sábado, 8 de octubre de 2011

Elegía para Eduardo Anguita

En este esfuerzo de nada para nada,
tu nombre recorre mi voz como fuego a la ceniza.
Palabras que van a dar a otras palabras
y cuyo tintineo espectral semeja una galería destruída,
el chasquido de un espejo roto, la humedad siniestra de una mañana de agosto.

Tu nombre recorre mi voz como fuego a la ceniza
y el cumplimiento de su vieja promesa
vuelve taciturno a todo deseo de espera, a todo anhelo de retribución:
palabras arrancadas de cuajo en medio del aire nocturno
como si un mago hubiese fracasado en su triste sortilegio
como si la escritura celeste que formaba parte de ti mismo
hubiese sido transcrita en el pedernal gastado de un silencio indecible.

Pero ya no está dentro de nosotros reconocer ese lugar,
ni ningún otro, apenas el mapa insignificante
de un gesto insulso que sueña con la escritura de lo efímero
dentro de lo efímero, del polvo restregando esquirlas de la historia
en la sacudida suprema que implica vivir en el olvido
tras el olvido de toda nuestra memoria.

Ciertamente hay muchas esperanzas,
pero ninguna es para nosotros,
¿acaso el trazo de lo impredecible
cuando renunciamos a la prestancia exigente de lo bello?
¿acaso los recortes de periódico, anunciando
una nueva guerra, una revolución más,
el recuerdo de un pasado, ahora imposible?
Ninguna esperanza es para nosotros
donde el silencio de cualquier sirena es la invitación destructiva
de la fugacidad otorgada por un cuerpo del que nada sabemos.

Cuerpo atravesado, sin duda, por tu extraña misericordia,
¿no era hambre de infinito tu deseo?, ¿no era sed de eternidad
el regocijo frutal de pechos y muslos?
Placer donde no existe la búsqueda del placer, sino el afán del conocimiento:
maldición de los poetas que confunden la pureza con la sabiduría,
la forma con la vida, su deseo con los misterios del lenguaje.

Ninguna esperanza es para nosotros,
ninguna promesa válida, consuelo a nuestra indolencia.

En este esfuerzo de nada para nada,
tal vez ser redimidos del fuego por el fuego
es la palabra muda que Orfeo no pudo oír y que trajo su desastre.
Para nosotros, quizás, es la certidumbre de saber callarnos
en medio de un bosque de lenguaje inútil
cuando la claridad de los ojos de la muerte
nos induce a creer en la bella ficción que es el secreto beso de Eurídice.


1 comentario: