sábado, 12 de febrero de 2011

Lecturas, lecturas

Mientras el verano avanza y con él la morosa escritura de mi tesis doctoral, me detengo unos instantes para recrear antiguas costumbres que se han ido estancando. Lecturas, lecturas de poetas que alguna vez me prometí hacer luego de haberlos descubierto en la ritualidad del ocio o en la curiosidad más profana.

Eso no deja de ser para mí algo muy singular y curioso, provocándome algunas reflexiones que deseo apuntar acá: mientras muchos poetas de mi generación –varios amigos personales, otros, estimables conocidos- y algunos más jóvenes, pertenecientes a las más actuales generaciones, ya sea por declaraciones, entrevistas o ya por traducciones publicadas en los más remotos lugares del ciberespacio o en revistas de diversa circulación y formato, parecen dar a entender que la poesía extranjera es sinónimo de poesía en lengua inglesa o más puntualmente poesía norteamericana. Si hasta la década del 50, aproximadamente, podría decirse que éramos una nación poética afrancesada –basta pensar en Huidobro, Mandrágora, Carlos de Rokha o Eduardo Anguita, por poner un puñado de ejemplos- hoy por hoy, creo que es más que evidente la anglofilia de muchos de nuestros poetas más actuales. ¿Podrá calibrarse el sentido de eso alguna vez?, ¿cuál será la incidencia en el fraseo de la poesía que escribimos en esta hora presente bajo el alero de esas traducciones y lecturas?, ¿cuáles las ganancias lingüísticas e imaginativas para nuestro castellano escrito en Chile de tal acopio de nombres, tendencias y poemas?, ¿será todo ganancia para el universo lingüístico de nuestra poesía? De esta manera hay una serie de preguntas que pienso ni siquiera se han planteado y mucho menos para hacerlas entrar en un debate informado. Y no es que desee defender una especie de casticismo poético ante tanta avalancha de nombres que suenan en las conversaciones o lecturas más avispadas. No, en absoluto. Pienso que se trata de otra cosa, una especie, en algunos casos, de otorgamiento de legitimidad respecto a una manera de entender o no el poema como entidad hecho de experiencia y lenguaje y su eventual modulación hacia ámbitos o esferas de realidad o “desrealidad”. Ni más ni menos. Y eso según mi modesta forma de ver las cosas implica consecuencias. Por lo pronto y de forma apresurada, pienso en la afiebrada necesidad de decir a esa realidad con una economía de recursos a veces admirable, otras, ciertamente aséptica y salobre, como queriendo convertir al poema en un documento o en instrumento de registro antropológico-social. En otros casos, la extraña virulencia o apresuramiento perentorio de volver equiparable experiencia y lenguaje –sin mediación, sin crisis, sin autoconciencia en algunos casos- y más aún, que esa experiencia estuviese teñida o, lisa y llanamente, fuera expositora de una vaga idea o noción política ya sea por la placidez de enumerar o registrar situaciones de descalabro social con pretensiones de denuncia o articular un sujeto al interior del poema que fuese “correcto” en su conducta descentrada o políticamente subalterna. Y así con tantas otras cosas.
Sin duda que la lectura y recepción de cierto sector o ámbito de la poesía norteamericana no es la razón o motivo único para entender un espectro no menor de la poesía chilena que se escribe actualmente, para nada. Pero de todos modos creo que ha contribuido a crear, por llamarlo así, un acuerdo tácito respecto a considerarla una especie de lingua franca donde al parecer se puede apreciar un repertorio de maneras o modos –en el más estricto sentido retórico del término- que más que volvernos hacia la ilusión de la verbalización que descansa en una oralidad “espontánea” -“oralidad” que reflejaría a la realidad o la vida misma-, en verdad anquilosa o cristaliza el fraseo del idioma hacia un convencionalismo tan limitante en sus expectativas de sentido, como lo fue el metaforismo que tan bien criticaron Parra y Arteche a mediados de los años 50 a los poetas de la llamada Generación del 38.

Me detengo: no era mi voluntad hacer un diagnóstico de nuestra actualidad poética –opiniones más doctas e informadas no faltarán-, sino más bien decir algo muy de mi gusto: olvidarse uno un rato –un ratito, nada más- de Pound, Eliot, Ashbery, Bukowski, Zukofsky, O´Hara, de la Black Mountain o de los Beatniks o los Language Poets y volverse a esos poetas que, como decía al inicio, uno descubrió entre la curiosidad y el ocio, poetas tales como los franceses René Char (1907-1988) e Yves Bonnefoy (1923), el checo Vladimir Holan (1905-1980), el polaco Zbigniew Herbert (1924-1998) y el italiano Valerio Magrelli (1957). Muy modestamente yo leo en ellos, cada uno con un tono personal y específico, diverso y divergente, una generosidad para entender el lenguaje y su misterio que no necesariamente debe renunciar a los recovecos más palpitantes de aquello que llamamos realidad, ¿qué poetas más heridos de realidad que un Holan, un Char? Tampoco la renuncia a una lucidez amplia y modulada ante los avatares de ese mismo lenguaje que a veces se vuelve opaco en sus significaciones tal como acontece en Bonnefoy.
Se trata de lecturas otorgadas en la gratuidad que fundamenta el placer, palabra ésta que al parecer no goza de buena salud en el vocabulario de la poesía chilena contemporánea.

