sábado, 24 de septiembre de 2016

La imposible epifanía: Fuera de lugar de A. Bresky

En un agudo ensayo sobre la poesía de César Vallejo, el poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán manifiesta que toda escritura poética es escritura faltada, es decir, escritura que se vuelve una falta permanente. Menos que una aseveración tajante que una perspicaz cala para leer Trilce, lo manifestado por Milán pone sobre la mesa una serie de problemas sugerentes a la hora de reflexionar y leer acerca de la poesía escrita entre nosotros, al menos en lo que va durante los últimos 50 años. Por lo pronto y sin querer dilucidar la totalidad de esos “problemas” queda en el aire uno de ellos, prolífico y de vastas ramificaciones: la conciencia moderna de la escritura poética que se ha visto transformada en una falta explícita y patente, en un desfondamiento de cualquier presupuesto y aún más, en cuestionamiento de su existencia misma. Por ello, en un gesto que a estas alturas no debiese asombrarnos, la escritura se asume o legitima como parodia, plagio o redistribución del sentido, en cuanto agotamiento e incluso anulación de sus recursos, pero ante todo como certificación del desplazamiento de la presencia que pretende invocar y hacer tangible. No es en todo caso una falta ética, ni menos teorética de la posibilidad del conocimiento. Es más bien una falta de esa materialidad que se asume en la base sensorial, palpable y necesaria de todo sentido. Aquel “no estar” o “no haber” de la palabra poética, tiene para Milán, consistencia mitopoética. Ahora bien, decir o afirmar esto implica rememorar a Orfeo y su mito, traerlo en ciernes a este sitio eriazo y constatar que su discurso corrobora el lugar de la poesía como algo vaciado, un espacio hueco o una posibilidad desplazada. Así, la pérdida de Eurídice es la pérdida del canto, la pérdida del lugar, la pérdida del nombre, la pérdida del objeto del deseo: su imagen y su carnalidad. El devenir histórico no pudo satisfacer ese vacío, menos llenarlo, como asimismo el fracaso de la razón es la prueba fidedigna de aquella impotencia como a su vez la huerfanía de la propia palabra poética, su certificado de ausencia. Pero no se crea que ello es algo infértil o inmovilizante: en la paradoja que sustenta aquella falta, la poesía en el desplazamiento, nunca reniega de su fundamento contradictorio. Parafraseando a René Char: el poema es el amor realizado del deseo que permanece deseo.
El nuevo libro de A Bresky (Valparaíso, 1947)  Fuera de lugar, creo que puede ser inscrito dentro de las coordenadas que he intentado delinear. Inscripción en todo caso, tentativa y que requiere de un afán de lectura más amplio que las siguientes notas no pretenden arrogarse como explicación y que, sin duda, demandan efectuar un seguimiento del vasto proyecto escritural de Bresky –que abarca, con el presente libro, siete títulos, entre los que destacan La señorita sobreviviente de 1987, Persistencia de usted de 1994 y Las elegías inútiles de 2002-, siendo uno de los más relevantes de la poesía escrita en Valparaíso durante las últimas décadas.
Ahora bien, sería un error, no carente de cierta exactitud genética, circunscribir de modo exclusivo lo escrito por A. Bresky a la inmediata contemporaneidad de un puñado de obras poéticas que irrumpen con energía y radicalidad con sus propuestas formales y sus presupuestos retórico-enunciativos, pero silentes hasta casi el anonimato y distantes respecto de un pretendido público, del contexto epocal de los años 70 y 80 en la región de Valparaíso. En líneas muy gruesas se ha querido ver aquellas obras como una manifestación “hermética”, “intelectualizante” o “restrictiva” de un modo de entender y hacer poesía, un modo acaso deudor de las exploraciones de Godofredo Iommi Marini en la estela del proyecto Amereida y la Escuela de Arquitectura de la PUCV. Pero más allá de vagas generalidades que a nada conducen no es posible adherir sin más estos trabajos a un espíritu de corps y de militancia neovanguardista. La obra poética de Bresky es contemporánea del trabajo poético de Virgilio Rodríguez, pero también de lo realizado por Ignacio Balcells y Godofredo Iommi Amunátegui, asimismo lo es de la escasa y casi desconocida escritura poética  -opacada por su notable escritura ensayística- de Leonidas Emilfork. Ciertamente la vinculación vital de Bresky, antes de convertirse en Bresky respecto a todos los recién nombrados, no deja pie a dudar de tal relación, pero tampoco otorga ningún privilegio para advertir una paulatina y severa diferenciación en la peculiaridad de los respectivos temples escriturales de cada uno de estos autores. La coincidencia espacial y epocal no puede volverse sinónimo de comprensión a la hora de leer una obra, ni menos en parámetro exclusivo de valoración. Por otro lado, es interesante apreciar que la escritura de Bresky, rompiendo el círculo mágico de estos referentes, puede y debe ser leída en dialogo con otras escrituras simultáneas a ella y de no menos rigor exploratorio: pienso en las obras de Eduardo Correa, Titho Valenzuela y Juan Cameron y desde una perspectiva de más amplia modulación, en los eventuales contactos con escrituras tan particulares como las de Ennio Moltedo o Rubén Jacob como por otro lado, lo que significa para cada una de ellas la indagación imaginativa de Juan Luis Martínez.
