jueves, 13 de febrero de 2014

Otras invenciones de la liebre de marzo: T.S. Eliot como crítico

Por su influencia en los más diversos poetas de los cinco continentes, por su breve pero concisa obra, por su peculiar personae no libre de contradicciones, pero sugestivo a fin de cuentas, por todo eso y otras razones varias, el poeta anglosajón Thomas Stearns Eliot (1888-1965) es sin duda uno de los más relevantes del siglo XX.  Aquella relevancia está otorgada, sin duda, por lo primordial de su quintaesenciada obra poética que descansa en la genialidad de sus grandes poemas The Waste Land y Four Quartets, pero no en menor medida también, por la vasta obra crítica y ensayística que desarrolló desde el inicio mismo de su carrera literaria.
No es fácil hallar en el universo poético contemporáneo –salvo, tal vez en Paul Valéry o probablemente en Ezra Pound o en Eugenio Montale- a un poeta que de modo tan intenso y personal haya aunado el talento creativo con el talante crítico de manera tal que no sólo respondiera a su propia exploración autoaclaratoria, sino que abriera fértiles senderos reflexivos para propiciar, apoyar, avalar y hasta contradecir los caminos críticos y poéticos de multitud de autores de tradiciones culturales diversas y nacionalidades distintas. Eso no deja de ser llamativo, sobre todo cuando desde hace no poco tiempo, se ha venido hablando de la crisis o fracaso de la crítica literaria, según lo cual toda posibilidad de conocimiento y toda posibilidad de interpretación es, al menos, puesta en entredicho. Sin ser para nada original en mi opinión, creo que la herencia eliotiana aún puede decirnos y orientarnos bastante para intentar repensar una serie de asuntos que nos podrían permitir abrigar una esperanza de intelección acerca de un puñado de problemas que siempre han sido vistos como irresueltos o que, lisa y llanamente, desembocan en mudas aporías.
La figura –y obra- de Eliot en este contexto que acabo de describir, cobra una llamativa actualidad, dada fundamentalmente por algo difícil de lograr, pero que este poeta se empecina en encarnar una y otra vez: la capacidad para integrar los logros más destacados de la modernidad poética al interior de un equilibrado, pero no menos tenso diseño conciliatorio entre tradición e invención que no abjura de efectuar esas preguntas quisquillosas, pero complejas que ninguna reflexión poética debiese rehuir. Como acertadamente indica en Función de la poesía y función de la crítica, esas preguntas que el crítico de poesía debe hacerse una y otra vez son ¿qué es la poesía? y ¿es éste un buen poema? En la medida que las respuestas que se otorgan a estas interrogantes, sean fértiles en su declaración, no carentes de contradicciones, pero firmes en su argumentación y con la capacidad para establecer vínculos con otras áreas, tradiciones y logros estéticos, es que son preguntas que marcan con su profundidad de planteamiento, la necesidad irrenunciable de ser asumidas sin ningún tipo de reserva o miedo. Eliot, sin duda, ve en este tipo de preguntas una pretensión reflexiva que no disimula, como asimismo, ve la perentoria apelación a una tradición humanista que se dirige hacia una axiología de raigambre ontológica a la cual siempre hay que actualizar y no tirar por la borda. Sin duda que el Eliot enraizado en el modernism y que escribió The Waste Land y los ensayos de The Sacred Wood tomaba una distancia y hasta una resistencia a todo exceso de teorización que pretendiese sustituir la realidad por una entelequia totalizante regida por categorías analíticas. Pero también es cierto que ese Eliot rehuía lo contrario, es decir, si en su genial poema de 1922 la lógica del fragmento y la yuxtaposición son la articulación fundamental de su escritura poética, ello no es tanto por un afán de ludismo despreocupado o humorístico que pueda apelar a una genealogía dadaísta, sino por algo primordial: la dolorosa y traumática experiencia personal y social de los años 20 que sobrevivió a la catástrofe de la Primera Guerra Mundial. Sólo basta pensar en el final de The Waste Land donde la interrogación por el sentido y la trascendencia son fundamentales.
En ese sentido y desde ahí, los textos críticos de Eliot siempre van a requerir la provisionalidad del juicio por la inherente complejidad del mundo y la relativa opacidad que opone a la razón. Por ello hay que comprender a esos textos cuando toman distancia tanto de las pretensiones totales de construcción mental y social que poseen la idea de aclararlo todo y hacer asequible el poema a un entendimiento constatable, como de ese otro extremo que hace de una crítica disolvente del sentido, su virtual y eficaz portavoz para sustituir la realidad o la experiencia a cambio de una singular voluntad de juego o poder –que a veces son lo mismo- por medio de una fascinante y envolvente retórica. Eliot irá paso a paso elaborando su pensamiento que incluye y reafirma un rol preponderante a la tradición, ya no sólo literaria, sino también cultural y espiritual. Sin duda, una de sus más famosas y relevantes opiniones críticas aparece en el ensayo “Tradición y talento individual” donde hallamos una vigorosa y singular reacción contra el pensamiento de raíz romántica que nos muestra al poeta como un ser especial y único, capaz de conseguir y consignar la originalidad como un valor insustituible y que se vuelve sino eje rector, sí primordial para ciertas concepciones modernas de la valoración literaria. Para Eliot sin embargo, el verdadero artista de genio es aquel que de mejor manera asimila la tradición, única posibilidad de crear la genuina obra de arte. En ese mismo ensayo, Eliot añade algo que resulta interesante y que nos trae sugerentes resonancias: el artista y el hombre que sufre son dos realidades distintas en la misma persona, y es la apertura a la tradición mediante la lectura atenta y el trabajo, lo que puede provocar que ese artista de genio transmute los materiales artísticos y personales allegados en un todo único y nuevo, cuyo valor radicará en la medida en que las obras valiosas del pasado se afirmen con mayor vigor.
