domingo, 12 de marzo de 2017

Robert Musil II: El hombre sin atributos


Como Rainer María Rilke, como Franz Kafka o Hugo von Hofmannsthal, como Hermann Broch, Elías Canetti o Joseph Roth, Robert Musil era un escritor fronterizo: de su época, de su país, de su idioma, de su imagen, de sus fantasmas. Exiliado a pesar suyo, su obra es sin duda uno de los monumentos imaginativos más intensos de esa sensibilidad centroeuropea arrasada por las salvajes hordas nazis que pusieron punto final a un mundo que se veía a sí mismo como laboratorio del Apocalipsis.
Ese mundo en vísperas de su destrucción es el tema primordial de su obra inacabada, El hombre sin atributos, novela que como verdadero sismógrafo de una época es también una guía delirante por los laberintos de una sensibilidad que presagia con un tono burlesco, sombrío y caricaturesco, buena parte de nuestras actuales obsesiones y deseos ante la necesidad tan humana de dar cuenta de una “gloria vacía” o, lo que es lo mismo, la fatuidad envolvente de la existencia nimia llevada a límites heroicos.
Sí, El hombre sin atributos es una novela inacabada: Musil se embarcó en ella cuando sus otros proyectos literarios no lo convencieron de su pretendida necesidad expresiva de abarcar con una mirada amplia, satírica y finamente cruda, esa totalidad de la experiencia siempre escurridiza. Musil comenzó a escribir su novela a fines de los años 20, publicó un primer volumen en 1930 y envalentonado por su éxito entre críticos y lectores, dio a luz un segundo volumen en 1933. Sin embargo, el ascenso de Hitler al poder, como las sombrías nubes que se cernían en el horizonte próximo de la vida europea y que llevaría a la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, implicó que Musil exiliado primero en Viena y luego en Suiza, se diera cuenta que las condiciones para llevar a cabo la escritura de su novela capital nunca se darían. Pero no eran sólo las condiciones ambientales, por llamarlas así, las que pospusieron una y otra vez el avance de su trabajo: era la naturaleza misma de éste en su inabarcable extensión lo que atentaba de una u otra forma para llegar a buen puerto.
Y es que El hombre sin atributos es una novela río o más bien una novela de diseño amplio y espacioso como una red cordillerana vasta y escarpada en que nuestra mirada, se extravía al otear hacia un horizonte lejano y nebuloso. Es una novela poseedora de una inacabable y laberíntica trama -si acaso algo así puede decirse de sus diversos episodios que se yuxtaponen como un mosaico delirante que habría dejado perplejo al Balzac de La Comedia Humana- y donde la palidez y nulidad externa del argumento se densifica con minuciosos y extensos monólogos de los diversos personajes como también en detalladas digresiones de verdadero carácter ensayístico donde Musil se propone de modo descabellado y genial, ir desmenuzando con su talento narrativo una serie de teorías, especulaciones, propuestas y tesis de la más diversa índole, desde la economía política, la estética filosófica, la psicología profunda de la imaginación, el deseo y los sueños, como a su vez las explicaciones más mordaces en torno a las banales y terribles ideas que atraviesan los más chispeantes diálogos, las más severas reflexiones y las más paradójicas descripciones de lugares y estados de ánimo que el lector pueda imaginar.
El telón de fondo de tal relato y que le sirve de soporte es una banalidad exquisita: la celebración del septuagésimo aniversario del gobierno de su Majestad Imperial, Francisco José I de Austria-Hungría y los avatares que ello significa entre una pléyade de personajes diversos, caricaturescos, serios y risibles que se plantean a sí mismos como “patriotas” ante la necesidad de competir y ganar preeminencia ante la inminente celebración del aniversario de otra testa coronada europea: los treinta años del advenimiento al trono del káiser Guillermo II en Alemania. En ese contexto, los protagonistas de la novela de Musil se designan a sí mismos como la Acción Paralela, una especie indefinida de comisión permanente que se entrampa buscando los motivos teórico-metafísico-políticos más elocuentes e inverosímiles para justificar su propia existencia y, por añadidura, de la propia sociedad austriaca a la que pertenecen, permitiendo esto, ver en sus acciones un verdadero fresco de amplio diseño de todo un mundo en vísperas de su autodestrucción.
