A pesar que la
crítica literaria chilena se articuló durante el siglo XX como una
discursividad de una pluralidad paulatina (1), la sociabilidad literaria
adscrita a ella siempre fue proclive a erigir efigies casi absolutas del homme de lettres como verdadero árbitro
del gusto y la creatividad. Esto no sólo puede ser atribuido –y con razón- a
las condiciones socio-culturales de una elite hegemónica que desde los medios
de prensa a ella vinculados –vgr los diarios La Nación
y El Mercurio- posibilitaba tal gesto
de absolutización, sino también por un fenómeno extremadamente arraigado en el
imaginario literario chileno en lo que respecta a una más que virtual
totemización de una idea de “poeta único”, en tanto vate o profeta de un
pueblo, una sociedad o una raza. El caso paradigmático de Pablo Neruda y, en
cierto sentido de modo algo más contemporáneo, el de Nicanor Parra, delatan la
figura de un poeta todo poderoso, poseedor de una prestancia imaginativa,
verbal y política capaz de entender e interpretar lo histórico no tanto como
sucesión de acontecimientos datables en una cronología de hechos, sino más bien
como una vasta comprensión metafísica del sentido de la historia en tanto se
asumiese como un destino. El vigoroso mesianismo poético –que pasa desde Pablo
Neruda y en algún sentido hasta Pablo de Rokha y que se actualiza en la hora
presente en Raúl Zurita- ha tenido su correlato un tanto más templado, pero no
menos decidor al articularse como “opinión bien fundada” en el sector más
tradicionalista de la crítica literaria chilena que va desde Omer Emeth,
pasando por Alone (pseudónimo de Hernán Díaz Arrieta) hasta llegar a la figura
de Ignacio Valente (pseudónimo de José Miguel Ibáñez). A la figura del “poeta
único” corresponde la efigie del “crítico único”(2). Y eso sin que creamos o
constatemos la inexistencia de muchos otros poetas y escritores y de multitud
de críticos en una diversidad de medios que, hasta 1973 al menos, develaban una
pluralidad altamente constante y pujante de la escena crítica en Chile.
Porque, ciertamente, cuando me refiero a la existencia de un poeta y
críticos únicos, no me estoy refiriendo a una sola presencia real o concreta de
un solo individuo que monopoliza la opinión o la creatividad –aunque en los
años más álgidos de la
Dictadura , en la década de los 70, pudiera entenderse eso,
sobre todo por la censura, el exilio y el autoexilio que propició que buena
parte del mundo literario chileno quedara subsumido en lo que se ha denominado
como “apagón cultural” y frente al cual el ejercicio crítico se vio
drásticamente reducido, al menos en los medios de prensa más convencionales y
masivos-. No, me refiero más bien sobre todo a partir de 2000, a una especie de
actitud “absoluta”, a una actitud “total” y de sesgo autoritario que implica
entender el discurso crítico y, aún más, el literario, como la articulación de
grandes monólogos de carácter endogámico que no salen de su propio autismo y
que se atribuyen su legitimidad en tanto discursos “verdaderos”, “ciertos” o
“agudos”. Pluralidad, sí, efectivamente, pero de grandes monólogos que más que
propiciar un intercambio de opiniones para dar cuenta de un discurso público,
contrastante y complementario respecto del fenómeno literario, han propiciado
una especie de opinión única dilatada en voces disímiles y a veces sordas entre
ellas mismas. La paradoja es que desde
fines de la Dictadura
y agregados a los problemas estructurales respecto a la posibilidad de inventar
o construir un espacio propicio para la emergencia del discurso crítico, éste
se ha engalanado, salvo contadas excepciones, en una verdadera pasión, fría e
indolente, por excluir el debate, la toma de posición y la discusión informada,
responsable y aquilatada (3).
Es de suponer que tanto en la crítica literaria de medios como en la
efectuada en el ámbito académico es rastreable, salvo excepciones, un riesgo de
anquilosamiento que se brinda entre los compromisos de marketing de la crítica
vinculada a soportes tradicionales, como pueden ser los de la prensa escrita,
como en la escritura académica que mostraría un “rapto” hacia la privacidad del
conocimiento en pos de articularse en un circuito restringido de especialistas
–la idea supersticiosa de la “comunidad científica”- que se rigen bajo
parámetros ISI. Frente a este estado de cosas que grosso modo acontece en los medios tradicionales, ya de prensa o
universitarios, es posible visualizar de manera creciente la emergencia de la
crítica literaria en diversos medios digitales que, desde 2000 en adelante, han
ido ampliando, diversificando y renovando el espacio crítico.
