1
Todo lo que se
relaciona con la Poesía
nunca es sino entrevisto. Toda proposición que le concierna no es también sino
un testimonio cuya validez depende menos de la experiencia y de la sinceridad
del testigo que del juicio propio de quien lo escucha. De tal manera, cuando la Poesía está en cuestión, la
libertad más general deviene una condición natural del debate.
De allí que
estas reflexiones no estén presentadas siguiendo un orden lineal de exposición
que, implícitamente, daría una idea falsa de su naturaleza. No miran, por ello,
sino ciertos destellos de una prodigiosa galaxia que brilla en el cielo del
hombre. No tienen, en suma, otro objeto que el de inspirar a tomar parte en una
búsqueda que, estando todos los demás caminos en la actualidad oscurecidos o
interrumpidos por abismos, bien parece ser la grande y quizás última
posibilidad de una salvación.
Para el Poeta, la Poesía es a la vez una
soledad y un intercambio.
Tanto, que habla
de ella en términos de revelación, pero también en el tono familiar de la
experiencia. Permanecer sincero lo obliga no obstante a subordinar ésta a la
iluminación fortuita. No hay jamás nada adquirido en Poesía, ni previsible.
Cada poema es a la vez el primero y el último. Esta inseguridad permanente,
este riesgo siempre asumido, inclinan a la vez a esa espera sagrada y a esa
instintiva prudencia, particulares en los hombres cuya vocación es la de
atravesar constantemente la Naturaleza. Porque la Naturaleza –la que está
en nosotros, la que está fuera de nosotros- es la materia inicial de la Poesía. Ella
suministra los términos iniciales de sus relaciones específicas con el espíritu
humano, que a la Poesía
corresponde mantener justos. Pero la Naturaleza está presente desde las piedras con
las que el pie tropieza y busca su camino hasta la fascinación de los astros
que brillan para todos por encima de todos. La aproximación a la Poesía no puede ser tentada
sino a través de esta diversidad.
2
Nada de lo que
surge de la Naturaleza
da lugar verdaderamente al sentimiento de la fealdad. Por el contrario, la Naturaleza es casi
siempre conmovedora. Por lo menos: indiscutible. Una brizna de hierba, un
guijarro, serenan el espíritu tanto como el bosque o el mar. La alegría
elemental es reconocer nuestro parentesco con ellos. Contemplar la Naturaleza responde a
la casi totalidad de nuestro ser.
Pero la menor
inquietud, el menor movimiento del espíritu demuestra nuestra singularidad, nos
califica. Y experimentamos la necesidad de la obra de arte. El Arte es aquello
que nos es preciso incluir en la
Naturaleza para conocer completamente nuestra naturaleza.
Toda obra que no se incluya en nosotros mismos no es bella para nosotros. De
allí nuestro sentido invariable, pero siempre inmediato, de la belleza. Somos
la medida de su valor.
Igualmente, la
expresión natural de los sentimientos es casi siempre justa. El amor o la
disputa de los hombres usan muy a menudo un lenguaje fuerte y convincente. No
es de ningún modo que en la proximidad de los utensilios de la humanidad se
degrade el lenguaje. Pero el lenguaje natural no responde tampoco por todo
nuestro ser.
Entonces
interviene la Poesía ,
que no es jamás gratuita, sino siempre creada e incluida en el lenguaje
natural. El lenguaje poético supone la existencia previa de una franquicia,
lenguaje bruscamente calificado en la belleza por un aumento de existencia que
nos da la fuerza de ser fugazmente el instrumento de la evolución mental de la
especie.
Se trata de
tornar explícito un cierto movimiento del alma y de darle la expresión
transmisible más justa por el sólo empleo de las palabras.
Una búsqueda tal
requiere el alerta de todos los poderes del espíritu. Intervienen entonces
medios que son quizá propios de cada poeta. Los más generales son: el silencio,
la benevolencia del cuerpo, una extrema atención a dejar renacer la atmósfera
material y las disposiciones interiores que han estado en el origen de la
emoción generatriz del poema.
Si esta
resurrección es permitida, la transposición verbal de estas circunstancias se
cumple naturalmente. La realidad recobrada se expresa a sí misma y se verifica
inmediatamente la colusión esencial de las palabras (tanto por su sentido usual
como por su sonoridad) con las representaciones a las cuales se relacionan. El
vigor del curso mental y la exactitud del tono dan entonces cuenta de la
autenticidad del poema y de su valor estético. Toda Arte poética es personal, e
intrínseca a la elaboración del poema. Una regla formal exteriormente planteada
no parece tener sentido sino cuando ella es considerada como una necesidad
previa al funcionamiento mismo del espíritu. Y no hay razón válida para
dificultar la libertad del poeta con otras imposiciones que la de respetar el
genio de la lengua que emplea.
