jueves, 12 de abril de 2018

Rescate de una antigua entrevista


Hace ya más de 10 años -en 2007 para ser exactos- Ernesto Gonzalez Barnet me hizo esta entrevista que posteriormente se publicó en www.letras.s5.com. Ordenando mis archivos, la encontré y después de leerla hay cosas que ahí expreso, independiente de la verguenza no asumida, que sólo develan el tiempo transcurrido. Sin embargo, creo que vale la pena traerla a circulación por mi blog quizás como testimonio de ese mismo tiempo pasado. Hoy no respondería de igual forma o haría énfasis en otras cosas y sutuaciones. Pero aún así, creo que es un texto sobre el que vale la pena volver.

¿Cómo es tu inicio literario, a qué se debe?, ¿qué lecturas que rondaban en tu cabeza?, ¿quiénes fueron parte de esos primeros acercamientos tuyos a la poesía?

- Creo que uno nunca se propone “llegar” a la poesía, sino que simplemente ésta te acoge de la manera más sorpresiva e incluso anodina y que, sin pensarlo dos veces –en ocasiones ni siquiera pensándolo-, te encuentras extrañado de ti mismo, escribiendo de modo atarantado palabras tras palabras que nunca sospechas puedan llegar a ser “poemas” ni nada que se le parezca. En mí, la experiencia inicial que me permitió apreciar o descubrir “mundos posibles” –al decir de Goodman- fue la experiencia de escuchar música alrededor de mis doce años. Y no cualquiera –después de todo, desde nuestra más tierna infancia nos encontramos expuestos a los más diversos sonidos y voces, relativamente articulados en tanto música- sino que justamente aquella música que rotulamos de “clásica”, “seria” o “docta”  -adjetivos que siempre me han parecido risibles referidos a este “tipo” de sonidos- En aquel sentido, en mi adolescencia –digamos: entre mis 13 y 17 años- la literatura y la poesía a mayor abundamiento, no representaban significativamente la posibilidad de entrever la “parte conflictiva y oscura de la existencia” , sino que ese rol era asumido, de lleno, por el reino del sonido. De esos años, sin embargo, recuerdo algunas lecturas interesantes y emotivas, pero que de ninguna manera me hacían prever el que posteriormente terminaría escribiendo versos o prosa. Lecturas como la de “Werther”, “Egmont” y “Fausto” de Goethe, “Los discípulos en Sais” de Novalis y de variados y curiosos diccionarios –pasión culpable de un adolescente reservado y sumiso- como el Corominas, el Bompiani y una versión resumida –a manera de crestomatía- del legendario Diccionario de Autoridades, amén de lo que en un colegio durante enseñanza media te hacen leer (García Márquez, Vargas Llosa, Unamuno, etc, etc). Todo eso constituía el grueso de lo que caía en mis manos. Tendría que mencionar, estando ya en tercero medio, el descubrimiento de tres lumbreras que hasta el día de hoy me dicen algo relevante: Thomas Mann, Friedrich Nietzsche y Arthur Schopenhauer. Si a eso agregamos que en mi cabeza zumbaban acordes disímiles e intensos desde Bach a Webern, creo que entre mis 16 y 17 años, no hubiera pensado nunca que la poesía fuera “mi camino de perfección”. Mis profesores pensaban que me dedicaría a la Historia, el Derecho o la Filosofía. Y sin duda, nunca he dejado –salvo la excepción del mundo de las leyes- de sentir una viva curiosidad por el país del pensamiento y la memoria. Lo irónico de esto es que quien abrió, tal vez sin pensar, mi interés creciente por la poesía fue mi profesor de Filosofía, don Luis Mardones: una persona algo mayor –ya cincuentón en mis años de adolescencia- formado en la más rancia tradición de la Universidad de Chile pre 73 y que tenía en su horizonte de perspectivas las figuras señeras de Juan Gómez Millas, Luis Oyarzún y Félix Schwartzmann. Este profesor con quien hasta el día de hoy mantengo contacto y conversación, fue el que me prestó los libros necesarios: Rilke, Hölderlin, Novalis…y también Schopenhauer, Platón y cosa extravagante en un colegio católico en plena dictadura, noticia de esos textos “raros”, “prohibidos” como eran las revistas “Cauce”, “Análisis” y análogos. Ahí empezó a gatillarse algo y cuando le pasé reverencialmente mis primeros bosquejos de emoción juvenil, con una voz que nunca olvidaré, sentenció de un modo brusco y teutónico: “éstos son poemas”. Tal vez ahí se iniciaba el adiós al protegido mundo de la adolescencia y que se veía en la renuncia que este profesor, ahora amigo, vislumbraba como algo ineludible: el abandono por parte mía a la ascesis del pensar en pos de la “música”  invisible de las palabras. Ese año egresé del colegio y me encontré tras un verano de fértil lectura, estudiando Letras en la Católica de Valparaíso. Lo que ha venido desde ahí, ya es otra historia.