De todo ese barullo, destacan, sobre todo, Ulrich, el hombre sin atributos, un matemático idealista y agudo observador de la banal y delirante sociedad que le rodea, un espectador sarcástico que no teme ponerse a sí mismo a prueba una y otra vez respecto de lo que significa ser “hombre”, pero en una sociedad que ha desterrado todo valor o más bien, toda idea de lo que significa tal cosa. Por otro lado están Bonadea y Leona, las dos amantes simultáneas de Urich que se odian a muerte, intentando que el matemático idealista escoja a una de ellas como motor de sus indagaciones y especulaciones filosóficas. Junto a ellas resalta una joven aristócrata, Diotima, cerebro dirigente de la Acción Paralela, mujer cuya estupidez en su magnitud cósmica sólo es comparable a su infinita belleza física y que sin mucho problema, desbanca a Leona y Bonadea, asumiendo el puesto de amante de turno de Ulrich. En otro plano, resaltan Clarisa y Walter, pareja que simboliza con una ironía suprema, los devaneos estéticos de toda una época y cuyas acciones teñidas de un cruel kitsh, delatan suspiros afiebrados acerca del “valor de la vida” entre tumultuosas lecturas de Nietzsche y mediocres interpretaciones pianísticas del Tristan de Wagner. En contraste con tan sofisticada e ilusa sociedad, se encuentran por un lado, Arnheim un millonario alemán, lleno de mundo, viajes, conocedor de las más modernas teorías de inseminación artificial, como a su vez, de los más cómicos detalles de armaduras medievales cuyo desprecio y burla a esa sociedad que se le rinde a sus pies sólo es igualable a su vulgaridad de industrial excéntrico. Por otro lado está Moosbruger, oscuro asesino que está en prisión por sus crímenes, monstruo de perversión y cuya ignorancia y origen social de baja estofa, representa quizás esa parte reprimida de la fealdad animal que la sociedad de Acción Paralela teme y desprecia. Los monólogos de Moosbruger son quizás uno de los elementos más inquietantes de la novela, pues en su burla y queja, dejan entrever una lucidez que permite hacer patente la enfermiza fatuidad de una sociedad que niega su propio vacío. Finalmente, mientras la novela avanza, aparece una mujer misteriosa, Agathe, bella, inteligente y de una fina sensibilidad que página tras página, va seduciendo a los protagonistas masculinos de la novela, pero sin consumar absolutamente nada.
En el desarrollo de esta variopinta tabla de personajes y sus acciones inocuas como en sus largos y especulativos monólogos, Musil quedó encerrado en un dilema que no pudo o no quiso resolver: o articular un mosaico general que mostrara burlesco la decadencia y destrucción de esta sociedad o perfilar cada vez más, con un estilo depurado, el encuentro siempre postergado entre Ulrich y Agathe. Así, año tras año, la novela de Musil no pudo resolver aquello y quedó inconclusa. Después de 1935 y ya publicado el segundo volumen, trabajó incansablemente en ella hasta su muerte en 1942, pero dándose cuenta que era una carrera contra el tiempo y simultáneamente, una lucha titánica e inútil: sus materiales se le escapaban de las manos una y otra vez en digresiones, en capítulos diversos, en desarrollos infinitos: al final no pudo controlar su propia escritura y El hombre sin atributos quedó sin concluir. En los apuntes póstumos de Musil, publicados por su viuda después de la Segunda Guerra Mundial, se puede apreciar que al parecer, la idea de Musil era provocar el tan deseado encuentro entre Ulrich y Agathe con un giro inesperado y que daría un vuelco al argumento primitivo de la novela: ambos personajes descubrían que eran hermanos, separados al nacer. El dilema para Musil era ver si acaso llegaban a ese reconocimiento después de su enamoramiento y consumación sexual o si caso, a sabiendas que eran hermanos, se entregaban a su pasión. Así puede verse que lejos quedaba el diseño de una novela con sabor a genial esperpento y se priorizaba una verdadera apología del amor místico entre hermanos. Tal tema, para nada poco común en la literatura alemana y universal, se terminó volviendo un dilema para Musil: ¿cómo englobar esa variación mística, con el diseño de un fresco que tratara sobre la antesala del Apocalipsis?
Hoy en día, El hombre sin atributos está articulado en cuatro libros: los dos primeros son los que publicó Musil en 1930 y 1933 y los dos restantes contienen sus apuntes, sus historias inconclusas, sus esbozos y la historia sin fin entre Ulrich y Agathe. Nunca sabremos el final de esta inacabada novela. Por lo que dejó Musil y sobrevivió al escrutinio editor del tiempo, su propósito a semejanza de lo que ocurre al final de La montaña mágica de Thomas Mann, era concluir la acción con un Deus ex machina: el estallido de la guerra en el verano de 1914. Pero sólo podemos conjeturar cómo habría sido eso.
