sábado, 2 de julio de 2016

La poesía hispanoamericana en la encrucijada de la Guerra Civil Española. César Vallejo y Octavio Paz



Seguimos, como si fuese nuestra, la lucha de la República (…) Para nosotros la guerra de España fue la conjunción de una España abierta al exterior con el universalismo, encarnado en el movimiento comunista. Por primera vez la tradición hispánica no era un obstáculo, sino un camino a la modernidad.
Con estas palabras recordaba Octavio Paz a fines de los años 80 y en vísperas de obtener el Premio Nobel no sólo su participación en el drama de la Guerra Civil, sino también actualizaba entre nosotros en la antesala de nuestra propia época –la de fin de siglo con sus conatos no resueltos heredados de la dictaduras militares y la instauración violenta de un paradigma neoliberal que hasta hoy nos sacude y gobierna- una manera de sentir y entender la emergencia epocal que significó no tan solo el gesto comprometedor de la intelectualidad hispanoamericana con la tragedia de España, sino más bien y de modo mucho más vasto y complejo de aprehender, la asunción explícita de parte de nuestra sensibilidad en hacerse parte por y en la acción política y artística de una modernidad que hasta ese instante resultaba esquiva y espasmódica.
Pero las declaraciones de Paz, como asimismo la de muchos otros poetas hispanoamericanos acerca de la Guerra Civil no nacen de un momento a otro producto simplemente de la simpatía específica por un instante político y cultural que se inicia con la instauración de la Republica en 1931. Me parece que el asunto es algo más complejo. Por su puesto que en esta intervención no aclararé ni menos resolveré con prestancia los detalles de este avatar histórico. A lo sumo me limitaré a establecer algunos puntos que me parecen relevantes.
Debemos recordar que después de las guerras de independencia –verdaderas guerras civiles con todo lo que ello significa y dato no menor para tratar de entender las relaciones tensas entre las jóvenes republicas y España durante el siglo XIX y parte del siglo XX- nuestras nacientes repúblicas hispanoamericanas de la mano de sus intelectuales fundadores –Sarmiento, Bello, Rodríguez, Lastarria, Irisarri y tantos otros- efectúan una profunda y crítica revisión de sus relaciones políticas, culturales e intelectuales con la antigua metrópoli. El resultado de aquello con los matices de cada sensibilidad y comprensión histórica, desemboca en una opinión que pronto se transforma en axioma y hasta en creencia: que para acceder al discurso de la modernidad con sus aristas de progreso, alfabetización, laicismo y democracia, hay que superar y hasta rechazar la herencia española. Estar a la altura de la época, de la modernidad naciente y pujante es tomar como modelos económicos, políticos y culturales lo que acontece en Inglaterra, Francia y EEUU. Como dice Sarmiento de modo audaz, hiriente y atrevido: la Colonia fue nuestra Edad Media, nuestra propia época oscura. Si queremos ser modernos a este lado del Atlántico, debemos abjurar de España y mirar a otros horizontes.
A fines del siglo XIX y principios del siglo XX aquel axioma se resquebraja de modo violento: en lo político el imperialismo norteamericano hace saber que la tan deseada modernidad no es un gesto de gratuidad igualitaria, sino una meta problemática y ambigua con sus simultáneas promesas de progreso y dominación. En ese sentido podemos entender que la sensibilidad del 98 español y del modernismo dariano son modos, maneras y formas de reaccionar ante el impulso de lo histórico desde la peculiaridad de lo idiosincrático y de la imaginación estética más allá de sus supuestas diferencia y antagonismos. Como extremos que se dan la mano es posible ver en ellos el largo camino de reconciliación entre el mundo americano y el español. De aquel modo, dentro de este contexto es que la instauración de la República en 1931 será saludada por la intelectualidad hispanoamericana como un eslabón relevante en el trecho a recorrer por nuestros países para adentrarse en ese recoveco que llamamos modernidad. Por ello, el estallido de la Guerra Civil posee para muchos poetas hispanoamericanos un cariz catastrófico más allá de la empatía partidista o cultural: es la posibilidad cierta que el proyecto de modernidad que a través de la transformación estética transmitida por esa sensibilidad vanguardista decantada desde inicios de siglo y con la promesa de transitar de lo estético a lo social y aún lo político –cambiar la vida, transformar la sociedad- se trunque y fracase.