- ¿Qué es hoy para ti la poesía?
- Es difícil precisarlo en una respuesta que englobe diversidad de experiencias y maneras de entender las cosas. Cuando tenía 20 años, pensaba que poesía era sinónimo de analogía: correspondencia entre los elementos de la realidad, la efusión desbordante de una vida entregada al vértigo de descubrir el amor, el placer y el vacío y la lectura entusiasmada de autores tales como Octavio Paz, Rosamel de Valle y los surrealistas…pero ahora…¿descreimiento, escepticismo, agonía?. Sin duda nuestra manera de comprender lo que somos y pensamos se muestra variable según pasa el tiempo: evidencia que somos nosotros lo pasajero, llegando a la certidumbre que entre vivir y escribir poemas hay un conflicto, una tensión de la que nace la mayor “motivación” para persistir en esto. Pienso que hoy, la poesía significa para mí la posibilidad de plantear preguntas a mi memoria personal y a mi memoria colectiva de la cual soy parte, significa además entrever la utópica –e infantil- necesidad de oír de Dios no sólo su silencio.

 - ¿Para quién escribes?
- Parafraseando a Nietzsche: “para todos y para nadie”. Para el lector futuro diría Blake, para la inmensa minoría afirmaría Juan Ramón Jiménez, para dar presencia a mis ángeles en el decir de Rilke. Quizás para mí mismo.

- Cuando escribes ¿necesitas algo a tu alrededor. Alguna cosa, haces algo, etc?
- Cada instancia de escritura es distinta. Pero diría que me basta un lugar sereno, a veces con música, otras no y con un cuaderno, un lápiz o el computador encendido, nada más.

- ¿Cómo es tu proceso escritural?, ¿cómo trabajas hasta concretar un poema?
- No existe un “método” que sea el mismo siempre. Ha ocurrido que un poema me ha salido de una sola vez y lo guardo de inmediato en una carpeta o cuaderno y lo releo hasta varios meses después y ahí lo reescribo, lo boto a la papelera o lo dejo tal cual. En otras oportunidades efectúo varias versiones de un mismo poema (hasta 10 o 15) y dejo al tiempo que decida cuál versión es la más adecuada. Otras veces me obsesiona una palabra, un ritmo, una imagen y el resultado de eso es uno o varios poemas que releo, reescribo, junto y separo infinidad de veces. Cotejo versiones anteriores con las que escribí hace minutos y de ahí voy articulando en un proceso de lentitud, avance y retroceso lo que creo es pertinente. Pero sin duda, el grueso de lo que he escrito ha ido a la papelera. Creo ser un poeta que deja mucho a un lado y poco muestra públicamente como ya “concluido”, por ende me siento autor de una “obra” breve. Y con eso tengo más que suficiente. No me interesa el “gran libro”, ni la “obra total”. Para mi carácter y mi manera de entender la poesía, aquello me parece vano y presuntuoso. Sólo restan jirones de escritura que son a su vez testimonio de la angustia, la obsesión o el vacío…y siempre con la conciencia que lo que hago no trastornará a la poesía chilena contemporánea, ni será un hito para virtuales ensayos que rastrean la “actualidad”, la “ruptura”, lo “novedoso” y el “riesgo” que a estas alturas las pienso como verdaderas palabras fetiches en el conciliábulo crítico –a veces más un monólogo que un diálogo- que existe hoy.

