jueves, 30 de diciembre de 2010

Balance y perspectiva

Pronto concluirá 2010. Un año extraño, lleno de sorpresas que no respondió a las expectativas de un sereno y autocomplaciente Bicentenario que tal vez muchas personas en este país habían pensado. Un año de desastres –terremoto, saqueos, despropósitos políticos, mineros atrapados y convertidos en farándula, accidentes atroces, cesantía y un suma y sigue- que a veces a uno lo deja perplejo y casi sin tiempo de reaccionar.
Y si bien es cierto que cuando me propuse la idea de sacar adelante el blog bajo la gentil ayuda de mi hijo Gonzalo, no tenía la intención de “personalizar” mis entradas, remitiéndome a cosas ya escritas, en esta oportunidad, vulnerando esa premisa por única vez, me hallo escribiendo estas observaciones muy personales a manera de un balance.
Lo primero que me llama la atención es la cantidad de visitas que ha tenido el blog en apenas 6 semanas: eso me regocija como un cabro chico, pues no pensé nunca algo así. Por lo mismo agradezco a los lectores y visitantes que han tenido la generosidad de pasar por acá y han leído mis textos. Agradecer también por algunos correos y comentarios verbales que me han sido gratos y favorables. Eso me motiva a perfeccionar algunos detalles de diseño del blog, como asimismo los textos mismos para intentar que sean más legibles. Por otro lado, algo ya comenzado con lo que he ido subiendo de la antología El mapa no es el territorio, me parece pertinente subir de tarde en cuando, no sólo mis cosas, sino también poemas y textos de otras personas. Hay sin duda una serie de trabajos de gente muy interesante, sobre todo joven, que uno ha ido conociendo en el Taller de Poesía de La Sebastiana que creo se merece difusión. Y si este blog puede cooperar en eso, pues no veo motivo para no hacerlo. Pero en general, el balance que hago de 2010, es moroso, aunque, en lo fundamental, positivo. Lamento no haber publicado mi libro de ensayos, pero no se pudo, veré si en 2011 aquello se concretiza. Tampoco pude publicar mi poema Voz de ceniza, pero confío también que 2011 me será propicio para eso. Sin duda que este año que se va, fue el año de mi libro sobre la poesía de Eduardo Anguita y si bien su factura fue un tanto académica y su difusión ha sido lenta como suele ser con este tipo de libro, me da la satisfacción que ha sido leído por un puñado de amigos y amigas. Gracias a la gestión de Pablo Aravena con Ediciones Escaparte de Concepción, como asimismo las generosas líneas que sobre él han escrito Jorge Polanco, Diego Alfaro y Sergio Rojas, me parece que puedo darme por pagado. Asimismo algunas observaciones de lectores vía mail o verbalmente, me hicieron pensar que tal vez mi escritura es más llevadera de lo que yo mismo pienso a veces. Y eso no es menor a la hora de establecer un balance crítico respecto al modo escritural al que creo debiese ceñirse todo ejercicio de crítica literaria. Sostengo con Steiner que ésta en el fondo es una deuda de amor hacia lo que nos fascina sobremanera, cuestionándonos o asombrándonos y en donde el valor intelectivo de todo, sólo juega una parte del total y no es la totalidad misma. Si algo he aprendido o ganado con la publicación de este libro, ha sido más allá de alimentar mi culpable vanidad, una especie de “temple” referido a las expectativas que uno mismo se propone ante su propia escritura. Y si bien, ello implicaría no ser autoindulgente, tampoco se trata de negar lo hecho con una actitud iconoclasta. Lo veo más bien como un jalón en ese camino de aprendizaje crítico del que soy siempre temeroso, quizás hasta timorato. A diferencia del don que pueden poseer al respecto amigos como Marcelo Pellegrini o Cristian Gómez o Diego Alfaro y Guido Arroyo entre los comentaristas y críticos más jóvenes, yo sigo considerándome un simple lector que apunta sus impresiones, por más que esos “apuntes” encarnen en cerca de 200 páginas y parezcan más un libro que una hoja suelta atiborrada de notas. Y en calidad de lector es que espero ansioso la oportunidad de poder publicar en formato de libro mis ensayos. No obstante hacer un adelanto en este blog con algunas cosas que insinúan la factura de aquel libro, éste será pleno con su propia forma. Bueno, no deseo extenderme más de la cuenta. A partir del lunes seguiré subiendo más cosas y espero seguir captando la confianza de los lectores invisibles que circundan este espacio.

jueves, 23 de diciembre de 2010

Fragmentos para una poética o notas sobre poesía

Ya sea para solicitud de un trabajo de Taller o para un preámbulo a una lectura o por compromiso para alguna publicación de carácter antológico o, lisa y llanamente, por mero gusto de intentar una articulación medianamente razonada acerca de lo que uno hace, la escritura de una poética no es algo ajeno a cualquier poeta contemporáneo. Menos para dictar alguna norma o dar un camino a seguir de un proceso, el asunto es que un tipo de escritura semejante adquiere tonos o prismas  variados, diversos e inesperados. A veces un poema puede ser un verdadero manifiesto de intenciones programáticas, en otras ocasiones, algún fragmento entresacado de una entrevista puede iluminar sobre el sentido o razón de lo poético mucho más que cualquier tratado o ensayo al uso, otras, algún apunte escrito en una afiebrada madrugada con los ojos arrobados de angustia o necesidad esclarece una obra, una vida, un instante o incluso una época. Del modo que sea, pienso a modo muy personal, que tal vez la única forma de justificar algún tipo de reflexión sobre el asunto poético, puede darse fragmentariamente, ya como apunte, aforismo o un puñado de líneas escritas más o menos amparadas por el azar y el cálculo. Siendo eso así, deseo subir acá un puñado de fragmentos que he ido agrupando sin una voluntad formal explícita y que, a través de los años, los veo como lo que he querido decir acerca de lo que para mí representa lo poético. Por supuesto que hay un abismo entre experiencia y decir y lo que aquí manifieste en este puñado de palabras, adquiere tal vez más valor como testimonio que como un eventual programa de algo. Después de todo, ¿a quién le importaría  eso?


                                                    APUNTES 

En materia de poesía, mi vicio es amar tan sólo (si no soportar) lo que me da el sentimiento de la perfección. Como tantos otros vicios, éste se agrava con la edad. Aquello que creo poder cambiar con poco esfuerzo en una obra, es el enemigo de mi placer, es decir, enemigo de la obra. Es inútil deslumbrarme o sorprenderme en algunos puntos, si el resto no los encadena y me deja en libertad de abolirlo; me siento fastidiado y más fastidiado cuanto mayor era el precio de esas felicidades dispersas. Me irrita que las bellezas sean accidentes y encontrar delante de mí lo contrario de una obra.
                                                                                                                 Paul Valery

                                                       I
  •       Toda reflexión sobre el proceso escritural será siempre parcial, nunca un a priori; quien está sumido en él,   sabe que su opinión es la menos acertada porque no es una lectura.
  •       El efecto de aquella parcialidad en el poema, revierte la visión de universo que éste posee en un  prisma de múltiple factura. El ejercicio es entonces fragmentario.
  •       Volver sobre eso es volver sobre el mismo poema una y otra vez: salir de viaje sin salir.
  •       Esto verifica a la poesía como poesía en el poema. El texto crea al mundo. Rara vez este último incide como propósito. A lo sumo como espacio profano que verifica un relieve inconcluso.
  •      Por ello poesía y poema son in/útiles. De eso deriva que el ejercicio poético sea disidente. Sólo el hecho de escribir un poema es un acto revolucionario.
  •     Un paréntesis, una ensoñación, quizás un anhelo: el excedente despojado de toda lectura es tal vez  Poesía (o Poema como quería Mallarmé)
  •      Por ello todo poema es una poética de sí mismo.
  •      El poema es en virtud del Poema.
  •      Poema que muestra un rostro amoroso: eros en expansión y convergencia.
  •      Eros es enfrentamiento, choque de contrarios; sus chispas, el plus que siempre escapa a la forma. El placer es sagrado.
  •      ¿Escapar a la forma? No, más bien un exceso consolidado por ella La forma es libertad absoluta o lo que es lo mismo, tiranía del cansancio.
                                                                                      
                                                       II                             
¿Cómo se lee? Un poema se vuelve interesante sólo cuando volvemos la mirada sobre él una y otra vez. No hay poemas que por sí mismos despierten el interés. Éste se crea en un proceso de larga observación como ejercicio llamado a descubrir detalles. Esperar algo de lo que leemos es sólo la fantasía de un rostro desconocido que adquiere rasgos. Los rostros (¿los poemas?) poseen la indulgencia de no saber nada. Van y vienen como el roce del viento en el agua estancada.

                                                      III
Pienso una teoría de la lectura amplia, flexible, dedicada sólo a las excepciones, con soltura suficiente para ver en el poema el doble del mundo, ampliando la percepción imaginativa y relacional de nuestro yo, otorgando una pizca de lucidez para enfrentar nuestras angustias personales, convirtiendo en tolerancia la desesperación, haciendo de la “crítica de la vida” el santo y seña de su triunfo y fracaso. Pienso una teoría de la lectura que sea en sí misma una teoría del poema, viendo a éste, como señalaba Paz, como un objeto suprahistórico herido de historia, actualizado en el ejercicio del encuentro. Una teoría de la lectura que simultáneamente sea una teoría del poema como a su vez una teoría de la traducción: al leer, me interpreto; me traduzco en imagen y ritmo, en palabra y balbuceo, en silencio y grito. Una teoría de la lectura que asimismo sea una teoría de la identidad donde habite la presencia

                                                     IV
La experiencia del tiempo asumida como autocomprensión es el poema que nombra un aquí y ahora que revierte el pasado y el futuro, arrancándolos de la linealidad sucesiva en que se fundan. Esa experiencia permite la equiparación comprensiva del tiempo. Frente a la violencia de este último en el sentido de historia, la poesía (el poema) no instaura una linealidad discursiva entendida como continuum (progreso, avance, superación), sino más bien como una contraimagen, es decir como una epifanía. La relación entre la violencia y lo sagrado se muestra de suyo en la poesía, algo que la historia ha olvidado y relegado al limbo.
Hay que recordar que la violencia de la historia es su propio para sí, la asunción salvaje del tiempo que avasalla (tiempo del triunfo y la victoria; tiempo de la humillación y del olvido). La poesía (el poema), revierte aquella esencia articulándose como autocomprensión de la violencia en tanto quiebre del continuum. Aquel quiebre es sagrado.

                                                       V
La escritura se convierte en absoluto cuando no se acepta comprender la contradicción que significa lo metafísico. La escritura como lo inmanente, lo material, lo histórico, ¿qué puede deberle a la instancia invisible que solicita para sí el valor de creencia? La escritura no cree, la escritura posee la certeza de sí misma aún en los extravíos y dispersiones más diversos. El problema de la escritura como absoluto es su descreimiento, su odio a considerarse efímera y perecible, circunscrita a su propia naturaleza.

    VI
Si la forma es la reconciliación del sufrimiento con la vida, aquello puede ser sólo en cuanto forma bella. Y si ésta debe arrancar desde el estímulo de nuestras sensaciones hasta llegar al límite de tolerar lo sublime, entonces la música es la forma suprema, es decir, la síntesis más aceptable de configurar el sufrimiento como objetividad.
El mayor sufrimiento es la muerte del ser humano.
La mayor forma musical es entonces La Pasión Según San Mateo de J.S. Bach, donde la muerte de Cristo es el límite de la forma bella en camino hacia lo sublime, entendiendo esto último como necesidad metafísica que desborda cualquier comprensión, en otras palabras, como abismante conciencia de la muerte de Dios en la cruz.

                                         VII
Para los viejos moralistas (Séneca, Montaigne, Schopenhauer) la filosofía “sirve” para un “buen morir”: aceptación de la finitud y serenidad ante la abismante desesperación de ignorar lo que acontece después de la muerte.
La poesía, para los viejos poetas, pareciera ser que sirve para un “buen vivir”. Tal vez para transformar ese vivir. O como recordaba la amiga de Rilke, la princesa Marie Thurn und Taxis von Hohenlohe: para traer a un presente a punto de perecer, el sabor, el olor y el tacto de unas uvas perdidas en la inmensidad de la infancia.


                                         VIII
Ni llamados a lo extraordinario, ni a la fascinación, sólo oyentes de esa puerta abierta que se vuelve siempre difícil de abrir y que llamamos poema. Ejercicio de soledad, es también y misteriosamente, sólo posibilidad de ser en cuanto se transmuta en otro. Transubstanciación. El poema no lo es si no se lee.

                                          IX
La relación con el lenguaje no puede ser la de un escéptico que suspende todo juicio para adquirir una altura de miras. Para nada: el encuentro con el lenguaje siempre es problemático, desesperado y sorpresivo, lleno de tensiones, en una palabra, es un encuentro agónico tal como Unamuno quería que entendiésemos su relación con el cristianismo.

                                           X
Las palabras son el límite de la experiencia, de mi experiencia. ¿Es el poema entonces una ruptura o un mero gesto tautológico?


                                             Villa Alemana-Valparaíso  2000-2005






sábado, 18 de diciembre de 2010

Ennio Moltedo, Antítesis, recuerdos: poemas

En algún momento del verano de 2006, junto con el poeta Gonzalo Gálvez, nuestro amigo David Letelier y el diseñador Jaime Elgueta, decidimos dar vida a un proyecto del que no sabíamos su destino ulterior: Antítesis. La idea era sacar una revista que tuviese como tema central la poesía: su comentario, su creación, su discusión, su traducción, etc. En Valparaíso no han sido pocas las iniciativas como ésa, pero que superen el 2° número...eso ya es tema para un relato épico. El asunto es que Antítesis sobrevivió hasta 2009 en 5 números y en la edición de 6 pequeños libros - Cuadernos de poesía- amén de auspiciar lecturas -como las de Oscar Hahn, Waldo Rojas, Ennio Moltedo y otros- , presentaciones de libros y actividades análogas. Pasado el tiempo, no niego las ganas de volver a trabajar o reflotar aquel proyecto que intentó ser convergente: desde Valparaíso hacia el mundo y no al revés. Quizás intentábamos buscar un arraigo más imaginario para nuestras obsesiones que dar cuenta de la gris realidad cotidiana de un puerto a mal traer, ícono para turistas y santiaguinos afanosos de experiencias exóticas. Soy de los que creen que la calidad del material recogido (entrevistas, reseñas, artículos, poemas inéditos, traducciones, etc), del formato diseñado, la colaboración de un puñado de escritores y poetas conocidos y desconocidos, pero entusiastas y sin pedir nada a cambio y el tesón y porfía de Gonzalo Gálvez para lograr una revista de excelencia visual y de iguales contenidos, convirtieron a Antítesis, sin duda, en un punto de referencia para la poesía de Valparaíso y, por qué no decirlo, para la poesía nacional. Sobre eso habría que escribir largo y tendido, tomando al tiempo como única medida de valoración. Por ello, tal vez hay que esperar qué sucede. Quizás hasta existe la posibilidad que Antítesis renazca en el instante menos esperado. Por el momento deseo subir acá, la entrevista que Claudio Gaete le hizo a Ennio Moltedo, como asimismo algunos poemas  de éste último, seleccionados por Gonzalo Gálvez en el primer número de la revista del otoño de 2006.
       


                                     Entrevista con Ennio Moltedo


                                                                                                   por Claudio Gaete


A fines de enero de 2006 y en el marco de la Feria del Libro de Viña del Mar se ha presentado el libro Obra Poética (Ediciones del Chivato) de Ennio Moltedo, edición que compendia la totalidad de la poesía publicada por el autor a lo largo de poco más de cuatro décadas. Se trata de sus libros Cuidadores (Editorial Universitaria, Santiago, 1959), Nunca (Editorial Universitaria, Santiago, 1962), Concreto Azul (Editorial Universitaria, Santiago, 1967), Mi Tiempo (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1980), Playa de Invierno (Editorial Meridiana, Valparaíso, 1985), Día a Día (Editorial Vertiente, Valparaíso, 1990) y La Noche (Ediciones Altazor, Viña del Mar, 1999), a los cuales cabría agregar, por una parte, los textos que aparecieron por primera vez en aquella antología que en 1994 Ediciones Universitarias de Valparaíso realizara de su obra bajo el título Regreso al Mar, que en esta última edición han sido incorporados por el autor al libro Día a Día; y por otra, los poemas Valparaíso y Viña del Mar que habían sido publicados en una separata titulada Las Cuatro Estaciones y que actualmente conforman el epílogo de Obra Poética. En ésta la escritura de Moltedo adquiere su forma definitiva de prosa, al menos en su sentido más aparente: cuadrados de palabras dibujados sobre la página, asunto que había quedado pendiente incluso hasta su quinto libro. El lector podrá encontrarse ahora con eso que Ennio denomina su prosa esquinuda, resultado tanto de su rechazo a la ondulación amable del verso como del deseo por él mismo expresado de convertirse en un autor parcialmente cubista. «La lectura del diario durante el invierno —aclara— incidió fuertemente en mi opción por la prosa, de hecho yo leía muy mal el verso, lo leía precisamente como si estuviera leyendo el diario. Ése es el desplazamiento: mis poemas siempre buscan contar una historia.» Tras años de obligada abstinencia, Ennio Moltedo enciende un cigarro para celebrar la aparición de éste, su más reciente libro, —aunque de seguro no el último— y desde el escritorio que ocupa como asesor literario de la editorial de la Universidad de Valparaíso responde este pequeño cuestionario.
                                            
            Ahora que su poesía cuenta con una edición que la recopila a cabalidad, ¿cómo se siente en relación a este recorrido, cómo lo lee?

Mis libros individuales se encontraban agotados, no por razones comerciales sino debido a que la poesía es un bien gratuito. Cada título, además, tuvo realidades editoriales distintas. Algunos sufrieron las peripecias propias del arte de la impresión en un país subdesarrollado. Aun así mi vida ha girado en torno al libro. Durante treinta años he trabajado en editoriales y el combate entre representación y contenido es continuo. Este volumen de poesía completa tiene el mérito de fundir el total de mi producción poética —siete títulos— y los presenta diagramados conforme a mi opción inicial, esto es, como poemas en prosa y no escandidos en verso tradicional. Esto último sucede por la idea generalizada de que el poema sólo puede ser visualizado en el corte de los versos; además, porque antes de la incorporación del ordenador, el sistema en uso era la máquina IBM Composer, ideal para este efecto, pero para un texto en prosa significaba doble trabajo de digitación y el respectivo recargo de costos, etc.
Así, la presente obra ofrece una visión homogénea en prosa y traduce fielmente el deseo de que la poesía aparezca libre de créditos o de las atracciones históricas otorgadas por el metro, rima, cortes o efectos caligráficos. Pienso que la prosa, ajena a estos recursos, exige más y que la poesía puede vivir en ella con total independencia. Por lo demás la poesía de verdad prevalece en lugares insólitos.
Poesía completa es eso: una vida —400 páginas— entre las manos. A causa de no haber sido presentada por mí al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, sino por los poetas Claudio Gaete y Guillermo Rivera, su publicación me resulta un signo de gracia sorprendente. Esta respuesta ha sido quizás demasiado extensa para atender cabalmente la pregunta formulada; porque la evaluación personal de mi trayectoria y recorrido es tal que me parece que recién empieza.

            Aun cuando desde un comienzo su poesía estuvo atravesada por la presencia del duelo, da la impresión que sus tres primeros libros (Cuidadores, Nunca y Concreto azul) privilegian también los espacios de la fábula, la familia, la provincia y las crónicas maravillosas con elementos urbanos, para no hablar del mar que seguirá estando muy a la vista hasta su último libro, La noche. Esos tres libros fueron escritos antes de la dictadura, por los mismos años en que otros autores de la llamada generación del 50 publicaban sus primeras obras, ¿cuál ha sido su relación con este grupo de escritores coetáneos y cómo recuerda la escena literaria chilena previa al 73?

