Para los Presocráticos, la poesía y la
filosofía eran lo mismo. Las conjeturas cosmológicas y las argumentaciones
eran expuestas en verso. El problema comenzó con la discriminación
categórica que hizo Platón entre “las verdaderas funciones” del discurso
filosófico y la pedagogía, por un lado, y la ficción, incluso irresponsable, a
la que la poesía y sus rapsodias eran inevitablemente propensas, por el
otro. El sentido inicial de armonía entre la filosofía sistemática y la
expresión poética nunca ha estado por completo perdido. Se manifiesta en
los escritos de Lucrecio, Pope o Voltaire. Repetidas veces, en sus diarios
y cuadernos de notas, Wittgenstein expresa el deseo de que sus intuiciones
filosóficas pudieran encontrar una articulación adecuada en poesía (Dichtung). Pero el vínculo ha sido cada
vez más incómodo. Grandes maestros de la filosofía, como Descartes o
Spinoza, hablan por muchos filósofos cuando sugieren que el ideal del
análisis filosófico debiera ser el de las matemáticas o el de la abstracción
sin compromiso de la lógica. Mallarmé (lector atento de Hegel) replicaba
con agudeza que la poesía está hecha de palabras, no de ideas.
En el contexto del siglo
XX, el encuentro más fascinante y productivo entre la filosofía y la
poesía es el que se dio entre Paul Celan y Martin Heidegger. Ha
sido objeto ya de una extensa literatura suplementaria, obstaculizada
inevitablemente por el hecho de que el conjunto de la obra de Heidegger
continúa en proceso de publicación, con frecuencia en ediciones
inaceptables, y por “las circunstancias oscuras” que siguen, en gran
medida, caracterizando la vida privada de Celan. Lo que ha abierto una línea
de investigación es la disponibilidad de muchos de los papeles póstumos de
Celan en el Archivo Literario Nacional de Marbach, donde se encuentran
también, sobre todo, los ejemplares de los libros de Heidegger en los que
Celan realizó anotaciones minuciosas durante periodos cruciales de su
propio desarrollo teórico y poético. Quizá nada nos haya permitido echar
un vistazo tan cercano e intrincado a la forma en que trabaja un poeta
mayor desde que se publicaron los cuadernos de notas de Coleridge y sus apostillas.
Ante los hechos, no hay duda. Celan estableció contacto con la obra de
Heidegger en 1948. El intermediario parece haber sido Ingeborg Bachmann,
con quien Celan mantenía una relación cercana. La tesis doctoral de
Bachmann tuvo por tema La recepción
crítica de la filosofía existencial de Martin Heidegger. De 1952 en
adelante, Celan leyó y anotó un buen número de textos decisivos de
Heidegger: Ser y tiempo, Introducción a la metafísica y Arte
y poesía entre otros. Los comentarios a Hölderlin, Stefan George y Trakl
llamaron especialmente su atención. Por su parte, Heidegger se había
percatado del desarrollo de Celan y de su ya controvertida importancia en
la poesía alemana. Después de un angustioso titubeo, y en respuesta a la
presencia de Heidegger en una lectura de sus poemas —gesto extremadamente
raro en Heidegger— Celan accedió a visitar el célebre retiro del filósofo
en la “cabaña” de Todtnauberg, cerca de Friburgo. Este encuentro tuvo
lugar a finales de julio de 1967. Se reunieron dos veces más, en junio de
1968 y en marzo de 1970 (de nuevo Heidegger había asistido a una de
las últimas lecturas públicas de Celan). Fueron pocas las cartas que
intercambiaron, y son todavía menos las que parecen haberse conservado.
Esto es todo, y cuán
escaso es. No obstante, los comentarios, interpretaciones y conferencias
con respecto a la relación entre el pensador y el poeta se han
multiplicado rápidamente. Ahora inundan una academia parásita y la
industria del periodismo. Numerosos “testigos” afirman haber escuchado
tanto a Celan como a Heidegger debatir entre sí sus juicios e impresiones.