-¿Es necesario que el escritor sea un hombre comprometido?
- Habría que matizar la pregunta, ¿comprometido con qué y para qué? , ¿comprometido con el movimiento ambientalista?, ¿comprometido con las campañas del Hogar de Cristo para superar la pobreza?, ¿con la política cultural de un grupo, de un gobierno, de una virtual disidencia?, ¿comprometido con las jóvenes adolescentes para que se les otorgue sin prejuicio el Postinor 2?
Pienso que hoy en día la fragmentación de discursos, objetivos y propuestas para hacer valer una idea o concepto de sociedad o país es reflejo del enrarecimiento de los virtuales objetivos que se planteaban como reivindicatorios en distintos grupos –políticos, culturales, intelectuales, etc- a fines de la dictadura y que ponían mucha esperanza en la renovación democrática. Pero de eso ya van 17 años y las cosas, creo, ya no se ven bajo el mismo prisma. No soy sociólogo y mucho menos adicto a los análisis socio-políticos. Apenas balbuceo opiniones como cualquiera. En ese sentido creo que aquí se entroniza el viejo mito –y como todo mito, factible de resucitar y actualizarse del modo menos pensado en cualquier momento- de la conflictiva y fecunda relación habida entre poesía y acción, entre vida y arte, entre “subversión poética” y “revolución social y política”. Pienso que esta dialéctica sigue estando presente, pero de distinta manera en una época como la nuestra, es decir, una época administrativa de todo cuanto surge de sí misma y hasta contra ella misma. El gesto rebelde de ayer, se entroniza como moda el día de hoy y se prodigará como revival estético el día de mañana. Por eso, creo que hay que ser muy cauto a la hora de plantear una disidencia. ¿Desde dónde partir? Pues para un poeta, pienso que el punto de referencia ineludible es el lenguaje. Y no hay que parafrasear al Nietzsche de la “Genealogía de la moral”  o al Paz de “El Arco y la Lira” para percatarse de la profunda reflexión que implica un camino así. Creo que para el poeta y a mayor abundamiento, para todo aquel vinculado con la escritura, no es el compromiso que ésta adopta con respecto a algo exterior a sí misma –un objetivo social o moral- lo que hace de la poesía un instrumento de oposición y subversión, sino una determinada práctica de la propia escritura: intrincada, opaca, irónica respecto a su eventual referente, juguetona con la idea del suicidio a través del silencio, descolocadora con su temperatura expresiva de cualquier idea o concepto de “comunicación” o “inmediatez” benevolente. Más que mostrar una pasión teóricamente subversiva, mostrar la forma en que es posible o dable la pasión.

 - ¿Qué poetas, escritores, artistas, o experiencias han marcado tu cocina literaria y también la propia vida?
- Vasta pregunta que necesitaría una vasta respuesta. Intentaré algo. Podría mencionar entre los autores (tanto poetas como novelistas y ensayistas) que me son caros en un orden más o menos cronológico, según han aparecido en mi vida de lector y que siempre serán un modo más o menos lícito para legitimarse. Son los siguientes: Antonio Machado, Miguel Arteche, Rainer María Rilke, Friedrich Hölderlin, Novalis, Johann W. Goethe, Thomas Mann, Jorge Luis Borges, Miguel de Unamuno, Stefan George, Hugo von Hofmannsthal, Friedrich Nietzsche, Arthur Schopenhauer, Octavio Paz, Rosamel del Valle, Eduardo Anguita, Gonzalo Rojas, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Hermann Broch, Robert Musil, Elías Canetti, Walter Benjamin, Joseph Roth, Ernst Robert Curtius, Karl Jaspers, Martín Cerda, Luis Oyarzún, Robert Graves, José María Valverde, T.S. Eliot, Enrique Lihn, George Steiner, Rubén Darío, Pedro Prado, Luis Antonio de Villena, Pere Gimferrer, Hans Urs von Balthasar, Romano Guardini, André Gide, José Emilio Pacheco, Paul Valery, Georg Lukács, Oscar Wilde, Jorge Teillier, Robert Walser, Marcel Schwob, Theodor Adorno, Waldo Rojas, José Gorostiza, Fernando Pessoa, Dante Gabriel Rossetti, Constantino Kavafis, Juan de Tassis y Peralta, conde de Villamediana, Bruno Schulz, Jules Barbey D’ Aurevilly, Kostas Axelos y Porfirio Barba Jacob…detengo ahí mi lista, pero sin duda esto representa el viejo dictum de Borges: “estoy más orgulloso de lo que he leído que de lo que he escrito” , ¿Razonable, no es cierto?. Sin embargo, mi “cocina” literaria se encuentra incompleta si no nombrara el placer invisible que representa la música encarnada en los siguientes nombres: Bach, Mozart, Beethoven, Brahms, Mahler, Reger, Richard Strauss, Pfizner, Zemlinsky, Schonberg, Berg, Webern, Messien, Sibelius, Nono, Schreker, Pendereki, Hindemith, Casella, Dallapicola, Varese, Ives, Menotti, Pärt, entre varios más que incluyen a chilenos desde Domingo Santa Cruz y Alfonso Leng hasta Guarello y Alvarado. ¿Experiencias? El recuerdo de mi abuelo, los lugares remotos de la infancia con sus imágenes, sonidos y texturas, la experiencia impresionante de atravesar el canal de Chacao en medio de una fuerte lluvia, mis fallidas clases de piano a los 15, la presencia en la memoria de varios que murieron prematuramente, la voz de mi pareja y la presencia de mi primogénito: Manuel Antonio.

