jueves, 7 de agosto de 2014

Algunas observaciones
Palabras a modo de prólogo para la antología Entrada en materia:17 poetas jóvenes chilenos, editada por Altazor en junio de 2014

Una antología siempre será un ejercicio curatorial que debería ser consciente de su precariedad: queriendo ser inclusiva, concluye siendo exclusiva y, a la postre, no deja de ser una pretensión más o menos razonada para fijar lo que siempre es dinámico, voluble y movedizo. Más que establecer un canon o fijar una escena, es una fugaz fotografía de un instante de imaginación verbal que intenta ser puesto en reposo con la efímera conciencia de un lenguaje en permanente deriva. Asimismo, salvo excepciones –y esta antología no pretende serlo- su articulación rara vez es un apriori, la mayoría de las ocasiones, una mera constatación de lectura.
Estas observaciones no creo que sean redundantes: la antología que el lector tiene ahora en sus manos es más que nada un ejercicio nacido de una buena dosis de azar en vez de cálculo. Así, no estuvo entre sus propósitos originales trazar ningún tipo de mapa definitorio, ni bosquejar una escena representativa de nada: ni generacional, ni geográfica, ni de tendencia alguna Creo más bien que en los poemas reunidos acá es posible referirse, en la medida que un gesto reflexivo lo pida, a una serie de poéticas y/o maneras o formas de abordar lo poético con estrategias escriturales diversas y disímiles y que el puñado de jóvenes autores reunidos en estas páginas, llevan a cabo con mayor o menor tesón en un ejercicio que de lejos y bajo ninguna circunstancia podría ser considerado definitivo.
Para este trabajo fueron escogidos los poemas que consideré atractivos o relevantes según mi arbitrario gusto lector y sin afán de “representar” una obra que, en muchos casos, está en pleno proceso de búsqueda o elaboración. Delimitado de tal manera el horizonte, se me volvía cada vez más evidente que trazar el índice tentativo de esta antología basado en presupuestos generacionales, si bien siempre ha sido un modo recurrente para cualquier recopilación de pretensiones similares a ésta, evidenciaba un esquema acomodaticio que, al fin de cuentas, no resolvía nada: constataba en el ejercicio de lectura que iba efectuando de cada uno de los poemas seleccionados, algo que en mis disquisiciones críticas y en conversaciones con varios amigos poetas y colegas del ámbito académico ya es algo asumido, pero rara vez esclarecido: que de un tiempo a esta parte, lo acontecido con la poesía escrita en Chile muestra una variedad de tendencias, formas y maneras de entender lo poético y su hechura en obra como un fenómeno variopinto que, de cualquier modo, hace tambalear los rótulos de clasificación generacional aplicados mecánicamente. Y no sólo eso, sino que el ejercicio lector revela que no es posible hablar de un discurso hegemónico de la índole que sea, a la hora de plantear la relevancia de tal o cual tendencia bajo tal o cual rótulo o presupuesto reflexivo. Por ello, denominaciones tales como “generación de los 90” o “generación 2000” o “generación novísima” o lo que fuera, las puedo ver ahora como gestos a lo sumo descriptivos, pero metodológicamente sesgados y políticamente restrictivos en su afán exclusivista de arrogarse una aclaración epocal, por más que puedan haber decisivos puntos diferenciadores, como también singulares rasgos comunes entre ellos y la escritura de muchos de los jóvenes reunidos en estas páginas.
En un espacio de amplio espectro, desde 2000 en adelante al menos, lo que parecía dibujarse como una forma de entender o llevar a cabo lo que era y es la poesía, se ha ido hiperfragmentando de tal manera que hoy pareciera imposible afirmar con seriedad que la poesía chilena actual obedece a esta o aquella tendencia prioritaria, organizando de aquel modo un pretendido canon. Éste, por lo demás, ha explotado y lo que tradicionalmente en algunos círculos críticos se ha dado en llamar la “poesía chilena” con sus eslabones bien representativos que van desde Neruda y Huidobro hasta Parra, Zurita y Martínez, se ha resquebrajado. Más bien, sería preciso decir: la manera histórico-lineal de leer a estos poetas y sus obras respectivas dentro de un marco historicista es lo que se ha fracturado y lo que, creo, ha advenido, es un modo disímil de asumir esa eventual tradición que suena más bien a una especie de “antitradición pluralista”, es decir, a un espacio de respiración de múltiples tentativas poéticas que dialogan –y no necesariamente en una paz mimética- con poéticas precedentes y con el contexto socio-cultural de las últimas dos décadas, marcadas a fuego con la administración concertacionista del modelo neoliberal con todas sus consecuencias políticas, éticas y estéticas. En estas afirmaciones hay mucho de lugar común, pero basta constatar lo dificultoso de cualquier análisis que pretenda leer corpus tan vasto y a su vez contextualizarlo epocalmente, para percatarse que vale la pena volver sobre ello y sin temor a la contradicción o al comentario innecesario.
