viernes, 25 de marzo de 2011

Bosquejo de prólogo para antología nunca publicada

A fines de 2007 o principios de 2008, junto al poeta y ensayista Guido Arroyo, perpetramos una muestra antológica de poesía chilena actual que iba a ser publicada en Buenos Aires. Titulamos nuestro trabajo de un modo muy higiénico: Pasado en limpio. Pero por esos avatares típicos de la vida literaria, esta publicación no pudo dar a luz, en otros términos, se chingó. Intentamos buscar por acá y allá algún tipo de patrocinio para ver la posibilidad de publicar este trabajo en alguna otra ciudad argentina o hasta de Perú o México, pero nuestros contactos o no funcionaron o no eran tan influyentes como creíamos para convencer a un editor. Por lo demás, como producto de exportación no tradicional, la poesía chilena no era ni es ya una dato de curiosidad lectora. Sea como sea, la antología como todo proyecto de esta índole, envejeció muy pronto. Hoy por hoy no la publicaría tal como la dejamos y por razones diversas que el benévolo lector puede adivinar. Como un simple recordatorio, subo ahora el bosquejo de prólogo -nunca llegó a ser el definitivo: estábamos consensuando eso con Guido cuando recibimos la notica funesta de su no publicación- que tal vez sirve para apreciar algunas opiniones sobre un estado de cosas en torno a la poesía chilena reciente que quizás no han cambiado en demasía.

