sábado, 18 de febrero de 2012

En la tumba de Rosamel del Valle


Hace unos días atrás, Hernán Castellano-Girón me hizo llegar en un gesto de profunda generosidad, el poema inédito que viene a continuación. De más está decir que es todo un honor difundir en el blog este notable poema de uno de los escritores secretos más relevantes de la literatura chilena contemporánea. Y más aún si ese poema aborda la figura de ese otro poeta magistral y secreto que es Rosamel del Valle. Agradecido de Hernán, acá va el poema.

 

En la tumba de Rosamel del Valle


En el prado ameno de las estatuas
Ahí donde el silencio se quiebra sólo por el canto de los chincoles
Ahí el poeta yació por treinta años, sin visitas de cortesía o de las otras
Sin otro ruido que el del propio crecimiento debajo de la tierra
Bajo un peumo y un albaricoque, surgidos y nombrados por su presencia impalpable
Del fulgor oscuro de sus cenizas y sus meteoros abrigados por el sol del Hades
Y las granadas de Perséfona, cosechadas en equinoccios  y solsticios
Donde cada milagro era otra palabra del poeta.

Esta vez alguno dijo sus palabras, pero la más grande
Venía del más allá, del espejo negro de Nostradamus
Que el poeta solía operar en medio de un silencio y otro
Un año bisiesto u otro, un eclipse u otro.

Ahí su palabra nos las tenía todas jugadas: hacía más de medio siglo
Que nos había dado el milagro de encontrarse con nosotros en un martes trece de noviembre
Los pocos fieles que desdeñaron las graves razones de la conveniencia
De ausentarse una vez más de su lado, para luego saborear su palabra:
Soledad,  canícula y silencio hubo de sobra aquel día
Después que hablamos y abrazamos sus huesos, más pacientes que los otros.

Para besar la boca de Eurídice o de Perséfona
Hay que  hundirse buenamente en el infierno,
Y hay que finalmente perderla, perderlas en ese camino lleno de espinos abiertos,
De canciones que pasan y campos de hierba médica.

En la lápida del poeta también está el nombre de Eurídice, la que era su muerte
Y perdida le está por una eternidad de sueño atrasado
Así como nosotros perdimos a las novias, no en el laberinto de el cuerpo
Sino en el espejismo que eran los otros, las muecas de los que habían llegado antes.

Ah si pudiera bajar otra vez a los infiernos
Y besara una sola vez   de nuevo la boca de Eurídice
Otro gallo cantaría en medio de mis huesos, más rotundos que los otros.
Sabría que el arco iris virtual me entregaría su ollita de oro
En medio del desparramo de mis arterias, allá en el río de los muertos
Donde el que canta se salva, y el otro espera
La resurrección de la carne y del espíritu, que muere antes
Pero  también se despereza, musitando su canción
La bossa nova que aprendimos en un barco rumbo a la isla de Itaca
Navegando al revés en un tiempo a la vez dado y negado
Escrito con lágrimas de vino y de fuego
Y replegado en la cabeza que sigue cantando más allá de todo tiempo.

Así el poeta resucita y descalabra nuestro plácido dormir
Se nos ríe en la cara pero nos abraza, sí nos abraza
Como aquella vez postrera, extrema
En la puerta de su casa en José Domingo Cañas, en la Arcadia de Ñuñoa
El siglo pasado apenas , pero en otra vida.





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