Pero más allá de este preámbulo de cartografía geopoética, Fuera de lugar viene a ser como ya indicaba, el séptimo título de una obra que se ha modulado de modo intenso, persistente y exploratorio desde hace más de 35 años con un acento personalísimo. Sin embargo, establecer cualquier cronología en su comodidad ordenadora nos tienta con una idea de madurez o reflexión otoñal que se ve desmentida por una escritura que no cede ni un ápice en la permanente reiteración crítica de sus propias razones para poder existir: una escritura poética que se vuelve una y otra vez sobre sí misma, que inquiere, pregunta y cuestiona la razón de ser del poema, de su naturaleza íntima y que, por lo demás, traza un itinerario que nunca baja la guardia respecto de sus propios fundamentos. Respecto de esto, un poema como “La línea que falta” se vuelve esclarecedor: (…) en algún punto su poesía/ pondrá término al turismo o la mendicidad/ o al dominio   eso creen los poetas/ y a veces yo/ taciturno críptico hermético/ como ustedes creían/ creía también/ que la poesía será necesitada  según me decían/ finalmente/ ¿alguna vez? (…).
Es como si a esta poesía le estuviera prohibido cualquier descanso o al menos cualquier gesto que le permitiera dejar de encrisparse en su lucidez asediante. Es que el proyecto de Bresky no da para menos: razón última de su manifestación es, me parece, la indagatoria permanente por aquello que llamaría la posibilidad ya sea del poema, de la presencia siempre esquiva que se nos escapa, del lector, fantasmal en su disgregación huidiza o ya sea de la más básica y no menos perentoria pregunta por la justificación de la poesía que, muy probablemente, engloba todo lo anterior. En esto, la escritura de Bresky no rehúye su propia cuota de modernidad, aún más la asume de manera trágica y desprendida, haciendo de cada poema un requerimiento que no puede ser transable con esa ingenua naturalidad que ve y sobreentiende a la vida como un texto impoluto al que nada le pasa. Versos como los de “Un gallo tuerto construido de temores” me parece que vuelven esto un  asunto perentorio: (…) un asunto retiniano:/ el mundo cuadro a cuadro/ destituido de su falaz encadenamiento/ por los ya casi inexistentes/ animadores de continuidad/ hombres de voz articulada/ de versos más tristes de versos de salón/ y una columna de cánticos/ que se eleva hasta la ingratitud// suele suceder que la luz de este mundo/ se olvida tiempo ante la muerte (…)
Esa indagatoria por la posibilidad en el trayecto de esta escritura que muestra tan intensamente este libro, nunca ha sido unívoca: posee sus instantes de aclaración, sus instantes de oscura meditación, su trama de denso deseo. En una opinión, tal vez aventurada que requiere una justificación discursivamente más persuasiva, me parece que títulos anteriores como La señorita sobreviviente y Persistencia de usted, se vuelven los puntos álgidos de una escritura que se quiere una y otra vez problemática tanto para sí misma como para el lector, no por la gratuidad banal de los anhelos de claridad que siempre aparecen en la plaza pública a veces hasta como una exigencia apremiante, sino porque la época, el contexto y el subtexto que implica leer el acontecimiento, traen para sí  mismos, un porcentaje no menor de oscuridad que no es transable para nada con un sosiego bien pensante, poética y políticamente correcto. Después de tales ejercicios, leer Fuera de lugar no puede ser un acto aislado: es la consecución lógica de esa misma posibilidad que adquiere nuevos bríos en absoluto autocomplacientes y mucho menos condescendientes. Desde su título este nuevo libro de Bresky plantea un problema: ¿qué es lo que está fuera de lugar?, porque ¿acaso hubo alguna vez un lugar? Y si lo hubo, ¿por qué motivo se está fuera de él? Responder estas preguntas retóricas es responder desde lo que mencionaba al principio de esta presentación: sólo desde la falta, sólo desde la pérdida es dable intentar una articulación de relativa coherencia para con esta poesía. Por ello no deseo ahora cercar en exceso los derroteros múltiples a los que invita la escritura de este libro magistral. No, pretendo más bien fijarme en un par de cosas que pueden quizás, servir de entrada para lecturas más amplias y que sean menos vagas que la mía.
