En unas semanas más, se cumplirán tres años de la publicación de Chilean Poetry , el primer libro de Rodrigo Arroyo. Sin temor a dudarlo, creo que ha sido uno de los más notables libros de poesía publicados en mucho tiempo: su ascetismo, su desencanto, su pasion, su lucidez, su capacidad para no transar con lo que se comercia hoy por hoy en el mundillo literario. Aunque muy distante en su propuesta a mis particulares gustos poéticos, sigo viendo en este libro de Arroyo un impulso critico a toda prueba y que creo ha pasado la ordalía propia del "primer libro" de cualquier autor. Me gustaría subir más adelante algunos poemas de Chilean Poetry , por el momento amigo lector, dejo aquí la presentacion que escribí y leí en marzo de 2008.
Hay cosas que no podemos olvidar –aunque quisiéramos- De esa forma, por ejemplo, el siglo XX nos enseñó que la poesía puede ser partícipe de la utopía como lo muestran Eluard, Neruda y tantos otros, contribuyendo a solicitar su presencia como realización histórica. Pero también la poesía ha mostrado ser la articuladora del desencanto o la negación cuando las expectativas soñadas o inventadas se difuminan, alejan o aniquilan. Aquí, mencionar nombres que subrayen tal tendencia sería redundante, pero basta sólo con pensar en Celan o Vallejo para que tengamos una idea aproximativa de lo que deseo manifestar. Ese es quizás uno de los sinos de la poesía en el transcurso del siglo recién pasado: saberse histórica queriendo acompañar, negar o contradecir la historia. En una época como la nuestra, antiutópica, descreída y espectacular –en la estela de Debord-, dispuesta al secuestro rentabilizador de cualquier discursividad que temerariamente no sólo se le oponga, sino que también pretenda darse el lujo de ignorarla, la poesía pareciese ser que acendra su actitud vigilante no sólo respecto a sus eventuales referentes –inventados o reales- sino de sí misma en tanto discurso que asimilado a la cultura concluye en su propio mutismo que, por supuesto, es una versión más de su cariz crítico. Lo que se ha desmantelado y deslegitimado en mi modesta opinión, es sobre todo la manera en que ese cariz crítico que le es inherente, se ve monumentalizado como gesto, como autocomplacencia endogámica en el contexto de nuestra precaria sociabilidad literaria.
En el caso de la poesía chilena actual, aquella que podemos circunscribir cronológicamente escrita desde los 90 hasta acá, puede decirse que muestra una invitación a un especie de revival de lo explorado en el siglo XX, pero con la conciencia de una biblioteca, donde la gestualidad desemboca en pretensiones de administración discursiva: maneras, modos, estilos y formas de asumir la escritura se vuelven no tan sólo la búsqueda de una eventual legitimación en diálogo conflictivo con una “tradición” de lo que es o sería la poesía chilena, sino también una manera de entender la rotura de la comprensión lingüística de lo que ha sido un concepto de poema. Ahora bien, sin lugar a dudas, esa manera ha devenido una especie de “ejercicio administrativo” de un imaginario semántico que otorga o niega parabienes de reconocimiento tácito en la justificación discursiva de cualquier poema. A falta de una preclara crítica literaria que sea solvente en su lectura y esclarecedora de los sentidos posibles de tales productos, esa más que virtual “administración” se devela en usos de lenguaje que fetichizan ciertas palabras -novedad, ruptura, riesgo, originalidad, destino al decir de algunos neocríticos que más parecen una mala versión de Joaquín de Fiore como puede ser el caso de Felipe Ruiz V, por ejemplo- volviendo en verdadero idiolecto su dispositivo semántico y, por supuesto, desterrando cualquier anhelo de cambio, cualquier anhelo de subversión y que se cristaliza en moda, esa palabra que no es más que el rostro de la muerte tal como nos advertía Leopardi desde el ya lejano Romanticismo. Tal vez la poesía sea una tentativa por abolir significaciones porque ella misma se presiente como un significado último: destrucción y creación del lenguaje, pero también palabra que busca la palabra.
