Algunas observaciones
Palabras a modo de prólogo para la antología Entrada en materia:17 poetas jóvenes chilenos, editada por Altazor en junio de 2014
Una antología siempre será un ejercicio curatorial que debería ser
consciente de su precariedad: queriendo ser inclusiva, concluye siendo
exclusiva y, a la postre, no deja de ser una pretensión más o menos razonada
para fijar lo que siempre es dinámico, voluble y movedizo. Más que establecer
un canon o fijar una escena, es una fugaz fotografía de un instante de
imaginación verbal que intenta ser puesto en reposo con la efímera conciencia
de un lenguaje en permanente deriva. Asimismo, salvo excepciones –y esta
antología no pretende serlo- su articulación rara vez es un apriori, la mayoría
de las ocasiones, una mera constatación de lectura.
Estas observaciones no creo que sean redundantes: la antología que el
lector tiene ahora en sus manos es más que nada un ejercicio nacido de una
buena dosis de azar en vez de cálculo. Así, no estuvo entre sus propósitos
originales trazar ningún tipo de mapa definitorio, ni bosquejar una escena
representativa de nada: ni generacional, ni geográfica, ni de tendencia alguna
Creo más bien que en los poemas reunidos acá es posible referirse, en la medida
que un gesto reflexivo lo pida, a una serie de poéticas y/o maneras o formas
de abordar lo poético con estrategias escriturales diversas y disímiles y que
el puñado de jóvenes autores reunidos en estas páginas, llevan a cabo con mayor
o menor tesón en un ejercicio que de lejos y bajo ninguna circunstancia podría
ser considerado definitivo.
Para este trabajo fueron escogidos los poemas que consideré atractivos o
relevantes según mi arbitrario gusto lector y sin afán de “representar” una
obra que, en muchos casos, está en pleno proceso de búsqueda o elaboración.
Delimitado de tal manera el horizonte, se me volvía cada vez más evidente que
trazar el índice tentativo de esta antología basado en presupuestos
generacionales, si bien siempre ha sido un modo recurrente para cualquier
recopilación de pretensiones similares a ésta, evidenciaba un esquema acomodaticio
que, al fin de cuentas, no resolvía nada: constataba en el ejercicio de lectura
que iba efectuando de cada uno de los poemas seleccionados, algo que en mis
disquisiciones críticas y en conversaciones con varios amigos poetas y colegas
del ámbito académico ya es algo asumido, pero rara vez esclarecido: que de un
tiempo a esta parte, lo acontecido con la poesía escrita en Chile muestra una
variedad de tendencias, formas y maneras de entender lo poético y su hechura en
obra como un fenómeno variopinto que, de cualquier modo, hace tambalear los
rótulos de clasificación generacional aplicados mecánicamente. Y no sólo eso,
sino que el ejercicio lector revela que no es posible hablar de un discurso
hegemónico de la índole que sea, a la hora de plantear la relevancia de tal o
cual tendencia bajo tal o cual rótulo o presupuesto reflexivo. Por ello,
denominaciones tales como “generación de los 90” o “generación 2000” o “generación novísima”
o lo que fuera, las puedo ver ahora como gestos a lo sumo descriptivos, pero
metodológicamente sesgados y políticamente restrictivos en su afán exclusivista
de arrogarse una aclaración epocal, por más que puedan haber decisivos puntos
diferenciadores, como también singulares rasgos comunes entre ellos y la
escritura de muchos de los jóvenes reunidos en estas páginas.
En un espacio de amplio espectro, desde 2000 en adelante al menos, lo que
parecía dibujarse como una forma de entender o llevar a cabo lo que era y es la
poesía, se ha ido hiperfragmentando de tal manera que hoy pareciera imposible
afirmar con seriedad que la poesía chilena actual obedece a esta o aquella
tendencia prioritaria, organizando de aquel modo un pretendido canon. Éste, por
lo demás, ha explotado y lo que tradicionalmente en algunos círculos críticos
se ha dado en llamar la “poesía chilena” con sus eslabones bien representativos
que van desde Neruda y Huidobro hasta Parra, Zurita y Martínez, se ha
resquebrajado. Más bien, sería preciso decir: la manera histórico-lineal de
leer a estos poetas y sus obras respectivas dentro de un marco historicista es
lo que se ha fracturado y lo que, creo, ha advenido, es un modo disímil de
asumir esa eventual tradición que suena más bien a una especie de
“antitradición pluralista”, es decir, a un espacio de respiración de múltiples
tentativas poéticas que dialogan –y no necesariamente en una paz mimética- con
poéticas precedentes y con el contexto socio-cultural de las últimas dos
décadas, marcadas a fuego con la administración concertacionista del modelo
neoliberal con todas sus consecuencias políticas, éticas y estéticas. En estas
afirmaciones hay mucho de lugar común, pero basta constatar lo dificultoso de
cualquier análisis que pretenda leer corpus tan vasto y a su vez
contextualizarlo epocalmente, para percatarse que vale la pena volver sobre
ello y sin temor a la contradicción o al comentario innecesario.
Lo otro que cabría decir en lo que respecta a esta antología, es que
sería iluso establecer características rotundas que explicitaran los poemas de
los aquí reunidos queriendo entregar una falsa sensación de “familia”,
“continuidad”, “sensibilidad común” o algo semejante. Y si bien en algunos de
ellos pueden rastrearse afinidades, guiños y hasta aparentes tendencias
estilísticas, apuesto a creer –perdón, a leer-
que ello obedece más que nada a la inmediatez temporal de la circunstancia, que
a la prueba retrospectiva del sano distanciamiento crítico. Esto por algo muy
sencillo: el poema siguiente desmentiría al precedente, desdibujando cualquier
pretendida hegemonía. ¿Resulta acaso imposible entonces la valoración crítica?