Tomando en cuenta lo casi patológicamente reservado que era Celan, incluso
con sus pocos amigos íntimos, y la arrogante cautela de Heidegger, tales
afirmaciones son en su mayoría, autocomplacientes. Por su parte,
los análisis de los textos, en especial el del famoso poema (1) en el que
se sigue desde el comienzo la visita a Todtnauberg y la caminata por los
alrededores, son demasiado a menudo polémicos, tienen una motivación
ideológica y, de nuevo, son autocomplacientes. Los reportes que Celan hizo
a su esposa y a su círculo de amigos cercanos sólo complican las cosas.
Lo que nos deja perplejos
es que Celan haya estudiado con mucha intensidad las obras de Heidegger y
que los dos autores se hayan conocido. El genio de Celan residía en
la insoportable paradoja de tener que hablar en el idioma de quienes
habían atormentado a su padre hasta matarlo y habían asesinado a su madre.
Para él la muerte “era un amo más allá de las fronteras de Alemania” —esta
frase resonante llegó a ser aplicada a Heidegger—, y un poema era un
“apretón de manos”; un acto más desnudo de confianza mutua, más arriesgado
para el espíritu humano que ningún otro. Como he intentado mostrar, la
elíptica, exhaustiva inventiva de Celan y su alemán a menudo hermético es
una autotraducción. Es un intento, siempre frustrado, aunque
también radicalmente iluminado, como ninguna otra poesía después de
Hölderlin, de “traducir” lo inhumano a un idioma alemán “al norte del futuro”.
Por su parte, Heidegger
encarnaba no sólo aspectos ciertamente complejos y heredados del nazismo,
sino la orgullosa convicción de que el alemán, la lengua de Kant,
Schelling y Hegel, podía por sí sola (junto con el griego antiguo) exponer
y transmitir el pensamiento filosófico de primer orden. El patrimonio
hebreo en la cultura occidental, tan vital para Celan, jugaba un papel
casi inexistente en las fuentes de Heidegger. La Selva Negra , la
cabaña, la vestimenta rústica de Heidegger, habían llegado a simbolizar
casi todo lo que aterrorizaba a Celan. Significaban el
renacimiento potencial de la barbarie teutónica que obsesionaba a Celan, y
que, gracias a las difamaciones esparcidas por Claire Goll acerca de su
trabajo, lo condujo al borde de la locura. ¿Cómo aventurar una manera de
medir la indudable empatía entre estos dos hombres o entre estas dos
obras?
La influencia de
Heidegger ya había penetrado en el pensamiento francés a lo largo de la
década de los cuarenta. En diversos sentidos, Ser y tiempo fue
considerado fundamental por Levinas, por Sartre y, más tarde, por Derrida.
Jean Beaufret se volvió el portavoz del maestro. Durante la década pasada,
y a pesar de la evidencia adversa, la guardia pretoriana francesa se
agrupó en torno a la reputación política y humana de Heidegger. Hadrien
France-Lanord es, con mucho, miembro de esta camarilla protectora y
apologética. Por consiguiente, su tratamiento de la figura total
de Heidegger, sin duda compleja, raya en el escándalo. Según él, la
relación de Heidegger con el nazismo fue un breve “error”, esencialmente
finiquitado y enmendado por su renuncia a la rectoría de la Universidad de
Friburgo después de diez meses decepcionantes. Al cabo de lo cual, su
permanencia fue una resistencia estoica, un esfuerzo incomparablemente
profundo y clarividente por comprender al nazismo como un elemento de la enorme
catástrofe del nihilismo occidental y de la tecnocratización. En el fondo,
Heidegger nunca “olvidó su falta” pero eligió integrarla dentro de
una crítica del destino del Ser, con lo cual el suyo fue un entendimiento
único, profético. Los detractores de Heidegger son charlatanes malévolos o
ideólogos contaminados con obsesiones radicales pro semitas.
