Este año 2012, pasaron muchas cosas, varias de ellas inesperadas y otras, tristes y curiosas. Pero sin duda, una de las que más impacto o relevancia tuvo para mí, fue el fallecimiento en agosto, del poeta Ennio Moltedo.
En su momento fui incapaz de escribir alguna nota o alguna palabra que tuviera algo de sentido. Su pérdida para mí y para varios, nos dejó, literalmente mudos.
Sin embargo, no deseo concluir el año, sin subir al blog, un poema que escribí hace un tiempo y que tiene al autor de Concreto Azul como protagonista...o eso creo yo al menos.
Espero que los lectores que vean esto no encuentren el poema demasiado malo. Lo irónico de esto es que me parece un texto sincero. Sea como sea, me despido de este año 2012 con este poema dedicado a Moltedo.
Elegía para Ennio Moltedo
En este derrumbado cielo de
agosto, cuando la noche viene a interrumpir
al tiempo que se hallaba fuera
del tiempo como un furtivo cazador de madrugada
y con esa llovizna que vuelve
legible la palidez de otras tumbas
cuando en el horizonte el mar
intenciona la desolación
de nuestra frágil conciencia y se
hace verosímil
aquel estremecimiento que decía bien, mis ojos ahora descansan
y la incertidumbre sólo era como
la humedad de la brisa
y ya no una palabra que hubiese
significado en algún poema tuyo
una interrogante frente al
misterio y no la pausada
pero firme aseveración
pronunciada por la muerte
es entonces cuando las
comparaciones se vuelven odiosas
y el eco de cualquier lamento
llena el espacio como el tartamudeo del agua
que se inclina ensimismado desde
la lejanía de un mar abolido.
Pero tú sabías más que todos
nosotros que el mar es el misterio
que pregunta por la insuficiencia
de los días,
tú podías comprender que el
enigma aguarda entrar en el círculo
de las significaciones posibles
como ese alcatraz que dibujaste
a mano alzada en los pliegues de
tu escritura
o como esas evocaciones
infantiles donde, más que inocencia,
había asombro, una sensación
pasmada por ese presente eterno
en que el sabor de unas frutillas
o la sombra dulce de un aromo,
eran tregua para un verano que se
prolongaba más allá de la trizadura
de nuestras imágenes que, hoy,
hemos perdido a sangre y miedo.
Como en una fotografía que no lo
es en su claroscuro
el vaso de leche, el juego con hermanos
y primos, las golosinas
otorgadas como promesa para
después del Angelus
y todos esos elementos que ahora
se nos han hecho imposibles,
habitan entre tus palabras,
queriendo ser más que palabras:
quizás la certeza de esos años
que nos atormentan por su transparencia
y que en su origen eran cosas
palpables como experiencias del mundo
que no requerían explicación
alguna; cosas donde la nostalgia
no tenía cabida y el lenguaje
tenía pretensiones más modestas,
más sencillas, pero tan
verdaderas como un apretón de manos
o la delicia de un dulce de
mazapán
o las aventuras que narraban
London y Salgari.
Ahora, en extraña simetría entre
aquel instante y la consagración presente
este derrumbado cielo de agosto
atestigua a esas nubes
como la tibieza aclaratoria de un
vendaval inminente,
atestigua nuestro silencio más
por impotencia que por hastío,
como si la evasión a que obliga
la angustia fuera un requisito para vivir
la necesidad de un idioma que no
despertara mutilado por sí mismo.
Con esta llovizna que vuelve
legible la palidez de otras tumbas
toda interrogante evidencia la
insuficiencia de los días
haciendo cumplir la ley
inexorable que ni el mar sabe comprender.
Así, mientras quienes te debemos
alguna palabra, balbuceamos inquietos
la posibilidad del error o nos
encerramos en el mutismo
de una realidad desquiciada, un niño
en la arena de una playa
dibuja un muelle, una manzana o
una gaviota
sabiendo que este melancólico
mediodía sólo será la ceniza del invierno.
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