sábado, 17 de diciembre de 2011

Fragmentos de un mapa escritural


Ayer por la tarde me enviaron un correo electrónico indicándome que era uno de los dos finalistas del Concurso de Ensayo en Humanidades de la Universidad Diego Portales en su versión 2011. Después de un día agotador y teñido de unos raros nubarrones de rabia e incomprensión, fue una más que justa finalización de la jornada. Mañana domingo se oficializará la noticia en El Mercurio y en la página web de la UDP.
El texto con el cual llegué a esto es uno que trata –otra vez- sobre la escritura ensayística de Martín Cerda. Quería con los lectores de mi blog, compartir este breve y efímero instante de alegría mundana. Para alguien como yo que, con suerte en todos estos años, ha ganado como mucho un regalo de mil pesos en algún juego como puede ser “el amigo secreto”, pues esto me deja un tanto perplejo. Bueno, el sólo hecho que otros encuentren interesante o de valor mi escritura me provoca más curiosidad que júbilo, pero ¡qué va! Y aunque amigos como Christian Miranda se rían de mis excentricidades, sería bello celebrar este asunto a mi manera, es decir, viendo una maratón de películas de David Lean –El puente sobre el río Kwai, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, La hija de Ryan y Pasaje a la India- acompañado de algún vino estival, un vino dulce, tal vez un rosé. Adjunto ahora la sección final del ensayo en cuestión.