En The Sacred Wood, el libro que incluyó originalmente “Tradición y talento individual”, incluye asimismo una serie de ensayos sobre obras que han configurado la tradición literaria inglesa y europea, como Hamlet, y la Divina comedia, respectivamente. A través de la lectura de aquellos ensayos, vemos la defensa que Eliot lleva a cabo de los problemas críticos importantes al señalar que éstos no poseen una solución local o esteticista en exclusiva, sino también son necesarios de plantear desde una panorámica más vasta que implica la necesidad de constituir un canon literario que, a su vez, se transforme en una apoyatura vital e inteligente tanto de la actividad literaria, creativa y crítica como de la actividad simplemente lectora.
El gesto de Eliot, apunta a un canon universal de grandes libros, como a su vez, al establecimiento de criterios lectores para discernir las cualidades requeridas respecto de los clásicos, las obras de mérito y aún de los así llamados “escritores menores”, apoyándose en instancias culturales e históricas que develan la vieja tradición humanista de raigambre latino-cristiana. Pero ese gesto eliotiano no se agota en sí mismo ni se limita a su propia inmanencia: es posible verlo como una sugestiva premonición de lo que posteriormente críticos como Harold Bloom y George Steiner plantearán en libros tan sugerentes, singulares y polémicos como La angustia de las influencias, El Canon occidental, Presencias reales y Gramáticas de la creación. Sin embargo, aún apreciando e indagando las fuentes culturales y espirituales de la poesía, para Eliot, ésta no sustituye a la vida, ni se convierte en su principio rector –cosa distinta a manifestar que es un valioso e insustituible principio orientador- como a su vez, tampoco habría que ver en ella la expresión de una totalidad, ni tampoco como reemplazante de una función religiosa o de mera consolación compensatoria ante la angustia metafísica. Pareciera que en sus ensayos críticos, Eliot intentara una y otra vez delimitar con justeza aquellas pretensiones –legítimas por cierto- en pos de aspirar a circunscribir de alguna forma la peculiaridad de la poesía como también el afán de situarla en un diseño cultural más abarcador, donde lo humano debe ser entendido respecto a sus diversas esferas de experiencia y acción. De esa forma es posible entender que los textos críticos de Eliot son propuestas poseedoras de una densidad estética y cultural que son abordadas como un modo experiencial de entender aquella misma densidad y no como mera teoría en abstracto y, por supuesto, avaladas por el gusto, la sensibilidad y carentes de la ilusión de atribuirse en su ejercicio cognitivo, la comprensión total del objeto que aborda o lee. Esto conlleva algo que muchas veces pasamos de largo: la capacidad de estos textos críticos de apelar ciertamente al sentido poético que le propone al lector, sin la necesidad de pedir ni menos exigir lealtades perentorias. Como pocas, la crítica literaria de Eliot deja un amplio margen al disenso.
A fin de cuentas, pareciera ser que Eliot se disgusta constantemente con los afanes de definición total o de fórmulas acabadas que explicitasen el poema o dieran su razón de ser. Pero ese disgusto, si bien signo epocal de un tiempo que ha padecido la destrucción de la razón como soporte configurador, no se halla en la estela de un Nietzsche, por ejemplo, sino como la constatación de reconocer la imperfección del conocer humano, imperfección que, de todas formas, no inmoviliza el anhelo de aproximarse a la posibilidad del sentido, sentido que en la poética de Eliot es memoria, conciencia del tiempo y meditación asombrada ante el misterio. Así, puede observarse en su ensayo “Goethe como sabio” cómo nuestro poeta se da a la empresa de indagar y auscultar el significado de la palabra “sabiduría” y donde siente la necesidad de pensarla como una noción que engloba elementos literarios, culturales, filosóficos y religiosos que hicieron del poeta alemán, una de sus mejores encarnaciones. Lo que aquí se advierte es una búsqueda, no tanto para explorar un territorio desconocido, sino más bien para constatar posibilidades de intelección y arraigo. Esa búsqueda posee sus exigencias y una de ellas es la necesidad de entenderla como un afán intersubjetivo. Como señala en Función de la poesía y función de la crítica:

El crítico, es de suponer que si ha de justificar su existencia, debería esforzarse por disciplinar sus prejuicios personales y manías –taras a las que todos estamos sujetos- y componer sus diferencias con las de tantos colegas como sea posible, en la búsqueda común del juicio verdadero.