-¿Qué me puedes decir de la poesía de Valparaíso actual?, ¿qué autores destacas?
Valparaíso (palabra que es una metáfora de amplio vuelo, casi una experiencia y para nada un mero lugar geográfico) siempre se ha caracterizado por la diversidad y calidad de sus poetas. Eso hoy, no se ve desmentido en absoluto. Existe aquí en la zona una cantidad, variedad y calidad de autores que no tiene que envidiarle nada a Santiago –“capital de no sé qué” como diría el viejo Rojas- y que no se visibilizan a nivel nacional, porque creo que simplemente en muchos de ellos –de nosotros- no hay una ¿capacidad, convencimiento, astucia? de gestión y promoción razonablemente madurada o porque nos convence el mito que nos dice que la “capital” está muy cerca. En ese sentido, por ejemplo, es ridículo y risible que salvo Ediciones Altazor y algunos esfuerzos espasmódicos y personales, no existan editoriales con una red de distribución y una labor permanente. Así de simple. Salvo algunos intentos aislados como han sido Tambor, Valpoesía y ahora último Antítesis y en cierto sentido Ciudad invisible, no hay revistas que den cuenta de modo crítico, ensayístico y creativo la magnitud de lo que está ocurriendo en materia poética en la zona. Aquí no hay crítica literaria en diarios y periódicos –salvo el razonado y semanal esfuerzo de Luis Riffo-. Siendo capital cultural de la nación, en Valparaíso las librerías se cuentan con los dedos de una mano –y aún sobran dedos-, no hay tiendas donde encontrar música (jazz, clásica, experimental), el apoyo estatal y universitario para el poeta –sea cual sea su edad o tendencia- depende más de una gestión personal de quienes ocupan puestos claves en la administración que de políticas claras y efectivas, etc. Y sin embargo, la poesía por acá florece en nombres, tendencias, intentos y logros. Aunque siempre existen poetas –de todas las edades- que recaerán en el Valparaíso pasatista de los ascensores y la nostalgia de una bohemia devenida hoy por hoy un kitsh para turistas y santiaguinos desaforados, pienso que las búsquedas expresivas, el diálogo con la tradición(es) poética nacional y universal es vasta, compleja y gratificantemente conflictiva. Varios de nosotros seguimos con curiosidad y humor no sólo las querellas provincianas que acontecen en Santiago, sino que también la interesante labor que ocurre en Valdivia, en San Felipe, en Buenos Aires y hasta en Europa y Estados Unidos. Amigos y contactos no faltan e Internet es un gran aliado. Una vez bromeando con mi amigo, el poeta y ensayista, Marcelo Pellegrini, manifesté que aquí en Valparaíso era la única forma de sentirse “buenos europeos” como el mejor Nietzsche o Steiner. Esa es tal vez la mayor virtud de un puerto: la salida y la entrada de diversas discursividades que no te permite quedar pegado de modo acrítico en “modas” realmente pasajeras. Si se tratara de nombres, para mí como lector, pienso en tres poetas que son fundamentales para entender la poesía nuestra a nivel nacional y que tarde o temprano harán pesar todo su peso específico como obra cuando se disipen los humos del olvido y la soberbia: me refiero a Ennio Moltedo, Rubén Jacob y Renán Ponce, referentes tanto en obra como en conducta para muchos de nosotros y que sin duda perdurarán. Pero también es posible mencionar a varios congéneres con los cuales tengo trato diverso y que considero, al menos interesantes: Luis Andrés Figueroa, Marcelo Novoa, Pablo Araya, Sergio Madrid, Alejandro Pérez, Ximena Rivera, Eduardo Correa, Catalina Lafert, etc. Otra cosa son mis estrictos contemporáneos por edad a quienes prefiero referirme en la pregunta siguiente. Por último, existe hoy por hoy, una generación de recambio de poetas jóvenes y hasta jovencísimos que me parecen mostrar esa diversidad que te mencionaba: Gonzalo Gálvez, Karen Toro, Antonio Rioseco, Daniela Giambruno, Raimundo Nenén, Rodrigo Arroyo, Marcela Parra, Francisco Vergara, Alberto Cecereu, etc.

