domingo, 13 de marzo de 2011

Alberto Girri: 1919-1991

A veces se nos olvida que el ritmo del mundo, otorgado por una supersticiosa conciencia de la velocidad, no se condice necesariamente con el ritmo de la poesía. Nada más equívoco que pedirle a la poesía una actualidad permanente, como si en aquella petición se lograra  conjurar la herida que poseemos como seres humanos ante la inmensidad de la vida o el silencio más expresivo que nuestra pequeña soledad intenta tantas veces rehuir. Esa herida dada por el puñal de la historia o más bien por la prisa de los acontecimientos se intensifica, contradictoriamente, en todo poema: creemos que éste obedece a una inmediatez que responde a nuestra azorada mortalidad cuando, en verdad, su fidelidad se vuelve opaca para con nuestra solicitud. Nada más paradojal que nuestra ansia de lectura que anhela asidero, nada más contradictorio cuando creemos entender, comprender y hasta definir lo que un poema nos dice.
Valgan estas breves reflexiones para apuntar un puñado de ideas sobre Alberto Girri, poeta argentino, nacido y muerto en Buenos Aires y cuya poesía es tal vez una de las más intensas de la lengua castellana. ¿Pero qué significa intensidad en Girri? Por lo pronto, por su puesto que nada de actualidad: dados en Chile a articular listados y cánones de la más variada índole para regocijarnos de nuestro “conocimiento” periodístico y hasta farandulero de lo pertinente en materia de literatura argentina, sin duda que un poeta como Girri no goza de una recepción, no digamos masiva, sino más bien predispuesta o atenta por ese puñado de lectores que hacen de la predisposición conciente y la atención hospitalaria, un gesto heideggerianamente vital como el que solicita de nosotros el filósofo de la Selva Negra para adentrarnos en los laberintos de Trakl o George. En ese sentido, nada más extemporáneo que la poesía de Girri, como también lo es la poesía de un Roberto Juarroz, o la de un Hugo Gola o un Horacio Castillo. Pero es justamente esa extemporaneidad de aparente disonancia la que vuelve atractiva una poesía como ésta, radical en su sintaxis ascética y que se atreve a ser una con el pensamiento a pesar del riesgo que implica una actitud así para la prosodia del poema, para la “musicalidad” del verso. Árida e incomprensible han sido los adjetivos siempre recurrentes para calificar la poesía de Girri y uno estaría tentado a tomar el asunto del revés y preguntar ¿y algo malo hay en ello? Prejuiciados por lo que significa el tan traído y llevado concepto de comunicación, en poesía no necesariamente lo comunicable en la transparencia del discurso adquiere estatus de ciudadanía. Tantas veces se nos olvida que la opacidad del lenguaje haya refugio o más bien encuentra su razón de ser en verse otorgado en las palabras concatenadas por el oficio del poeta: trabajo singular que rehúye toda adscripción distraída y donde cada vocablo expone que no muestra.
Ciertamente la poesía de Girri  -vasta, desplegada en casi 30 libros de poemas publicados entre 1947 y fines de la década del 80- es fiel a ese cometido, un cometido que se va asumiendo con una morosidad consciente de sí misma y que año tras año, libro tras libro, década tras década, se va despojando de su sensualidad lingüística como queriendo brindarnos una experiencia de extrema desnudez conceptual, como queriendo darnos la mano para adentrarnos en la sima vertiginosa en que se sumergen las palabras, recobradas éstas de su fuero primordial, aquel que hace relación con las propiedades de la magia. En ese aspecto, tal vez la poesía de Girri obedece a una especie de fenomenología que se preocupa de exponernos, no el sentido de los referentes que pretende traslucir su discurso, sino más bien, a las propias palabras, configuradas éstas en una transparencia que no es equiparable a la transmisión inequívoca del sentido para serenar de algún modo nuestra percepción deseante de arraigo. No, en absoluto: la transparencia a la que hago mención creo que tiene más que ver con una singularidad de plena autonomía significativa y que la poesía de Girri asume con una resolución única, donde su peculiar ritmo se vincula más con el ordenamiento de una meditación asociada a una respiración amplia y acompasada que con una musicalidad saltarina fundada en la sinestesia y donde, como lectores de poesía, creemos que anida todo placer. Suena tal vez paradójico referirse a un placer ascético, pero no lo es tanto si pensamos esta poesía asociada con la pintura de un Kandinsky o la música de un Schönberg, es decir, con esos paraísos conceptuales que vuelven palpable –representable- la densidad que es propia de todo ejercicio reflexivo. “Quien ha pensado lo más profundo ama lo más vivo”, apunta Hölderlin. De esta forma una poesía como la de Girri, en su extemporaneidad, nos recuerda casi en sordina que la vida no es sinónimo de actualidad y, por ende, es mucho más problemática su aprehensión como lo es cualquier poesía que pretenda dar cuenta de ella.

Poemas de Alberto Girri:
http://amediavoz.com/girri.htm

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