El lenguaje
natural es simple y conciso. El lenguaje poético debe participar de estas
cualidades, so pena de alejarse de nuestro entendimiento inmediato. Hay bellos
versos que no tienen que ser comprendidos. Tienen que tener lugar en nosotros
mismos. Esta incorporación puede obligar a nuestro ser a una cierta gimnasia.
El reproche por nuestros desfallecimientos y nuestra lasitud no puede hacerse
jamás a la Poesía. Es
ella, justamente, la que los disipa. No somos nosotros quienes conquistamos la Poesía sino la Poesía la que nos
conquista.
Esa sobriedad
necesaria al lenguaje poético responde por otra parte a las necesidades
mentales de los hombres de este tiempo. El gobierno de la Tierra y de nuestra
presencia en la vida se torna tan complejo y tan matizado, que nos vemos obligados
a la economía de los signos de expresión, sometidos como estamos a la necesidad
del reposo y a la brevedad de la vida. El tiempo aparece cada vez más como la
única dimensión que representara un obstáculo. Es preciso vivirlo, lo más
posible, en su acuidad. El verbo poético es justamente el tiempo mental vivido
en su más grande acuidad.
La economía y la
perfecta propiedad de los vocablos conferirán a la poesía moderna el poder ser
retenida por la memoria sin el concurso de una prosodia. La fuerza y la exactitud
de la expresión poética, generadoras de una emoción verdadera, deben bastar a
esta inscripción. La intensidad de nuestra civilización afina y hace más
sensibles los espíritus.
Ya no hay más
conscriptos a los que sea preciso deletrear: “¡Paja, heno!” La Poesía no tiene otra regla
que la de existir. En el siglo XVII, ella desdeña a Boileau:
Le silence
éternel
De ces espaces
infinis
M’effraie...
Le soleil ni la
mort
Ne se peuvent
regarder fixement
Una seria
dificultad para los poetas modernos consiste en que la mayor parte del
vocabulario que nombra las acciones y las cosas de este tiempo no ha obtenido
todavía su naturalización en el lenguaje de la Poesía. Si el poeta puede
escribir “arado” o “molino”, vacila en cambio en emplear “tractor” o “turbina”.
Las únicas palabras con las cuales se siente compatible son aquellas que
designan objetos o expresan ideas y sentimientos de antiguo parentesco con el
hombre. Palabras que dan por finalizado al hombre en relación con su conducta
natural. Pero la proscripción de los vocablos surgidos de la expansión técnica
moderna aparta a la Poesía
de los dominios que nuestra civilización ensancha cada día, restringe los
soportes concretos que el poeta puede encontrar en su contemplación del mundo.
Tentado por la expresión abstracta de los sentimientos, de las pasiones y de
los sueños, el poeta se agota. Y esto tanto más cuanto que una larga y gloriosa
literatura poética precede a la nuestra, y los temas y las imágenes extraídos
de la naturaleza en su desnudez, o de los utensilios primeros del hombre, han
sido utilizados en la casi totalidad de sus posibilidades. Si bien asistimos a
tentativas desesperadas, pero nefastas, de renovación, fundadas sobre la
desintegración o la deformación del lenguaje, o aun sobre el solo empleo de sus
vocales.
Nada más
contrario a la Poesía
que tales evasiones, las cuales proceden antes de la imaginación intelectual
que de una necesidad real de expresión, la cual, muy a menudo, no existe.
Un poeta sincero
no puedo menos que adoptar las más grandes precauciones cuando se trata de
modificar el lenguaje. Mejor que nadie, él sabe que toda expresión del
pensamiento no recibe sus credenciales de verdad si no respeta la fundamental
solidaridad humana. Sin embargo, el lenguaje es la manifestación más general,
más activa de esta solidaridad. Si es necesario a veces que el poeta se
arriesgue a la incomprensión y aun al aislamiento, no puede hacer esto sino con
pleno conocimiento de causa y en el límite de los recursos comunes. La
expresión de la Poesía
no admite ni la regla, ni la licencia, y un poema jamás es libre si no lo es en
la libertad de la Poesía.