En todo caso, no se trata de apoyar o blandir la opinión a favor o en
contra de uno u otro formato, pues digamos que entre el tradicional soporte
“letrado” y el más actual o contemporáneo soporte “digital” o “cibernético” se
modulan guiños cómplices, colaboradores comunes y, a veces, puntos de vista que
son fomentados con mayor o menor prestancia por la “autoridad” académica de
turno frente a una más que virtual disidencia de parecer u opinión. Por otro
lado, soy escéptico respecto del modo en que se plantean las políticas
editoriales que la mayoría de tales medios digitales sustentan: su aparición y
desaparición en un ritmo a veces muy espasmódico, la construcción de un sujeto
crítico móvil que puede ir de medio en medio; la eventual inflación de
palabrería un tanto impostada que implica la articulación de un idiolecto
pseudocrítico, otorgado por las variantes de una subjetividad empeñada más en
“aparecer” o “mostrarse” que en leer críticamente; de lo anterior, la deflación
del rigor analítico dada la dispersión de opiniones, etc. No obstante todo lo
dicho, me parece que aún no se calibra de manera adecuada el surgimiento de
estos medios digitales y, en ellos, el ejercicio de la crítica literaria.
Porque a parte de un natural escepticismo que ha de esperarse ante una escena a
veces en exceso adocenada por viejas prácticas culturales, lo que me parece
interesante de apreciar son un puñado de cosas positivas que no hay que
desdeñar en absoluto y que, a la larga, implicarían la modificación del campo
literario en un desplazamiento sugestivo de sus parámetros de sentido. Es así
que es dable constatar el surgimiento de nuevas voces críticas con un
repertorio no sólo de carácter letrado, sino también de impronta visual y aún
medial, ampliando la frontera de la percepción crítica más allá de los límites
escritos hacia ámbitos de experiencia de cariz semiótico y cultural, cosa que
implica, a su vez, una intensificación y hasta una complejización de los puntos
de vista desde donde se aborda, enjuicia y valora la literatura. Por otro lado,
es posible advertir una apropiación de una serie de obras que se encuentran
fuera del circuito formal de los conglomerados editoriales tradicionales,
apostando por leer y contextualizar los productos emergentes de un fenómeno no
menor en la constitución del campo literario chileno actual y que hace
referencia al trabajo de las así llamadas “editoriales independientes”(4) y que
poseen, la mayoría, un gesto de autogestión, muy acorde con el encapsulamiento
de las políticas nacionales referidas al fomento de la empresa editorial. Es de
este modo que muchos de estos nuevos medios digitales que mantienen un staff
flotante de críticos variados, se hacen cargo del objeto libro de un modo que
lo comprende como parte fundamental de una sensibilidad que se niega a ser
subsumida por el mercado y que avala una conciencia disidente y crítica de los
postulados neoliberales vigentes.
En buena parte del ejercicio crítico digital es posible hallar una
especie de fe en la trascendencia de la obra literaria y su lectura, una
defensa de la esfera de lo literario respecto del mercado en donde la función
de la crítica sería avalar el valor cultural, la espesura axiológica y política
de lo literario, su densidad significante y la pluralidad de formas que
adquiere en este nuevo escenario virtual y de nuevos soportes electrónicos.
Esto, ante la usurpación mercantil para poder propagar una idea o concepto
amplio de lo “literario” e intentar una cercanía con el público. Desde esta
perspectiva, el rol de la crítica sería ser rotundamente “literaria” – aún a
pesar o más bien en contigüidad con el recurso de lo visual, lo medial y el
origen multidisciplinario de varios de sus cultores-, para comentar y difundir
obras que merecen una atención detenida o no se hallan inscritas en el circuito
más convencional de las editoriales tradicionales. Ciertamente los cultores de
la critica literaria digital creen en el abandono de los recursos academicistas
ortodoxos y demasiado especializados –tengan éxito o no en esta tarea– y
privilegian, en cambio, el formato blog, la página web en sus más diversas
conformaciones y maneras, viendo en el recurso digital la potencialidad del
diálogo en relación a la obra y su crítica (5).
Revistas digitales de una
primera hornada como Plagio (www.plagio.cl); Crítica (www.critica.cl) y Letras.s5 (www.letras.s5.com), creadas a fines de los años 90, vienen a ser
la punta de lanza que instaura la nueva manera de sacar provecho de los
recursos cibernéticos e Internet, en pos de una idea de literatura que, si bien
arraiga en una concepción tradicional, muy pronto se despliega hacia la tarea
de comprender, leer y criticar las nuevas manifestaciones de la literatura
chilena hacia ámbitos que mezclan lo medial y visual, enriqueciendo la
perspectiva crítica de lo que hasta ese instante predominaba en tanto crítica
literaria.