Como fresco de una época y sociedad en vías de destrucción, El hombre sin atributos, tal vez pueda relacionarse de cierta manera con Doktor Faustus de Thomas Mann, pero sin su densidad trágica o sus diversos filosofemas de pesimismo cultural que niegan la posibilidad de toda redención. Quizás en la ligereza burlona de muchas de sus páginas, se asemeja a las novelas breves, edulcoradas, bellas y nostálgicas de Hofmannsthal o Schnitzler. En otro plano, no le hallo paralelo si no en Los últimos días de la humanidad, esa desquiciada e irrepresentable obra dramática de Karl Kraus o de manera más oblicua en esa vasta trilogía novelesca de Hermann Broch, Los sonámbulos.
Sea como sea, El hombre sin atributos es una tarea titánica para el lector, no tanto o sólo por su extensión -En busca del tiempo perdido de Proust, el Ulyses de Joyce o las novelas de Thomas Mann no le van a la zaga- sino por la voluntad delirante de narrar el vacío, la inanidad de una sociedad que se veía a sí misma como reflejo enloquecido de una sombra en el espejo de la Historia.

domingo, 5 de marzo de 2017

Robert Musil I: esbozo biográfico.

Nacido el 6 de noviembre de 1880 en la pequeña ciudad de Klagenfurt en la provincia austriaca de Carintia, Robert Musil era hijo de un matrimonio perteneciente a la burguesía más acomodada: su madre, interesada por las artes, la literatura y la música, al parecer era una mujer entre exigente y altamente nerviosa, casada con un hombre un tanto mayor, un ingeniero que trabajaba en la burocracia estatal del viejo Imperio Austro-Húngaro y que, por sus servicios prestados al Estado, fue recompensado con un ascenso en los rangos inferiores de la nobleza rural austriaca.
El futuro escritor al parecer no vivió una infancia serena o ideal: peleas permanentes entre sus padres y su más que evidente separación, marcaron la vida de Musil hacia una conducta no necesariamente ensimismada, pero sí atenta para observar y cuestionar las diversas situaciones tempestuosas que le tocaba ver y vivir.
Fue a instancias suyas y de su madre que su padre cedió a que el joven se matriculara en 1894 en una escuela militar con el afán de llegar a ser aspirante a oficial: la Oberrealschule de Mährisch-Weisskirchen en Moravia. La permanencia de Musil en esta institución lo marcaría lo suficiente como para escribir, unos cuantos años después, la que sería su primera y exitosa novela: Las tribulaciones del estudiante Törless. Pero después de tres años, los entusiasmos de Musil habían mudado y de la esfera militar, sus intereses lo llevaron al estudio de la matemática y la ingeniería. Así, con 17 años entra a la Technische Hochschule de Brno desde donde, posteriormente, se dirigiría hacia Berlín para continuar sus estudios de doctorado que al final, no concluye. Es en este periodo de búsqueda personal que Musil comienza la escritura de sus Diarios y donde revelaría un interés inusitado por el sexo, un interés en todo caso, altamente reflexivo y crítico, cuyo centro radicaba en el rechazo que le causaba el fuerte clasismo que imbuía las relaciones de los jóvenes acomodados como él que buscaban su satisfacción en vincularse con prostitutas o con mujeres de menor condición social, ya sea sirvientas o campesinas. De aquel modo y para escándalo de su familia, se embarcó en una relación con una muchacha checa llamada Herma Dietz que trabajaba en casa de su abuela y con quien Musil vivió en Brno y, posteriormente, en Berlín.
Por otro lado, en esos mismos años, Musil se percató que su educación militar y técnica eran muy limitadas y se puso como propósito, llenar las serias lagunas de su formación. De aquella manera, entre 1898 y 1902, nuestro escritor se entregó de lleno a una intensa aventura intelectual, aventura con la que superó con creces a sus antiguos condiscípulos y amigos: leyó concienzudamente a Kant y Schopenhauer, a Nietzsche y a Maeterlinck, asistió a conciertos y conferencias, se interesó en la literatura francesa e inglesa, le causó profunda curiosidad la economía política y el naciente psicoanálisis, pero sobre todo, se percató que las matemáticas y la ingeniería no eran su verdadera pasión: le aburrían cada vez más. De todo ello deriva una nueva modificación en su vida; la decisión de escribir y el cambio de ambiente intelectual. Así, en 1903, pone manos a la obra a su novela Las tribulaciones del estudiante Törless y decide radicarse en Berlín para estudiar filosofía y psicología.
