lunes, 29 de enero de 2018

Vendramin


  


A esta hora en que el silencio de las aguas
refleja su luz ene000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000000 piedras transparentes,
el esplendor de cuerpos antiguos
se convierte en fugacidad del movimiento
llevando la floración de una lejana belleza.

Floración que no es imaginada en las alacenas del sueño,
sino que es palpable como la tibieza del sol,
figura perfecta que encierra signos reconocibles
que no son intercambiables por nostalgia alguna:
el pabellón embanderado,
el sortilegio de las máscaras,
la porcelana azul que destella en mimbres destejidos,
el oro desgastado que corona los capiteles de las loggias.

La tarde asalta el aire
y en ella se materializa este noble repertorio:
dibujos, ficciones, palabras; gestos
que llamean en todo ventanal y que atraen a la brisa
para unirse al interior de su propio círculo dorado:
observaciones de un lenguaje ideal
donde la marea ascendente cristaliza en nombres ilustres,
en sombras entretejidas por viejas dinastías
que hacen de todos los salones, el recuerdo del brillo intenso
que marca éste y otros espacios que desafían el derrumbe.

La fragilidad de los sentidos
es la frontera indistinta de este reconocimiento
que se vuelve un recordatorio del atardecer
en la vieja pinacoteca: lebreles, ecos, cabellos ensortijados,
madonas pensativas, miniaturas verde mate,
símbolos de una escritura singular
por la que la vida se transforma en piedad de sí misma
y en inutilidad de su propio estertor calcáreo.

¿Estuve aquí
o habré de creer que éste ha sido y éste fue el sufrimiento
punzando mi piel? La fragilidad de los sentidos
sólo evidencia la distancia entre vida y sueños,
entre el cuerpo adolescente y el negro escudo de los ciclos oficiantes,
la pérdida de toda clemencia necesaria.
Distancia que los rastrojos de lo real pueden clausurar
pero nunca abolir: la experiencia de la hora sagrada
en que Richard Wagner entró en el laberinto de su propia claridad
como encrucijada de enigmática belleza que termina enmudecida.


La tarde asalta el aire
y todo parece ocurrir en un pasado lejano
donde el hombre desciende hacia vertientes de fuego
y la memoria es el beso del sol sobre las aguas.
Así, en el esfuerzo de atribuir un sentido a todo esto
las heridas de la luz se hacen notar, destrozadas.

¿Es entonces este puñado de palabras una interpretación
que proponemos de estas imágenes?
¿o es el poema sólo un desesperado esfuerzo de coherencia
para aplacar el vacío de un cortinaje de máscaras?



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