martes, 14 de diciembre de 2010

El mapa no es el territorio: antología de la joven poesía de Valparaíso II

Acá va la segunda entrega de la antología de 2007. Es el turno de Enoc Muñoz y Marcelo Pellegrini. A ambos los conocí en los remotos años 90 en la Pontificia. Universidad Católica de Valparaíso. Enoc era estudiante de Filosofía y Marcelo de Literatura. Desde casi el principio surgió la amistad, fundada por las normales vivencias de estudiantes como por nuestra pasión por la poesía. Aunque suene muy personal y para algunos no sea un asidero crítico relevante, yo al menos, no puedo pensar a la poesía chilena escrita en esa década sin la que estos amigos escribieron y siguen escribiendo. Sin duda las conversaciones sobre nuestros poetas y autores preferidos que comenzábamos a admirar por esa época, llena de fervores y entusiasmos varios (Rosamel del Valle, Eduardo Anguita, Edmond Jabes, Maurice Blanchot, Georges Bataille, Octavio Paz, Michel Leiris y Gonzalo Rojas, entre otros) se complementaba con nuestros personales intercambios de poemas manuscritos o mecanografiados (aún el computador era escaso para transcribir nuestros ejercicios). Bueno, de esa vivencia, tal vez en otro instante escriba un ensayo evocatorio. Por el momento invito al benévolo lector y visitante de este blog a leer los poemas incluidos en la antología y que ahora transcribo acá.


Enoc Muñoz (Curepto, Séptima Región, 1970) Poeta y ensayista, Licenciado en Filosofía por la Universidad Católica de Valparaíso, Doctor© en Filosofía por la Universidad de Chile. Ha obtenido la Beca del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda (1995). Profesor del Instituto de Arte de la Universidad Católica de Valparaíso entre 1996 y 1998. Ha publicado los libros de poemas Pájaros-Lágrimas, 1996; Llegar y laberinto, 1997 y El jardín del mirlo, 2003. Como ensayista ha publicado el libro Hacia un pensamiento del afuera: el pensamiento del joven Levinas, Ed Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2001
                   


                                                         El poema

El poema, como toda respuesta de responsabilidad, asiste, porque se escribe o se lee, al reparto (partage) de una chance como su ocasión misma: la chance del poema y el poema de la chance allí se buscan sin cesar. En ese allí sin respaldo, pues su tradición no logra recubrir, y he ahí la tarea de no ser un hipócrita, su historicidad. Sí, su historicidad que es la nuestra, la del poema que no existe sino buscando su chance.  Tal vez para darla... para que exista chance.

                                                                                     Viña del Mar, 2006


De Pájaros-Lágrimas, Ed Bogavantes, Valparaíso, 1996

Llueve

Esperar que deje de llover
sin saber para qué.
Tampoco saber para qué llueve.

Acercarse al brasero y ver
en la pregunta de siempre
un pájaro pasar en su fantasma.

Acercarse a la ventana
y creer que algo hay
al otro lado de la lluvia.

Y cuando ha dejado de llover
jamás saber
por qué teníamos tanta prisa.



La fuente

Nuestras sombras
flotan en el agua.

El beso
dibuja un pez
hacia tus trenzas.

El sol
desnuda las gotas
que caen.
Y tiemblan los dos cuerpos.



Ojos cerrados

Y acepté el terror de soñar
a ojos cerrados y manos abiertas.
A tenderme en el aire
sin más intención que el viento.

Ser transparente o bulto
a medianoche a mediodía
y enclaustrar la quemadura.
No más alta ni más profunda que el corazón
sino el corazón mismo.

Escucha cómo mis manos se abren
y ya está lejos el sonido
salido de la sombra.
Es que voy liberando golondrinas
dondequiera.

Dondequiera cada cosa es un pozo de luz.
Pero vengo de mirar la mar
a ojos cerrados y brazos abiertos.
La mar es una inmensa sombra
cada mañana
cuando me seco las manos
de la humedad de los sueños.



De  Llegar y laberinto, Ed Libros de la Calabaza del Diablo, Santiago de Chile, 1997

Adiós

Íbamos a ser felices
una mañana como ésta.
En mi mano llena
por tu mano tendida.
En una mañana como ésta
como aquélla en nuestras manos
en que arrugábamos un poco de futuro
bajo los pechos del viento.

Íbamos  a ser felices
hasta con las manos vacías
para explorar la noche.
Pero la muerte
vincula todas las manos.


El hogar
             (de una carta de Brecht a Benjamin)

Tengo los ojos tan grandes
tantos gestos sin tocar
que me busco en todas las manos.
Y pido unos huesos prestados a la caricia.
Pero aquí
no ha habido cuerpo alguno
sino tránsito.

