Si
bien la antigüedad no da pie para legitimar la cordura –o al menos la
pertinencia razonada- tal vez sea necesario comenzar diciendo que conozco a
Sergio desde hace unos veinte años y que desde esos plazos vengo leyendo sus poemas
con una mezcla de asombro, envidia y alegría, mezcla que me delata más a mí como lector que a la
prodigiosa prosodia de su escritura. El caso es que fue una tarde de junio a la
salida del Edificio Monseñor Gimpert donde se alojaba el anquilosado Instituto
de Literatura y Ciencias del Lenguaje de la PUCV cuando acompañando a Marcelo
Pellegrini en sepa Dios qué abstrusa conversación sobre Gonzalo Rojas –que ese
año 96 y el siguiente, el 97, anduvo muy generoso en visitas a nuestro hábitat
provincial-, salió a la palestra el nombre de Sergio y lo que es mejor,
salieron también sus poemas. Días después, me parece que por esos recovecos
entre Avenida Francia y Las Heras o un poco más allá, nuevamente con Marcelo
quien no sé bajo qué prodigio lograba manejar un diminuto Chevrolet
celeste, nos encontramos con Sergio quien
en ese momento andaba en menesteres tan ajenos a nuestros timoratos desempeños
de jóvenes poetas en ciernes. Si con Marcelo íbamos discutiendo hasta la saciedad la pertinencia de la página
en blanco como estrategia de no sé qué cosa y que la escritura era no sé qué
gesto y que Blanchot en no sé dónde dice no sé qué y que Edmond Jabes citaba a
Bataille que, a su vez, no sé dónde afirmaba el valor del vacío que significaba
la ausencia que era presencia en la memoria del signo y otras vainas parecidas
y tanto o más patéticas –como las de cualquier poeta joven- la visión de Sergio al subirse milagrosamente al minúsculo Chevrolet
–recuerden que esa época Sergio era mucho más macizo que ahora y yo era la
mitad de mí mismo- esa visión, digo, se traducía en un animado hablar de una
marca vitalísima: dichtung und lieben,
parafraseando a Goethe, o de modo más sencillo: sexo, canabis y poemas. Ese
vitalismo a Marcelo y a mí nos espantaba, no necesariamente por mojigatos, sino
por ese purismo muy holderliniano de la vocación y la hipersaturación libresca que como
estudiantes hasta el día de hoy nos pena. Sergio ya era Sergio: talla a flor de labios, alusiones
freudianas rebalsando todo imaginario posible, una risa destartalada y una
inmediatez experiencial notable. Cuando supe que era músico, todo calzó, mi
envidia creció y mi admiración se cimentó desde el primer instante. Desde ahí
hasta esta tarde, con altos y bajos, con distancias y cercanías, con peleas y
rabias, con anécdotas infinitas, hemos cultivado una amistad que ha hecho de la
labor común de la escritura, el eje de nuestros avatares.
Ahora
bien, ¿por qué apelo al recuerdo o a la anécdota?, pues ser testigo por tanto
tiempo de lo que Sergio ha escrito, creo que me otorga una posición singular a
la hora de intentar leer su trabajo. Por lo demás, lejos de mí en esta
oportunidad está el querer ser analítico. Es el momento de celebrar y admirar. En
esta oportunidad sólo deseo otorgar algunos puntos muy generales que ojalá los inviten a leer este nuevo título de
Sergio, puntos que nada nuevo agregan a lo que ya he escrito sobre su poesía y
que, espero, de pie para reflexiones, comentarios y textos mucho más fundados
que mis impresiones un tanto fugitivas.
Primero
y ante todo: la prodigiosa capacidad de esta poesía para embelesarnos con su
melopea, con su prosodia, su ritmo. Creo que en este nuevo y esperado libro,
Sergio muestra una maduración notable de sus recursos: cada acento, cada
alusión, cada palabra escogida en el lugar preciso de la frase y el verso, su
magnífica imaginación sonora para evocar es algo que sólo cede ante sus
maestros reconocidos: Rojas y Lucrecio, poetas que, como Sergio, son monstruos
rítmicos. Es que el poema en ellos, en nuestro amigo, es no sólo cantar, sino
también un respirar, un caminar, un danzar, un celebrar, un saltar y un
admonizar. Una poesía que naturaliza de modo tal la vieja y riesgosa trampa de
la retórica verbal que la vuelve en apariencia un juego. Un juego riesgoso
diría: los poemas de Sergio danzan al filo del precipicio del significado, pero
nunca renuncian a él, como queriendo darnos a entender que ese vitalismo que
posee a la respiración como magma encantatorio, es lo que más resalta desde la
mismidad de nuestra humanidad.
