidad multiforme y que marcan con sus diversas experiencias los límites de la comprensión.  
A fines del siglo XX y principios del siglo XXI, novelistas como Thomas Bernhard y Milan Kundera, ensayistas como Claudio Magris y cineastas como István Szabó, entre otros, han mantenido vivo en sus respectivas obras ese espíritu que mal he dado en describir.
Y bien, los autores y novelas sobre las cuales iré paulatinamente subiendo esos apuntes y notas son Elías Canetti y su novela Auto de fe; Hermann Broch y La muerte de Virgilio; Robert Musil y El hombre sin atributos; Franz Kafka y El proceso; Joseph Roth y La marcha Radetzky; Hermann Hesse y El juego de los abalorios; Thomas Mann y Doktor Faustus y Robert Walser y Los hermanos Tanner, sin olvidar, por supuesto, la prosa de Bruno Schulz.
Trataremos de ser fieles a esto: quizás agregue otra novela u otros autores o quizás hasta haga alguna variación sobre este tema, escribiendo, a lo mejor, sobre esas novelas raras o excéntricas que sólo los poetas nos pueden brindar: Rilke y Los cuadernos de Malte Lauridds Brigge, Pasternak y Doctor Zhivago, por ejemplo. En fin, el asunto está trazado y veremos cómo va pasando.