Avanzando la década de 2000, es
posible advertir el surgimiento de una segunda y fecunda hornada de revistas,
blogs y sitios entre los cuales destacan Sobrelibros (www.sobrelibros.cl) fundada el 2003, por
Mónica Ríos y Carlos Labbé; La
Calle Passy 061 (http://lacallepassy061.blogspot.com/)
iniciado por Víctor Quezada, Simón Villalobos, Rocío Cano, David Villagrán,
Juan Manuel Silva en 2006; Lanzallamas
(http://www.lanzallamas.org)
fundado en 2006 por Jaime Pinos y Roberto Contreras; 60 watts, (www.60watts.cl) creada el 2009 por Diego
Zúñiga, Denisse Valdenegro y Manuel Illanes; Letrasenlinea (www.letrasenlinea.cl)
creada en 2010 por Fernando Pérez; Intemperie
(http://revistaintemperie.cl/)
creada y gestionada desde 2010 por Felipe González, Andrés Olave, Rodrigo Marín
y Pablo Torche; La cabina invisible (http://lacabinainvisible.wordpress.com/)
creada en 2010 por Diego Alfaro, Ignacio Rojas, Ignacio Rauld y Macarena Acuña
y más recientemente, fundada en 2012, Poesía
y crítica (http://poesiaycritica.wordpress.com)
gestionada por Manuel Vallejos y Nelson Zúñiga.
En casi todas estas publicaciones digitales es posible apreciar el modo
en que la crítica literaria de la postdictadura chilena exacerba su situación
de ente separado de las instituciones, y por lo tanto, naturaliza, en cierto
sentido, una idea de que la crítica puede ser vista y ejercitada como puerta
hacia lo trascendente de lo literario mismo, en donde esa trascendencia implica
una comprensión que desea ver o entender lo literario, no como algo desgajado
de la realidad y sus fisuras de sentido, sino que en tanto discurso autónomo
que proviene de lo real y está frente a
éste. En un momento histórico como el actual, marcado por un escepticismo
ante toda manifestación cultural que se halle raptada por la razón mercantil y
su administración espectacularizada o del entendimiento funcional a/crítico del
lenguaje que permea el aprendizaje escolar, la crítica literaria cultivada en
los medios digitales se ve como una instancia donde es aún posible meditar
sobre la literatura como un espacio libre y aún lúdico en sus manifestaciones
de consideración valorativa. Por otro lado, no hay en ella restricciones al
ámbito nacional de las obras. De hecho, casi todas las publicaciones digitales
mencionadas más arriba incluyen un registro bastante internacional de novelas,
ensayos y poemarios, amén de comentar o referirse a obras visuales, teatrales y
aún performáticas. A pesar de las aprensiones que uno como lector pudiese
manifestar ante este variopinto despliegue de publicaciones digitales, no deja
de ser relevante que la crítica ejercida en este tipo de medios desmitifica o
socava la idea de que la crítica literaria está escondida en la academia, media
temerosa, media elitista y arrinconada o que la que aparece en los medios de
prensa tradicionales con su pleitesía ante la marejada del mercado o la rareza
de sus manifestaciones, posea el sello distintivo de lo verdadero o cierto en un
eventual monopolio simbólico respecto de la evaluación del estado de cosas que
vive la literatura chilena actualmente. Ante esto, parece emerger una
consideración que obligaría a pensar o repensar las características del espacio
público, en tanto espacio asumido como crítico y la reconfiguración que ello
implica a la luz del ejercicio crítico digital, ampliándolo hacia la columna de
opinión, el ensayo de cariz más analítico y la nota aclaratoria de los diversos
procesos culturales, políticos y sociales en que se desenvuelve el país.
Quizás es posible advertir tres modos posibles en el Chile actual,
heredero de la Dictadura
y de los gobiernos democráticos habidos desde 1990, donde el discurso de la
crítica literaria puede apreciarse con sus limitaciones, legados y
expectativas: la crítica académica con
sus pretensiones de explicación y constatación rigurosa basada en presupuestos
de cariz científico y que corre el riesgo cierto de convertirse en un discurso
tautológico hiperespecializado, sin conexión con la opinión pública, sea cual
sea el modo en que ésta se reconfigure en el devenir histórico más próximo; la
crítica de medios tradicionales, sobre todo de prensa escrita, cada vez más
acorralada por la presión de los grandes consorcios periodísticos y sus
políticas culturales –o la ausencia de ellas- junto al monopolio de las grandes
editoriales, la mayoría transnacionales que obedecen a la normativa neoliberal
y la emergente, variada y también cambiante e hiperfragmentada crítica en
medios digitales.