Fuera de lugar nos trae a la mente una premisa que se origina en la experiencia de lectura a la cual invita: el poema como objeto verbal e imaginario no es un espacio de paz o reposo: es una acción en movimiento que destruye la presunta naturalidad del lenguaje –ese lenguaje de cada día con el que hablamos y con el cual creemos decirnos- tensionando los significados de aquello que solemos llamar o denominar como realidad. En poemas como “Si es posible postular” esa tensión resquebraja toda identidad: (…) y nos halla en tierra la apariencia/ que viene de noche al cuerpo como una profunda caverna/ de balances de fin de año/ liquidaciones/ retazos del sistema métrico/ escaleras mecánicas/ y están tus labios diciendo algo como/ ustedes quieren más imágenes/ y puede ser una pregunta puesta en el borde con lo que no eres (…)
 Pero también y de modo simultáneo es una feroz quitada de piso a todo afán mesiánico de ver en la palabra poética algo especial o diferente. Una poesía  que ha renunciado a la profecía, sabiendo que es desde allí desde donde viene lo más genuino de la expresión humana para con el lenguaje tomado como sacralidad. Los poemas de Fuera de lugar saben eso y porque lo saben, se prestan a la renuncia. Los versos finales de “Si es posible postular” dejan esto en evidencia: (…) un tiempo perfectamente inútil/ como un boina verde en Vietnam/ las gravedad es una y dura/ en esto se resigna la pasión/ (…) y los angry young poets van de ciudad en ciudad/ hambrientos e iracundos movilizados/ y lamen lo real como vacas la piedra de sal/ encontrando cucharas esquinas escaparates/ haciéndose íntimos con la cita a ciegas/ el almacenamiento masivo (…)
No hay en esto ironía, sino más bien aceptación de un juego de reglas casi macabras que hacen de cada intento de decir, una aporía. Intuyo que es por eso que en estos poemas, la voz se ha dislocado y  por ello, esa misma voz no es identificable con un sujeto correcto, pertinente o preciso. Para nada: estamos en presencia de resabios de enunciación, de fragmentos paródicos, de verdades a medias y de un dolor que no hace de la queja su camino de expiación. Lo que aparece, creo es más bien un gesto de la más profunda perplejidad que ha sido provocado por la propia mueca verbal de cada poema.