            Los espacios de la fábula, el mar y las crónicas urbanas, etc., son mis primeros y siguientes entornos y lugares de donde me nutro. Contemporáneos de aquel tiempo, generación del 50, son los poetas Jorge Teillier, Luis Vulliamy, Leonel O’kingston, Rolando Cárdenas, Braulio Arenas y los novelistas José Donoso, Enrique Lafourcade, J. Agustín Palazuelos, Armando Cassigoli, etc. Mi relación con ellos fue siempre más libresca que de trato personal. Mi cercanía mayor fue tal vez con Teillier. Por lo general he permanecido retirado para privilegiar el conocimiento de la obra sobre los afectos personales. Son planos distintos y somos seres fugaces mientras las páginas persisten creadoras. Ahora, en un plano general o menor, a la literatura nuestra le ha faltado fuerza, compromiso, novedad, dirección, todo aquello que rompe la costumbre o que vemos por primera vez. Conocemos las excepciones.Ése, antes del 73, fue el mejor tiempo para la vida y la convivencia literaria en Chile, tanto en extensión cultural como en el sentido de libertad de expresión, apoyo editorial y a las artes y un prestigio inigualado del trabajo intelectual. Todo ello bajo la égida de una Universidad de Chile rectora sobre el tema y cuya principal tarea era la difusión de los creadores nacionales. Los dramaturgos Sartre, Camus, T. Williams, A. Miller, Ionesco estrenaban entonces sus obras en el extranjero y a los pocos meses se daban también aquí. Esto gracias a los prestigios de los teatros de Ensayo y Experimental de nuestras universidades. Imposible comparar. El mundo salía de una guerra y la expansión de ideales —fin del colonialismo— transformaba costumbres, fronteras, países. Sería interminable analizar cómo los intereses subalternos lograron —desde entonces acá— sojuzgar aquel espíritu y reimponer el dominio económico y político. Un pequeño ejemplo o paradoja: nuestro país, donde la derecha se encuentra en la oposición y también en el gobierno. Comentarios y reseñas literarias han desaparecido hoy de diarios y revistas y libros y páginas irán a parar a catacumbas o seguirán rumbo hacia las cavernas del mar muerto en espera de resurrección. Con suerte. La prensa de hoy habla acerca de la televisión. Y ésta se refleja a sí misma y se ofrece al país en forma grosera. Una y otra suponen que allí reside la libertad.    

            Marcelo Mellado, el escritor de San Antonio, señaló en una entrevista reciente que: «Quizás el escenario más cómodo sea ese en que la provincia no existe o, al menos, no funciona como una categoría secundarizada. Yo me las juego por el descentramiento pero lo habitual es reproducir, paródicamente, el estilo metropolitano. Esto lo hacen los poderes fácticos locales que no sólo no creen en lo suyo propio, sino que representan intereses metropolitanos que ni siquiera los metropolitanos promueven». A pesar de la legítima sospecha de Mellado ante el invento turístico-cultural del Valparaíso concertacionista, me gustaría poner en diálogo estas afirmaciones con su propia obra, Ennio, su relación con Valparaíso y Viña del Mar, y con el hacer poesía desde la provincia, especialmente considerando que usted sólo ha salido en contadas ocasiones de aquí, del Valle de Quintil.

            La capital del reino —una fantasía legal— no me interesa. No la frecuento. Resido junto al mar por necesidad visual y genética. El puro recurso turístico y cultural de Valparaíso es eso: un invento de los «emprendedores» que buscan cómo responder al fracaso del modelo económico en la zona. Como nunca he creído en los «dineros» de la cultura, menos de la poesía, estoy a salvo y realizo aquí mi obra con la certeza que no hay lugar mejor que esta ciudad elevada frente al mar. El mundo entero se aparece por esta vía azul y desde el horizonte siempre nos llegó la última noticia y los extraños presentes que fabrica el mal tiempo. La línea azul renueva sus formas cada día mientras la noche nacional cubre de polvo tierra adentro. 

            ¿Cuáles diría que han sido sus lecturas más decisivas a lo largo de estos cerca de cuarenta años de escritura? Me refiero indistintamente a autores chilenos como extranjeros, alguna vez ha hablado usted sobre sus lecturas de poesía italiana, por ejemplo.

            Mis lecturas decisivas son extensas. Algunos miles. No se puede escribir sin autorización. La orden impartida es hacer algo distinto y tan alto como aquello. De no ser así es mejor guardar silencio y seguir leyendo. Día y noche.
            Los extranjeros que llamaron mi atención fueron inicialmente folletinistas de aventuras y viajes. Ésta es una carrera de relevos. Un autor recomienda a otro o lo cita y así vas trepando de Salgari a Conrad y Baroja y giras con Bradbury y no hay forma de regresar a la tierra.
            Durante la posguerra la avalancha de ediciones: Sartre, Camus, Kafka, Beckett, Dos Passos, Pavese, Montale, S. John Perse, H. Michaux, Max Jacob, Mallarmé, O’neil, H. Miller, Kavafis, Moravia, Pedro Salinas, Alberti, Lorca, Ortega (toda la generación del 98), etc. Y los nacionales M. Rojas, González Vera, Agustín Palazuelos, Marta Brunet, José Donoso, J. E. Bello, E. Bunster, Neruda, Huidobro, Parra, De Rokha, Carlos León, Salvador Reyes, etc. Luego los clásicos latinos en general. Sí, voy a agregar el Informe Rettig.

            En sus siete libros publicados la prosa ha sido una de las características más sobresalientes. En más de una ocasión, de hecho, usted ha hablado de su gusto por ciertos novelistas —Kafka, Musil, entre otros—  y, en contraposición, de su hastío ante el culto al verso como retórica lírica. ¿Podría contarnos un poco más?

A este asunto de la versificación puedo sumar —después de lo dicho— el daño permanente causado por la memorización de poemas amables, domésticos, costumbristas, graciosos, al extremo que la marcada cadencia se ha hecho parte del ritmo biológico y mental del ser. A esta limitación creativa cualquier lector la llama «poesía». Es decir, la canción de cuna, repetida, el lingote del lugar común, emociones básicas hasta el lugar del sacrificio. Una vez más se cumple el vaticinio del éxito fácil en un país que ya no puede sanarse de dogmas y tatuajes. El producto luce pasado de su punto y así es preferido: «Qué linda en la rama la fruta se ve, si lanzo una piedra tendrá que caer...». Huidobro alcanza efecto contrario cuando, de golpe, destruye aquello y propone otra realidad: «Los cuatro punto cardinales son tres: Norte y Sur». Ondulaciones y rizos y pasar de medias palabras a una expresión más rotunda y vital.    

            A partir de Mi tiempo, sus cuatro últimos libros están marcados por la noche de la historia chilena. En su último libro usted escribió «Los muertos no volverán. El espíritu no será devuelto.» Me conmueve mucho este pesimismo y su desconfianza ante el Chile de los últimos 17 años, los de la transición o posdictadura. Sin duda una actitud harto más distante en comparación con la pasmosa buena conciencia de la concertación y de aquellos artistas que quisieran perdonarle todo con tal de profitar alguna parcela de poder...

No debe haber perdón para nadie que haya atentado contra los derechos humanos. El tiempo es uno e indivisible. No se pueden parcelar o amnistiar culpas, conveniencia política o compromisos personales. Si no aceptamos esta condición se reconoce la repetición de los mismos hechos. Los pocos condenados ya gozan de reclusión y trato preferencial. Muchos chilenos de la tercera categoría desearían encontrarse en su lugar. Es cierto que mis últimos libros examinan, con diferente énfasis, la historia última del país. Es cierto también que he procurado lo más difícil: hacerlo desde la tensión poética. Si la poesía no cumple con su verdad se niega a sí misma. Escritores, artistas, intelectuales son conciencia presente y futura —no regresiva— y, por lo mismo, pueden participar políticamente de los partidos de la concertación; pero no a cualquier precio. La tarjeta de crédito global no es parte de nuestro mundo. Despreciamos el oportunismo de unos y otros por mucho que estemos obligados a soportar su presencia. La naturaleza del político profesional lo obliga a ser un histrión, un divo, por mucho que disimule su debilidad por la figuración y la escena pública. En nuestro tiempo se ha vuelto un ser desconfiado ante la obra y la acción del artista. Y éste, sin verdad y sin libertad de expresión, sólo puede rebelarse y denunciar a quien lo coarta. El tiempo nos juzgará. Siempre ha sido así.