Sin duda que esta diversidad puede parecer positiva o deseable a primera
vista. Pero soy de los que creen que tal vez, más –o menos- que una diversidad
en sí, lo que hay en la descripción de estos modos, muestra el peligro del gueto donde es plausible la fantasía
–cercana a lo real y no como mera ficción- del surgimiento de lectores
específicos para escrituras específicas, lectores y escrituras diferenciadas
entre sí hasta llegar al punto de su mutua ignorancia o indolencia que
reproducirían, en su alienación, las prácticas sociales regresivas que el
momento actual desea subvertir y hasta desterrar. Con la emergencia de lectores
específicos para escrituras críticas específicas se habría consumado, en mi
modesta opinión, la derrota de la literatura como discurso utópico. Da para
pensar si acaso estaremos como críticos, académicos universitarios, poetas,
ensayistas o literatos, proyectando una segregación, ya no sólo social, sino
también una eventual segregación referida a la manera de imaginar o entender a
esa misma imaginación que el fenómeno literario asume como parte de sí mismo.
Ante esto, la convergencia de diversos discursos al interior de la crítica
literaria, como a su vez los deseables cruces entre sus variados soportes donde
la impronta argumentativa se instale como índice de criterio articulatorio,
ayuda a entender un espacio crítico que
se haya, en la actualidad, en pleno proceso de reconfiguración, donde me parece
una necesidad perentoria que la crítica literaria en Chile pueda dar cuenta de
sí misma y de su objeto siempre problemático: las obras de una literatura
siempre cambiante.
Notas
1.- Al respecto vale la pena revisar
el ensayo de Bernardo Subercaseaux: “La crítica literaria (entre la democracia
y el autoritarismo). Transformaciones de la crítica literaria en Chile 1960-1983” en Historia, literatura y sociedad: ensayos de hermenéutica cultural.
2.- Pienso esta idea de “crítico
único” en el sentido en que T.S.Eliot le ha dado al referirse a lo que él llama
el “supercrítico”, es decir, el crítico oficial de una revista o periódico que
con su juicio monumentaliza una tendencia, obra o ideología en torno a la cual
elabora un discurso distintivo. Vid “Criticar al crítico” en Criticar al crítico y otros escritos Ed
Alianza Editorial, Madrid, 1967, pp. 9 y sgts.
3.- Refiriéndose
a la escena literaria chilena actual, el fallecido poeta Gonzalo Millán
(1947-2006) manifestaba ácido en una entrevista: “No hay debate de escuelas, de
proyectos teóricos, de crítica. Es como si los poetas se hubieran ido para la
casa. El debate ha sido reemplazado por el cahuín (…) Hay un individualismo
exacerbado y, sobre todo, mucho exitismo: premios, envidia, chaqueteo. Es un
ambiente muy pobre (…) Antes el hecho de discutir tenía un sentido por sí
mismo, te ponía en situación, podías exhibirte con tus ideas, hacer polémica
(…) Hoy predominan
el relativismo, la indiferencia. Se tiende a aplaudir al que no toma
partido, al conformista, al tibio, al que no se inmuta por nada”. Pedro Pablo
Guerrero, “La mirada lúcida de Millán”, en Revista
de Libros de El Mercurio, 22 de
octubre de 2006
4.- Esta noción hace referencia a la
experiencia editorial de carácter autónomo y autogestionado que una serie de
colectivos y agrupaciones literarias asumen de modo transversal en el mundo
literario chileno y latinoamericano como un modo de ofrecer una alternativa
locuaz al intenso mercadeo de las editoriales transnacionales que, además y
salvo muy contadas excepciones, no se interesan en publicar a autores que no se
encuentren sancionados por alguna inclinación de carácter comercial. Según la
poeta y gestora Gladys González: “(La editorial) independiente es el rechazo a
la serialización, a la pasividad de lo vacuo y lo colonizador (le interesa)
respetar las generaciones anteriores e incluirlas, (ve) la necesidad de
cooperatividad y rescate de las ideas locales y universales en pos de una
mejora social. El editor independiente es cabal, pero silencioso, (deja) que las
obras brillen y hablen por sí mismas, buscando un nicho intelectual y afectivo
que las contenga y haga crecer con otras lecturas y con las contingencias
sociales y políticas”. Prólogo a las
actas del Encuentro Chileno de
Editoriales Independientes: propósitos y experiencias, Ediciones
Inubicalistas, Valparaíso, 2012.
5.- Bernaschina, V y Soto, P. “Una
educación sentimental literaria: nuevas formas de la crítica literaria hoy:
revistas literarias digitales de la década del 2010” en Crítica literaria chilena actual. Breve historia de debates y
polémicas: de la querella del criollismo hasta el presente, 2011,
disponible como recurso electrónico en http://www.historiacritica.cl/
pp 3-40.
No hay comentarios:
Publicar un comentario