Creo que el libro Chilean Poetry – Ed Fuga, Valparaíso, 2008- de Rodrigo Arroyo, publicado en marzo de este año en Valparaíso, se inscribe en esa trama que he intentado describir malamente y que en su inscripción lleva con creces la semilla de su propia superación. Intentaré en lo posible de clarificar las razones de ello en estas notas.
En primer término, el gesto tautológico que posee la escritura de Chilean Poetry, gesto que me hace venir a la memoria nombres y proyectos aledaños y que pueden ser vistos como filiaciones: Lihn, Millán, Martínez –el título y hechura del libro ya lo muestran con una ironía maestra en alusión tanto a La nueva novela como a La poesía chilena del poeta viñamarino, pero también en relación a lo que llamaría la pasión objetual del lenguaje en relación directa a Millán y el esfuerzo de transparentar los significados en la factura del poema, cosa ésta que de inmediato a cualquier lector atento le remite asimismo a varios instantes de la escritura lihneana en su carácter “situado”, ya no tanto de las circunstancias de lo real, sino también y sobre todo, en relación a una toma de postura ante una idea o noción de tradición de la cual cualquier discursividad poética pretende tomar distancia, cercanía y densidad- Ahora bien, lo que me interesa de Chilean Poetry es justamente esa toma de conciencia de aquella “tradición” por llamarla así y que convierte la reflexión acerca de las posibilidades de existencia de la poesía, en una de sus características primordiales, conciencia que muestra no sólo un afán de continuidad u homenaje, sino lo que denominaría como una especie de intento por dilucidar o esclarecer una advertencia que nos dice, que nos cuestiona de verso a verso, de poema en poema y que podría ser formulada más o menos del siguiente modo: ¿es posible, ya no la poesía en sí, sino más bien la inscripción que se niega al decirse? Y si eso acaso es posible, ¿cómo no ver en la tachadura un recurso retórico – es decir, historizado y por ende legitimado desde La Nueva Novela- que se volatiliza a pesar suyo, volviéndose superfluo en la emergencia que muestra esta escritura? La eventual respuesta a estas preguntas cargadas de retoricidad circunstancial no deben ocultar lo que desean zaherir: la existencia de la posibilidad en tanto ella misma se entronice, abolida la convención que estima lo que es o no es poético. Tal vez radique ahí la emergencia de Chilean Poetry, su estimulante desafío, su adusta presencia que habilita una verdad irresoluble, problemática y estimulante: los lenguajes nacen y mueren, todos los significados un día dejarán de tener significados. Crisis del poema. Crisis de la opacidad del poema. Y Rodrigo Arroyo, en una actitud, al menos para mí lúcida y escéptica, no transita el camino de la gestualidad corporal, o de la experimentación formal con el lenguaje, ni el de la poesía sonora, ni objetual, ni nada que se le parezca. Distancia, que no prudencia. Más bien mirada crítica, desembozada y con recursos enmarcados en una tonalidad que no rebasa su propia ansia de significación. La conclusión lógica de aquello debería ser el silencio. Sin embargo, y lejos de todo misticismo, se nos antoja un silencio disonante y perplejo, un silencio a lo Edvard Munch: como grito que al enunciarse ensordece.
Todo esto nos lleva en segundo término a considerar otra cosa: cómo en Chilean Poetry se visualiza un sano distanciamiento crítico de cualquier retórica redentorista –de clase, margen o poéticamente correcta- en donde el escepticismo frente al lenguaje que se manifiesta en la desconfianza referida a cualquier representación, no es asumida en ningún caso como un “optimismo” cómplice de un estado de cosas de todos conocido: ya sea de una inventada vanguardia, postvanguardia o lo que sea que pretendió la administración de una escena –precaria, densa y compleja por lo demás- totemizando experiencias en vez de logros de obra, como también desconfianza de ver en el poema una instancia de conciliación a nuestra contradicción histórica. Para Arroyo, me da la impresión, el poema no se agota como documento histórico –es decir, datable y confiable en tanto otorga información sobre una visión epocal-. Se trataría tal vez, de apreciarlo como receptáculo de una herida que erige en su reversión de sentido, su propia significación o su mero hecho de existir, donde ese hecho se gana o se pierde al renunciar a toda pretensión de representatividad generacional. Esta actitud, por llamarla así, articula un desideratum que enunciaría del siguiente modo: el poema –asumido como fracaso- no se adelanta a su época, sino que siempre llega tarde y en esa llegada no puede, ni desea aprehender ni mucho menos administrar la utopía, sino más bien advertir que cualquier discursividad que se pretenda salvadora o emancipadora de lo que sea es ya un acto que violenta su posibilidad misma, una traición a su autoconciencia intrascendente. Pensar y decir el poema así, muestra en mi modesta opinión no sólo una honestidad poética –si es que existe algo por el estilo-, sino también un modo de comprender a la poesía, a la poesía escrita en castellano en nuestro país como una instancia que ha arribado a su consumación.