Su constante
coloquio con el lenguaje da al poeta el sentido de la permanencia y de la
diversidad de la condición humana. La búsqueda de los vocablos llamados a
expresar la Poesía
le hace apreciar sus contornos y sus apetencias reales. Para él, la Poesía jamás hace milagros.
Ella lo pone a prueba despiadadamente. ¡Cuántas acomodaciones posibles con todo
el resto de la vida, en comparación con este rigor infranqueable!. De ahí que
tantos poetas renuncien a la poesía no bien la existencia en sociedad se les
vuelve insoportable. Me cuesta más imaginar un poeta sin angustia que un
corredor sin pulmones. Pero la calidad del dolor es algo que hay que considerar.
Hay pequeñas miserias que asfixian. Las grandes permiten al poeta la alegría,
el amor, la ociosidad. Basta con que ellas se vinculen a la condición humana. A
diferencia de la mayoría de los hombres, quienes parecen vivir como si fueran
inmortales o poseedores de una verdad, los poetas son a menudo en sí mismos
semejantes a monjes que trataran de hacer hablar a ese cráneo que es el único
mueble de su celda. En los días de su más grande posibilidad, el orgasmo mental
que les ilumina, los deja todavía destrozados. Su paz y su reposo, siempre
fugitivos, no se originan sino a partir de una mirada amiga, sobre todo de una
mirada joven. Mejor que nadie, el poeta sabe que la felicidad no le es dada al
hombre sino por los otros hombres. Pero él sabe también negarles el derecho de
perturbarle considerablemente. De ahí su reputación de indiferencia, y aun de
egoísmo. En realidad, él tiene buenamente otra cosa que hacer que servir de
alfombra a los zarpazos o las deyecciones de sus contemporáneos
Los más grandes
poetas tienen sus orillas de silencio y se dejan abordar por ellas.
Cada poeta vive
su vida sobre un solo poema cuyas quince o veinte versiones más próximas le
serán tenidas en cuenta.
3
El más solitario
esfuerzo de creación no conseguirá sino una modificación infinitesimal de la
aleación mental de la humanidad, la que será, por eso mismo, justificada. No es
preciso referirse solamente a esos grandes lingotes todavía en fusión:
Heráclito, Aristóteles, Platón, San Pablo, San Agustín, Santo Tomás,
Descartes... para no citar más que a algunos de nuestra Historia reciente.
La energía
poética, surgida de algunos, no se transmite más que a un pequeño número, Este
la traduce a expresiones de un uso más corriente, que trazan las líneas de
fuerza de la prosa. Esta prosa, después de degradaciones sucesivas, enriquece
el lenguaje del hombre de la calle. Erráticamente, subsisten palabras,
imágenes. La aleación humana, de todas maneras, ha cambiado. Vendrán luego
nuevos poetas, quienes recordarán el lenguaje de sus mayores.
Si el poeta no
deja que la poesía lo habite orgánicamente, más vale que renuncie a ella.
Sólo existe el
poema. El poeta no piensa en “lo poético” sino para desconfiar.
El respeto del
poeta hacia la Poesía
descartará esta acusación de un filósofo contemporáneo según el cual la Poesía falsea el juicio.
Respetada y
libre por lo tanto, la Poesía
habla con exactitud. No emplea imágenes de términos contradictorios, no cambia
de tono sin necesidad, y se une sin dificultad al orden natural. La ascensión
hacia el poema da el sentido de la jerarquía. ¡Tantas emociones, ideas,
recuerdos, palabras, se fatigan sobre las pendientes!. Restaurar las
jerarquías, reconocer las leyes de la gravitación humana (en nosotros mismos y
en los otros hombres), respetar distancias medidas con exactitud, tales son los
primeros mandamientos de la
Poesía , respiración que quiere un mundo respirable.
A propósito de la Poesía , se habla a menudo
de “Mundo invisible”, si no de “Mundo absoluto”. La Poesía sería el reflejo de
estos mundos, la traducción posible para los hombres, comprendida
misteriosamente por algunos de ellos. ¿Pero no es erróneo reflexionar sobre la
poesía partiendo de nociones abstractas, ya que las únicas pruebas formales de la Poesía están dadas por
conjuntos de vocablos referidos al mundo visible y concreto?. Sin duda, ellos
pretenden una nueva representación de la realidad. se apartan de ella, por lo
menos.
Si los poetas
han experimentado desde hace un siglo la necesidad de desvincular a la Poesía de la realidad
común, es porque han comprendido que ésta se halla en estado de descomposición.