A veces
escribo mi nombre sobre los muebles
para verme caer en el polvo de las cosas.
O simplemente
para trizar el silencio y entrarme
...cuando ya me he marchado.
El mundo también aquí se derrumba
pero con más calma.
El polvo es un signo
que en puntillas borra otros signos.



De El jardín del mirlo, Ed Libros de la Calabaza del Diablo, Santiago de Chile, 2003


Vals del miedo

El tiempo debo decir
no es el río
sino la mano y la piedra
en la apoyatura
del vals del miedo.

El hueso
de toda la sed de los árboles.
El agua
imitando infinitamente
ese sonido a salvo.

El viento
improvisaba con la arena.


La estación

Cerca de un ladrido ciego
hay una estación de trenes
que espera.

Pienso también
en la luciérnaga que se apaga
en ese puñado de tierra
en tus manos.

Nuevamente un ladrido
durante
una paloma que cae.
Y estamos aquí
creyendo
que la intemperie sigue siendo humana.



Marcelo Pellegrini M (Valparaíso, 1971) Poeta, ensayista y traductor, Doctor en Literatura por la Universidad de California, Berkeley. Ha obtenido la Beca del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda (1993). Mención honrosa del Premio Municipal de Literatura de Santiago (1998). Como poeta ha publicado Poemas, 1996; El árbol donde envejece la muerte, 1997; Ocasión de la ceniza, 2003 (libro que reúne íntegramente los textos precedentes como también numerosos poemas inéditos) y El sol entre dos islas, 2005. Como traductor una de sus últimas publicaciones es Figuras del original, Ed Beudedrais & Manulibris, Santiago de Chile, 2006 que reúne sus versiones de poetas en lengua inglesa y portuguesa y como ensayista Confróntese con la sospecha: ensayos críticos sobre poesía chilena de los 90 Ed Universitaria, Santiago de Chile, 2006. En la actualidad enseña literatura hispanoamericana en la Universidad de Wisconsin, EEUU.




                                                           Poética

Una cita de René Char me sirvió para darle el título a mi último libro de poemas. El sol entre dos islas quiere ser —aunque no sé si lo logra— un saludo a la poética solar que el poeta francés y otros han cultivado —quizás— desde que la poesía existe. Pero todo es efímero en el reino del lenguaje, aunque tengamos enormes deseos de hacer durar lo que decimos y dejamos en la página. Atados a la contingencia, queremos trascender. “Nada envejece tan pronto, salvo una flor, como puede envejecer una poesía”, dijo alguna vez José Gorostiza, uno de los poetas que más admiro. ¡Y cuánta razón tenía! Pero queremos trascender la contingencia, y en esa tensión se decide la suerte del poema. Sólo el tiempo dirá si tenemos éxito en la tarea, o si fracasamos en “el tortuoso afán del universo”


                                                                                      Madison-Wisconsin, 2006



De Ocasión de la ceniza, Ed Libros de la Calabaza del Diablo, Santiago de Chile, 2003

El río

                   Eran las aguas sorprendidas en pleno estado de palabra
                                                  Waldo Rojas

Zanja el río su llaga entre los roquedales
en la medida de un amanecer
rodeado por el bosque.
Su rumor nos lleva a remontarlo
como quien sigue el curso de un paisaje
desvanecido en el agua,
como quien reconoce
la procesión de un ajusticiado.

Palabra que llega con el relumbrar
de unos días sumidos en las desnudez de unas fechas:
nada más que un transcurrir de calendario
nada más que una larga sucesión de latidos.

Llegamos a su origen. La gruta
en el monte donde nace el Agua,
comienzo del Río, fin de la Palabra.

El abismo se llama Eduardo Anguita


                                               A Ismael Gavilán

El abismo se llama Eduardo Anguita
y fue, como ninguno,
el amante de las formas.
Tuvo un cuerpo de fuego
y unos ojos rozados por la nada.
Por su voz el tiempo
se adelgazaba hasta la luz
como el agua de las brumas.
Ninguno con más presagios
en la garganta y en la pluma
cuando tejía su vacío
en el fósforo y el torbellino.
Ninguno más áureo
a la hora de alimentar a las estrellas.
Ninguno como él,
hambriento de número inasible.


Planeando sobre el suceder


                                               A Carlos Germán Belli

                                         en las últimas horas del verano
                                        hablamos largamente de los viejos amigos
                                       y recordamos de paso a los muertos.
                                                        Pedro Lastra

¿Recuerda usted cuando caminábamos
por esa oscura calle
donde hasta los ruidos eran fantasmas?
Hablamos sobre Juan Emar,
el hombre de la pluma más obsesiva del mundo,
de cómo un riel de tren hacía estallar
en su imaginación medio perversa
el “encadenamiento infinito” de los aconteceres,
espejos frente a espejos
formando el lugar de todos los encuentros
y callamos con miedo ante la idea
de una escritura sin fin
(cómo no nos íbamos a estremecer,
usted guardador de silencios
y yo temeroso de perder
la palabra que nunca llega)
cuando justo en ese momento apareció un tren
que venía desde un oscuro valle
buscando su estación en el fondo del mar.

