sábado, 25 de mayo de 2013

Las Cosas Nuevas de Ennio Moltedo


En diciembre de 2005 y bajo los auspicios del Consejo Nacional del Libro y la Lectura, Claudio Gaete y Guillermo Rivera publicaron Obra Poética de Ennio Moltedo (1931-2012). Aquella publicación –altamente esperada y, por cierto, reivindicativa de la poesía del autor de Concreto Azul- parecía ser la summa de lo escrito por Moltedo en un lapsus de más de cuatro décadas. El título que cierra tal volumen –La noche, cuya primera edición es de 1999 por Ediciones Altazor- a su vez, según los comentaristas más informados, podría ser considerado de lo mejor que el autor había escrito en su dilatada carrera y, ciertamente, coronaba una vida entera dedicada  a la poesía. 
Es así que cuando como lectores nos encontrábamos dispuestos a vislumbrar la poesía de Moltedo como un universo ya estabilizado, no dejó de sorprender la publicación del libro que ahora reseñamos y que dejaba entrever, si no una modificación profunda de su mundo imaginario, sí al menos constataba la persistencia aguda de una serie de presupuestos que la escritura del poeta viñamarino había ido modulando al menos desde diez años antes. Aquello no deja de ser menor, si pensamos que tras “ediciones completas”, buena parte de otros escritores o poetas se retiran a cuarteles de invierno y toman distancia de su propia escritura o lisa y llanamente, renuncian a la fidelidad de la “musa”. El caso de Moltedo no podría ser incluido en esos parámetros, no tanto por el hecho mismo de publicar un nuevo libro en los albores de su edad plenaria -80 años- ni menos por mera porfía de atender sin miramientos a saldar cuentas con los jirones de palabras –escombros en el decir del ensayista chileno Martín Cerda- que se perfilan en el rincón del escritorio. Para nada, más aún, Moltedo obedecía a ese tipo de poeta que se ve en la necesidad, si no apresurada, sí persistente de volver a decir, de volver a manifestar, de volver presentes sus requerimientos expresivos, sus deseos de establecer lazos y zaherir al lector con pocas amabilidades en la sequedad de su escritura oficiosa.
Ciertamente a Moltedo y a su poesía podríamos afiliarla a la denominada “Generación del 50” no tanto o tan sólo por su relación de compañero de ruta de poetas tan relevantes como Enrique Lihn o Jorge Teillier, novelistas como José Donoso o Jorge Edwards o ensayistas brillantes como Pedro Lastra y Martín Cerda, sino por la trama que esa poesía articula respecto a un concepto de subjetividad que pone al descubierto: una subjetividad en donde es posible advertir fuertes contrastes que evidencian, por un lado, el abandono de todo afán totalizante en lo que implica entender la existencia como subalterna de una discursividad global –ya sea de índole religiosa, política o estética- que la envuelva, oriente o clarifique, como por otro, una subjetividad que manifiesta una crisis epocal, entre agónica y escéptica de los escenarios de lo real y con tintes entre existencialistas y religiosos, enfrentada al absurdo de la inautenticidad del habitar urbano y con conciencia de sus límites lingüísticos, en tanto que no es la aventura expresiva su exploración primordial, sino más bien el ensimismamiento y aprehensión de esa misma crisis que le permite poseer conciencia de sí. Desde esta perspectiva, la poesía de Moltedo puede verse en dos grandes momentos que tienen a los acontecimientos socio-políticos ocurridos en Chile desde 1973 como telón de fondo. De aquella manera, un primer instante o momento comprende desde Cuidadores (1959), hasta Concreto Azul (1967), donde se aprecia de qué forma el concepto de experiencia que desarrolla adquiere densidad en tanto experiencia de la infancia como memoria. Ahí el poema es la narración de esa experiencia en la medida que ofrece una manera de entenderlo como un “relato sincrético” de imágenes, vivencias, objetos y lugares. El poema como “rescate” de esas experiencias primigenias, como un intento de transmitir al lector la vivencia perceptiva “de la primera vez”, la “primera mirada”, en un esfuerzo de datar en el poema, el relato que recibe su primacía inicial de entusiasmo y asombro. Un segundo instante o momento comprendería desde la aparición de Mi tiempo (1980) hasta la publicación de La noche (1999), en donde se puede apreciar una experiencia del desencanto como imposibilidad de lo lírico. Ahí el poema es la escritura paulatinamente punzante de la ironía, lo político, el sarcasmo y la crítica: la devaluación de lo lírico entendido de modo tradicional. El proyecto utópico de una posibilidad de hacer “presente” el mundo de la infancia y del asombro de la “primera vez” se ve truncado por el fracaso histórico de nuestro desenvolvimiento republicano. El poeta y el poema trasuntan un silencio referido a ese mundo “perdido” tal vez para siempre y se apresta a la lucha por un ahora, en donde no hay consignas políticas partidistas, sino más bien, la rearticulación en el poema del desencanto epocal que hace de la ironía, el sarcasmo y la preocupación contingente, su material trasvasijado en arte verbal.
Bajo estas clarificación es que Las cosas nuevas es un libro que amplía y profundiza lo explorado por Moltedo en La noche, entre otras cosas, por la disposición serial de los poemas, enumerados uno tras otro en un acto de despojamiento y severidad que aúna un modo mordaz de vérselas con ese objeto llamado poema y que implica, sin duda, proponer lo indistinto de la escritura y el naufragio o asfixia de toda diferencia, como por otro lado, el temple austero de la trama narrativa de sus textos. Una renuncia al lirismo –en un entendimiento tradicional del término, no así como manifestación de una subjetividad doliente y perspicaz ante los fenómenos de lo real- que la disposición en prosa de los poemas mismos ayuda a matizar. Alusiones directas a las catástrofes culturales, urbanas, políticas y humanas que han significado, entre nosotros, los procesos de modernización con sus consecuencias sabidas de antemano: la deflación del sentido de las relaciones intersubjetivas, el imperio de la mascarada vacua de la espectacularización de la experiencia, la conversión a nivel de rutina de los procesos burocráticos de la vivencia cotidiana. Pero ¿acaso este nuevo libro de Moltedo hay que tomarlo como una mera variación de lo que La noche de 1999 estableció como coordenadas de sentido para entender la última poesía de este autor? ¿Una mera repetición de lo mismo? Me aventuro a creer que no, porque leer Las cosas nuevas como un simple corolario de un impulso imaginario y crítico que arranca en el libro anterior, si bien posee una lógica deseable para “situar” al texto que estamos comentando, poca justicia le hace al texto mismo, pero también lo separa a modo de apéndice de la obra moltedeana entendida como tal obra, es decir, como una totalidad articulada que es posible de leer como uno de los despliegues más intensos de la poesía chilena contemporánea respecto a la crisis de la experiencia subjetiva con sus implicancias imaginarias, memorísticas y políticas. Ciertamente no pretendo agotar aquí estas aseveraciones, más bien creo que es pertinente hacer algunas breves observaciones al respecto que sirvan de entrada para comentarios más amplios e informados.
Desde el título, parece que estamos invitados a la exploración de un horizonte distinto de significados ¿qué mentan Las cosas nuevas? No es ocioso advertir el adjetivo que da un tono especial al título, adjetivo que marca buena parte de la poesía moderna. Fue Guillaume Apollinaire en un famoso texto de 1918 El espíritu nuevo y los poetas, el primero en proponer con carácter programático el concepto de lo “nuevo” como uno de los fundamentos de la poesía en el siglo XX, especialmente aquella ligada a una sensibilidad vanguardista que hacía de la crítica de lo real y la sociedad una simbiosis con la crítica de los recursos expresivos utilizados en el lenguaje mismo. Rastrear el sentido de ese término, al menos en la poesía chilena del siglo XX, sería referirse a buena parte de ella desde las exploraciones de Huidobro y De Rohka y la generación del 38 hasta la denominada Neovanguardia de los años 70 y 80. Pero, más que establecer filiaciones más o menos convincentes respecto al uso –y abuso- de este término para caracterizar buena parte de los escrito en materia poética en nuestro país, vale la pena volver a ver qué implica lo nuevo. Haciendo eco del texto de Apollinaire, ello significaría una exploración de la verdad y la libertad como asociación racionalizada de los medios artísticos, como a su vez la asunción de la sorpresa como recurso y donde justamente esa exploración y aquel recurso posibilitarían la emergencia de un espacio dinámico abierto hacia su propia autocomprensión de ruptura. ¿Pero es posible rastrear aquello en los poemas de Moltedo? Tal vez sólo como ironía, pues en Las cosas nuevas somos expuestos a un tono imprecatorio que podemos asumir como denuncia, sarcasmo o distanciamiento, donde toda posibilidad de experiencia –de haberla- se encuentra mediada por la radicalización del lenguaje narrativo del poema en prosa, convertido éste en un puñado de jirones abruptos que se ven articulados retóricamente por una seguidilla de aseveraciones, observaciones, recreaciones paródicas y otras estrategias textuales semejantes que, de una u otra manera, evidencian la fractura irreparable de una experiencia replegada en su subjetividad. En ese sentido, me parece que en este punto, a semejanza de La noche, los poemas de este libro asumen lo que llamaría una “vocación pública del enunciado”, entendiendo por aquello, la persistencia de un gesto descriptivo de situaciones y espacios que apuntan hacia la precarización de la subjetividad al intentar delimitar la frontera entre lo público y lo privado, viendo en eso una fantasmagoría o un callejón sin salida. Pero lo que concluye en el libro de 1999 es el inicio de lo que menta este libro de 2011. En ese entendido lo “nuevo” de Las cosas nuevas, sería volver patente la inquietante ambigüedad de esta noción, porque si bien es cierto que ella es partícipe de la radicalidad del cambio y la transformación, también es cierto -como apuntó Adorno en su Teoría Estética- que bajo su etiqueta el mercado ofrece siempre a los consumidores las mismas mercancías en tanto es preciso seducir al comprador con el estímulo de la novedad del producto.
 