4 comentarios:

  1. A Zbigniew Herbert, apostaría plata, nadie lo lee en polcaco. Esto es, toda nuestra apreciación de su poesía pasa por las traducciones que hayamos leído de él (en mi caso, sólo lo he leído en inglés). Este y muchos otros son argumentos en favor de una teoría de la traducción que se fije más en el text traducido que en los originales. Por si acaso, esto se viene haciendo desde hace mucho, desde los polisistemas, Venuti y tantos otros. En Chile, sin embargo, se ve poco de esto: las traducciones, que abundan en su dispersión, difícilmente alcanzan para un corpus.

    Un gran abrazo,

    Cristián

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  2. Hola Cristian, gracias por visitar el blog. Tienes razón: si apenas captamos el polaco, mucho menos captaremos el "polcaco" (¿será un dialecto de Lublin o Varsovia?, ja, ja, ja)
    Mira, más allá de las bromas, lo que dices me parece sabio y cierto y daría para mucho: la incidencia de las traducciones habidas -ya en inglés u otro idioma- para con la "tesitura lingüística" de los poemas que hoy por hoy se escriben en la poesía chilena. Otra cosa y es lo que traté de decir, es de qué forma ciertas traducciones de un cierto ámbito de poesía en inglés de norteamérica contribuyen -y no de manera exclusiva por supuesto- a configurar un modo de comprender a esa misma tesitura. Ahí hay de todo pienso yo, desde logros notables hasta legitimación del poema como una especie de documento antropologico que, en lo muy personal, me parece que pasa gato por liebre para apaciguar en algo ese complejo de culpa que aveces nos carcome por no ser "poeticamente progresistas". En fin, no deseo enlodarme con pseudoteorizaciones, valag más que nada el texto como manifestación de un estado de ánimo y el regusto de leer a Char, Holan , Magrelli y cía.

    Ismael

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  3. Tu comentario me recuerda algo que siempre llama a la curiosidad cuando se habla de poesía peruana de los sesenta, especialmente Cisneros e Hinostroza. Siempre (SIEMPRE) se recalca, al hablar de estos poetas, se adhesión al "británico modo", sin que se explicite más allá de cierto prosaísmo y narratividad de sus poemas. ¿Qué poetas ingleses leían?, ¿a cuáles tradujeron?, ¿es un traspaso mecánico del tipo "poesía inglesa" más "traducciones" igual: Cisneros/Hinostroza?, ¿cómo y cuándo se produjeron esas traducciones?, ¿bajo cuál o siguiendo cuál estéticas? Etcétera: para hablar de esto hay que hilar súper fino, lo cual no ha sido una virtud de la crítica (ni peruana ni chilena) hasta hoy. Muy bueno el post,

    un abrazo

    C

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  4. Hola Cristian:
    Respecto a tu último comentario, tienes toda la razón. Yo tengo la intuición -y a veces más que eso- que una pata coja de la crítica actual es su incapacidad para establecer ese tipo de filiaciones, no para referirise a la cacareada "tradición" y esas vainas, sino para advertir en esas filiaciones, una serie de preguntas o cuestionamientos a niveles de "poetica" o "estetica". Creo que ese trabajo -una especie de labor de "literatura comparada"- no se limita a constatar esos dos puntos ya sabidos: el prosaísmo y la narratividad, sino más bien -y usando palabras prestadas del mundo de la música- la "modulación" sintáctica y la "estructura" lingüística que tienen los poemas. Por supuesto que no apelo a nuestro viejo estructuralismo de universidad chilena que causó estragos de comprensión en muchos de nosotros cuando éramos estudiantes, ni tampoco me refiero a la actual Lingüística tan al uso en varias universidades chilenas -un saber con pretensiones de ciencia- que se ocupa de trivialidades de corte antropologico o sociologico que les hace ganar mucha plata en proyectos y que dan un asco. No, me refiero a lo que el maestro Jackobson decía una y otra vez acerca de la estrecha relacion entre la música de la gramática y la música de la poesía y que tiene que ver con la necesaria interrelacion entre los estudios literarios y el saber gramatical, donde el segundo esclarece al primero y todo en pos de la obra misma: ya sea poema , cuento o novela. Yo no estoy al tanto de las actuales teorías al uso, pero en mi supina ignorancia esta mezcla entre gramática, literatura y teoría e la traduccion, "Después de Babel" del maestro Steiner, sigue siendo un referente: no es un tema de saber simplemente, es un tema de sensibilidad, de formacion cultural, de humildad intelectual. Y yo no sé si eso exista en el mundillo crítico , tanto academico como de divulgación. Mientras pensamos eso, seguiremos hablando de los infinitos lugares comunes que rentabilizan el sentido y , a mi modo de ver, haciendonos pasar gato por liebre con tal o cual traduccion y a tal o cual poeta cacarear su "originalidad" respecto a la "realidad" al enunciarla de tal o cual forma.
    Eso no más por ahora.

    Un abrazo

    Ismael

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