Por supuesto que no, pero tampoco ésta es un oasis de fértil mansedumbre.
Probablemente eso tiene que ver con una rotura
de la manera de entender lo que es el poema como artefacto lingüístico y que
nos viene dada desde los años 80 del siglo recién pasado, manera que nos ha
ayudado a poner en duda o más bien, a leer con una actitud más perentoria y
dúctil que complaciente y sosegadora, lo que ese artefacto hecho de palabras
nos dice o creemos que nos dice.
En dos trabajos antológicos anteriores que datan de varios años atrás
(2007) –El mapa no es el territorio:
antología de la joven poesía de Valparaíso de mi autoría y Carta de ajuste. Antología de poetas
inéditos en Valparaíso de Antonio Rioseco y Juan Eduardo Díaz- se intentó
articular la titánica quimera de cartografiar con el mayor detalle posible y con
toda la productiva contradicción limitante que en ello pudiera haber existido, ese
vasto espacio imaginario y simbólico que denominamos como Valparaíso. Ambas
antologías que entran en un interesante y fluido contrapunto son un ejercicio
del que el presente trabajo toma distancia. No por irreverencia amnésica o
ingenuo afán rupturista. Para nada. Simplemente porque lo que esos ejercicios
antológicos de años atrás propusieron, hoy por hoy sería, en mi modesta
opinión, inverosímil o, al menos, muy dificultoso. A primera vista, lo más
evidente es constatar el desplazamiento vital y experiencial de todos estos
jóvenes poetas: desde Santiago, Copiapó, Punta Arenas y Chiloé hasta Rancagua y
Limache, pasando por Buenos Aires y Ciudad de México. Aquel desplazamiento, en
su fluidez, verifica una sensibilidad, una imaginación y un derrotero que hace
del viaje y la exploración un arraigo que, sin duda, está acorde con estos
tiempos globalizados. Pero no creo que eso sea lo fundamental, sin negar con
esto, su vital relevancia. Por otro lado, me parece que la creciente necesidad
de establecer diferencias y singularidades frente o ante un hegemónico discurso
metropolitano es una intensa necesidad y pretensión –legítima por cierto- de
territorializar la escritura poética y por ende, aprehenderla comprensivamente
bajo un alero de margen, identidad o periferia, cosa que se ha vuelto, al
menos, una reivindicación cuya solvencia teórica y su puesta en obra no me
convence del todo.
Ante esta doble aporía, creo que la puesta en circulación de un puñado de
poemas de un puñado de poetas bajo el espacio común de un proyecto antológico
como éste, puede ser tal vez significativo por las pretendidas respuestas a
pretendidas preguntas de sentido que se efectúan desde la peculiaridad
imaginativa, retórica y experiencial que los poemas sustentan desde su propia
hechura de lenguaje. Un lenguaje, por supuesto, cargado de historia,
prevenciones, alusiones, fracturas, desplazamientos, obsesiones y referentes de
diversa calidad, sesgo y espesura simbólica. De eso, no creo que quepa duda.
Sólo manifiesto el quimérico –y quizás ilusorio- afán filológico que ha orientado mi lectura al instante de escoger los
poemas reunidos aquí. Tal vez el retorno al poema pueda servir para mirar sin
embelesamiento los ideologemas que nos conducen al paredón del silencio. Al
final, que cada lector saque las conclusiones que desee y pueda de este
conjunto, conjunto abierto e inconcluso habrá que decir, pues su reunión en
estas páginas, es un accidente feliz de coincidencias, pero accidente al fin de
cuentas.
En verdad no sé si todos los acá reunidos persistirán en la escritura de
la musa o persistirán en sus obsesiones imaginativas en otros soportes
materiales. Como toda fotografía de un instante que se precie, esta antología
sólo se arroga la desfachatez de interrelacionar una serie de poemas de un
grupo de jóvenes más o menos contemporáneos entre sí, con algunas experiencias
comunes, pero que bajo ninguna circunstancia pueden ser vistos como grupo,
generación o colectivo.
En esta antología hay quienes tienen ya una probada experiencia
editorial, hay otros que han ganado algunos reconocimientos públicos, unos
cuantos ya han pasado la ordalía del primer libro publicado. Pero la mayoría
permanece, hasta ahora, rigurosamente inédito. Lo que escriben y lo que aparece
en estas páginas –para ser justos con ellos- no deberíamos leerlo en el
aislamiento provinciano al que estamos acostumbrados. Intentar leer los poemas
de estos poetas en relación con lo escrito y publicado por autores coetáneos
suyos como por ejemplo Antonio Guajardo, José Morán, Sebastián del Pino, Gastón
Biotti, Alejandro Godoy, Yeny Díaz, Karla Rodríguez o Daniela Catrileo, sería
un ejercicio estimulante y que permitiría una visión panorámica más vasta y
prolija.
Para finalizar estas observaciones, deseo agradecer a cada uno de los/as
poetas participantes: su paciencia, su comprensión y las intensas
conversaciones –y aún discusiones en ocasiones de seria divergencia-. Todo eso
ha sido fundamental para llevar a buen puerto este trabajo. Un trabajo, por lo
demás del que, a fin de cuentas, he sido un lector privilegiado.
Ganas de leerla!!! Ya comentaré más extensamente sobre esta y otras presentaciones. Abrazos, Xtián
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