La poesía de Moltedo, me parece, da una vuelta de tuerca en este asunto y sólo de modo altamente irónico permite entrever que lo “nuevo” de Las cosas nuevas no es tanto la ruptura temática, léxica o retórica del poema como posibilidad de emancipación o trasgresión del sentido, sino que hace evidente o vuelve patente la contradicción entre la promesa de renovación y transformación y  la cristalización tanto humana como política en que ha desembocado lo histórico –referido al menos a los últimos 20 años- asumiéndolo como la instauración de un tiempo y ritmo teleológico del desencanto. Desencanto del mundo que se ha transmutado en una burocratización cruel y destructiva. Lo “nuevo” sería la repetición serial del tiempo asumido como fin histórico donde ya nada puede cambiar, donde todo discurso emancipatorio ha fenecido y donde la poesía constata en su protesta la anulación de la experiencia, su serialización industrial. Moltedo, en éste, su último libro, parece decirnos que en una época de administración universal del sentido y de su violento desarraigo, a la poesía le resta no sólo ser enunciación de la protesta –justificado en todos y cada uno de los casos-, sino también manto protector de la utopía, sea ésta posibilidad de salida o entresueño de una sociedad otra. Una protección entendida como cuidado, como vigilancia, como atención y que ante la sociedad del espectáculo no retrocede en su gesto de lúcida atención.

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