Lo otro que cabría decir en lo que respecta a esta antología, es que sería iluso establecer características rotundas que explicitaran los poemas de los aquí reunidos queriendo entregar una falsa sensación de “familia”, “continuidad”, “sensibilidad común” o algo semejante. Y si bien en algunos de ellos pueden rastrearse afinidades, guiños y hasta aparentes tendencias estilísticas, apuesto a creer –perdón, a leer- que ello obedece más que nada a la inmediatez temporal de la circunstancia, que a la prueba retrospectiva del sano distanciamiento crítico. Esto por algo muy sencillo: el poema siguiente desmentiría al precedente, desdibujando cualquier pretendida hegemonía. ¿Resulta acaso imposible entonces la valoración crítica? Por supuesto que no, pero tampoco ésta es un oasis de fértil mansedumbre. Probablemente eso tiene que ver con una rotura de la manera de entender lo que es el poema como artefacto lingüístico y que nos viene dada desde los años 80 del siglo recién pasado, manera que nos ha ayudado a poner en duda o más bien, a leer con una actitud más perentoria y dúctil que complaciente y sosegadora, lo que ese artefacto hecho de palabras nos dice o creemos que nos dice.
En dos trabajos antológicos anteriores que datan de varios años atrás (2007) –El mapa no es el territorio: antología de la joven poesía de Valparaíso de mi autoría y Carta de ajuste. Antología de poetas inéditos en Valparaíso de Antonio Rioseco y Juan Eduardo Díaz- se intentó articular la titánica quimera de cartografiar con el mayor detalle posible y con toda la productiva contradicción limitante que en ello pudiera haber existido, ese vasto espacio imaginario y simbólico que denominamos como Valparaíso. Ambas antologías que entran en un interesante y fluido contrapunto son un ejercicio del que el presente trabajo toma distancia. No por irreverencia amnésica o ingenuo afán rupturista. Para nada. Simplemente porque lo que esos ejercicios antológicos de años atrás propusieron, hoy por hoy sería, en mi modesta opinión, inverosímil o, al menos, muy dificultoso. A primera vista, lo más evidente es constatar el desplazamiento vital y experiencial de todos estos jóvenes poetas: desde Santiago, Copiapó, Punta Arenas y Chiloé hasta Rancagua y Limache, pasando por Buenos Aires y Ciudad de México. Aquel desplazamiento, en su fluidez, verifica una sensibilidad, una imaginación y un derrotero que hace del viaje y la exploración un arraigo que, sin duda, está acorde con estos tiempos globalizados. Pero no creo que eso sea lo fundamental, sin negar con esto, su vital relevancia. Por otro lado, me parece que la creciente necesidad de establecer diferencias y singularidades frente o ante un hegemónico discurso metropolitano es una intensa necesidad y pretensión –legítima por cierto- de territorializar la escritura poética y por ende, aprehenderla comprensivamente bajo un alero de margen, identidad o periferia, cosa que se ha vuelto, al menos, una reivindicación cuya solvencia teórica y su puesta en obra no me convence del todo.
Ante esta doble aporía, creo que la puesta en circulación de un puñado de poemas de un puñado de poetas bajo el espacio común de un proyecto antológico como éste, puede ser tal vez significativo por las pretendidas respuestas a pretendidas preguntas de sentido que se efectúan desde la peculiaridad imaginativa, retórica y experiencial que los poemas sustentan desde su propia hechura de lenguaje. Un lenguaje, por supuesto, cargado de historia, prevenciones, alusiones, fracturas, desplazamientos, obsesiones y referentes de diversa calidad, sesgo y espesura simbólica. De eso, no creo que quepa duda. Sólo manifiesto el quimérico –y quizás ilusorio- afán filológico que ha orientado mi lectura al instante de escoger los poemas reunidos aquí. Tal vez el retorno al poema pueda servir para mirar sin embelesamiento los ideologemas que nos conducen al paredón del silencio. Al final, que cada lector saque las conclusiones que desee y pueda de este conjunto, conjunto abierto e inconcluso habrá que decir, pues su reunión en estas páginas, es un accidente feliz de coincidencias, pero accidente al fin de cuentas.
En verdad no sé si todos los acá reunidos persistirán en la escritura de la musa o persistirán en sus obsesiones imaginativas en otros soportes materiales. Como toda fotografía de un instante que se precie, esta antología sólo se arroga la desfachatez de interrelacionar una serie de poemas de un grupo de jóvenes más o menos contemporáneos entre sí, con algunas experiencias comunes, pero que bajo ninguna circunstancia pueden ser vistos como grupo, generación o colectivo.
En esta antología hay quienes tienen ya una probada experiencia editorial, hay otros que han ganado algunos reconocimientos públicos, unos cuantos ya han pasado la ordalía del primer libro publicado. Pero la mayoría permanece, hasta ahora, rigurosamente inédito. Lo que escriben y lo que aparece en estas páginas –para ser justos con ellos- no deberíamos leerlo en el aislamiento provinciano al que estamos acostumbrados. Intentar leer los poemas de estos poetas en relación con lo escrito y publicado por autores coetáneos suyos como por ejemplo Antonio Guajardo, José Morán, Sebastián del Pino, Gastón Biotti, Alejandro Godoy, Yeny Díaz, Karla Rodríguez o Daniela Catrileo, sería un ejercicio estimulante y que permitiría una visión panorámica más vasta y prolija.
Para finalizar estas observaciones, deseo agradecer a cada uno de los/as poetas participantes: su paciencia, su comprensión y las intensas conversaciones –y aún discusiones en ocasiones de seria divergencia-. Todo eso ha sido fundamental para llevar a buen puerto este trabajo. Un trabajo, por lo demás del que, a fin de cuentas, he sido un lector privilegiado.


1 comentario:

  1. Ganas de leerla!!! Ya comentaré más extensamente sobre esta y otras presentaciones. Abrazos, Xtián

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