- ¿Cuál es tu relación con los poetas de tu promoción?
- Según los pretendidos ordenamientos que podemos advertir en algunos poetas dados a críticos y de críticos que gracias Dios no son poetas –al menos en público- pertenecería a la llamada generación de los 90. En parte puede ser verdad, en parte puede ser mero gesto acomodaticio. En todo caso, durante los 90, participé en varias actividades que podrían ser consideradas como “características” de ese peculiar momento histórico: lecturas, encuentros, congresos, presentaciones de libros y la tan traída y llevada charla en distintos rincones de Santiago. Hasta el día de hoy, el diálogo con varios de mis congéneres generacionales por decirlo así, se mantiene relativamente fluido. Mis vinculaciones y en algunos casos, la amistad, no ha decaído. Admiro y leo a Javier Bello, Andrés Anwandter, David Preiss, Armando Roa, Julio Carrasco, Alejandra del Río, Cristián Gómez, Antonia Torres y a varios más. Eso, de todas formas es una cosa y  tiene que ver mucho con la biografía. Otra cosa muy distinta es “teorizar” sobre un posible ordenamiento administrativo-académico-publicitario que emplea términos como “generación”, “escena”, “promoción”  y otros análogos, usando de sustento reflexivo matrices de la más variada índole (desde Ortega y Gasset, pasando por Goic, hasta Bourdieu y Lipovetsky) y ver hasta dónde “uno va ahí”. Eso último me parece como diría mi querido Alvaro Bisama “divertido” y, a mayor abundamiento, risible y causante de equívocos muy poco gratos en la conducta de poetas viejos, jóvenes y no tan jóvenes. Como lo ha pretendido mostrar Marcelo Pellegrini en sus ensayos de Confróntese con la sospecha, la manufactura de rótulos de ordenación entre los poetas de las últimas décadas es, al menos, sospechosa, manejándose tales términos con una soltura de poca seriedad que llega a dar pena, que no rabia o frustración. Como botón de muestra, por ejemplo, a mediados de los 90 en la zona de Valparaíso empleó Juan Cameron en un afán, legítimo por cierto, de entender la diversidad  de maneras y formas que aparecían en aquella escena, una terminología muy poco feliz (“poetas rockeros”, “poetas cultos”, entre las más fascinantes de una virtual “zoología fantástica”) que, más allá de lo anecdótico, muestra el torpe atolladero de tratar, sin rigor alguno, de “clasificar” lo que surge sin premeditación aparente y siempre con un anhelo, muy humano por lo demás, de administrar un espacio de fluidez, rehuyente a cualquier categorización a priori. Eso por un lado, el “contexto” de mis relaciones de promoción, ¿quién piensa eso con aquel tipo de palabras? Tendría que evocar vivencias donde el mundo universitario era sólo pretexto y donde el comentario inteligente, la lectura aguda y el intercambio de libros y datos de tal o cual autor, configuraba una experiencia a estas alturas, feliz: veo ahí a Marcelo Pellegrini y sus ciclópeos hábitos de lectura y su pasión por Pink Floyd como uno solo. También vislumbro la reserva y agudeza de Enoc Muñoz donde Edmond Jabes y las primeras lecturas de Levinas eran pan de conversación entre clase y clase. Evoco asimismo a Gonzalo Rojas Castro, lúcido y buena gente, con un sentido del humor a toda prueba, ahíto de Lihn y de su gran homónimo. Y pensar que han pasado sólo 12 años desde aquello…qué deprimente, ¿no? Con ellos hablábamos como sólo los poetas jóvenes saben hacerlo y buscando leer la poesía chilena con pasión y quizás rigor: en ese sentido las lecturas que entre 1992 y 1996 Gonzalo Rojas efectuó, bajo distintos pretextos en distintos lugares de Valparaíso, fueron no sólo actos de despliegue de un ego como el del autor de “La miseria del hombre”, significó también hallar puntos de encuentro para el intercambio, el aprendizaje y la lectura. El tiempo nos dispersó de la más diversa manera. Pero a través de los años, han surgido voces poéticas con las cuales es posible el diálogo sereno, crítico y, por qué no, cimentado en la amistad: viene a mi mente la presencia de Eduardo Jeria y su afán de transparencia verbal, Gonzalo Gálvez con una honestidad humana y poética a toda prueba y lector como pocos de esa intensa tradición que va de Hölderlin y Novalis a Rilke y Celan; Jorge Polanco y su cuidado con el lenguaje que desemboca en la paradoja de hacer el intento de decir desde el silencio; Rodrigo Arroyo y su sano escepticismo postmoderno ante los constructos demasiado evidentes que yo mismo suelo inventar para ejercitar la lectura. Ellos son mis contemporáneos directos a quienes puedo llamar por teléfono a casi cualquier hora del día y no sentir remordimiento por eso.