Esto, por supuesto, es
evadir o falsear lo obvio. Los pronunciamientos de Heidegger sobre el Verjudung,
la “infección del judaísmo” en la vida espiritual alemana, son anteriores
a la ascensión de Hitler al poder. Los discursos que pronunció en 1933
y 1934 elogiando al nuevo régimen, su trascendente legitimidad y la misión
del Führer, perduran en la ignominia, así como la decisión de Heidegger de
reimprimirlos — orgulloso de su integridad— en una edición de 1953 de su Introducción
a la metafísica, la famosa definición de los altos ideales del
nacionalsocialismo. Otra máxima, aún más célebre, ocurrió en una de las
lecturas que Heidegger pronunció en Bremen en 1949. Equipara la masacre de
seres humanos (Heidegger evade tímidamente la palabra “judíos”) con la
agricultura en serie y la tecnología moderna. Como la entrevista publicada
por Der Spiegel en 1966 deja en claro, Heidegger simplemente no
estaba dispuesto a expresar cualquier opinión directa sobre el Holocausto
o sobre el papel que él desempeñó en el miasma retórico y espiritual del
nazismo. Era un silencio formidablemente astuto. Permitió a Lacan declarar
que el pensamiento de Heidegger era “el más encumbrado del mundo” e hizo
posible que Foucault basara su modelo de la “muerte del individuo” en el
“post humanismo” heideggeriano.
No se trata
necesariamente de valoraciones equivocadas. Sobre todo porque cada vez más
el pensamiento de Heidegger apuntala el desarrollo de la filosofía moderna. El
post estructuralismo, la deconstrucción —Derrida habla conmovedoramente de
que Heidegger lo “ampara”— y el posmodernismo son variaciones, incluso
artificiosas, de la colosal obra de Heidegger. “Heidegger es, por
supuesto, incomparable”, enseñaba en sus clases Leo Strauss, a la vez que
prohibía mencionar el nombre de Heidegger en su seminario. El asunto sigue
siendo inmensamente complicado. Sin duda hay vulgaridades y omisiones en
muchas de las violentas embestidas “liberales” con que se ataca la
reputación de Heidegger. Las líneas que relacionan su “nazismo privado”,
una brillante definición a la que llegaron las autoridades de Berlín a
finales de 1933, con los argumentos ontológicos actuales y con las
revisiones de Aristóteles y Kant, todavía no han sido ventiladas con una
precisión responsable. En lo que no hay duda es en la gravedad del caso,
en lo profundo de las implicaciones de Heidegger en la catástrofe alemana,
o en las tácticas de evasión con las que se aseguró su estatus después de
1945 y en que se erigió su encumbramiento global. Los sofismas de
France-Lanord en su Paul Celan et Martin Heidegger le hacen flaco
honor a Heidegger.
Paul Celan sin duda
estaba consciente de la afiliación nazi de Heidegger, a pesar de
que muchos detalles (como por ejemplo que mantuvo su tarjeta del partido
hasta 1945 o su postura contra Husserl) sólo emergieron después. Al filo
de la locura por su cercanía con la sobrevivencia y el recrudecimiento del
nazismo y el antisemitismo, propenso a romper incluso con los conocidos
más íntimos ante cualquier insinuación de odio hacia los judíos o de
apologías teutónicas, Celan, no obstante, se mantenía inmerso en
los trabajos fundamentales de Heidegger. Cuando René Char, el gran poeta
francés y líder de la
Resistencia , le dio la bienvenida a Heidegger, el gesto fue
de fascinación anárquica y carismática reciprocidad. Char no sabía alemán;
Heidegger hablaba poco francés. Ambos reverenciaban a Heráclito y la luz
del sol. El compromiso de Celan era de una profunda y amenazada
intensidad. Volvía a la lengua alemana. Lo que Celan encontró en Heidegger
fue una centralidad lingüística y un radicalismo, en muchos sentidos
por completo opuestos a los suyos, pero aún así afines. Nadie después de
Lutero y Hölderlin había reconstruido la lengua alemana como lo hizo el
autor de Ser y tiempo. Nadie había tratado de abrir los recursos
lexicológicos y gramaticales del alemán, de extraer de una herencia
infernal las potencialidades de verdad y renacimiento, como lo hizo
Celan. Casi fatalmente, incluso de maneras que por momentos se mantienen
oscuras e impenetrables, sus caminos opuestos estaban destinados a
encontrarse.
Como John E. Jackson ha observado
en su traducción al francés de Poèmes de Paul Celan, la deuda que
el poeta tiene con ciertas innovaciones lexicológicas y sintácticas
de Heidegger es indiscutible. Jackson muestra sutilmente cómo sus
validaciones de las formas verbales, de los adjetivos y de los adverbios
inspiraron a Celan, así como la técnica de Heidegger —a menudo violenta—
de separar al alemán de sus “raíces” arcaicas, de hundir los respiraderos
de la etimología en lo que él consideraba revelaciones perdidas mucho
tiempo atrás. Si bien Hölderlin era una fuente compartida, fueron los
neologismos a menudo arbitrarios de Heidegger y sus
construcciones paratácticas los que dieron lugar a muchos de los
experimentos de Celan. Esto es casi completamente cierto en Meridian
de Celan, su celebrado manifiesto poético moral en ocasión de haber
recibido el Premio Büchner. La “antífona”, si así puede llamarse, es
de Heidegger.