            ¿Y cómo ve el escenario histórico para la poesía en el Chile del siglo XXI?

La poesía chilena ha sido lejos el producto de exportación más noble que ha producido el país. Qué daría Inglaterra por tener otro Shakespeare: un imperio. Pero carece de ambos. Nosotros qué daríamos por tener otro Neruda: el cobre. Pero no alcanza. De manera que el escenario histórico, a pesar de esta ausencia, se vislumbra promisorio como de costumbre. Esta puede ser la única energía inagotable que posee el país. Pero a quién le importa.

            Sería interesante saber en qué aspectos han cambiado más decisivamente Viña del Mar y Valparaíso durante los últimos cuarenta años.

Estas ciudades han cambiado notablemente. A pesar de ser vecinas, Valparaíso, no obstante estar desmoronándose, espiritualmente se encuentra intacto y sólo necesita de algunos recursos económicos para recuperar su patrimonio y cuerpo urbano. Viña del Mar, en cambio, ha crecido en concreto y altura y como no puede demoler nada sigue construyendo. El balneario plácido y bello ha desaparecido definitivamente.

            ¿A qué tradición dentro de la poesía chilena se siente afín y cuáles, en cambio, son los discursos respecto de los que prefiere tomar distancia?

No me preocupa seguir con atención alguna línea poética tradicional, pero sí me ha parecido siempre activo y positivo el movimiento surrealista —Omar Cáceres, Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Braulio Arenas, entre otros—. Y en cambio tomo distancia de todo lo que represente a esa retórica poética de la que hablé más arriba.

            En cuanto a su labor como editor, ¿cuál es su impresión de la situación editorial en la V Región y, en general, en las provincias?

Sin duda, son las editoriales universitarias de la región las que realizan la mayor producción. Particulares, con excepción de Altazor, prácticamente no existen. Esto se repite en provincias y de ello se desprende la necesidad de volver a contar con una editorial estatal. O devolver a la Universidad de Chile su tuición y difusión cultural y, específicamente, literaria, tal como lo ejercía en el pasado. El mercado, en esto, es mal consejero, atenta contra valores espirituales fundamentales.

                                                            Valparaíso, junio de 2006.



.-                                                   Antología del mar:
                                        Selección de poemas de Ennio Moltedo

                                                                                              por Gonzalo Gálvez E

Antología del mar y quizás también del horizonte. Es precisamente frente al mar donde Ennio Moltedo ha vivido anclado desde 1931, meneando su poesía al ritmo de olas, contemplando y vigilando; y es en ese aparente final del azul - el horizonte - donde ha cultivado una escritura de ardiente paciencia: horizonte como línea divisoria entre lo conocido a este lado del mar y lo desconocido al otro lado del mismo; y escritura como palabra vacilante en ese límite. Por eso el oleaje del mar es presencia en la obra de Moltedo, y por eso aquí, siendo fieles a esa vocación azul, compartimos, a modo de falible antología, una selección de poemas. Damos cuenta de ese espíritu marino que se extiende desde Cuidadores (1959) hasta La noche (1999), pero que es siempre capaz de articularse como palabra poética, palabra donde caben a un mismo tiempo la esperanza y el dolor. Así, siendo el mismo mar colocado frente al poeta, éste lo verbaliza de modo distinto a medida que otros son los tiempos y las circunstancias. Ya hacia los últimos libros, haciéndose cargo, claro está, de su responsabilidad ética y poética ante lo que Chile padecía, el mar de Moltedo empieza a insinuarnos otra cosa. En La noche hay un mar que tan tranquilo no nos baña, porque es un torbellino de dolores que, nuevamente desde la orilla, lo hace ver muy distinto. Descontado el mar, la tierra siempre la misma.
           

Pérdida
(De Cuidadores, 1959)

            Yo, que en estos momentos puedo inconmensurablemente todo, escojo pero no acierto entre veinte nombres. Más fácil hubiera sido consultar su destino o dejarle clavada una señal indicadora.
            Fueron la ascendencia especial de su piel azul y su cabellera recogida en Europa, lo que me hizo meditar lo necesario para permitir su desaparecimiento. Decepcionado después de un cambio de luna entero, no encuentro cómo llamarla. He buscado entre almohadas y coronas, he dormido en su cama, pero todo resulta una canción escolar o un pájaro de domingo.

Plaza
(De Nunca, 1962)

            He llegado a la plaza que carece de pintura y he sido ayudado por el sendero que quiso variar en mi pecho. No reía nadie en las orillas y en el lago las jóvenes tatuadas embarcaban su sangre en las hojas. Elevados, los instrumentos dirigían la numeración furiosa de las hélices; venas dilatadas expedían cabezas que quedaban encendidas en la tienda del crepúsculo.
            La cascada avisaba los cambios aéreos, los meses de cada nube; si eran, de pronto, abiertas sin cuidado; si la distancia podía deshojarse sin peligro; si la mano, aunque marina, penetraba sin oxígeno; si la proa no era solitaria como su nombre decía: llamadores para ser descifrados en el fondo que guardan nada más que los peces: hasta la lluvia que siempre se queda y donde se exponen, separadas, las escamas.
            Sí, amada sobre la mano, cuando me pregunten contestaré que allí el color ya no tiene recados, que derrotaron al prócer y, para alejarlos definitivamente, que nadie lee para ver si se acerca el mar.

Límite
(De Concreto azul, 1967)

            He aquí un simple tubo rojo o la baranda junto al mar. A tus espaldas el camino suave, limpio por la brisa de los vehículos; más atrás el sendero, la cortina de los árboles oscuros, la última guardia de flores, quizás la vida.
            He aquí el límite. A tu frente el desorden, la libertad del viento, la línea azul – que aún no es línea -, el agua que trepa y salpica cada vez en forma diferente. Se puede pasar tardes contemplando el escurrir siempre distinto de la espuma por las rocas.
            Frente a ti, el mar.

Me han robado
(De Mi tiempo, 1980)

            Me han robado, me están dejando nada más que la cáscara. Ése es el problema. Me cambiaron los azules y todo el orden de las olas. No he vuelto a caminar con el mismo paso. Yo mismo no me reconozco en los espejos. Y hay música hasta el fondo de los tarros.
            Cambian las formas y te extrañas del movimiento de tus dedos, de los viajes de tu cuerpo. Ya no escuchas. Las orejas son estructuras sin sentido. Los ojos van detrás de telas, carteles, objetos pintados y te detienes a descifrarlos y ella, ella se renueva a cada instante y la ves sacar la lengua entre los puntos de la gran fotografía.