- ¿Cómo ves la poesía actual chilena?
- Pregunta enlazada con la anterior. Aquí, sin embargo, pretendo hablar como espectador y no como mero participante. Sólo diría una cosa: bien, a la poesía chilena actual la veo bien, opinión que matizo del siguiente modo: sin duda que desde los albores del siglo XX, la poesía chilena ha producido poemas y poéticas de envergadura que hay que entenderlas en el concierto mayor de la poesía del idioma que no de las fronteras físicas y geopolíticas. Eso creo que es de consenso crítico a estas alturas. Pero para mí como lector –y desde la dictadura al menos- la carencia de un referente crítico de rigor, salvo excepciones notables, que se configure como correlato necesario, no de orientación ni de tareas administrativas, sino como complemento en “prosa” –una especie de autoconciencia a la productividad poética propiamente tal-, se encuentra a mi parecer ausente y de ello surge a mi modesto entender, la posibilidad de la “extrañeza” entre las propias discursividades poéticas que se articulan hoy por hoy: existe el riesgo de sobredimensionar tal o cual propuesta, no por la negación de sus cualidades intrínsecas, sino por la ceguera de no leerlas en diálogo con propuestas anteriores y contemporáneas, como a su vez, está el riesgo real de olvidar tal o cual proyecto en la medida que no obedece a lo que pasa por hoy como políticamente correcto, como asimismo, “pasar de largo” tanto frente a propuestas devenidas poco visibles, pero no menos importantes, como también ante proyectos o discursividades que el eventual “canon” ha olvidado o relegado. Y si agrego que el ejercicio de escribir poemas es el más efímero que hay en el mundo, la fragilidad del “estado de cosas” de la poesía chilena no es menor. Y no me refiero en exclusiva con la palabra “fragilidad” a una más que virtual “institucionalización” que debe ser sanamente criticada y que se encuentra llevada a cabo por diversas redes de la índole que sea (Fundación Neruda, Consejo del Libro, Universidades privadas, etc) sino más bien, me refiero que esa ausencia de “discurso secundario” –que a falta de críticos informados, deberían asumirlo los poetas mismos- hace que en la triste noche de este Chile “pro-bicentenario”  todos los gatos sean pardos, es decir una virtual nivelación donde todo da lo mismo y en que instancias de poder se regodean con cuatro o cinco nombres, que no obras.

- ¿Qué opinión te merecen los talleres literarios, sobre todo, teniendo en cuenta tu experiencia como monitor del Taller de Poesía del centro Cultural La Sebastiana?
- Son necesarios, en la medida que acercan a distintos jóvenes sin formación literaria alguna a una idea o concepto de poesía y literatura socialmente aceptada a la cual, ojalá, si persisten, puedan revertir, criticar y replantear. En cuanto espacio de experimentación para desglosar en mentes aún no maduras una poética (a veces la del propio monitor), a través de una escenificación iconoclasta sin fundamento, me parecen irresponsables e irrelevantes. Un taller debería ser en mi anticuada opinión un lugar de aprendizaje. Pero una anécdota ejemplifica esto mejor que mis palabras: Adorno relata en uno de sus ensayos que un joven bastante capacitado para la tarea de la composición musical, llegó a la célebre clase de Schönberg pidiéndole encarecidamente que le enseñase la técnica dodecafónica que el autor del Pierrot Lunaire esbozó y decantó por décadas, convirtiéndola en el sumun de la vanguardia musical. La respuesta de Schonberg fue tajante: no me hable de eso y antes que nada tráigame para la próxima sesión 15 copias de tal canon de Bach. Soy de los que creen que por ahí va la cosa en lo que respecta a talleres.
En cuanto a mi experiencia con el Taller de Poesía que la Fundación Neruda mantiene en La Sebastiana, afortunadamente no es la única. Me explico: la manera en que se ha implementado con los años una metodología de trabajo que requiere a mi modo de ver, renunciar a mostrarse como poeta ante un puñado de jóvenes con mucho menor experiencia literaria –hay unas cuántas excepciones- es algo que requiere voluntad y tal vez hasta ascesis. Creo que si no hubiese vivido otro tipo de experiencias como tallerista y monitor en otros sitios y hacia otros públicos –adultos mayores, niños, estudiantes de colegio, profesionales varios, etc- habría cometido más errores de los que hoy acepto como vergonzosamente realizados en la difícil tarea de orientar, conversar y criticar a personas que apuestan con intensidad por su personalísima escritura. Esto para decir que el Taller de Poesía que funciona en La Sebastiana, es al menos para mí, un desafío constante, un llamado permanente para ejercitar la humildad, teniendo en mente que lo que hay que fomentar en esa decena de jóvenes es la lectura, el espíritu autocrítico y sobre todo, el intento para que aprehendan su propia manera de articular su sensibilidad y las palabras que han invocado para ello. En ese sentido, no hay ningún poema “malo” a priori para uno como lector. La tarea sería otra: que el propio tallerista descubriese los mecanismos y las instancias que le llevaron a dar solución lingüística de tal o cual modo a lo que quiso decir y si esas “soluciones” son necesarias o no para que el poema tenga valor, sentido o se ajuste del mejor modo posible al mundo interior que parece haberlo provocado. De más está decir que el que ha aprendido con creces de decenas de jóvenes en casi 10 años he sido yo.