Otra
cosa que es notable en los poemas de Sergio y que se desprende de lo anterior: su
irrenunciable afán, sed, hambre, ganas de realidad. En esta poesía, la
metaforización no se vuelve autónoma convertida en regusto barroco, sino que
está al servicio de sus referentes. Es cierto que es una poesía que ha bebido
del surrealismo y de los poetas surrealizantes de nuestra tradición –el 38,
Rojas, Rosamel, Mandragora, el Neruda residenciario, Anguita- , pero no ha
cometido la felonía de renunciar a sus referentes: en la poesía de Sergio, un
árbol, una mirada, un gesto, una calle, un espacio son y siguen siendo eso:
presencias que están ahí para ser palpadas, oídas, captadas, asumidas. Nunca
tercia con abstracciones y si bien es cierto la reflexión metapoetica es vigorosa
en su escritura, aquello no va a la zaga de su inherente preocupación política
en el más amplio sentido del término. La realidad llama, la realidad como hecho
verbal, pero siempre sabiendo que busca una forma que le otorgue sentido. Así, el poema para Sergio es un
universo autónomo, es verdad, pero
también es una entelequia de aprensión sensible de lo que mal denominamos vida.
En
tercer lugar: una búsqueda. Siendo fiel a sí mismo, este nuevo poemario de
Sergio enhorabuena, amplia y densifica lo que sus libros anteriores habían
dejado de manifiesto: la búsqueda, la pregunta, la indagatoria por la
identidad. Como un mantra en lugares estratégicos de sus poemas –cosa que devela
su maestría retórica- las preguntas que manifiestan quien se es, de dónde se
viene y cuál es la naturaleza o forma en que nos vemos a nosotros mismos en la
configuración problemática y náufraga de nuestra subjetividad, en los poemas de
Sergio se asumen incuestionables. No para otorgar respuestas claras –toda poesía
genuina no hace sino plantear preguntas fundamentales, sin el afán de
responderlas-, sino para ver si es viable encontrar en el torrente del imaginario,
alguna efigie, alguna palabra, alguna seña que nos indique o nos alumbre, tal vez para oscurecernos o
para deslumbrarnos, quizás para decirnos, probablemente para confirmarnos.
Finalmente:
en una síntesis de estos tres elementos –ritmo/prosodia, afán de realidad y la
articulación de esas preguntas fundamentales y quizás definitivas- es que me parece que la poesía de Sergio es
una rara avis en nuestro mundo. Su afán formal – y cuando digo esto no pienso
necesariamente en una poesía de verso medido, aunque en Sergio, si se le
rastrea en aquella vía, podremos hallar sorpresas increíbles- y su luminosa retorica
que no ha renunciado al sentido, más bien
pretende aclararlo, acrecentarlo, otorgarlo- me hace creer que su poesía
es uno de los ejercicios más notables de una sensibilidad de cariz clásico:
forma y contenido, unidos e indistintos, alusiones mitológicas y culturales que
no atosigan, una ebriedad imaginaria y vital que a pesar de su explosión no se
desparrama en el poema, sino que todo lo contrario, existen y tienen voz en tanto el poema los posibilita, todo ello
enmarcado en una música verbal donde cada adjetivo, cada anáfora, cada repetición,
cada verbo es expuesto a sus límites, pero sin abandonar lo que son. Creo que
esta no es una poesía de la transformación, sino más bien es una poesía de la
develación. Y en esa línea, el cariz secretamente órfico de esa poesía no es
casualidad: es una consecuencia lógica que posee su propio rigor, pues en
Sergio nada esta al azar, sino que todo está calculado, pero no como una
maquina retórica y desparpajada, sino con una creíble y productiva intuición.
Un poder de síntesis notable. Por eso, me parece, por otro lado, que esta
poesía a pesar de tener simpatías por la aventura y el experimento, es una
poesía que no valora aquello por sí mismo, sino en cuanto posean la vieja idea
del intercambio: cuánto de experiencia humana puede ser intercambiable y
valorable en aras de la expresión verbal. Y si el resultado es de pérdida, la
poesía de Sergio, simplemente no sigue ese camino.
Celebro
este nuevo libro de Sergio: leerlo me hace reencontrarme con el poema, con el
ritmo, con la amistad, pero también con la vida y, por qué no, también con la
esperanza.
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