                                 Epílogo: la organización del pesimismo
                                                                
El espíritu crítico dable por antonomasia al ensayista y su escritura, no es un mero juego de orden donde la razón se despliega para indagarse a sí misma y de aquel modo quedar obnubilada de sus propios logros y de sus más que quiméricas pretensiones de entendimiento e interpretación de la totalidad. Se vuelve más bien la exploración y la constatación que hace objeto de cuestionamiento y de pregunta, la visión del derrumbe y la conmoción disolutiva de lo impensable.
En Chile y Latinoamérica lo impensable ha querido en más de una oportunidad no ser dicho, es decir, ha querido ser dejado en la mudez del silencio cómplice o de la indiferencia gregaria. Para Cerda, pensar lo impensable significó uno de los desafíos más intensos de su vida intelectual, aún más, cuando en nuestro país, lo impensable se halla atravesado y definido por la violencia, signado por la violencia: “(…) alguna vez hemos dicho que la violencia es, en nuestros días, una conversación imaginaria de los desesperados: un gesto extremo que se repite cada vez que en una sociedad la impotencia frente a los problemas que esboza el futuro se transfigura, de un modo u otro, en una acción descontrolada por la fantasía (…)”
Es de esta forma que el desencanto se apropia de la escena, desencanto que Cerda ha llamado “el destino de una ilusión”. ¿Y cuál sería ese destino y cuál esa ilusión? Pues la fractura de la posibilidad, el desengaño y la constatación al interior de la sociabilidad política y cultural chilena, de los horrores, tanto de derecha como de izquierda: “(…) la sociedad capitalista avanzada no era, después de todo, un simple objeto verbal, sino en rigor, una estructura histórica capaz de enfriar todas las recusaciones. Ésta es, justamente, la tesis expresa de Marcuse (…) la sociedad socialista, por otra parte, no era sino una brutal caricatura de lo que habían proyectado los grandes pensadores socialistas desde Karl Marx hasta Rosa Luxemburgo. La década del sesenta marcó, en efecto, una contracción extrema de la promesa utópica”. Por ello, para Cerda, el destino de toda ilusión es el desencanto. Hace falta, señala nuestro autor, una sociología del pesimismo contemporáneo, una sociología que debiese mostrar sin duda alguna que una de sus fuentes ocultas es la nostalgia de un tiempo histórico en el que las acciones de los hombres respondían, por encima de sus oposiciones, a la esperanza de poder llegar a domeñar el lomo incierto del futuro. Bajo estas circunstancias, Cerda no rehúye la necesidad de pensar el lugar que el ensayista y su escritura ocuparían en la articulación para entrever aquello. No ciertamente desde la nostalgia, sino más bien, advirtiendo el fraseo epocal que se encarna en formas, ideas y actitudes.
En el epílogo a La palabra quebrada, Cerda es muy claro respecto a las características del sujeto ensayístico y del lugar que ocupa ese mismo sujeto en el campo intelectual: “(…) Preguntar, buscar, interrogar es, de un modo u otro, reconocerse perdido. Ningún ensayista puede hoy, en consecuencia, invocar a la Providencia de Dios, ni la ley del Progreso Universal, ni la visión total y “totalitaria” de la Historia, ni ninguna otra seguridad confortable. Es un hombre a la intemperie, perdido entre los escombros de un mundo histórico y los restos de una visión arrogante de sí mismo (…)”
Vemos que, paradójicamente, la escritura del ensayista, asumida como escritura fragmentaria, muestra su riesgo allí donde querría ser la más reivindicativa, es decir, en su cuidado por alejar toda tentativa de unidad, convoca a ésta, finalmente, como voz entregada al desastre, reiterándose como última palabra. De aquel modo, la escritura ensayística convertida en verdadera variación de una experiencia escatológica -pero que no profetiza, ni se facilita a sí misma como la hipoteca de su propia defensa utópica- se transforma en una escritura del final, pero una escritura que, sin tapujos, no se interrumpe, aún más, exigiéndose, parafraseando a Blanchot, en la figura misma del desastre, siendo el desastre
Esta exigencia como escritura del final autoriza a pensar el desastre como ese otro a través del cual el desastre se escribe, el que el ensayista llega a ser por la escritura. La gran dificultad a la que se nos llama cuando leemos a Cerda es la de habérnoslas con una escritura que es una larga tentativa, una infinita tentativa por mostrarse a sí misma como condición memorable de su propio pensar. Quizás por eso, el tiempo –y el tempo- de la escritura de Cerda es el tiempo en el que lo real es trasvasijado, zaherido, rodeado mordazmente y, de manera simultánea, dilucidado –y diluido- en multitud de aristas, aproximaciones y oblicuidades. Pero también la escritura fragmentaria de Cerda es –quizás paradójicamente- el tiempo, el lugar de la imposible conjunción entre palabra crítica, palabra discursiva y relato. El tiempo de la ausencia descubre un lugar, un espacio en el que estas formas de escritura pueden coexistir sin que una menoscabe a la otra.
Después de todo, pareciera ser que para Cerda sólo resta una apuesta por el escepticismo como actitud vital y lúcida ante el descalabro epocal. A semejanza de su amado Montaigne, es posible advertir en ello un temple que vislumbra con serena entereza los infortunios marcados por la dictadura y sus consecuencias de inhumana modernización.  Tal vez para nuestro autor, como para Kafka, el dictum del presente se cumple como un atroz desplazamiento: “ciertamente hay muchas esperanzas, pero ninguna es para nosotros”



4 comentarios:

  1. Pues, ¡muchas felicitaciones, estimado! ¡Se lo merece! Le envío un abrazo.

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  2. No pues!!: uno quiere leer el ensayo completo. Felicidades, por cierto. Merecidísimo, para el ensayista y para el poeta. Un abrazo, entonces, pese a tus gustos cinematográficos y neocolonialistas. Suerte en todo,

    vuestro lector

    C

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  3. Ernesto:

    Gracias por tus palabras. Ver mis cosas en letra de molde será raro, pero igual me da gracia, un abrazo

    Ismael

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  4. Cristian:

    Gracias por pasar por aquí y por tus palabras. El ensayo será publicado junto al del ganador del Primer lugar y al del otro finalista, en Ediciones UDP durante 2012. Eso no obsta a que te lo envíe por correo en archivo Word o PDF si así lo desearas.
    Oye, no seas tan siútico comentando mis "gustos" cinematográficos...te pareces a mí en eso, ja, ja, ja -en lo siútico, digo-

    Un abrazo

    Ismael

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