- ¿De tu obra si tuviese que elegir un poema o fragmento, cuál?
- Ninguno. Si es por solazarme, me gustaría hacerlo con algunas páginas de Schopenhauer, unos versos de Anguita, Paz y Rilke, como con la música de Mahler o Berg. Con eso basta y ya es mucho.

- ¿Qué libros no has podido nunca terminar de leer?
- Varios, entre ellos –y sé que esto le causará gracia a mi amigo Cristian Miranda- “Esencia y formas de la simpatía” de Max Scheler; los cuatro volúmenes de “El hombre sin atributos” de Robert Musil –siempre llego a inicios del tercer tomo-; el hermoso, pero fatigante ensayo de José María Valverde sobre Azorín; el “Ulises” de Joyce, TODAS las novelas de José Donoso –a menos que me las pidan para un examen o algo así-; varias decenas de páginas de los seminarios de Lacan – que me perdonen varios amigos y conocidos: pero eso no es para pensar y decirlo en castizo castellano-; “Zurzulita” de Mariano Latorre, “Raza de bronce” de Alcides Arguedas –y mi buen Marcelo Pellegrini con una sonrisa en los labios sabrá a lo que me refiero- y las páginas críticas de Raúl Silva Castro.

-¿Cuál es para ti el gran libro olvidado de la poesía chilena?
- Creo que hay varios, pero entre esos: “No más que una rosa” de Pedro Prado.

-¿Cuál fue el último libro de poesía chilena que leíste?
- Libro de poemas de un tirón: “Jardín japonés” de Eduardo Jeria y “El sol entre dos islas” de Marcelo Pellegrini. Poemas aislados, bueno: varios de Novalis y Hölderlin por grises motivos docentes; otros más de Pedro Prado y Gabriela Mistral por los mismos latosos motivos y por mero gusto y gratuidad una plácida relectura del “Cementerio marino” de Valery.

- ¿Qué libro estás leyendo ahora?
- “Café Invierno: conversaciones con Ennio Moltedo” de Luis Andrés Figueroa, libro necesario para conocer el mundo imaginativo y vital de uno de los más relevantes poetas chilenos de los últimos 50 años. Además de eso “Parte de la oración y otros poemas” de Joseph Brodsky

-¿Cómo ves hoy por hoy, la industria editorial?, ¿Cómo autor qué soluciones le darías a este problema?
- Primero que nada: reconocer que en esto de la “industria editorial”, la poesía, por principio, tiene poco que ver. Ni siquiera nuestros autores más señeros, salvo quizás Neruda y probablemente dentro de poco, la Mistral, han tenido un lugar privilegiado en ningún ranking de “libros más vendidos” o sus obras se han promocionado con sendos afiches en cuanta librería hay o los medios se han visto en la obligación de comentarlos porque es de buena crianza, están “inn” o por mera mediocridad. Para nada.
Segundo: que el esfuerzo de editoriales “independientes” (RIL, LOM, Calabaza del diablo, Del Temple, Bauvedráis, Altazor, Mago y otras), si es que no cambia la política económica hacia el libro y las instancias que lo prohijan, seguirá siendo eso: un esfuerzo con todo el calvario que ya conocemos.
¿Soluciones? Si las supiera estaría de asesor de nuestra ministra de cultura.
No sé, tal vez reconocer por parte del estado y su aparato público de un tirón y sin complicaciones mentales o emocionales –tal vez ya se ha hecho y no me he enterado- que los grandes consorcios editoriales son lisa y llanamente empresas con todo lo que eso significa y que ofrecen productos a un consumidor. Y de ahí, reconocer que estas editoriales pequeñas y “hechas a mano” poseen el status de “micro-empresas” y que necesitan todo el apoyo técnico y financiero que el Estado, teóricamente, otorga como el apoyo que la Sra Juanita tiene para montar una tienda de ropa o don Pedro posee para exportar peras. Es quizás risible, pero todo desemboca en algo a mi ignorante parecer, muy sencillo: apoyo estatal. ¿Que acaso eso ya no existe? Tal vez sí, con la diferencia que debería ser una política constante y sin concurso, no sé: ¿cuánto podría otorgar el Estado a estas editoriales pequeñas en materias primas, por ejemplo, sólo en papel? , ¿o articulando una red de distribución nacional?.
En un país de fantasía yo sacaría el IVA al libro, inventaría una editorial nacional cuyo consejo editor fuera rotativo por razones obvias, incentivaría a otras instituciones a otorgar becas de creación y de edición (Fundación Neruda, Instituto de Chile, Universidades públicas y privadas, el propio ministerio de cultura, Gobiernos regionales, Colegios Profesionales, qué se yo), pero con el fin que la administración y el reparto de recursos del libro y para el libro no fuese instancia monopólica de una sola institucionalidad como es hoy por hoy el Consejo del Libro. Bueno, después de todo, no cuesta nada soñar.