Su rechazo era un grito de alarma. Después, un cierto número de cobardes se
asfixiaron en las cuevas de la
Ciudad flagelada por el rayo. Viene el tiempo de volver a
subir lo que queda de las murallas, de unirse con los hombres simples,
portadores de piedras y de cabrias, y exorcizar en sus ojos los reflejos de las
tormentas. Si se parte para morir, que sea el mar abierto del verbo. Ya que no
tenemos otros horizonte.
A menos de un
cuarto de hora de avión, en la vertical de la tierra, entraríamos en la noche
perpetua. En el momento del más bello sol, ¿no es preciso recordar una
oscuridad tan próxima?. El dominio de la claridad sobre la tierra es menos
espero que la piel sobre el cuerpo... ¡Qué imagen inmediata de nuestra
condición!.
Para el
espíritu, ¿la noche está más lejos? ¡Que ella se reúna ya en torno a las
cumbres de la Poesía !
Los más altos poemas sólo están iluminados a medias. Ellos acercan una sombra
inexpugnable. ¿No debemos entender que su misterio procede de esta causa
natural?.
Pero los más
altos poemas fundan sus cimientos sobre la clara realidad terrestre. La noche
no es sino un ineluctable encuentro. El poeta no lo acepta sino a los últimos
resplandores de la reverberación de lo Sagrado sobre el Hombre. En el camino de
su ascensión, él respira la luz tanto como puede. Es así como la poesía suscita
un orden justo, que va de la evidencia, a ras de la tierra cotidiana, hasta la
angustia y el estupor frente a aquello que la palabra ya no penetra.
La vocación de la Poesía es ofrecer, a la
conciencia clara, estados fugaces, pensamientos difíciles, perspectivas sin
descanso para los ojos. Sólo nuestras propias tinieblas pueden obstaculizarla.
El espesor de aquel que le oponemos permite la medida justa de nuestro vigor
mental, y a veces de nuestra salud física. Una de las más graves faltas para
con la Poesía
sería creer que en su vocación entra el rechazo de los límites estrechos de la
condición humana. Pero ella permite a veces alcanzarlos, dilatación
considerable para la mayor parte de nosotros y que, a decir verdad, no
soportamos por mucho tiempo.
¿Soportarían
nuestros ojos estrellas más pequeñas en el cielo?.
La parte de la
música en la poesía es inexpresable. Para testimoniar sobre la relación que las
une, yo diría que la música es a la poesía lo que la paz del alma es a la
inteligencia.
La poesía arroja
tanta oscuridad sobre la muerte como claridad sobre la vida.
La verdadera
poesía no consuela de nada.
La moral, que
promete la paz del alma por la superación, es una de las amistades naturales de
la Poesía.
El movimiento
interior que ella decide se halla en parentesco con el movimiento de la
creación poética. Se trata siempre de una expresión en sí preferible. Pero no
existe amistad más libre, y el don va siempre de la Poesía a la Moral.
La Moral gusta
expresarse por la voz profética de la Poesía. De allí las confusiones. La Poesía puede ser la belleza
de la Moral. Su
naturaleza no está por ello más comprometida que la de los colores con respecto
a un cuadro.
4
La ambigüedad
que nos es preciso reconocer a la
Poesía atestigua nuestra insuficiencia espiritual.
Los teólogos han
renunciado a conducir a la humanidad. Los filósofos han encallado en sus
tentativas de sustituir a los teólogos. Los iniciados en la ciencia y en las
técnicas que en ella se originan tampoco tienen esta ambición. Si bien la
humanidad jadea detrás de los políticos, gentes de la contingencia inmediata y
de los acuerdos limitados, y que no debieran ser jamás sino los ejecutantes de
alguna concepción biológica y espiritual. Nuestra primera tarea es recobrar de
los políticos un derecho que no poseen sino por abandono de herencia. Aunque no
guste a los Importantes de la sociedad, las enfermedades de la condición humana
no afectan primero sino a algunos millares de individuos. Pero su fiebre se
extiende rápidamente a toda la humanidad.
Mundo oscuro de
la materia animada por el servicio del hombre, ¿recibirás algún día la buena
nueva de la Poesía ?.Los
economistas comienzan a inquietarse seriamente por el progreso técnico. Cada
uno de sus éxitos niega al precedente. Muchos industriales vacilan ante una
máquina nueva ¿Quién puede decir que mañana no habrá caducado, y se habrá
perdido con ella el capital que representa? El ejemplo de ese nylon inservible
que es preciso dejar de producir, resulta así lleno de enseñanzas. Superar
estas condiciones conduce a un dirigismo que no concuerda sino con la pérdida
de las demás libertades. Al menos, mientras la ley económica siga siendo la ley
orgánica de la civilización.
