sábado, 24 de agosto de 2013

Sobre crítica literaria chilena actual: algunas observaciones

A pesar que la crítica literaria chilena se articuló durante el siglo XX como una discursividad de una pluralidad paulatina (1), la sociabilidad literaria adscrita a ella siempre fue proclive a erigir efigies casi absolutas del homme de lettres como verdadero árbitro del gusto y la creatividad. Esto no sólo puede ser atribuido –y con razón- a las condiciones socio-culturales de una elite hegemónica que desde los medios de prensa a ella vinculados –vgr los diarios La Nación y El Mercurio- posibilitaba tal gesto de absolutización, sino también por un fenómeno extremadamente arraigado en el imaginario literario chileno en lo que respecta a una más que virtual totemización de una idea de “poeta único”, en tanto vate o profeta de un pueblo, una sociedad o una raza. El caso paradigmático de Pablo Neruda y, en cierto sentido de modo algo más contemporáneo, el de Nicanor Parra, delatan la figura de un poeta todo poderoso, poseedor de una prestancia imaginativa, verbal y política capaz de entender e interpretar lo histórico no tanto como sucesión de acontecimientos datables en una cronología de hechos, sino más bien como una vasta comprensión metafísica del sentido de la historia en tanto se asumiese como un destino. El vigoroso mesianismo poético –que pasa desde Pablo Neruda y en algún sentido hasta Pablo de Rokha y que se actualiza en la hora presente en Raúl Zurita- ha tenido su correlato un tanto más templado, pero no menos decidor al articularse como “opinión bien fundada” en el sector más tradicionalista de la crítica literaria chilena que va desde Omer Emeth, pasando por Alone (pseudónimo de Hernán Díaz Arrieta) hasta llegar a la figura de Ignacio Valente (pseudónimo de José Miguel Ibáñez). A la figura del “poeta único” corresponde la efigie del “crítico único”(2). Y eso sin que creamos o constatemos la inexistencia de muchos otros poetas y escritores y de multitud de críticos en una diversidad de medios que, hasta 1973 al menos, develaban una pluralidad altamente constante y pujante de la escena crítica en Chile.
Porque, ciertamente, cuando me refiero a la existencia de un poeta y críticos únicos, no me estoy refiriendo a una sola presencia real o concreta de un solo individuo que monopoliza la opinión o la creatividad –aunque en los años más álgidos de la Dictadura, en la década de los 70, pudiera entenderse eso, sobre todo por la censura, el exilio y el autoexilio que propició que buena parte del mundo literario chileno quedara subsumido en lo que se ha denominado como “apagón cultural” y frente al cual el ejercicio crítico se vio drásticamente reducido, al menos en los medios de prensa más convencionales y masivos-. No, me refiero más bien sobre todo a partir de 2000, a una especie de actitud “absoluta”, a una actitud “total” y de sesgo autoritario que implica entender el discurso crítico y, aún más, el literario, como la articulación de grandes monólogos de carácter endogámico que no salen de su propio autismo y que se atribuyen su legitimidad en tanto discursos “verdaderos”, “ciertos” o “agudos”. Pluralidad, sí, efectivamente, pero de grandes monólogos que más que propiciar un intercambio de opiniones para dar cuenta de un discurso público, contrastante y complementario respecto del fenómeno literario, han propiciado una especie de opinión única dilatada en voces disímiles y a veces sordas entre ellas mismas. La paradoja  es que desde fines de la Dictadura y agregados a los problemas estructurales respecto a la posibilidad de inventar o construir un espacio propicio para la emergencia del discurso crítico, éste se ha engalanado, salvo contadas excepciones, en una verdadera pasión, fría e indolente, por excluir el debate, la toma de posición y la discusión informada, responsable y aquilatada (3).
Es de suponer que tanto en la crítica literaria de medios como en la efectuada en el ámbito académico es rastreable, salvo excepciones, un riesgo de anquilosamiento que se brinda entre los compromisos de marketing de la crítica vinculada a soportes tradicionales, como pueden ser los de la prensa escrita, como en la escritura académica que mostraría un “rapto” hacia la privacidad del conocimiento en pos de articularse en un circuito restringido de especialistas –la idea supersticiosa de la “comunidad científica”- que se rigen bajo parámetros ISI. Frente a este estado de cosas que grosso modo acontece en los medios tradicionales, ya de prensa o universitarios, es posible visualizar de manera creciente la emergencia de la crítica literaria en diversos medios digitales que, desde 2000 en adelante, han ido ampliando, diversificando y renovando el espacio crítico.