Con la publicación exitosa de su primera novela en 1906 y la obtención de su doctorado en 1908, la vida de Musil se abre hacia nuevos horizontes: renuncia a llevar una vida académica, se separa de Herma y se vincula con Martha Marcovaldi –una mujer de origen judío, siete años mayor que él e intelectualmente vivaz, autodidacta y feminista- como asimismo acepta un modesto puesto de bibliotecario en el Instituto Superior Técnico de Viena.
El trabajo de Musil como bibliotecario, le permite a él y su pareja, un pasar económico modesto, pero con grandes posibilidades de tener suficiente tiempo libre para desarrollar sus diversos proyectos literarios. De aquella manera, publica en 1911, el volumen de novelas cortas Uniones y dicta una serie de conferencias y colabora en la prensa escrita de habla alemana. Durante la Primera Guerra Mundial, Musil que en un primer momento apoyó la causa austriaca, sirviendo como oficial en el frente italiano, bosqueja no menos de 20 obras nuevas, entre ellas un ciclo de novelas satíricas. Pero su enfermiza obsesión por la perfección, hace que muchas de esas obras no superen el estado de bosquejo.
En 1921 publica Los visionarios y en 1924, la colección de cuentos Tres mujeres. Posteriormente, a mediados de la década de los 20, Musil es elegido vicepresidente de la Asociación de Escritores Alemanes y si bien, sus libros no eran tan cotizados por los lectores como las obras de Thomas Mann o Hermann Hesse, su lugar en el mapa literario austro-alemán estaba plenamente identificado, considerándosele en esta época, uno de los más relevantes escritores de expresión alemana de Centroeuropa.
Es en estos años donde Musil concibe la que será su inacabada obra maestra: El hombre sin atributos; un proyecto casi infinito en que el escritor se proponía retratar de modo satírico la opulenta sociedad vienesa de antes de 1914. La intención de la novela, según Musil, era ofrecer una visión grotesca de Austria y de la vida del hombre occidental en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Gracias al apoyo financiero de sus editores y de un reducido círculo de admiradores fieles, Musil se entregó a la escritura de lo que sería su última novela.
En 1930 se publicó el primer tomo y tuvo una acogida más que favorable en los círculos literarios de Alemania y Austria. Pero de ahí en adelante fue cada vez más difícil seguir con la escritura de la novela. En 1933, a instancias de sus editores, se publicó un segundo volumen, pero Musil ya preveía o sospechaba que sería casi imposible concluir la novela tal como ésta se iba desarrollando.

Con la toma del poder en Alemania por parte de los nazis en 1933, Musil y su esposa abandonaron Berlín y se volvieron a instalar en Viena. Una fuerte depresión lo asaltó y comenzó a deteriorar su salud, temeroso asimismo del vuelco que iba tomando la enardecida situación política tanto en Alemania como en Austria. Nada bueno se presagiaba en el ambiente Centroeuropeo ante las amenazas y ambiciones de Hitler. Cuando justamente, este último ordenó la anexión de Austria al Tercer Reich en marzo de 1938, Musil y su esposa, huyeron hacia el exilio en Suiza: un exilio sin retorno, pues Musil que esperaba desplazarse hacia Estados Unidos como la mayor parte de la intelectualidad alemana exiliada, se vio forzado por apuros económicos y de salud a detenerse más de lo debido en el pequeño país de las montañas. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial en el otoño de 1939, Musil quedó literalmente atrapado y con casi nulas posibilidades de salida.
Pero más terrible aún que el exilio forzoso, resultó ser la casi absoluta indiferencia del mundillo literario suizo para con la obra y la persona de Musil: él y su esposa tuvieron que sobrevivir con serias estrecheces, pidiendo limosna por trabajos literarios que muy pocos estaban dispuestos a leer y menos a distribuir o comentar. Para colmo de males, la escritura de El hombre sin atributos se estancó definitivamente. En medio de la pobreza más abyecta y sin ningún editor, amigo o intelectual cercano, salvo su esposa, Robert Musil falleció en Ginebra de un ataque al corazón, el 15 de abril de 1942. Su viuda se encargaría de organizar e ir publicando de forma paulatina su legado, un legado que, apenas terminada la Segunda Guerra Mundial, muy pocos editores se dispusieron a publicar, siendo ella misma con su escaso dinero, la encargada de hacer públicos los extensos textos inéditos de su genial marido: conferencias, cartas, diarios, notas, bosquejos, ensayos y los fragmentos inacabados de su última gran novela.