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Una antología es un ejercicio curatorial que debería ser consciente de su precariedad: queriendo ser inclusiva, siempre concluye siendo exclusiva y a la postre es una pretensión de fijar lo que siempre es dinámico, voluble y movedizo. Salvo excepciones –y esta antología no pretende serlo- su articulación rara vez es un apriori, la mayoría de las veces más bien, una mera constatación de lectura.
La antología que el lector tiene ahora en sus manos es un ejercicio nacido más del azar que del cálculo: no estuvo entre sus propósitos originales trazar un mapa definitorio de aquello malamente denominado poesía chilena actual, rótulo que sin duda, siempre es tentador por razones varias y de no menos peso, aquellas que dicen relación con una potencial divulgación de lo que, hoy por hoy, suena más a la presencia medial al uso que al oído. Porque simplemente hablar o referirse a “la” (una) poesía chilena, es dejar de hablar o referirse a otras. ¿Acaso las hay? Y ya desde este tabanesco preguntar, aparecen algunas respuestas implícitas que necesitan de su pregunta más que de su mera constatación. En aquel entendido, es probable más bien, referirse a poéticas y/o maneras o formas de abordar lo poético con estrategias escriturales diversas y disímiles y que un puñado de autores, como los reunidos en estas páginas, llevan a cabo. Tampoco estuvo entre sus propósitos originales hacer una selección “representativa” de las tendencias (temáticas, sociológicas, de género, etnoculturales u otras) de esas eventuales poéticas, identificables como una especie de presupuesto teórico invisible y con el deseo de dejar satisfechos a todos, a tirios y troyanos. La palabra “representatividad” es sin duda tentadora, pero no menos canallesca, pues pretende administrar en su uso una pretendida “objetividad”  que los mismos poemas reunidos aquí desmienten a la primera mirada.
Pero como no es posible caracterizar sólo por medio de una negatividad –decir lo que esto o aquello no es- Por lo mismo, valgan algunas líneas explicativas –y hasta justificativas: verdadero moto de cualquier antología que se precie- para invitar a un lector que suponemos, no debería estar tan bien informado - ¿y a razón de qué?- sobre lo que acontece en la “poética república chilena”.
Lo primero que habría que decir, es que la petición del editor ya supuso una circunscripción: poetas chilenos nacidos desde 1970 en adelante y con al menos un libro publicado. Delimitado de tal forma el horizonte, nos percatamos que trazar el índice de esta antología basándonos en presupuestos generacionales, si bien siempre ha sido un tema recurrente y salvador (ya sea a favor o en contra) para cualquier recopilación de pretensiones similares a ésta, evidenciaba un acomodaticio esquema que al fin de cuentas no resuelve nada. Constatábamos –y seguimos haciéndolo- que de un tiempo a esta parte, lo acontecido con la poesía escrita en Chile mostraba y muestra una variedad de tendencias, formas, maneras y modos de entender lo poético y su hechura en obra, como un variopinto escenario que de todas maneras, a estas alturas, hace tambalear cualquier rótulo de clasificación generacional aplicado mecánicamente. Y no sólo eso, sino que el ejercicio lector muestra que no es posible hablar de un discurso hegemónico de la índole que sea, a la hora de plantear la relevancia de tal o cual tendencia bajo tal o cual rótulo o presupuesto reflexivo o teórico. En un espacio de amplio espectro, desde 1990 en adelante al menos, lo que parecía dibujarse como una forma de entender o llevar a cabo lo que era y es la poesía, se ha ido hiperfragmentando de tal manera que hoy, pareciera que ya no es posible afirmar con seriedad que la poesía chilena actual obedece a tal o cual tendencia prioritaria, organizando de esa forma un pretendido canon. Éste, por lo demás, ha explotado y lo que tradicionalmente en algunos círculos críticos se ha dado en llamar la “poesía chilena” con sus jalones bien representativos que van desde Neruda y Huidobro hasta Parra, Zurita y Martínez, se ha resquebrajado. Más bien, sería preciso decir: la manera histórico-lineal de leer a estos poetas y sus obras respectivas dentro de un marco historicista es lo que se ha fracturado y lo que, creemos, ha advenido, es un modo disímil de asumir esa eventual tradición que suena más bien a una especie de “antitradición pluralista”, es decir, a un espacio de respiración de múltiples tentativas poéticas que dialogan –y no necesariamente en una paz mimética- con poéticas precedentes y con el contexto socio-cultural de las últimas dos décadas. En estas afirmaciones hay mucho de lugar común, pero basta constatar lo dificultoso de cualquier análisis que pretenda leer corpus tan vasto, para percatarse que vale la pena volver sobre ello y sin temor a la contradicción o al comentario innecesario.
Lo segundo que cabría decir en lo que respecta a esta antología, es que sería iluso establecer características rotundas que explicitaran los poemas de los aquí reunidos queriendo entregar una falsa sensación de “familia”, “continuidad” “sensibilidad” o algo semejante. Y si bien en algunos de ellos pueden rastrearse afinidades, guiños y hasta aparentes tendencias estilísticas, apostamos a creer –perdón, a leer- que ello obedece más que nada a la inmediatez temporal de la circunstancia, que a la prueba retrospectiva del sano distanciamiento. Esto por algo muy sencillo: el poema siguiente desmentiría al precedente, desdibujando cualquier pretendida hegemonía. ¿Resulta acaso imposible entonces la valoración crítica? Por supuesto que no, pero tampoco ésta es un oasis de fértil mansedumbre. Probablemente eso tiene que ver con una rotura de la manera de entender lo que es el poema como artefacto lingüístico y que desde los años 80 en adelante ha ayudado a poner en duda o más bien, a leer con una actitud más perentoria y dúctil que complaciente y con sosiego, lo que ese artefacto hecho de palabras nos dice o creemos que nos dice. Para todos los poetas reunidos acá, sin duda que las escrituras nerudiana, huidobriana, rokiana, mistraliana, rojiana – y aquí nos detenemos, puede el benévolo lector imaginar o suponer otras ramificaciones sucesivas que por morosidad no enunciamos y de ahí para delante- constituyen tradición, es decir, acerbo y repertorio de prácticas asumidas en la sangre misma del idioma, ya para –paradójicamente- resistirlas, anularlas, asimilarlas o recrearlas. Lo mismo podría decirse, a estas alturas, de las obras de Zurita, Millán, Martínez, Lihn o Lira, por mencionar sólo un puñado de nombres que sobrevuelan a baja altura entre las líneas de estas escrituras. Apostaríamos que en los poetas y los poemas reunidos en esta antología la problemática asunción de la llamada tradición poética chilena no es fácil, placentera ni desdeñosa, sino más bien una productiva –que no pasiva ni mucho menos pasatista- conciencia reflexiva de la exploración de posibilidades que rastrean no una, sino múltiples salidas para hacerla volar por los aires como un ilustre homenaje de (i)reverencia epocal. Nos detenemos: esto no es un estudio crítico, sino más bien un pretendido prólogo para invitar a un lector carente de noticias de lo más reciente escrito allende los Andes. Por lo demás, y afortunadamente, ésta no es LA poesía chilena actual. Es más bien, cómo no decirlo, parte de sus saludables ramificaciones que al instante de aparentar conciliarse, se contradicen en un saludable festín que tienen como destino tu lectura, hermano lector, hipócrita y siempre imaginado.


                                                                           

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