Adiós
(De Playa de invierno, 1985)

            Me dibujo, me numero, escojo un nombre lejano y cambio de identidad. Debe hacerse así: qué bella postal con faro y gaviotas suspendidas – baten en distintas direcciones -, y tu nuevo perfil a lápiz y sin arrugas, y el viento y las nubes caminando hacia atrás.
            Ahora nadie te reconoce ni te espera; avanzas lento, corriendo o volado, giras la esquina, inclinas un dedo y te vas, y todo permanece aquí sin variación.

A pesar
(De Día a día, 1990)

            A pesar de diversas oportunidades y consejos, reconozco no haber ejercido otra actividad que esta pura contemplación aérea, de la que son testigos los vecinos del pueblo.     He permanecido siempre aquí, junto al mar, sin dejar de vigilar por un momento los cambios del cielo, el paso de las nubes, las formaciones de distintos pájaros – envergaduras, velocidades, conductas -, siguiendo las figuras del viento entre las plumas de las palmas y deletreando los giros solitarios de la veleta del cerro Castillo, hasta el día de su vuelo infinito*.

*”El haber nacido junto al mar me gusta; me ha parecido siempre como un augurio de libertad y de cambio”, Pío Baroja.


12
(De La noche, 1999)

            Me han enviado al fondo del mar. Sin oxígeno, por supuesto. En traje de calle y con sobre azul en mano.

95
(De La noche, 1999)
           
             Vista al mar. Al ocaso. Afortunadamente desierto. Acá giros y saludos. Manos en alto.
            Contestación inmediata. De resorte. Gatillo. Otro saludo y nuevo movimiento fuera de las olas para quedar de espaldas y avanzar una, dos, tres, tantas paladas, hasta besar el muelle y de allí, de pronto, una orden y esta vez perdemos por no presentación del enemigo – enemigo eterno e inventado al uso -, mientras el sol baja sin resistencia y se baña, como si nada, en el mar. 



jueves, 16 de diciembre de 2010

El mapa no es el territorio: antología de la joven poesía de Valparaíso III

Nuevamente abordamos a poetas de Valparaíso, pero ¿es posible decir eso de Cristian Cruz y Felipe Hernández? . En ellos, Valparaíso es una palabra, no necesariamente un arraigo: en Cruz eso tendría que ser el Valle del Aconcagua, en el caso de Hernández, algún rincón de España o de Tánger o alguna zona subsahariana, frente a las Islas Canarias...tal vez. Creo que estos poetas representan el sentido pleno de lo que es la palabra Valparaíso como metáfora: salida y entrada de significaciones diversas, un verdadero puerto de sentidos que no se arriman a una estadía total, sino que dan rienda suelta a un vagabundeo imaginativo y vital. En Cruz, hallamos un trabajo de memoria y representación de seres, lugares y presencias teñidas de infancia y dibujadas en el claroscuro de la temporalidad. En Hernández, el devenir, el camino que se va haciendo en diversas geografías que asombran y construyen esa arquitectura interior que a veces llamamos experiencia. Acá te dejo con ellos benévolo lector. Lee y verás.



Cristián Cruz (Putaendo, 1973) Poeta y cronista, profesor de Castellano. Ha obtenido la Beca del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda (1998) y la Beca de Creación Literaria que otorga el Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2003). Obtuvo mención honrosa en el Concurso Jorge Teillier Ciudad de Lautaro (1998) y el Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile (2003). Ha publicado los libros de poemas Pequeño país, 2000; Fervor del regreso, 1° ed, 2002 y 2° ed, 2004; La fábula y el tedio, 1° ed, 2003 y 2° ed 2004. Como cronista ha publicado Papeles en el claroscuro, Ed Gobierno Regional de Valparaíso, Valparaíso, 2003; libro que reúne sus colaboraciones escritas para el diario El valle de San Felipe.




                                                     Palabras en Sordina

La poesía merece ser un espacio habitual para las personas, pero difícilmente lo es, no tanto por lo complejo de su arte, sino porque todos somos un poco culpables.
Al igual que René-Guy Cadou o R. S. Thomas, paso los días en una aldea de quinientos habitantes como maestro rural  (aunque Thomas fue cura).
Considero la tradición poética chilena como una suerte, un hada. Desde ahí he podido escribir como me place. Mi acercamiento temprano a ella fue creando la filiación entre mis más profundas costumbres y los más profundos discursos que dicha tradición transmite. He tratado de escribir esa comunión.
Un poema debe y se debe así mismo, un instante de sensibilidad, cualquiera entre nosotros podrá escribir (construir) un poema, la técnica es mejorable, no sé si la sensibilidad también lo es.
Se huele en lo citadino, sin hacer una apología a lo que fue Esenin llegado desde Riazán a Leningrado, una desesperada carrera en lo poético, agónica para muchos. Como si la poesía adquiriera súbitamente el carácter de moda entre los más jóvenes y al final una modorra lectora, salvo contadas excepciones. Veo en los márgenes, porque en ellos habito, una soledad necesaria, una soledad para visitar la biblioteca pública, una soledad para escribir por ejemplo estas palabras.   


                                                                                                 San Felipe, 2006


De Pequeño país, Ed Casa de Barro, Santiago de Chile, 2000


Abuela materna


Tu abuela materna
te acuesta en las hojas de choclo
te cubre de abrigos del pasado,
mientras el canal hace cantar los bambúes.

Tu abuela materna
es morena
se decanta su voz de vieja
cuando le da cuerda al reloj que canta en la noche.

Tu abuela materna
riega el piso de tierra
con un chal de tres puntas.

Ella va a buscar leña
y sólo desea ser un árbol
que el viento no tumbe.

Tu abuela materna
usa vestidos negros
y va con una vela encendida a la misa del gallo,
ella sabe que su vida
es un chaleco en invierno al cual nosotros nos aferramos
ella apaga la luz
y piensa en su marido muerto hace veinte años.

Ella sabe que algún día
no va a encender el fuego en la mañana.



Y un brujo te dirá


Lo nuestro es un recreo
que no suena más allá de su campana
un pan preparado por la amada
que se comparte bajo los breves soles de invierno.

Y te matará diciendo:

Lo único heredado que podemos tomar

es el pedazo de cielo en la ventana



De Fervor del regreso, Ed del Temple, Santiago de Chile, 2002


El niño y las confesiones


El niño trae el libro de Esenin en las manos
él no sabe que se quitó la vida en un hotel, a los treinta,
luego lo tira al suelo
y de sus pies nacen los ríos de Riazan
los abedules y las canciones borrachas.
Después lo recoge y lo deja en la mesa, junto a las migas de pan
él no sabe que esto se ha escrito con sangre
y me estira sus brazos
como una ciega los estira bajo el alero
para alcanzar la nieve que en Rusia cae para todos.
Por último se queda dormido con las confesiones en el pecho
soñándose, en un viejo tílburi camino a casa.