Éramos –y seguimos siéndolo-
unos “viandantes literarios”,
para usar sus palabras,
poco enterados
sobre los misterios
de aquel fuego que tanto
nos apasiona,
a pesar que usted venía de leerse
todos los poemas de amor
para enviárselos –magnífico regalo-
a los griegos.
Pensé, aunque le parezca una exageración,
que desde Cavafis
no se hacía algo tan intenso
en la lengua de los dioses.
¿Qué aedos habrán asistido a Rigas Kappatos
para realizar semejante tarea?
Recordamos también a Ricardo Latcham,
maestro en el arte de conservar
los huesos de la memoria,
e intentamos recorrer sus páginas
-por mi parte sin éxito-,
hacerlo dialogar con Porras Barrenechea
y verlo en Bristol con sus parientes
mientras aquí, tal como allá,
caía la tarde en las postrimerías del verano.

Ahora sé, amigo mío,
que todo lo que hablamos
y lo que dejamos sin terminar
-“mentes vagabundas” diría alguien, ¿no?-
era una severa lucha
en contra del “pardo mundo”
que se reparte entre dos hemisferios,
tal como Montorfano enseñó:
enseñando “la gélida indiferencia en torno
dictada por el hado inexorable”.
Porque aquí mismo o en cualquier parte
seguiremos siendo extranjeros,
sin importar nada más.
Es algo que se lleva
en la sangre de la noche
que desde siempre nos acompaña.



Tiete nocturno

                                   A José Luis Passos

                         É noite e tudo é noite. Uma ronda de sombras,
                         Soturnas sombras, enchem de noite tao vasta
                         O peito do rio, que é como si a noite fosse agua,
                         Agua noturna, noite líquida, afogando de apreensoes
                         As altas torres do meu coracao exhausto.
                                                Mario de Andrade

Como un dios destruido e iluminado
o como serpiente negra y lenta
aparta tus ojos del mar,
Tiete, río de siete vidas
y siete certezas,
huyendo de las aguas cual niño taciturno,
fija la mirada en las nubes que pasan.
Raro curso, como extraño abismo,
haces por los territorios de tu deseo.
Tu camino, capullo transparente,
pierde la memoria y se ata a su destino.
No hay nadie en las extensas planicies,
sólo un murmullo que no conoces,
un frío que habita esas rutas,
terrible viajero sonámbulo.
No eres nadie pero eres todo,
Tiete, río inconcebible,
pareja armonía de agua muerta
que todo lo transforma en légamo.
Nos apartas del mar
en tu peregrinaje
pero nos llevas hacia otras melancolías,
río, ajeno río de donde todos nacemos.
Tus puentes no son puentes,
son arcos en honor de fútiles victorias.
La noche camina junto a ti
como en tantas ocasiones,
y es ahí donde eres más río y más agua,
más asombro en la espesura,
lecho de estrellas,
alas de un águila caída.
Te pierdes, nos perdemos en ti como en un vientre.
Somos hijos de ese viaje,
de los peces muertos a nuestro paso,
ángeles que nos hablan con voz muda.
A tu vera los oscuros habitantes de la ciudad
duermen el sueño de un sueño,
errancia de la luz.
Quizá nosotros también huimos
sin saber de qué, sin saber a dónde,
regresos sin fin y sin memoria.
¿Qué será de ti después de tanto tiempo sin tiempo?
¿Qué lugares te esperan, qué corazones muertos?
Seguirás en tu huida hacia el abismo,
hacia los brazos del horizonte oculto.
Seguiremos tu ruta
y veremos repartido tu cuerpo
en todas las planicies,
lento río sin nombre,
noche líquida que nos abandona.


De El sol entre dos islas, Ed Manulibris, Santiago de Chile, 2005

Noema

Noema, lengua de Noemí
en la página plena,
la media muerte,
la media vida,
brazos como alas
en el aire como aliento,
Noemí, Noema,
en la muerte página,
en el ala vida,
como el brazo de agua.



El poema visto de lejos

                                   We –prone to periphrasis
                                               Emily Dickinson
Al anochecer, una mancha
en el lugar de los destellos,
la hoja distante con el poema inscrito,
murmullo para los ojos,
lentas hormigas en el papel
protegiendo una sombra entre los relámpagos.
Nada se entiende a los lejos,
las letras como párpados mudos,
negro sobre blanco vibrando en la luz
de la hoja entre el polvo y el sueño.
De lejos el poema, vuelo de Minerva,
rieles de un tren veloz y silencioso.

El poema se escucha a sí mismo
entre los arbustos de su página,
lo que no oyes es lo que ves
al recorrer estas líneas
que son tu oscuridad blanca.





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