Por otro lado, esa fragmentación o pluralidad de voces no son necesariamente voces distintas y unipersonales que se saben a sí mismas, sino que emergen como partes enrevesadas del tejido del poema al modo de una especie de collage que pone en tensión la sintaxis más elemental del enunciado, sacando de quicio no tan solo el orden gramatical sino también volviendo alusivo en su proceder cualquier arraigo de sentido que a veces creemos encontrar en la lectura. Pluralidad que implica simultaneidad y tensión, las antípodas de centro y culminación o también de hegemonía y subalternancia en el fraseo de cada verso. Versos como los del poema “Hablar con el nick del otro” parecieran volver sobre esto una y otra vez: (…) se desparraman pequeñas sombras/ con una melodía tiritando en la conciencia/ lo sentimos pero vamos acerrar/ (…) no hablamos su lengua/ somos pájaros mudos de ahí afuera/ más bien ya peces de un recorrido inestable/ en los océanos/ pese a todos los mapas gepeeses/ satélites de titanio cartas de navegación (…)
No niego que al leer estos poemas, intenté preguntarme con qué otro tipo de texto pudieran dialogar, con qué otro tipo de poema pudieran establecer contacto, como si acaso buscara yo como lector un asidero que me posibilitase un hilo a seguir en el fascinante laberinto en el cual estaba inmerso. Y me daba cuenta que ese simultaneísmo de la fragmentación del cuerpo verbal, era, por analogía, semejante a ciertos trabajos visuales de Ismael Frigerio o a ciertas piezas musicales de Andrés Alcalde. ¿De dónde me venía semejante asociación? No tanto por ese temple epocal que, diríamos, hacen de Bresky, Frigerio y Alcalde sujetos agonísticos en el escena cultural chilena desde los 80. Menos por la necesidad de articular un relato que tuviese a la dictadura como telón de fondo, tampoco por ciertos guiños de complicidad “oscurantista” en aras de un arte decadente e inexpresivo –la crítica de quienes siempre creen que el arte y la poesía deben ser claros, miméticos y con un “mensaje” a modo de un estudio de campo- No, creo que se trata de otra cosa: que cada uno en sus respectivos soportes para hacer obra se ven en la encrucijada de la materialidad con la que trabajan y, embelesados por ella, aprecian o advierten que la unilateralidad del sujeto de la experiencia que de ahí emerge no es para nada univoco en su demanda, pues se ha convertido y devenido algo imposible. La pluralidad de voces, de formas y colores, de sonidos es en ellos una exasperación, no sólo expresiva de un delirio “privado”, sino más bien, talante de una inteligencia que pretende la luz en la dispersión total que es quimérica de asir. No es hermetismo: es necesidad de claridad ante la quemante expansión sensible de los materiales que ahí se trabajan y que muestran la inversión de lo sublime en tanto imposibilidad de cualquier tipo de epifanía. En Bresky, al menos, yo veo eso. Y por ello, más allá de las típicas acusaciones que se le ha hecho a su proyecto en todos estos años de ser “oscuro”, “hermético”, “críptico” que nada dice porque no trasmite nada y que es una escritura para intelectuales, un galimatías, bueno yo me pregunto si acaso alguien ha notado la fiereza sonora y rítmica de esos versos, es decir, la verdadera dislocación de su ritmo, la voracidad animal de su lujuria verbal.  Porque no hay que ser un escita para captar lo que es el ritmo y apreciar su inmediatez que, paradojal y productivamente, está mediada por un deslumbrante mecanismo de afiebrada lucidez. En la poesía de Bresky, aquello está hecho por una inteligencia que desea ser sintiente. Esa es la paradoja. Pues todos sabemos después de Hegel, después de Adorno, después de muchos otros que cualquier sensibilidad que se acoja en la sensiblería de la expresión inmediata es un gesto al menos sospechoso. Pero también, por otro lado, también sabemos que toda obra de arte, que todo poema es una crítica de sí mismo, en el sentido de poseer dentro de su recursividad imaginaria y su soporte material, su propio botón de autodestrucción. En las fronteras de ese límite imposible, creo que está lo mejor de esta poesía
Fuera de lugar es un volumen que nos invita a la dificultad, no por mero masoquismo o delirio pasatista, sino porque su fractura nos hace discernir que la poesía es algo que ocurre –si es que ocurre-, que acontece, -si es que acontece-, siempre en otro lugar y que, por eso, está sencillamente, fuera de lugar. Porque ya no hay lugar. Porque tal vez nunca lo hubo. Una escritura como la de Bresky de ese modo es temible: nos hace plantearnos todo o casi todo de nuevo. Hace tambalear nuestra seguridad como lectores, nuestra idea que en esa seguridad se puede decir algo –y a veces con una corrección política y expresiva exasperante- pero que al final del día no deja títere con cabeza. Así, esta escritura es un recordatorio que la poesía está fuera de lugar, porque siempre está en otro lugar. O al menos en uno muy distinto al que nosotros hemos querido asignarle.

Quilpué, invierno de 2016


No hay comentarios:

Publicar un comentario