sábado, 10 de septiembre de 2016

Palabras para el músico: presentación de "Lenguas de Humo Transparente" de Sergio Muñoz

Si bien la antigüedad no da pie para legitimar la cordura –o al menos la pertinencia razonada- tal vez sea necesario comenzar diciendo que conozco a Sergio desde hace unos veinte años y que desde esos plazos vengo leyendo sus poemas con una mezcla de asombro, envidia y alegría, mezcla que  me delata más a mí como lector que a la prodigiosa prosodia de su escritura. El caso es que fue una tarde de junio a la salida del Edificio Monseñor Gimpert donde se alojaba el anquilosado Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la PUCV cuando acompañando a Marcelo Pellegrini en sepa Dios qué abstrusa conversación sobre Gonzalo Rojas –que ese año 96 y el siguiente, el 97, anduvo muy generoso en visitas a nuestro hábitat provincial-, salió a la palestra el nombre de Sergio y lo que es mejor, salieron también sus poemas. Días después, me parece que por esos recovecos entre Avenida Francia y Las Heras o un poco más allá, nuevamente con Marcelo quien no sé bajo qué prodigio lograba manejar un diminuto Chevrolet celeste,  nos encontramos con Sergio quien en ese momento andaba en menesteres tan ajenos a nuestros timoratos desempeños de jóvenes poetas en ciernes. Si con Marcelo íbamos discutiendo  hasta la saciedad la pertinencia de la página en blanco como estrategia de no sé qué cosa y que la escritura era no sé qué gesto y que Blanchot en no sé dónde dice no sé qué y que Edmond Jabes citaba a Bataille que, a su vez, no sé dónde afirmaba el valor del vacío que significaba la ausencia que era presencia en la memoria del signo y otras vainas parecidas y tanto o más patéticas –como las de cualquier poeta joven-  la visión de Sergio al subirse  milagrosamente al minúsculo Chevrolet –recuerden que esa época Sergio era mucho más macizo que ahora y yo era la mitad de mí mismo- esa visión, digo, se traducía en un animado hablar de una marca vitalísima: dichtung und lieben, parafraseando a Goethe, o de modo más sencillo: sexo, canabis y poemas. Ese vitalismo a Marcelo y a mí nos espantaba, no necesariamente por mojigatos, sino por ese purismo muy holderliniano de la vocación  y la hipersaturación libresca que como estudiantes hasta el día de hoy nos pena.  Sergio ya era Sergio: talla a flor de labios, alusiones freudianas rebalsando todo imaginario posible, una risa destartalada y una inmediatez experiencial notable. Cuando supe que era músico, todo calzó, mi envidia creció y mi admiración se cimentó desde el primer instante. Desde ahí hasta esta tarde, con altos y bajos, con distancias y cercanías, con peleas y rabias, con anécdotas infinitas, hemos cultivado una amistad que ha hecho de la labor común de la escritura, el eje de nuestros avatares.
Ahora bien, ¿por qué apelo al recuerdo o a la anécdota?, pues ser testigo por tanto tiempo de lo que Sergio ha escrito, creo que me otorga una posición singular a la hora de intentar leer su trabajo. Por lo demás, lejos de mí en esta oportunidad está el querer ser analítico. Es el momento de celebrar y admirar. En esta oportunidad sólo deseo otorgar algunos puntos muy generales que ojalá  los inviten a leer este nuevo título de Sergio, puntos que nada nuevo agregan a lo que ya he escrito sobre su poesía y que, espero, de pie para reflexiones, comentarios y textos mucho más fundados que mis impresiones un tanto fugitivas.
Primero y ante todo: la prodigiosa capacidad de esta poesía para embelesarnos con su melopea, con su prosodia, su ritmo. Creo que en este nuevo y esperado libro, Sergio muestra una maduración notable de sus recursos: cada acento, cada alusión, cada palabra escogida en el lugar preciso de la frase y el verso, su magnífica imaginación sonora para evocar es algo que sólo cede ante sus maestros reconocidos: Rojas y Lucrecio, poetas que, como Sergio, son monstruos rítmicos. Es que el poema en ellos, en nuestro amigo, es no sólo cantar, sino también un respirar, un caminar, un danzar, un celebrar, un saltar y un admonizar. Una poesía que naturaliza de modo tal la vieja y riesgosa trampa de la retórica verbal que la vuelve en apariencia un juego. Un juego riesgoso diría: los poemas de Sergio danzan al filo del precipicio del significado, pero nunca renuncian a él, como queriendo darnos a entender que ese vitalismo que posee a la respiración como magma encantatorio, es lo que más resalta desde la mismidad de nuestra humanidad.