Sé que lo que digo es de una descomunal generalidad. Pero si nos detenemos en los casos específicos de poetas como Cesar Vallejo y Octavio Paz respecto a cómo este fenómeno socio-histórico afectó, cambió e hizo reflexionar a estos poetas –y con ellos a muchos otros-, pues tendremos que darnos cuenta que la tan anhelada necesidad de embarcarnos en el buque de la modernidad logró en la experiencia de la Guerra Civil, aunar por vez primera la imaginación y la política, el compromiso social y la aventura estética, pero sobre todo, logró hacer comprender a los poetas que el eje central en el cual se articula toda reflexión y se desea toda acción, pasa por un modo de entender y cambiar el lenguaje.
Cesar Vallejo vivía en París, autoexiliado, cuando estalla la Guerra Civil: retornando de un ilusorio y fallido viaje a la URSS –tal como otros intelectuales de la época- el poeta peruano ha escrito si no toda, al menos la parte más fundamental de su obra poética con Los Heraldos Negros y Trilce. No es que tengamos que hacer una interpretación sumaria de su obra, pero es muy tentador apreciar que hasta ese instante, la poesía de Vallejo había llegado a una especie de callejón sin salida. Me explico: haciéndose eco de vastas tradiciones y sensibilidades–la herencia española del siglo de Oro, la sensibilidad quechua y precolombina en el más amplio sentido del término, la asimilación genial de los descubrimientos y experiencias vanguardistas más intensas traídas a circulación en nuestro medio por Huidobro-, la poesía de Vallejo manejaba un repertorio –la infancia, la memoria familiar, el desencanto del  mundo, la desesperación ante la imposibilidad de la expresión lingüística, el sufrimiento personal rayano en la angustia existencial, la tentadora idea de pecado heredado del catolicismo de su infancia, como también la ambigüedad de la promesa de transformación social representada por el Frente Popular y su experiencia de viaje a la Unión Soviética-  de situaciones , vivencias y recuerdos que se habían plasmado en una serie de poemas magistrales que son sin lugar a dudas, ejemplares en la poesía de nuestro idioma. En la poesía de Vallejo es posible ver a un sujeto escindido  y con un discurso al borde del solipsismo, aquejado por la tensión lacerante entre el desgarro de la identidad y una impronta moderna que ha desterrado certezas metafísicas desde donde articular una experiencia totalizante y plena. Pues bien, es justo ahí donde me parece que la ida de Vallejo a España durante la Guerra Civil puede ser vista como un acontecimiento crucial. No sólo como el alegato de un intelectual progresista ante la catástrofe que implica la guerra como fenómeno en sí mismo, sino como una inesperada y aleccionadora salida al impase expresivo a que su propio lenguaje le había llevado y que le permite vivenciar esa experiencia totalizante tan anhelada y más allá de cualquier desgarro. España aparte de mí este cáliz, junto a los poemas que póstumamente se titularían Poemas humanos vienen a ser los conjuntos de poemas escritos por Vallejo en este tiempo. Son poemas que si los miramos con cierta detención asumen, entre otras cosas, un lenguaje que se presenta a sí mismo con un afán comunicativo, con un afán de decir de modo directo la inmediatez de una realidad compleja. Pero no me refiero a una mímesis realista inocua. No, me refiero a una manera de ver el poema como una síntesis de una experiencia donde el “otro” tiene particular presencia y aún más, se vuelve como justificativo de toda trama poética. Poemas como Himno a los voluntarios de la república, Varios días el aire compañeros, Responso a un héroe de la república son poemas donde advertimos una necesidad de confraternidad, una necesidad de comprender en y por el lenguaje la tragedia histórica, pero también la belleza de un sentir comunitario que hace del riesgo, y el peligro una luz aglutinante. Frente a los imperios de la impersonalidad de las fuerzas amenazantes de la individualidad representadas por el levantamiento nacional, para Vallejo pareciera ser que un modo de resistir y de hacer política es a través del conjuro pasional de un lenguaje que se quiere cercano y reivindicativo de lo más humano que posee todo ser humano: el compartir con otro la alegría, pero también el dolor. Pienso que la restitución de una subjetividad que se ha visto a sí misma fragmentada y precaria, se asume epifánica cuando se percata que fuera de sí se encuentra la resolución: camaradería, compañerismo, voluntad de levantar el mundo y transformar la sociedad y aún la propia mortalidad. En ese sentido un poema como Masa, en su sencillez léxica, pero articulado con un vigor retórico sin igual, aúna esa herencia entre cristianismo y lucha social, entre individualidad y comunidad y bajo el telón de fondo de la lucha armada que la necesidad epocal convertía en perentoria. Tal vez un modo de salir del impase de una modernidad esquiva.