Pero aún si se
conserva esta ley, es probable que este recurso a la cristalización sólo tenga
efectos provisoriamente saludables. La evolución de la especie arrollará todas
las prohibiciones. Las tablas de bronce no han asegurado la perennidad de la
ley cuando era religiosa. No se trata pues de frenar al Hombre, tentación
eterna. Sino de orientar su expansión hacia calificaciones más altas. El
espíritu de búsqueda debe sustraerse de la producción cuantitativa para
dedicarse a conferir Belleza a las obras de la civilización mecánica. En el
estado en que ellas se encuentran actualmente, hay en ello material para el
esfuerzo de varias generaciones. No cerréis los laboratorios. Pero que los
ingenieros sean, también, artistas. Los poetas pueden ayudar a la formación de
esas cabezas completas. Los jefes de la Tierra lo supieron antaño.
Puesto que el
último estado de nuestra física es la Relatividad generalizada, sería preciso que
tuviéramos una sociedad, una política, una religión en consecuencia con aquella
física. Deseo que parece bastante gratuito. Jamás los misterios que expresaban
las concepciones antiguas del Cosmos fueron tan impenetrables a la casi
totalidad de los hombres como las ecuaciones de Einstein. Las diferentes teologías
fueron enseñadas en innumerables monasterios. Los sacerdotes han hablado
durante largo tiempo el lenguaje de los hombres. El de los laboratorios no se
transmite sino por fantasías o terrores. Allí reside tal vez el drama esencial.
La unidad del
espíritu no puede lograrse. Tanto, que la libertad se olvida o sus poderes se
extinguen en el ensayo incesante de una reunión de los principios del
conocimiento, de donde se termina por desesperar de que se halle a la medida de
una cabeza humana.
5
Dos clases de poetas
sin porvenir: aquellos que protestan por el Paraíso Perdido, aquellos que
prometen una Edad de Oro. Los primeros lisonjean sueños que el hombre persigue
desde su madurez; los segundos seducen hasta el momento en que demuestran su
espíritu de tiranía. Sus promesas no tendrían tan manifiestamente efecto sino
fuera de las perspectivas y de las conductas naturales, ya que la tentación
inevitable de aquellos que las hacen es imponer el mundo abstracto que las
justificaría. Es necesario insistir en esta evidencia: abolir la distinción
entre el Bien y el Mal es abolir la libertad. Es aspirar a devenir una especia
de robot, que fuera gobernado por el instinto, el inconsciente o la imantación
hacia las beatitudes materiales.
Por mucho que
los haya rozado, urge a la
Poesía separarse de estos poetas ideólogos. El fanatismo o la
esterilidad son su refugio. El vaticinio o el quietismo conformista su
perchero.
Otros poetas no
sueñan con un Paraíso Perdido o futuro, sino que conocen el pasado del hombre,
tienen conciencia de su fragilidad y de su fugacidad. y si disparan “salvas de
porvenir”, aprecian también su situación sobre los horizontes terrestres. La
atención que requieren es grande y continua. Pero la fidelidad que se les
guarda mide nuestra energía íntima.
Sin duda, no hay
verdad estética. Solamente, de la adolescencia a la vejez se establece la
sucesión de preferencias entre los hombres más significativos, siempre en un
mismo sentido. He aquí algunas series que pueden servir de ejemplo: Para la Poesía : Musset, Hugo,
Baudelaire, Mallarmé, Rimbaud; para la música: Massenet, Chopin, Beethoven,
Debussy, Bach. El camino inverso no es seguido jamás. Hay en ello materia de
reflexión.
Varias veces, en
mi vida, me ha ocurrido advertir como pendiente de piedras, vegetales y
animales en dirección a un estado próximo a la Palabra. Todas las
cosas creadas parecen crisparse como un rostro transido de emoción. Y es
verdaderamente un rostro, un rostro emparentado con lo humano que parece faltar
a las casas, a los árboles, a los animales domésticos. Un tenue hollín de
angustia cierne los rasgos de los lugares y de los objetos. El amor deviene
entonces precioso y adquiere un sentido iniciador.
La Poesía es un
Bien capaz de todos los otros bienes.
La poesía
desconocida se respira como el perfume de las islas sobre el mar.
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