En todo caso, no se trata de apoyar o blandir la opinión a favor o en contra de uno u otro formato, pues digamos que entre el tradicional soporte “letrado” y el más actual o contemporáneo soporte “digital” o “cibernético” se modulan guiños cómplices, colaboradores comunes y, a veces, puntos de vista que son fomentados con mayor o menor prestancia por la “autoridad” académica de turno frente a una más que virtual disidencia de parecer u opinión. Por otro lado, soy escéptico respecto del modo en que se plantean las políticas editoriales que la mayoría de tales medios digitales sustentan: su aparición y desaparición en un ritmo a veces muy espasmódico, la construcción de un sujeto crítico móvil que puede ir de medio en medio; la eventual inflación de palabrería un tanto impostada que implica la articulación de un idiolecto pseudocrítico, otorgado por las variantes de una subjetividad empeñada más en “aparecer” o “mostrarse” que en leer críticamente; de lo anterior, la deflación del rigor analítico dada la dispersión de opiniones, etc. No obstante todo lo dicho, me parece que aún no se calibra de manera adecuada el surgimiento de estos medios digitales y, en ellos, el ejercicio de la crítica literaria. Porque a parte de un natural escepticismo que ha de esperarse ante una escena a veces en exceso adocenada por viejas prácticas culturales, lo que me parece interesante de apreciar son un puñado de cosas positivas que no hay que desdeñar en absoluto y que, a la larga, implicarían la modificación del campo literario en un desplazamiento sugestivo de sus parámetros de sentido. Es así que es dable constatar el surgimiento de nuevas voces críticas con un repertorio no sólo de carácter letrado, sino también de impronta visual y aún medial, ampliando la frontera de la percepción crítica más allá de los límites escritos hacia ámbitos de experiencia de cariz semiótico y cultural, cosa que implica, a su vez, una intensificación y hasta una complejización de los puntos de vista desde donde se aborda, enjuicia y valora la literatura. Por otro lado, es posible advertir una apropiación de una serie de obras que se encuentran fuera del circuito formal de los conglomerados editoriales tradicionales, apostando por leer y contextualizar los productos emergentes de un fenómeno no menor en la constitución del campo literario chileno actual y que hace referencia al trabajo de las así llamadas “editoriales independientes”(4) y que poseen, la mayoría, un gesto de autogestión, muy acorde con el encapsulamiento de las políticas nacionales referidas al fomento de la empresa editorial. Es de este modo que muchos de estos nuevos medios digitales que mantienen un staff flotante de críticos variados, se hacen cargo del objeto libro de un modo que lo comprende como parte fundamental de una sensibilidad que se niega a ser subsumida por el mercado y que avala una conciencia disidente y crítica de los postulados neoliberales vigentes.
En buena parte del ejercicio crítico digital es posible hallar una especie de fe en la trascendencia de la obra literaria y su lectura, una defensa de la esfera de lo literario respecto del mercado en donde la función de la crítica sería avalar el valor cultural, la espesura axiológica y política de lo literario, su densidad significante y la pluralidad de formas que adquiere en este nuevo escenario virtual y de nuevos soportes electrónicos. Esto, ante la usurpación mercantil para poder propagar una idea o concepto amplio de lo “literario” e intentar una cercanía con el público. Desde esta perspectiva, el rol de la crítica sería ser rotundamente “literaria” – aún a pesar o más bien en contigüidad con el recurso de lo visual, lo medial y el origen multidisciplinario de varios de sus cultores-, para comentar y difundir obras que merecen una atención detenida o no se hallan inscritas en el circuito más convencional de las editoriales tradicionales. Ciertamente los cultores de la critica literaria digital creen en el abandono de los recursos academicistas ortodoxos y demasiado especializados –tengan éxito o no en esta tarea– y privilegian, en cambio, el formato blog, la página web en sus más diversas conformaciones y maneras, viendo en el recurso digital la potencialidad del diálogo en relación a la obra y su crítica (5).
Revistas digitales de una primera hornada como Plagio (www.plagio.cl);   Crítica (www.critica.cl)  y Letras.s5 (www.letras.s5.com),  creadas a fines de los años 90, vienen a ser la punta de lanza que instaura la nueva manera de sacar provecho de los recursos cibernéticos e Internet, en pos de una idea de literatura que, si bien arraiga en una concepción tradicional, muy pronto se despliega hacia la tarea de comprender, leer y criticar las nuevas manifestaciones de la literatura chilena hacia ámbitos que mezclan lo medial y visual, enriqueciendo la perspectiva crítica de lo que hasta ese instante predominaba en tanto crítica literaria.