Como lo muestra la
inspección minuciosa de France-Lanord a los subrayados y las anotaciones
que Celan hizo en los márgenes de los textos de Heidegger, somos
testigos de una de las colisiones o conjunciones supremas entre la poesía
y la filosofía en el pensamiento occidental (un fenómeno exquisitamente
“triangular” si tomamos en cuenta las inspiradas traducciones que Celan
hiciera de Char). Si la cita es confiable Celan, poco antes de su muerte
negó la famosa obscuridad de Heidegger, tal y como había negado la de sus
propios poemas. Por el contrario, al volver a sus raíces, restituirle su
sobrenatural, primordial energía a cada palabra e incluso a cada
sílaba, Heidegger había restituido al lenguaje “su translucidez, su
claridad” (“sa limpidité”). Celan concuerda con el énfasis de Heidegger en
que las funciones del lenguaje son “nombrar” (tropo Adánico) y “develar”
(aletheia). A pesar de que su “visibilidad” fenomenológica fuera crucial
(das Reden Sehenlassen), como subrayó Celan en su ejemplar de Ser y
tiempo, la audición, la capacidad de escuchar lo que está
ocurriendo dentro del lenguaje, que “trasciende la utilidad humana de la
comunicación”, puede ser más importante. Celan subraya en la Introducción
a la metafísica de Heidegger, la preeminencia del lenguaje sobre lo
que éste designa: “Es en la palabra, en el decir, que las cosas cobran
existencia”, una paráfrasis virtual de Mallarmé. En “Y para qué poetas”,
Celan subrayó el credo fundamental de Heidegger: “El lenguaje es el
santuario (el templo), es decir, la casa del Ser [...] Y porque es la casa
del Ser, el paso constante a través de ella hace que alcancemos aquello
que es". Y en Carta sobre el humanismo, Celan elige
enfáticamente la que bien podría ser la máxima de su propia poética:
“El lenguaje es el adviento encubierto-iluminado del Ser en sí mismo”.
Tanto en Heidegger como
en Celan está implícito un post —o quizá un pre— humanismo. Heidegger
argumentaba que el hombre aún no ha empezado a saber cómo pensar, cómo
comprender una sociedad de consumo en masa, inevitablemente tecnológica,
al borde del nihilismo. Para Celan, la
Shoah (el Holocausto) había puesto en inevitable
cuestionamiento el papel del hombre, la posibilidad de
cualquier recuperación posible de su humanidad. Mucho antes de Foucault,
el ontólogo y el poeta ponderaron el eclipse del sujeto en primera
persona. La expresión de Celan, casi seguramente en deuda con uno de los
más controvertidos neologismos de Heidegger, no admite traducción ni
paráfrasis: "Eins und Unendlich,/ vernichtet,/ ichten", donde
la decisiva ambigüedad de ichten (“llegar a ser yo”) hace eco al famoso Nichten
de Heidegger, “la nada en acción”. Igualmente para ambos, como
France-Lanord señala, es el valor del silencio en una sociedad histerizada
por el ruido, el chismorreo y la basura periodística. La imagen de Celan
es asombrosa: “Atardecer de las palabras, buscador de manantiales en el
silencio”. Heidegger se refiere a lo mismo cuando asevera, repetidamente,
que sólo puede ocurrir cualquier intento real de pensamiento en la vía del
silencio (subrayado de Celan). Y cuando Heidegger escribe que nadie
puede comprender la magnitud en la que el lenguaje sólo “se concierne a sí
mismo”, en que extrae sus revelaciones del silencio, está sentando
directrices esenciales para Meridian de Celan y para la aún
desafiante interioridad de sus últimos poemas.
