jueves, 23 de diciembre de 2010

Fragmentos para una poética o notas sobre poesía

Ya sea para solicitud de un trabajo de Taller o para un preámbulo a una lectura o por compromiso para alguna publicación de carácter antológico o, lisa y llanamente, por mero gusto de intentar una articulación medianamente razonada acerca de lo que uno hace, la escritura de una poética no es algo ajeno a cualquier poeta contemporáneo. Menos para dictar alguna norma o dar un camino a seguir de un proceso, el asunto es que un tipo de escritura semejante adquiere tonos o prismas  variados, diversos e inesperados. A veces un poema puede ser un verdadero manifiesto de intenciones programáticas, en otras ocasiones, algún fragmento entresacado de una entrevista puede iluminar sobre el sentido o razón de lo poético mucho más que cualquier tratado o ensayo al uso, otras, algún apunte escrito en una afiebrada madrugada con los ojos arrobados de angustia o necesidad esclarece una obra, una vida, un instante o incluso una época. Del modo que sea, pienso a modo muy personal, que tal vez la única forma de justificar algún tipo de reflexión sobre el asunto poético, puede darse fragmentariamente, ya como apunte, aforismo o un puñado de líneas escritas más o menos amparadas por el azar y el cálculo. Siendo eso así, deseo subir acá un puñado de fragmentos que he ido agrupando sin una voluntad formal explícita y que, a través de los años, los veo como lo que he querido decir acerca de lo que para mí representa lo poético. Por supuesto que hay un abismo entre experiencia y decir y lo que aquí manifieste en este puñado de palabras, adquiere tal vez más valor como testimonio que como un eventual programa de algo. Después de todo, ¿a quién le importaría  eso?


                                                    APUNTES 

En materia de poesía, mi vicio es amar tan sólo (si no soportar) lo que me da el sentimiento de la perfección. Como tantos otros vicios, éste se agrava con la edad. Aquello que creo poder cambiar con poco esfuerzo en una obra, es el enemigo de mi placer, es decir, enemigo de la obra. Es inútil deslumbrarme o sorprenderme en algunos puntos, si el resto no los encadena y me deja en libertad de abolirlo; me siento fastidiado y más fastidiado cuanto mayor era el precio de esas felicidades dispersas. Me irrita que las bellezas sean accidentes y encontrar delante de mí lo contrario de una obra.
                                                                                                                 Paul Valery

                                                       I
  •       Toda reflexión sobre el proceso escritural será siempre parcial, nunca un a priori; quien está sumido en él,   sabe que su opinión es la menos acertada porque no es una lectura.
  •       El efecto de aquella parcialidad en el poema, revierte la visión de universo que éste posee en un  prisma de múltiple factura. El ejercicio es entonces fragmentario.
  •       Volver sobre eso es volver sobre el mismo poema una y otra vez: salir de viaje sin salir.
  •       Esto verifica a la poesía como poesía en el poema. El texto crea al mundo. Rara vez este último incide como propósito. A lo sumo como espacio profano que verifica un relieve inconcluso.
  •      Por ello poesía y poema son in/útiles. De eso deriva que el ejercicio poético sea disidente. Sólo el hecho de escribir un poema es un acto revolucionario.
  •     Un paréntesis, una ensoñación, quizás un anhelo: el excedente despojado de toda lectura es tal vez  Poesía (o Poema como quería Mallarmé)
  •      Por ello todo poema es una poética de sí mismo.
  •      El poema es en virtud del Poema.
  •      Poema que muestra un rostro amoroso: eros en expansión y convergencia.
  •      Eros es enfrentamiento, choque de contrarios; sus chispas, el plus que siempre escapa a la forma. El placer es sagrado.
  •      ¿Escapar a la forma? No, más bien un exceso consolidado por ella La forma es libertad absoluta o lo que es lo mismo, tiranía del cansancio.
                                                                                      
                                                       II                             
¿Cómo se lee? Un poema se vuelve interesante sólo cuando volvemos la mirada sobre él una y otra vez. No hay poemas que por sí mismos despierten el interés. Éste se crea en un proceso de larga observación como ejercicio llamado a descubrir detalles. Esperar algo de lo que leemos es sólo la fantasía de un rostro desconocido que adquiere rasgos. Los rostros (¿los poemas?) poseen la indulgencia de no saber nada. Van y vienen como el roce del viento en el agua estancada.