Avanzando la década de 2000, es posible advertir el surgimiento de una segunda y fecunda hornada de revistas, blogs y sitios entre los cuales destacan Sobrelibros (www.sobrelibros.cl) fundada el 2003, por Mónica Ríos y Carlos Labbé; La Calle Passy 061 (http://lacallepassy061.blogspot.com/) iniciado por Víctor Quezada, Simón Villalobos, Rocío Cano, David Villagrán, Juan Manuel Silva en 2006; Lanzallamas (http://www.lanzallamas.org) fundado en 2006 por Jaime Pinos y Roberto Contreras;    60 watts, (www.60watts.cl) creada el 2009 por Diego Zúñiga, Denisse Valdenegro y Manuel Illanes; Letrasenlinea (www.letrasenlinea.cl) creada en 2010 por Fernando Pérez; Intemperie (http://revistaintemperie.cl/) creada y gestionada desde 2010 por Felipe González, Andrés Olave, Rodrigo Marín y Pablo Torche;  La cabina invisible (http://lacabinainvisible.wordpress.com/) creada en 2010 por Diego Alfaro, Ignacio Rojas, Ignacio Rauld y Macarena Acuña y más recientemente, fundada en 2012, Poesía y crítica (http://poesiaycritica.wordpress.com) gestionada por Manuel Vallejos y Nelson Zúñiga.
En casi todas estas publicaciones digitales es posible apreciar el modo en que la crítica literaria de la postdictadura chilena exacerba su situación de ente separado de las instituciones, y por lo tanto, naturaliza, en cierto sentido, una idea de que la crítica puede ser vista y ejercitada como puerta hacia lo trascendente de lo literario mismo, en donde esa trascendencia implica una comprensión que desea ver o entender lo literario, no como algo desgajado de la realidad y sus fisuras de sentido, sino que en tanto discurso autónomo que proviene de lo real y está frente a éste. En un momento histórico como el actual, marcado por un escepticismo ante toda manifestación cultural que se halle raptada por la razón mercantil y su administración espectacularizada o del entendimiento funcional a/crítico del lenguaje que permea el aprendizaje escolar, la crítica literaria cultivada en los medios digitales se ve como una instancia donde es aún posible meditar sobre la literatura como un espacio libre y aún lúdico en sus manifestaciones de consideración valorativa. Por otro lado, no hay en ella restricciones al ámbito nacional de las obras. De hecho, casi todas las publicaciones digitales mencionadas más arriba incluyen un registro bastante internacional de novelas, ensayos y poemarios, amén de comentar o referirse a obras visuales, teatrales y aún performáticas. A pesar de las aprensiones que uno como lector pudiese manifestar ante este variopinto despliegue de publicaciones digitales, no deja de ser relevante que la crítica ejercida en este tipo de medios desmitifica o socava la idea de que la crítica literaria está escondida en la academia, media temerosa, media elitista y arrinconada o que la que aparece en los medios de prensa tradicionales con su pleitesía ante la marejada del mercado o la rareza de sus manifestaciones, posea el sello distintivo de lo verdadero o cierto en un eventual monopolio simbólico respecto de la evaluación del estado de cosas que vive la literatura chilena actualmente. Ante esto, parece emerger una consideración que obligaría a pensar o repensar las características del espacio público, en tanto espacio asumido como crítico y la reconfiguración que ello implica a la luz del ejercicio crítico digital, ampliándolo hacia la columna de opinión, el ensayo de cariz más analítico y la nota aclaratoria de los diversos procesos culturales, políticos y sociales en que se desenvuelve el país.
Quizás es posible advertir tres modos posibles en el Chile actual, heredero de la Dictadura y de los gobiernos democráticos habidos desde 1990, donde el discurso de la crítica literaria puede apreciarse con sus limitaciones, legados y expectativas: la  crítica académica con sus pretensiones de explicación y constatación rigurosa basada en presupuestos de cariz científico y que corre el riesgo cierto de convertirse en un discurso tautológico hiperespecializado, sin conexión con la opinión pública, sea cual sea el modo en que ésta se reconfigure en el devenir histórico más próximo; la crítica de medios tradicionales, sobre todo de prensa escrita, cada vez más acorralada por la presión de los grandes consorcios periodísticos y sus políticas culturales –o la ausencia de ellas- junto al monopolio de las grandes editoriales, la mayoría transnacionales que obedecen a la normativa neoliberal y la emergente, variada y también cambiante e hiperfragmentada crítica en medios digitales.
