Siempre he admirado a esos poetas fieles a sí mismos que persisten en su escritura de modo intenso, casi obsesivo. Para ellos las modas o los requerimientos de su entorno, poco valen para dar cuenta de su hacer. Así, algunos logran escribir un solo poema después de años y años de dedicación, poema matizado, ampliado y modulado de manera obsecuente y a veces sin concesiones. Pienso en Juarroz, en Reverdy, en Mandelstam, en Sánchez Robayna. Puede ser que otros vean las sucesivas entregas de sus poemas como acordes de una melodía más amplia que aún no puede ser oída de forma completa y donde cada poema, cada libro está en función de la obra, en función de una escritura totalizante como afán utópico de doblegar el puño de la muerte. Pienso en Jorge Guillén, en Luis Cernuda, en Hugo Gola, en Gonzalo Rojas.
Era inevitable pensar en todo eso cuando revisaba los poemas que deseo subir ahora al blog. Poemas que veo como fragmentos de la principal aventura escritural que he intentado: Fabulaciones del aire de otros reynos. Aventura que siempre reclama que vuelva mi mirada hacia ella, como diciéndome que no ha quedado concluida ¿Pero puede acaso una aventura escritural darse por concluida? No lo sé, probablemente no. En todo caso, releo algunos de esos poemas y pienso que tal vez aún pueden decir algo. Sobre todo los que vienen a continuación, poemas que nunca incluí en el cuerpo central del libro publicado en 2002. Quizás si se diera la oportunidad de una tercera edición de Fabulaciones, los incluiría, como también es probable que quitaría otros y hasta escribiría unos cuantos nuevos. Es que en estos casi diez años, la estética – o poética- de aquel proyecto no me ha abandonado del todo. Como un bajo ostinato persistente, veo ahí algo que no renuncia a desaparecer, algo que posee todavía vigencia, un gesto que en su altivez esteticista articula un cariz crítico sobre el cual tendría que volver. Sin duda no soy el mejor lector de mis poemas, pero aquello no me duele ni me afecta a la hora de establecer pretensiones de valorización, después de todo, nuestro ambiente poético está muy enrarecido y más semeja algún comentario semianalfabeto a La casa de los muertos de Dostoviesky que el prometido viaje a Citerea con que se nos desea convencer desde diversos foros. Una Citerea en todo caso más parecida a las pesadillas de Ensor que a los colores pastel de Watteau. Pero siempre una triste mascarada. Pero basta de esta cantilena. Los poemas están acá, amigo lector:
En la Academia Platónica
Cuando en nosotros el silencio es encendido
el cielo regresa a una voz original;
máscara de estrellas que abre realidades
más allá de cualquier transparencia:
belleza de aquella magia celeste
que atraviesa la mirada sugerida por el aire
o ventanal que anuncia el triunfo
de una constelación de escritura perfecta.
Porque detrás de toda imagen
el instante es el rostro móvil de la eternidad.
Un monje de Cluny hace una glosa a su trascripción de la Eneida
Somos silencio que descansa pasado mediodía,
viviendo con el compromiso de no estorbar
momentos venideros,
hundidos en un mundo
que antaño fue razón de dioses;
la tortura de Eneas
al mirar Cartago a sus espaldas;
nada más que un fulgor oculto
cuando el Libro nos advierte
que toda epopeya es fantasía.
Carta a un joven poeta
“El arte no puede ayudar…”
R. M. Rilke
La fragmentación de la realidad, el hundimiento de las cosas; decir que se escabulle por la tarde de invierno como voz sepulcral en el bosque, su rostro de abril cuando el cielo tenebroso anuncia desapariciones; rumor de tinajas en la fiebre del esplendor celeste; Rimbaud y el vértigo de la derrota, el recuerdo de haber visto el mar antes de vivirlo; la huída sin duda tras el desastre de Farsalia (acontecimientos, detalles, aproximaciones temerosas a los motivos de la vida) quizás el orden difuso que sugiere caída en un juego de luces frente a un cortinaje de ceniza o desarraigo.
L’azur
La yuxtaposición
la ebriedad de la grandeza estética -criticada por Wilamowitz
a ese joven filólogo de Basilea-
música sin duda en la distancia que no quiere decir,
tensión del lenguaje evocada por el silencio
(metáfora siniestra tras la anulación de Celan)
donde giran cristales, biombos japoneses
la orquestación conversacional
la niñez
la yuxtaposición
los muertos que mi abuelo trae a memoria
la presencia que destruye lo escrito.
Lautréamont
Era en la florida tierra de septiembre
forma que arde desnuda como constelación inexplorada
-poema inacabado por la muerte prematura
que asalta el verdor de infancia-
el sistema, la Palabra, la versión,
definitivamente un primer plano deformado
por lo monstruoso (natural falta de experiencia)
destruido por lo monstruoso, tentado en la pureza
que ve la venganza como un acto de sacrificio por antonomasia
y el resto, nada: un fuego entrecruzado,
datos bibliográficos en el cuerpo abierto
como la flor callada de la música,
la fotografía mítica, el quehacer que aguarda
por nosotros en función del coro.
Evocación de Georg Trakl
En el dorso de la noche
duerme la amenaza del mundo celeste.
No porque exista el descenso
de nuestra piel en la interrupción del fruto
o porque podamos vivir a la intemperie de cualquier catástrofe.
Tal vez en la cicatriz del aire
el habla del verdugo sea la facilidad para atraer nuestro rostro
a ese umbral donde la ceguera es preñada
por la respiración que nos viste,
quizás una señal donde gime sereno el corazón que atardece.
Pero los días transcurren ajenos a toda blasfemia,
negando oscuridad en su mensaje difícil:
el tiempo es tentación cuando ninguna estrella
retorna del jardín cultivado por la noche.
Sólo en el sueño se abre el cielo con su apetito voraz
al ser humedecido el país de la muerte
Esbozo para un poema que trate sobre la melancolía
Behold, Terre is no breath:
I and this Love are one, and I am Death
Dante Gabriel Rossetti
Una tarde de lluvia es igual a tus ojos de tristeza, a una sombra de agua sobre el temblor que agita cristales, al placer enmudecido tras un espejo de oro, a la palidez de una cítara cegada por la sonrisa de un ángel, al pensamiento que yace agotado en un labio tibio, a la dulce obsesión que principia con el fuego de marzo, al reino que perdimos en el fragor adolescente, al gesto de la piel sobre el ámbar de una mañana oscura, al fruto del ciruelo en su generosidad indolente, al amor, indistinto y cruel con su magro conocimiento de sensaciones puras, a la corrupción de un perfume exótico amado por D’Annunzio o Baudelaire...
Una tarde de lluvia es igual a tus ojos de tristeza, al clamor de una rosa vencida por la luz, al sueño que no llega y que pensamos volverá en otro rostro.
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