-¿Qué piensas de los premios literarios?
- Para algunos pueden ser una sana vía de ganar algo de dinero frente a la precariedad laboral a la que siempre se expone un poeta. Simbólicamente creo que hay premios que representan el “estado de cosas” de algunos sectores de la poesía chilena con los que no necesariamente puedo estar de acuerdo. Y por último, no son ni legitimadores, ni consagratorios para nadie. Sólo los que piensan los premios como triste manera de visibilidad –y los tontos que les creen a esos poetas sin haberlos siquiera leído- en pos de pasar a la inmortalidad en nuestra pequeña y melodramática sociabilidad literaria, pueden creer que son el “non plus ultra” de lo que es o sería la poesía.

-¿Quién te gustaría que recibiera el premio Nacional de Literatura?
Hay varios autores que se lo merecen o merecerán: entre los que hoy debiesen obtenerlo sin mayor cuestionamiento, está, para mí, Efraín Barquero.

- ¿Qué te parece este Chile ad portas del Bicentenario?, ¿su política cultural para con la poesía?
Que la “política cultural” de nuestro país, no es ni “política”, ni “cultural”  y que ante las puertas del Bicentenario más vale pensar con la cabeza fría que no con el entusiasmo: que yo recuerde ninguna prefiguración de fechas o años celebratorios han sido sinónimos de utopía o emancipación. Y no creo que ésta sea la excepción.

- ¿Cuáles son los 10 libros que recomiendas leer?
- Menuda tarea que te obliga a publicitar una de las cosas que más amas. En fin y haciendo la salvedad que todo listado es inocuo, acá va el mío:
1.- Una buena antología que contenga poemas de los poetas clásicos del castellano del Siglo de Oro: Garcilaso, Góngora, Herrera, fray Luis, Quevedo, conde de Salinas, Gil Vicente, Aldana, Fernando de Torre, Villamediana, etc
2.- Un volumen con una selección de relatos y/o novelas cortas de Cervantes, Sterne, Fenelon y páginas escogidas de Richardson, Alfieri, Quincy, Hazlitt y Leopardi
3.- “El mundo como voluntad y representación” junto a un añadido selecto de “Parerga y Paralipomena” de A. Schopenhauer
4.- todo Hölderlin
5.- “La muerte de Virgilio” de Hermann Broch
6.-“La palabra quebrada” de Martín Cerda
7.-“Los cuatro cuartetos” de T.S. Eliot
8.-“Diario” de André Gide
9.- “El arco y la lira” de Octavio Paz
10.- “Poesía entera” de Eduardo Anguita


- ¿Qué opinas de las nuevas formas de difusión literaria por Internet como revistas literarias, blogs, páginas sobre literatura?
- En un desierto de palabra escrita, valdría preguntarse: Internet, ¿por qué no?

- ¿Qué cosa te quita últimamente el sueño?
- Literalmente mi hijo recién nacido, Manuel Antonio

- ¿Qué te escandaliza?
- No tanto que todo siga igual (injusticia, derroche, inmoralidad sin cuento), sino que sea de tal magnitud nuestra indiferencia o que seamos tan pusilánimes que nos convenzamos que el mundo así ha sido y así debe ser.


-Me gustaría que a ti mismo te hicieses una pregunta –que nadie más te ha hecho- y te la respondieras

P: “¿Podría ud vivir sin escribir poemas o leer algún libro?”
R: Sí, claro
P: “¿Y sin música?”
R: ¿por dónde está la puerta de salida por favor?


-¿A qué le tienes miedo?
- A perder la memoria de lo que he sido y soy, de lo que he leído y leeré, de lo que viví y sentí en mi infancia, de la gente que amo.