Las puertas de la miseria


De nada ha servido el nombre verdadero
ante las puertas de la miseria,
ambas se abrirán como dos brazos
como dos ramas ardiendo penosamente en el bosque.
A una sombra podrida
el perro le sigue y le olfatea como reconociéndome.
Ante las puertas de la miseria
volverán todas las devastaciones y las palabras
serán un trozo de cielo que baja a iluminar nuestra pobre geografía.
Palabras para dormirse en los árboles
que traen una carta de los árboles
para alguien que espera frente a sus puertas.


Algunas cosas


Pude alcanzar
el ruido de alguien en la cocina,
un pájaro, una cesta entrando en el huerto.
Aunque el tedio de la verdad
nos visite como un familiar desconocido
para que volvamos a las cosas mismas,
yo me seguiré mintiendo
frente a la cocina, un pájaro, una cesta fresca.



De La fábula y el tedio EDEBÉ 1° edición, Stgo de Chile, 2003, El Brazo de Cervantes, 2° edición, Stgo de Chile, 2004


El armado Enrique


En una carreta debe ir Enrique Volpe
seguro con su revólver
para enfrentarse a forasteros con alientos a pólvora.
Ahora todos los bandoleros de las estancias celestes
deben contarle historias sangrientas
o lo han hecho otro más
y se dirigen con su banda a quemar el infierno,
todos los chocos y trabucos de antaño
se dispararon esa mañana,
dinos, dónde quedó el botín
a dónde se fueron los ecos de balas en la noche.

Las cosas vienen sin detenerse


Qué importa que pasen las estaciones
las ramillas de la muerte por nuestra cara,
aún al tallo torcido
le nacen como por mandato sus brotes
y tras la puerta
permanece un cántaro enjundioso doblando sus campanas.
Aún marchito el corazón te aman las madreselvas
“en la pequeña casa de la pequeña mujer”
a la hora que se fuga la memoria.
Mis pupilas no alcanzan a llegar hasta ti
morada de las montañas azules,
siempre miran a los oscuros embarcaderos del poema.



Felipe Hernández (Valparaíso, 1973). Ha publicado Reflejos del aire (1995); La espada de la razón (1998) y Návatar (2001) libro con el que obtiene el XXXI Premio Ciudad de Alcalá en Alcalá de Henares, España en 2000 y reelaboración de los títulos anteriores. Radicado actualmente entre Madrid y Tánger.









                                                   A manera de poética

                    Cuando el último habitante descubra el polvo tras su paso
                    las estaciones sequen sus ojos, destiñan el cotelé de las piernas
                    seguiremos escuchando a la lluvia recorrer la pálida memoria,
                    aún quedarán rastros del banquete
                    de algunos versos escritos demasiado tarde.


                                                                                  (de Návatar)

De Návatar, Ed Fundación Colegio del Rey, Alcalá de Henares, España, 2001


1        NO SE PERMITE CONDUCTA DESCORTÉS. INFRACTORES SERÁN
PERSEGUIDOS HASTA EL EXTREMO DE LA LEY.

2         Se encerró a cumplir el encargo. El diseño no era su fuerte pero le hacía empeño.
       Crear una nueva tipografía; de la A a la Z hay un universo.
       Estaba ansioso: había de por medio buen  dinero.
       Siempre fue proclive al relajo, la vida licenciosa lo tenía por el cuello. Sentía
       debilidad por la miel y el té a la menta, mejor ni hablar de la vitamina C y las
       galletas. La exageración lo perdió.
       No salió de casa durante meses. Lo encontraron tieso en su mesa; estiró la pata a eso de las            cuatro.  La autopsia no arrojó nada nuevo. La opinión pública dijo oooh!
       Sobre su mesa hallaron medio gramo de naranja y el bosquejo de la letra A.

3     (WARNING:  DRINKING    ALCOHOLIC    BEVERAGES     DURING
       PREGNANCY CAN CAUSE BIRTH DEFECTS).

4        DIXLEXIA

Cuando niño no fue un gran problema el ser dixléxico
sólo cuidarme de lacear a la baca y no a la kaka.
La cuestión se puso seria en la adolescencia
para no confundir el bien del mal, a los verdaderos amigos.
En adelante el desorden   me tomó por las patas,
no quedó en v o b   porque eso era cosa de vuena zuerte:
si bien el amor era una lotería
lo más difícil fue diferenciar el futuro del pasado
mi lugar de origen.

5        Caí ahí por azar o mala suerte. Alguna vez viví en ese barrio y me dije que más
valía diablo conocido…”Los culpables vuelven al lugar de los hechos”.
La isleña era bastante extraña, pero lo vine a descubrir cuando ya era tarde.
Rentaba otro cuarto un ojos rasgados; también pernoctaba allí el “socio” de la
chica.
La pesadilla comenzó la noche del viernes en que cumplía una semana de
inquilino. No eran más de las once cuando volví del cine; al meter la llave y esta
no calzar comenzó el tobogán…Me vi obligado a golpear.
--¡Quien es!—aulló la chica del otro lado.
--Adivina—mascullé impaciente.
Abriendo aparatosamente una tras otra las cerraduras y los candados me dejó
entrar, y apenas dado el primer paso me arrinconó contra la pared
preguntándome, sin rodeos, qué hice en el computador con que me vieron salir
por la tarde. Plop –Aló, aló?—No entendía nada, pero al ver que la maniática no
me preguntaba sino que derechamente me acusaba de haber robado el
computador del ojitos rasgados, le dije que llamara inmediatamente a la policía.
Así, fui caminando apenas hacia la sala. Allí estaba el oriental agarrándose la
cabeza a dos manos y el “socio” fumando un cigarro tras otro. Empecé a
sospechar por dónde iban las cosas.
Esperamos los cuatro sentados a la mesa a que llegara la policía, en los minutos
más largos de mi vida. (Esto sería como el tobogán en picada, cuando se siente el corazón en la garganta). De vez en cuando se levantaba uno y me insultaba; ya no oía.
Llegaron. Primer problema: no hablaba una palabra de su idioma. Ella parloteaba y parloteaba sin darme oportunidad de refutar y sin entender siquiera qué inventaba. Por supuesto el “socio” desapareció al entrar los hombres de azul.
Era una locura y nadie entendía nada: yo casi al llanto y la neurótica,
aprovechando el vuelo, se desató acusándome incluso de haberle prometido pagar la renta pintando el apartamento, exigiendo alguna indemnización. Pienso que por ver tal revuelo los “chicos buenos” se compadecieron y me dejaron ir.
Balances: Sin cama ni techo un sábado de invierno a las tres de la madrugada.
Ocho dólares en el bolsillo, sin mi pasaporte, con la mitad de mis ropas y el
principio de un poema que después llamaría Las Máscaras.


7        Su pecho es una nuez.
Su pecho son dos nueces.
Una gata, una artista, una profesional del amor
por ninguna razón da su nombre o siquiera un beso.
En los hoteles le dicen dama y la tratan como a una reina
no acepta propinas ni que le digan perra
no es la Miss Universo pero entre sus piernas tiene un preciado tesoro.
En el bar que esté de moda se le ve
tatareando su canción preferida
como una graciosa sombra
a la caza de algún entusiasta, de un cavaliere.