Si para Vallejo la experiencia de la Guerra Civil es la culminación de su vida poética, para Octavio Paz es su inicio. Siendo apenas un joven poeta de 23 años, Paz es invitado, mediante las gestiones de Pablo Neruda, al célebre  Congreso de Escritores Antifascistas efectuado en Valencia durante el verano de 1937. El ser un miembro secundario de la delegación mexicana a tal evento, no impide que Paz se muestre activo: habla con intelectuales, poetas, gente del pueblo, militares y burócratas, debate con amigos y conocidos, se entrevista con celebridades y desconocidos que en un futuro serán amigos fieles (Serrano Plaja, Gil Albert, etc). Viaja al frente de batalla y se expone a la lucha armada con una ingenuidad que hoy nos asombraría, se percata en carne propia por vez primera de la heterogeneidad de las posturas políticas de izquierda y se da cuenta del irreconciliable pasmo que significa asumir una libertad de cariz anarca con la disciplina partidista que subyuga bajo su alero la necesidad histórica del momento en llamas. Pero sobre todo, Paz conoce y convive con poetas de la talla de Cernuda, Aleixandre, Prados, Bergamín, Alberti, es decir, la Generación del 27 en pleno y aprende de ellos no tanto o simplemente una manera conductual ante el hecho catastrófico del desastre de la guerra, sino más bien, un modo de temperar su lenguaje desde un juvenil y retórico entusiasmo inicial, hacia la sabiduría de entender que todo poema siempre es un después de la experiencia y que se constituye como otra experiencia. Sí, el romántico y joven poeta soñador de tendencias anarquistas, pero que poéticamente bien puede estar situado en la retórica de una poesía previa al modernismo –el estentóreo decir del romanticismo español y francés- y que hace de su poema político No pasarán, su primer ensayo de grandilocuencia entusiasta, se encuentra azorado ante lo que le toca presenciar no solo en la violencia callejera  o del campo de batalla, sino ante esa síntesis magistral que poetas coetáneos a él como Cernuda y Aleixandre por ejemplo han sabido decantar de Valery y Breton respectivamente, es decir, lo mejor de la herencia simbolista y vanguardista de la modernidad poética francesa. Pero no creo que se trate sólo de influencias en un joven perspicaz cuyo aprendizaje y asimilación de referentes y fuentes varias es asombrosa. No, se trata de otra cosa: de encontrar un tono que sea total, que abarque la experiencia plena de una subjetividad que se niega verse a sí misma como escindida y menos como fracasada. En esto el ejemplo del surrealismo es para Paz, fundamental. Es cierto que aún no conoce en persona a Breton y que una década después estando en Paris abrevará en las aguas del movimiento surrealista. Pero en el periodo de la Guerra Civil, vía los poetas españoles mencionados, vía Neruda, vía Huidobro, Paz presiente la necesidad que el poema sea una experiencia abarcadora y donde la guerra y sus consecuencia de destrucción, otorguen como resultado, no solo un gris compromiso político bajo el amparo de una sensibilidad partidista de izquierda, sino más bien, que el poema sea la puerta de entrada para con una vivencia  más vasta y plena del ser humano. Solo así nos explicamos que en los poemas que Paz escribe al regresar de su viaje a España a fines de 1937 e inicios de 1938, el tema erótico se encuentre entrelazado con el tema político. Pienso sobre todo en los poemas de Bajo tu clara sombra que reúne en un pequeño volumen una serie de textos que se aventuran en este camino y que, me parece anuncian la obra mayor que será síntesis años después de tan intensa vivencia, el poema Piedra de sol. Éste que viene a ser un texto de largo aliento donde el recuerdo de la experiencia de la guerra civil ha decantado en una vasta reflexión acerca del transcurrir del tiempo y el modo en que el cuerpo y la acción poseen la llave para conjurar toda escisión. Ese poema que data de 1957, es decir, 20 años después de los acontecimientos que relata en una apretada simbología y recapitulación, viene a ser a mi juicio uno de los mejores testimonios que una madurez poética le rinde como tributo a la experiencia juvenil que la ha alimentado. Así en Paz no hay superación ni olvido, más bien aprendizaje y reiteración que hace de cada vivencia una recursividad al servicio del lenguaje que se vuelve exploratorio de sus límites expresivos.
Con Paz y con Vallejo, la encrucijada de la Guerra Civil implica vérselas con esa cuota de modernidad para salir del laberinto de las imposibilidades epocales, es decir, como puerta de salida para tener la autenticidad y la inmediatez de una experiencia que fuera decisiva y no un trauma que nos encerrase en un maltrecho solipsismo. En estos poetas, como en muchos otros, la Guerra Civil Española se volvió la posibilidad de vislumbrar una existencia más plena, más comprometida, más auténtica donde al parecer por primera y hasta ahora última vez, poesía y vida pudieron darse la mano para dejar en suspenso sus inevitables contradicciones.



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