Tal vez para algunos eso suene a palabrería decadente a la luz de un aparente estado de buena salud que tendría la poesía chilena reciente, estado que se manifiesta en diversas publicaciones, revistas, conversatorios, encuentros varios, lecturas infinitas en bares o plazas de pueblos olvidados, antologías u otras instancias análogas. Eso, por supuesto puede otorgarse. Y sin embargo, Chilean Poetry plantea la duda, la duda necesaria que toda poesía, asumida como discurso inalienable de su propia vigilancia, articula y sufre. Pienso que no se trata de convertirse en una especie de sociólogo de tercera categoría jugando con un puñado de posibilidades. No lo sé, creo sin embargo que vivir en una hiperfragmentación que es antesala del abismo del significado, en nuestra época, en nuestra sociedad actual, no es menos estimulante que vivir en épocas de pretendidas actitudes resolutivas que llaman a la acción, la calle o lo que sea. No hay contradicción asumida como mala conciencia. Hay cautela de parte de Arroyo, cautela que simplemente implica no comprarse el cuento…ni siquiera el cuento de la poesía y mucho menos de su flatulento glamour, parodia narcisista de ese glamour de tercera propio de nuestra enternecedora farándula televisiva. El llamado de Chilean Poetry es más distante y cáustico, desalentador incluso, pero no menos perentorio, una admonición para que advirtamos lo efímero de nuestros ejercicios imaginativos y lo conflictivo que implica hoy escribir un poema. En ese conflicto radica la productividad de sentido que nos enseña Chilean Poetry. Una productividad que no teme vérselas con la nostalgia, la crítica, el desdén y la conciencia del fracaso de tantos proyectos estéticos que al devenir políticos mostraron y muestran su propia fragilidad. Por eso hemos llegado demasiado tarde, por eso escribir un poema ya es un acto rebelde más allá de una eventual estética de maquillaje postmoderno.
En tercer término, esto lleva a plantear algo no menos dificultoso y de difícil resolución: ¿cuál es la posibilidad, entonces hoy en día de una poesía política? Ciertamente, una pregunta que de ninguna forma es extemporánea y hoy más que nunca. Pero aún reconociendo su necesidad perentoria, parece ser que resolutivamente es una pregunta que para vérselas con su respuesta debe realizar una serie de circunvalaciones que no son aclaratorias de inmediato. Porque una escritura como la de Chilean Poetry, pone en cuestionamiento la épica que tradicionalmente se asocia a una escritura comprometida en su necesidad de inmediatez y en su tentación de rectora conductual de lo sujetos que hacen o llevan acabo la gestión de lo político. Pero más allá de eso, Chilean Poetry evidencia el cansancio de articular al discurso como instancia real -como creencia- de transformación o cambio o mejor dicho que a través o por medio del discurso poético no pasa ni se lleva a cabo esa transformación.
Por todo eso creo, sin temor a equivocarme, que Chilean Poetry es uno de los libros más intensos, desolados y necesarios que se han escrito en la poesía chilena de los últimos años y que ciertamente reinventa una idea o noción de lo poético y de lo político como una tentadora salida al impasse al que ha visto reducida su resonancia cualquier discurso artístico actual que pretenda hacer del lenguaje fundamento de emancipación.
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