El fin de semana recién pasado, leí en la página www.letras.s5.com un pequeño texto que hace de antesala a la traducción de un poema de Seamus Heaney. El texto y la traducción son de mi amigo, el poeta Marcelo Pellegrini. Demás está decir que me gustaron mucho: evocó en mí una vaga y muy personal sensación de nostalgia, por decirlo de alguna manera. Y ahora, en un arranque de confianza -y con las disculpas de Marcelo y de Luis Martínez- subo aquel texto y aquel poema a mi blog. No sé, tal vez una forma muy curiosa de sentir que ese poema, de alguna manera también es mío...como si la poesía fuera la ilusa posesión de alguien, en fin. Ahora, comparto con los lectores de mi blog esta bella traducción de mi amigo arraigado en el país del norte.
Para la poesía
de Seamus Heaney (Mossbawn, Irlanda del Norte, 1939) el mirlo posee una
resonancia equivalente a la del ruiseñor para la poesía de John Keats. En “St
Kevin and the Blackbird”, por ejemplo, uno de sus poemas más emblemáticos,
Heaney relata una anécdota sobre ese santo: Kevin se encontraba, con los brazos
extendidos en cruz, orando con la mayor concentración, en rapto casi místico,
en su celda; ésta era tan pequeña que uno de sus brazos salía hacia el exterior
por la ventana, la palma de su mano en dirección al cielo. Un mirlo confundió
el brazo de Kevin con la rama de un árbol, y entonces anidó ahí; al sentir el
calor del ave y de los huevos que puso en el nido, el santo, una especie de San
Francisco de Asís del norte de Europa, sintió tal cariño por esa manifestación
de la vida, que se quedó en su celda sin moverse durante semanas, olvidado del
mundo y olvidado de sí mismo a orillas de un río cuyo nombre también olvidó.
Para Heaney, la historia de San Kevin y el mirlo es una verdadera meditación
sobre la poesía, una fábula que recrea el proceso del nacimiento de un poema
ligado indefectiblemente al ciclo de la vida.
Pero el mirlo también es para Heaney un tierno mensajero de la muerte. El
poema “El mirlo de Glanmore”, que cierra la colección District and
Circle (2006), relata la historia de Christopher, uno de los hermanos
del poeta, muerto a los cuatro años atropellado por un automóvil. No es primera
vez que Heaney toca ese tema: el poema “Mid-Term Break”, publicado en Death
of a Naturalist (1966), el primer libro de Heaney, cuenta la historia
de una manera trágica que es, al mismo tiempo, estoica: el sufrimiento es algo
que hay que soportar, porque así es la vida. Hay cierta sabiduría de parte del
hablante de ese poema, al recordar cuando recibió la noticia y cuando vio, sin
derramar una lágrima, el cadáver de su hermano en un pequeño ataúd. Treinta
años después de publicar ese poema, Heaney nos relata, ahora desde la madurez,
la manera en que ese mirlo representa a su hermano muerto (“espíritu que ronda,
hermano perdido”), el mismo hermano que cuando tenía dos o tres años se revolcó
de alegría y felicidad en el jardín de la casa al verlo regresar después de su
primer semestre en el internado. El mirlo, de esta forma, pasa de ser un
prodigio de la naturaleza a ser un recuerdo atesorado en el corazón, un
recuerdo que vive y vuela y canta. El hablante mismo vuela, y se mira a sí
mismo desde las alturas “frente a mi casa de la vida”
Los versos que el poeta tradujo y cita en su poema pertenecen a la
versión que Heaney hizo del Filoctetes de Sófocles (publicada
en 1990 con el título The Cure at Troy), traducción que ha sido
leída en Irlanda y en otro países de habla inglesa como una reflexión histórica
relacionada a la lucha sectaria entre los bandos protestantes y católicos en
Irlanda del Norte y en la
República de Irlanda. La “casa de la muerte” que aparece ahí
pertenece a las palabras que Filoctetes le dice al coro (hablo de la traducción
de Heaney) después de pedirle un cuchillo o un hacha para desmembrarse a sí
mismo, porque prefiere la muerte antes que el sufrimiento (Filoctetes, mordido
por una serpiente, no pudo ir a la guerra de Troya). Terribles palabras de
aquel que está herido y vive solitario en una isla, abandonado del mundo. Luego
de eso, el coro reflexiona: “Los seres humanos sufren. / Se torturan los unos a
los otros. / Se hieren y se maltratan. / No hay poema, obra ni canción / Que pueda
rectificar el daño / Que una vez infligido permanece”. Puede ser, pensamos,
sobre todo si echamos una mirada, aunque sea rápida, a la historia del siglo XX
y a la que va del siglo XXI, de la que Irlanda es un terrible capítulo. Pero
después de leer “El mirlo de Glanmore” nos damos cuenta de que hay una
esperanza posible, al menos para la poesía de Heaney: el amor vuelve
transformado en espíritu y en manifestación de la naturaleza. Muerte y vida
son, entonces, equivalentes; el poema comienza cuando hay una ausencia, y lo
que es el absoluto silencio se vuelve lenguaje. El poema no rectificará al
mundo ni lo cambiará, pero lo volverá un poco más amable. Sólo un poeta de la
sabiduría de Seamus Heaney puede decirnos una clara verdad con palabras
igualmente claras.
El mirlo de Glanmore
Seamus
Heaney
En el prado cuando llego,
Llenando de vida la quietud
Pero dispuesto a espantarse
Al primer movimiento.
En la hiedra cuando me voy.
Eres tú, mirlo, al que amo.
Me estaciono, hago una pausa,
tengo cuidado.
Respiro. Tan sólo respiro y me
siento
Y versos que alguna vez traduje
Recuerdo: “Quiero ir
A la casa de la muerte, donde mi
padre
Bajo el techo de barro”.
Y pienso en uno que ha ido hacia
él,
Pequeño bailarín de la quietud,
Espíritu que ronda, hermano
perdido
Retozando en el jardín,
Tan contento de verme en casa,
Después de mi primer semestre
lejos.
Y pienso en las palabras de una
vecina
Mucho después del accidente:
‘Aquel pájaro en el galpón,
En la cornisa durante semanas,
En aquel momento no dije nada,
Pero nunca me gustó ese pájaro’.
El seguro automático del auto
Se cierra, el pánico del mirlo
Es breve, por un segundo
Me veo a mí mismo a vuelo de
pájaro,
Una sombra en la gravilla
Frente a mi casa de la vida.
Volando a ras de tierra, soy
entero
Para ti, para tus rápidas
contestaciones,
Para cada una de tus desafiantes
vueltas,
Para tu movedizo, nervioso pico
dorado,
En el prado cuando llego,
En la hiedra cuando me voy.
Leído y disfrutado. Las gracias que corresponden, C
ResponderEliminarAmigo:
ResponderEliminarGracias a ti por darte una vuelta por estos rumbos y gracias, sobre todo, a Marcelo. Aquí yo sólo soy un itermediario.
Abrazos