Sin duda que esta diversidad puede parecer positiva o deseable a primera vista. Pero soy de los que creen que tal vez, más –o menos- que una diversidad en sí, lo que hay en la descripción de estos modos, muestra el peligro del gueto donde es plausible la fantasía –cercana a lo real y no como mera ficción- del surgimiento de lectores específicos para escrituras específicas, lectores y escrituras diferenciadas entre sí hasta llegar al punto de su mutua ignorancia o indolencia que reproducirían, en su alienación, las prácticas sociales regresivas que el momento actual desea subvertir y hasta desterrar. Con la emergencia de lectores específicos para escrituras críticas específicas se habría consumado, en mi modesta opinión, la derrota de la literatura como discurso utópico. Da para pensar si acaso estaremos como críticos, académicos universitarios, poetas, ensayistas o literatos, proyectando una segregación, ya no sólo social, sino también una eventual segregación referida a la manera de imaginar o entender a esa misma imaginación que el fenómeno literario asume como parte de sí mismo. Ante esto, la convergencia de diversos discursos al interior de la crítica literaria, como a su vez los deseables cruces entre sus variados soportes donde la impronta argumentativa se instale como índice de criterio articulatorio, ayuda  a entender un espacio crítico que se haya, en la actualidad, en pleno proceso de reconfiguración, donde me parece una necesidad perentoria que la crítica literaria en Chile pueda dar cuenta de sí misma y de su objeto siempre problemático: las obras de una literatura siempre cambiante.

Notas

1.- Al respecto vale la pena revisar el ensayo de Bernardo Subercaseaux: “La crítica literaria (entre la democracia y el autoritarismo). Transformaciones de la crítica literaria en Chile 1960-1983” en Historia, literatura y sociedad: ensayos de hermenéutica cultural.
2.- Pienso esta idea de “crítico único” en el sentido en que T.S.Eliot le ha dado al referirse a lo que él llama el “supercrítico”, es decir, el crítico oficial de una revista o periódico que con su juicio monumentaliza una tendencia, obra o ideología en torno a la cual elabora un discurso distintivo. Vid “Criticar al crítico” en Criticar al crítico y otros escritos Ed Alianza Editorial, Madrid, 1967, pp. 9 y sgts.
3.- Refiriéndose a la escena literaria chilena actual, el fallecido poeta Gonzalo Millán (1947-2006) manifestaba ácido en una entrevista: “No hay debate de escuelas, de proyectos teóricos, de crítica. Es como si los poetas se hubieran ido para la casa. El debate ha sido reemplazado por el cahuín (…) Hay un individualismo exacerbado y, sobre todo, mucho exitismo: premios, envidia, chaqueteo. Es un ambiente muy pobre (…) Antes el hecho de discutir tenía un sentido por sí mismo, te ponía en situación, podías exhibirte con tus ideas, hacer polémica (…) Hoy predominan el relativismo, la indiferencia. Se tiende a aplaudir al que no toma partido, al conformista, al tibio, al que no se inmuta por nada”. Pedro Pablo Guerrero, “La mirada lúcida de Millán”, en Revista de Libros de El Mercurio, 22 de octubre de 2006
4.- Esta noción hace referencia a la experiencia editorial de carácter autónomo y autogestionado que una serie de colectivos y agrupaciones literarias asumen de modo transversal en el mundo literario chileno y latinoamericano como un modo de ofrecer una alternativa locuaz al intenso mercadeo de las editoriales transnacionales que, además y salvo muy contadas excepciones, no se interesan en publicar a autores que no se encuentren sancionados por alguna inclinación de carácter comercial. Según la poeta y gestora Gladys González: “(La editorial) independiente es el rechazo a la serialización, a la pasividad de lo vacuo y lo colonizador (le interesa) respetar las generaciones anteriores e incluirlas, (ve) la necesidad de cooperatividad y rescate de las ideas locales y universales en pos de una mejora social. El editor independiente es cabal, pero silencioso, (deja) que las obras brillen y hablen por sí mismas, buscando un nicho intelectual y afectivo que las contenga y haga crecer con otras lecturas y con las contingencias sociales y políticas”. Prólogo a  las actas del Encuentro Chileno de Editoriales Independientes: propósitos y experiencias, Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2012.
5.- Bernaschina, V y Soto, P. “Una educación sentimental literaria: nuevas formas de la crítica literaria hoy: revistas literarias digitales de la década del 2010” en Crítica literaria chilena actual. Breve historia de debates y polémicas: de la querella del criollismo hasta el presente, 2011, disponible como recurso electrónico en http://www.historiacritica.cl/ pp 3-40.


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