Estos cabos sueltos se
juntaron en un amasijo en “Todtnauberg” el 25 de julio de 1967. Por
extraño que parezca, Heidegger apenas se enteró del judaísmo de Celan,
a pesar de que le habían informado del asesinato de sus padres. Por su
parte, Celan estaba en un estado extremo de estrés psicológico, entremezclado
con destellos de energía creativa que seguramente eran de naturaleza
maníaca. Por mucho tiempo se creyó de que Celan se alejó de Heidegger
devastado por el silencio de éste. La esperanza de extraer “una palabra
pensante/ el origen de una/ palabra/ en el corazón” había resultado vana.
Sólo la oscuridad permaneció de ese paseo compartido a través de los
fangosos caminos de la ciénaga, donde los términos Knüppel
(garrote) y Moor (pantano) cargan ecos asesinos específicos de los
campos de concentración. De ahí en adelante, las cosas se volvieron más
opacas. Las cartas que Celan le escribió a su esposa y a su amigo cercano
Franz Wurm describen el encuentro como positivo y “completamente claro”.
Al contrario de los rumores, el contacto entre los dos no cesó por
completo. Al recibir el poema “Todtnauberg”, Heidegger respondió
calurosamente en una carta fechada el 30 de enero de 1968. Aquel día en la Selva Negra había sido
“vielfalting gestmmt” (“pleno de sensibilidad”). Después de eso, Heidegger
pronunció una de sus frases supremas: “Seitdem haben wir Vieles einander
zugeschwiegen” (“Desde entonces, es mucho lo que nos hemos dicho en
silencio el uno al otro, en silencio mutuo”). Por su parte, Heidegger
escribió el “prefacio” en verso a uno de los más discutidos poemas de
Celan. Esta introducción sólo fue publicada en 1992 y las circunstancias
de su origen permanecen en cierto modo oscuras. Si nos apegamos al texto,
Heidegger reitera su creencia de que las palabras ni designan ni
significan, sino adquieren valor en esa inmaculada singularidad (“reiner
Eignis”) en la que existe la respiración del silencio.
Como anoté arriba, la
literatura secundaria generada por este encuentro y el poema de Celan es
voluminosa. Consiste, a grandes rasgos, de rumores y conjeturas, a menudo oportunistas
o incluso falsas. El uso por parte de France-Lanord de
testimonios inverificables, en ocasiones sospechosos, de la concordancia
entre el mago y el poeta, entre el “niño de Auschwitz” y el rector de la Universidad de
Friburgo con una svástica en el ojal, constituyen argumentos a menudo
resbaladizos.
Anotando el volumen de Conferencias
y ensayos de Heidegger, Celan había subrayado con doble línea la
propuesta de que la poesía y el pensamiento —la frase talismánica del
alemán “das Dichten und das Denken”— sólo se unen cuando cada uno preserva
su ser distinto. Para Heidegger, la poesía suprema, que es la de Sófocles y la
de Hölderlin, revelaba y a la vez ocultaba la inmediatez del ser del
lenguaje, lo cual ni el más penetrante discurso filosófico podría igualar
ni parafrasear exhaustivamente. Si bien en "Todtnauberg", la
desilusión de Paul Celan subyace incluso más profundamente que cualquier
tragedia personal o circunstancia política. Sugiere la imposibilidad
de cualquier diálogo amplio entre el lenguaje del poeta y el del pensador,
aún cuando están en la cúspide de su respectiva verdad. Ningún “voyeurismo
biográfico”, podrá agotar las connotaciones de ese fallido,
indispensable diálogo o “anti-diálogo” de un día de verano.
1- TODTNAUBERG / Árnica, bálsamo de
los ojos, el / sorbo de la fuente con el / cubo de la estrella encima, /
en la / cabaña, / en el libro / —¿el nombre acogió de quién / antes del mío?—,
/ en ese libro / la línea escrita de / una esperanza, hoy, / en la palabra
/ venidera / de uno que piensa, / en el corazón, / claros de bosque, sin
allanar, / orquídea y orquídea, solas, / lo crudo, más tarde, de viaje, /
nítido, / el que nos lleva, el hombre, / que está a la escucha, / los
senderos de / troncos a medio hollar / en la alta ciénaga, / lo húmedo, /
mucho. (N. de M. Z.)
George Steiner
Publicado en The Times Literary Supplement, 1º de octubre de 2004.
Traducción de Juan Manuel Gómez.
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