Una afirmación como ésta no supone tanto un distanciamiento irónico, ni menos un guiño hacia lo políticamente correcto. Para nada: son interesantes premoniciones de diversos hallazgos que la crítica literaria del siglo XX efectuó respecto de sí misma y que Eliot otorga en la peculiaridad de su pasión discursiva como un correlato arraigado desde la experiencia lectora. Esa misma experiencia es fundamental, pues se halla en el corazón mismo de todo afán de comprensión e interpretación y aún de recepción. Como un clarín que anuncia las futuras ideas de un Jauss o un Iser, Eliot indica una serie de observaciones que aún nos son necesarias para vérnoslas con ese ejercicio superior de la imaginación y la inteligencia que llamamos “lectura”. En su ensayo “La música de la poesía”, leemos lo siguiente:

El primer peligro es el de asumir que debe haber sólo una interpretación del poema como un todo, que debe ser verdadera. Habrá detalles de explicación, especialmente con poemas escritos en otra época que la nuestra, cuestiones de hecho, alusiones históricas, el significado de ciertas palabras en un cierto momento, que pueden ser establecidos, y el profesor puede ver que sus alumnos entiendan estas cosas. Pero por lo que toca al significado del poema como un todo, no se agota por una explicación, porque el significado es lo que el poema significa a diferentes lectores sensibles...

Por otro lado, en el ensayo sobre el dramaturgo isabelino Philip Massinger, escrito en 1920, es posible hallar in nuce, la descripción de aquella noción capital de la teoría literaria contemporánea: la intertextualidad. Aquel concepto que ha hecho fortuna de la mano de Todorov, Kristeva, Genette y tantos otros, es un concepto que Eliot deja entrever desde la praxis misma del ejercicio lector:

Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban, los malos poetas desfiguran lo que toman, y los buenos poetas lo convierten en algo mejor, o al menos en algo diferente. El buen poeta integra su robo en un todo de sentimiento que es único, patentemente distinto de aquello de lo que fue arrancado; el mal poeta lo estampa en algo que no tiene cohesión. Un buen poeta tomará prestado generalmente de autores lejanos en el tiempo, o extranjeros en la lengua, o de intereses diversos.

Vemos una y otra vez a un poeta sagaz, un poeta atento a las fidelidades primordiales de su sensibilidad imaginativa y que identifica a ésta con su escritura poética. Eso le permite permeabilizar de modo adecuado cualquier arranque teórico que ponga en riesgo la constitución misma de aquella sensibilidad, siendo muy cuidadoso de quedar enclaustrado en nociones preconcebidas o en dogmas críticos carentes de fundamento pragmático. De esa manera, Eliot no se aparta de su experiencia personal como lector y creador. Y  ésta reaparece sintomáticamente una y otra vez para poder ser comunicada al lector, como cuando, por ejemplo, reflexiona acerca de la imagen poética. Como señala al respecto de modo especial sin que pueda atribuírsele ningún psicologismo huero o estrecho, sus observaciones siguen teniendo una estimulante vigencia: 

Sólo una parte de la imaginería de un autor procede de sus lecturas. ¿Por qué, para todos nosotros, a partir de lo que hemos escuchado, visto, sentido, durante nuestra vida, ciertas imágenes recurren, cargadas con emoción, más que otras? Tales recuerdos pueden tener un valor simbólico, pero no lo podemos determinar, porque vienen a representar las honduras de sentimiento a las que no somos capaces de asomarnos.

Todas estas características que podemos apreciar sobre los textos críticos de Eliot, -su apuesta por la belleza expositiva, la comunicación, la sorpresa, la intuición y el valor literario- dejan para el final, algo que uno de sus mejores traductores y apologetas en el mundo de nuestro idioma, ha efectuado de modo insuperable. Refiriéndose a esa particularidad de estilo que estos textos poseen como algo fundamental, el poeta español Jaime Gil de Biedma indica lo que, al fin de cuentas, nos vuelve a Eliot imprescindible:

Eliot es un gran poeta y un gran escritor, su prosa la precisión misma: toda palabra cuenta. Y tras la palabra escrita se transparenta siempre, dándole viveza, la palabra hablada, el modo de entonar y acentuar, el tono ligeramente más bajo que en el diálogo se marca uno de esos incisos, tan frecuentes en esta prosa escrupulosa, que parecen reflejar los rodeos del pensamiento hasta llegar a la formulación exacta, una vez hechas todas las salvedades y habida cuenta de cada posible excepción.





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