martes, 15 de noviembre de 2011

Tristia




                                                      Vobiscum cupiam quolibet esse modo
                       Ovidio


No puedo retornar: estoy fuera de todo principio,
abandonado en una frontera que me buscó sin saberlo,
expuesto a oscuridades y ruinas que jamás osé soñar,
expuesto a cantos ininteligibles cuya violencia
no posee la belleza –o al menos el decoro- de los rituales que conozco,
menos el sentido que creíamos nuestro
en esos antiguos ofertorios en los que fuimos educados.

La rusticidad de los habitantes de esta comarca es imposible:
no saben de otro tiempo, sino el que viven,
su nobleza –por llamarla así- lleva a cabo ritos de magia
que asquean o adormecen; sus templos son de barro y madera,
sus lugares de reunión, cloacas de embriaguez barata,
a veces campos de batalla para sus querellas ruines
o pasarelas para mostrar su extraña vanidad.
Cieno y estiércol se acumula en las calles
y sus mujeres son célibes sólo por contrato:
placer y dinero van unidos y no celebran a dios alguno
en sus epitalamios vulgares y pretenciosos.

Todo lo que no hay en este mundo, debo llevarlo por mí mismo:
imaginar una copa de plata con bordes transparentes
o versos de Calímaco acompañando el aroma de los pinos en otoño,
quizás recordar la vendimia de mis tierras cuando mi padre
anunciaba la visita de mi abuelo
o la alegría de una conversación interesante
acerca del último tratado de Epicuro o las elegías de Propercio,
en ocasiones añorar que alguna vez viví la ambición ingenua
de un poema al que ninguna palabra le fuera innecesaria
como el dibujo que Aquiles suponía talismán de su escudo sagrado.
Llevarlo todo en uno mismo,
traduciendo la propia memoria en gestos
con la certeza de saber que las ciudades que conocimos
y los pueblos por donde caminamos tienen derruidas sus estatuas,
vaciados sus viejos foros, desconocidos sus nuevos habitantes,
quemados sus símbolos sagrados, olvidadas sus antiguas ceremonias.

No puedo retornar: estoy fuera de todo principio
y la enfermedad sube por mi cuello, mis piernas, mis brazos:
no puedo imaginar otras palabras porque mi lenguaje
acá nadie lo conoce y mi dolencia sólo recibe la mirada compasiva
de un esclavo analfabeto que no sabe de su propia esclavitud.
No puedo retornar y no puedo imaginar: mi enfermedad avanza
y hace días que no escribo versos, cartas o pensamientos filosóficos.

En una lengua que desconocen,
¿qué tiene que ver el dolor con el dolor para los bárbaros?


1 comentario:

  1. Siempre un gusto leerte, siempre habría mucho que decir, pero nunca hay tiempo suficiente como para decirlo.

    Un gran abrazo,

    C

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