Otra cosa que es notable en los poemas de Sergio y que se desprende de lo anterior: su irrenunciable afán, sed, hambre, ganas de realidad. En esta poesía, la metaforización no se vuelve autónoma convertida en regusto barroco, sino que está al servicio de sus referentes. Es cierto que es una poesía que ha bebido del surrealismo y de los poetas surrealizantes de nuestra tradición –el 38, Rojas, Rosamel, Mandragora, el Neruda residenciario, Anguita- , pero no ha cometido la felonía de renunciar a sus referentes: en la poesía de Sergio, un árbol, una mirada, un gesto, una calle, un espacio son y siguen siendo eso: presencias que están ahí para ser palpadas, oídas, captadas, asumidas. Nunca tercia con abstracciones y si bien es cierto la reflexión metapoetica es vigorosa en su escritura, aquello no va a la zaga de su inherente preocupación política en el más amplio sentido del término. La realidad llama, la realidad como hecho verbal, pero siempre sabiendo que busca una forma que le otorgue  sentido. Así, el poema para Sergio es un universo autónomo,  es verdad, pero también es una entelequia de aprensión sensible de lo que mal denominamos vida.
En tercer lugar: una búsqueda. Siendo fiel a sí mismo, este nuevo poemario de Sergio enhorabuena, amplia y densifica lo que sus libros anteriores habían dejado de manifiesto: la búsqueda, la pregunta, la indagatoria por la identidad. Como un mantra en lugares estratégicos de sus poemas –cosa que devela su maestría retórica- las preguntas que manifiestan quien se es, de dónde se viene y cuál es la naturaleza o forma en que nos vemos a nosotros mismos en la configuración problemática y náufraga de nuestra subjetividad, en los poemas de Sergio se asumen incuestionables. No para otorgar respuestas claras –toda poesía genuina no hace sino plantear preguntas fundamentales, sin el afán de responderlas-, sino para ver si es viable encontrar en el torrente del imaginario, alguna efigie, alguna palabra, alguna seña que nos indique  o nos alumbre, tal vez para oscurecernos o para deslumbrarnos, quizás para decirnos, probablemente para confirmarnos.
Finalmente: en una síntesis de estos tres elementos –ritmo/prosodia, afán de realidad y la articulación de esas preguntas fundamentales y quizás definitivas-  es que me parece que la poesía de Sergio es una rara avis en nuestro mundo. Su afán formal – y cuando digo esto no pienso necesariamente en una poesía de verso medido, aunque en Sergio, si se le rastrea en aquella vía, podremos hallar sorpresas increíbles- y su luminosa retorica que no ha renunciado al sentido, más bien  pretende aclararlo, acrecentarlo, otorgarlo- me hace creer que su poesía es uno de los ejercicios más notables de una sensibilidad de cariz clásico: forma y contenido, unidos e indistintos, alusiones mitológicas y culturales que no atosigan, una ebriedad imaginaria y vital que a pesar de su explosión no se desparrama en el poema, sino que todo lo contrario, existen y tienen voz  en tanto el poema los posibilita, todo ello enmarcado en una música verbal donde cada adjetivo, cada anáfora, cada repetición, cada verbo es expuesto a sus límites, pero sin abandonar lo que son. Creo que esta no es una poesía de la transformación, sino más bien es una poesía de la develación. Y en esa línea, el cariz secretamente órfico de esa poesía no es casualidad: es una consecuencia lógica que posee su propio rigor, pues en Sergio nada esta al azar, sino que todo está calculado, pero no como una maquina retórica y desparpajada, sino con una creíble y productiva intuición. Un poder de síntesis notable. Por eso, me parece, por otro lado, que esta poesía a pesar de tener simpatías por la aventura y el experimento, es una poesía que no valora aquello por sí mismo, sino en cuanto posean la vieja idea del intercambio: cuánto de experiencia humana puede ser intercambiable y valorable en aras de la expresión verbal. Y si el resultado es de pérdida, la poesía de Sergio, simplemente no sigue ese camino.
Celebro este nuevo libro de Sergio: leerlo me hace reencontrarme con el poema, con el ritmo, con la amistad, pero también con la vida y, por qué no, también con la esperanza.







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