9        Hace un tiempo no podía decir palabra ni usar mi cuchillo.
A veces de la garganta sale un pescado y del pescado un poema.
Las plazas son un sitio perfecto para domar la paciencia
el único lujo que no me permito es perder el control…
Golpeé tantas puertas pidiendo trabajo o ser alojado
que mi mano ahora suena hueca
y llevo una colección de aplausos de comedia en el cuello,
di golpes exactos y brotó mercurio de mi mano blanda
desde entonces una cachetada ronda mi chaqueta de satén;
de mi melena nace un pan y allí se posan a comer los pajarracos
de mi rodilla nace una rodilla y de ella, otra.

Bufando en una pileta como un corcho
poseído por un metal extravagante
contagio bocanadas de valor
y algunos virus extras a los enfermos.
Hace un tiempo no podía usar palabra
y dormía al abrigo de las sombras en los cines.

         
14           Tu traducción me aventaja, al llevarme naturalmente a lugares que nunca
alcanzaré, por la honestidad con que me has querido leer.
En lo que va de nuestra correspondencia, toda duda o inquietud la he atendido
solícito, pero hoy me pones en una situación compleja al interrogar al poeta y no
al poema. No soy hombre dado a teorías o preceptos, ni mucho menos a
sistematizar mis suspicaces pasos en estos terrenos. He hecho andar cada una de
estas ingenierías, han sido criadas por la astucia para que ellas sean las
demandadas. No sé responder…Te pido me entiendas y no sospeches en mí
vanidad o pereza, sino todo lo contrario. Me es tan difícil trazar derroteros cuando
aún esta nave no toca puerto: mis ejercicios poéticos están en pie de guerra; pero
intentaré servirte hasta donde me sea posible y desharé una madeja llena de nudos
y trampas (por la boca muere el pez, ¡uf!), mas no esperes escuchar: ¡Redoble de
tambores, fanfarria: aquí, en pelota, el grado mayor, mi hijo pródigo!
El que escribe no soy yo, y ese que escribe no escribe sobre él ni sobre mí, sino
sobre todos, corriendo el riesgo de fracasar en una empresa sustentada por la
distancia: la epopeya por reclamar al hombre contra el nuevo hombre; el
engolfamiento, un duelo sin miramientos.


Soy un orfebre insaciable, dado a las sorpresas, aficionado a las señales equívocas, a tomar por el pescuezo al incauto que se asome en mis márgenes. Mis herramientas más asiduas son el insomnio y la tijera: destripo una y otra vez el mismo texto; cuando él, agotado, decide no hablarme más, firmamos tregua.
Recuperadas las fuerzas arremetemos sin darnos respiro, en un quirófano llevado
al más puro estilo de un salvaje dentista. De allí nace un arma de calibre preciso,
que es capaz de dar tanto la vida como la muerte. De igual modo fabrico una
transparente red desde lo esencial  del lenguaje, como del concepto de un yo
cotidiano y su situación. Este proceso no lo he podido medir; no creo tanto en la
inspiración como en los golpes de suerte.
A veces leyendo mis poemas los siento distantes, como si hubiesen sido escritos
por otro puño, pero en algún ángulo me murmuran al oído, infundiéndome la
misma emoción con que fueron concebidos. Pueden ser realmente oscuros, es
cierto, pero si aguardas descubrirás en ellos la claridad de todo origen, la necesidad de recavar y tocar fondo: cuando les falta elasticidad, luz, se las doy exactas , pero cuando lo que requieren es mi terror, me rindo a él con todo mi exceso.
(Entonces, en el límite, encierro en la azotea  la nota de un pájaro que me aturde, en la licuadora las voces que me apaciguan).
Siento inclinación por todo artista que me lleve por los caminos de siempre como si fuera la primera vez. Pero te confesaré que cada vez leo menos poesía y que evito la compañía de los poetas; que mi espíritu se siente a gusto entre gentes sencillas y de morales complejas, entre aquellos que apostaron con sus vidas saliendo independientemente en ello vencedores o derrotados.
No temo ser contradictorio: por sobre todo creo en el cambio; soy tan ficción
como mis versos, como esta carta. Ciertamente hay asuntos a los que jamás podré dar una respuesta satisfactoria, ni siquiera a mí, como el por qué sitúo a la realidad en una realidad incapaz de simulación, que ha perdido incluso el desencanto, donde el único desafío es el deseo. La poesía no salva; me lancé a un juego que ya estaba perdido, a una carrera que ya estaba cerrada. Que  un segundo es eterno es tan cierto como que la eternidad no existe; la única salida honesta es el olvido.
¿Pero quién más que tú puede hablarme a mí de poesía, quien más que cada
uno de esos lectores a los que nunca conoceré, quién más que mis censores
incondicionales estarían deseosos de atenderte? Pregúntales a ellos, que tienen mis aparatos entre sus muelas, a ellos, que ahora son más poetas que yo: ya no me pertenecen.



De Bajo el sol de las cosas (conjunto inédito)


La frágil distancia

Hay un fondo pardo en la frágil distancia:
¿Es acaso el rostro de la indefinición ese animal herido que huye hacia un arbusto y se confunde entre las hojas secas y las que ya despuntan?


La distancia que separa una maravilla de la realidad es leve:
Una anémona se sacude entre espasmos que hacen visible su deteriorado estado mental. Con una gracia que secuestra los epítetos destinados a los graves discursos tambalea cuando se encamina desde el arbusto a la ladera. Allí escupe. Su tallo titubea. Se diría que lucha. Finalmente estalla conminando a un mundo que no la supo persuadir. El vértigo tiene preferencias. Cayó y rodó al foso del río.


Hay una manera delicada de superar esa distancia:
El arbusto se bambolea imperceptible primero pero el remezón se encarama como si un sismo le frotase los dedos de las raíces. Esta convulsión vence todo lo visto: pierde a puñados las hojas recién insinuadas y el timón de la calma. Lo arrebatan pérfidos sentimientos que lo acusan de un crimen chacal de su prolongación innecesaria y después de su supresión: no le incomoda tanto el acto con el que adelantara el plazo de un infeliz sino el haber acudido dócil al morbo de crear esa dependencia para luego dar la espalda al favor de su relación. Quiere acabar de una vez con el suplicio que lo lacera. Su astucia ahora es una perla opaca y hollada. El colmillo de su vanidad zigzaguea: ha segado su orgullo la vigilancia y desmedra en el sopor. Uf si la autofagia saciase la sed.


Un pardo difuso se revela y se levanta:
El foso está harto de desaires: el trasplante ha sido un parto plagado de desdicha. La piedra es el hoyo la dispersión natural de un movimiento cuando se expone a la errática dignidad de las leyes. La humildad ya no estorba: solícito se humilla. Planea una celada. Sus convicciones no aflojan. La pregunta es la piedra y la respuesta es la piedra.


La distancia ha roto su voto de neutralidad:
Hay modo de recuperar con celeridad el postrer respiro. Las confidencias del contubernio entre la flor y el follaje estuvieron satinadas por el delirio y la concupiscencia. Descansan una en el buen foso y la otra en la mata de su propio vientre.