                                                      III
Pienso una teoría de la lectura amplia, flexible, dedicada sólo a las excepciones, con soltura suficiente para ver en el poema el doble del mundo, ampliando la percepción imaginativa y relacional de nuestro yo, otorgando una pizca de lucidez para enfrentar nuestras angustias personales, convirtiendo en tolerancia la desesperación, haciendo de la “crítica de la vida” el santo y seña de su triunfo y fracaso. Pienso una teoría de la lectura que sea en sí misma una teoría del poema, viendo a éste, como señalaba Paz, como un objeto suprahistórico herido de historia, actualizado en el ejercicio del encuentro. Una teoría de la lectura que simultáneamente sea una teoría del poema como a su vez una teoría de la traducción: al leer, me interpreto; me traduzco en imagen y ritmo, en palabra y balbuceo, en silencio y grito. Una teoría de la lectura que asimismo sea una teoría de la identidad donde habite la presencia

                                                     IV
La experiencia del tiempo asumida como autocomprensión es el poema que nombra un aquí y ahora que revierte el pasado y el futuro, arrancándolos de la linealidad sucesiva en que se fundan. Esa experiencia permite la equiparación comprensiva del tiempo. Frente a la violencia de este último en el sentido de historia, la poesía (el poema) no instaura una linealidad discursiva entendida como continuum (progreso, avance, superación), sino más bien como una contraimagen, es decir como una epifanía. La relación entre la violencia y lo sagrado se muestra de suyo en la poesía, algo que la historia ha olvidado y relegado al limbo.
Hay que recordar que la violencia de la historia es su propio para sí, la asunción salvaje del tiempo que avasalla (tiempo del triunfo y la victoria; tiempo de la humillación y del olvido). La poesía (el poema), revierte aquella esencia articulándose como autocomprensión de la violencia en tanto quiebre del continuum. Aquel quiebre es sagrado.

                                                       V
La escritura se convierte en absoluto cuando no se acepta comprender la contradicción que significa lo metafísico. La escritura como lo inmanente, lo material, lo histórico, ¿qué puede deberle a la instancia invisible que solicita para sí el valor de creencia? La escritura no cree, la escritura posee la certeza de sí misma aún en los extravíos y dispersiones más diversos. El problema de la escritura como absoluto es su descreimiento, su odio a considerarse efímera y perecible, circunscrita a su propia naturaleza.

    VI
Si la forma es la reconciliación del sufrimiento con la vida, aquello puede ser sólo en cuanto forma bella. Y si ésta debe arrancar desde el estímulo de nuestras sensaciones hasta llegar al límite de tolerar lo sublime, entonces la música es la forma suprema, es decir, la síntesis más aceptable de configurar el sufrimiento como objetividad.
El mayor sufrimiento es la muerte del ser humano.
La mayor forma musical es entonces La Pasión Según San Mateo de J.S. Bach, donde la muerte de Cristo es el límite de la forma bella en camino hacia lo sublime, entendiendo esto último como necesidad metafísica que desborda cualquier comprensión, en otras palabras, como abismante conciencia de la muerte de Dios en la cruz.

                                         VII
Para los viejos moralistas (Séneca, Montaigne, Schopenhauer) la filosofía “sirve” para un “buen morir”: aceptación de la finitud y serenidad ante la abismante desesperación de ignorar lo que acontece después de la muerte.
La poesía, para los viejos poetas, pareciera ser que sirve para un “buen vivir”. Tal vez para transformar ese vivir. O como recordaba la amiga de Rilke, la princesa Marie Thurn und Taxis von Hohenlohe: para traer a un presente a punto de perecer, el sabor, el olor y el tacto de unas uvas perdidas en la inmensidad de la infancia.


                                         VIII
Ni llamados a lo extraordinario, ni a la fascinación, sólo oyentes de esa puerta abierta que se vuelve siempre difícil de abrir y que llamamos poema. Ejercicio de soledad, es también y misteriosamente, sólo posibilidad de ser en cuanto se transmuta en otro. Transubstanciación. El poema no lo es si no se lee.

                                          IX
La relación con el lenguaje no puede ser la de un escéptico que suspende todo juicio para adquirir una altura de miras. Para nada: el encuentro con el lenguaje siempre es problemático, desesperado y sorpresivo, lleno de tensiones, en una palabra, es un encuentro agónico tal como Unamuno quería que entendiésemos su relación con el cristianismo.

                                           X
Las palabras son el límite de la experiencia, de mi experiencia. ¿Es el poema entonces una ruptura o un mero gesto tautológico?


                                             Villa Alemana-Valparaíso  2000-2005






1 comentario:

  1. Me recordo a una de las lecturas que me mantiene bastante entretenido por estos días, que es ese vasto ejercicio iniciado por Canetti, en ese acopio increible de apuntes nacidos del agobio que significo la preparación de Masa y Poder...

    me parece que siempre existira en apuntes o aforismos, por lo menos de este calibre, la insinuación de un programa o coherencia mayor, inherente quizás a la libertad e independencia que otorga,en particular, esta forma de escritura y que en mi opinión lo hace sumamente interesante.


    Un abrazo Ismael, un gusto pasar por estos lares


    ignacio rojas

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