En algún momento del verano de 2006, junto con el poeta Gonzalo Gálvez, nuestro amigo David Letelier y el diseñador Jaime Elgueta, decidimos dar vida a un proyecto del que no sabíamos su destino ulterior: Antítesis. La idea era sacar una revista que tuviese como tema central la poesía: su comentario, su creación, su discusión, su traducción, etc. En Valparaíso no han sido pocas las iniciativas como ésa, pero que superen el 2° número...eso ya es tema para un relato épico. El asunto es que Antítesis sobrevivió hasta 2009 en 5 números y en la edición de 6 pequeños libros - Cuadernos de poesía- amén de auspiciar lecturas -como las de Oscar Hahn, Waldo Rojas, Ennio Moltedo y otros- , presentaciones de libros y actividades análogas. Pasado el tiempo, no niego las ganas de volver a trabajar o reflotar aquel proyecto que intentó ser convergente: desde Valparaíso hacia el mundo y no al revés. Quizás intentábamos buscar un arraigo más imaginario para nuestras obsesiones que dar cuenta de la gris realidad cotidiana de un puerto a mal traer, ícono para turistas y santiaguinos afanosos de experiencias exóticas. Soy de los que creen que la calidad del material recogido (entrevistas, reseñas, artículos, poemas inéditos, traducciones, etc), del formato diseñado, la colaboración de un puñado de escritores y poetas conocidos y desconocidos, pero entusiastas y sin pedir nada a cambio y el tesón y porfía de Gonzalo Gálvez para lograr una revista de excelencia visual y de iguales contenidos, convirtieron a Antítesis, sin duda, en un punto de referencia para la poesía de Valparaíso y, por qué no decirlo, para la poesía nacional. Sobre eso habría que escribir largo y tendido, tomando al tiempo como única medida de valoración. Por ello, tal vez hay que esperar qué sucede. Quizás hasta existe la posibilidad que Antítesis renazca en el instante menos esperado. Por el momento deseo subir acá, la entrevista que Claudio Gaete le hizo a Ennio Moltedo, como asimismo algunos poemas de éste último, seleccionados por Gonzalo Gálvez en el primer número de la revista del otoño de 2006.
Entrevista con Ennio Moltedo
por Claudio Gaete
A fines de enero de 2006 y en el marco de la Feria del Libro de Viña del Mar se ha presentado el libro Obra Poética (Ediciones del Chivato) de Ennio Moltedo, edición que compendia la totalidad de la poesía publicada por el autor a lo largo de poco más de cuatro décadas. Se trata de sus libros Cuidadores (Editorial Universitaria, Santiago, 1959), Nunca (Editorial Universitaria, Santiago, 1962), Concreto Azul (Editorial Universitaria, Santiago, 1967), Mi Tiempo (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 1980), Playa de Invierno (Editorial Meridiana, Valparaíso, 1985), Día a Día (Editorial Vertiente, Valparaíso, 1990) y La Noche (Ediciones Altazor, Viña del Mar, 1999), a los cuales cabría agregar, por una parte, los textos que aparecieron por primera vez en aquella antología que en 1994 Ediciones Universitarias de Valparaíso realizara de su obra bajo el título Regreso al Mar, que en esta última edición han sido incorporados por el autor al libro Día a Día; y por otra, los poemas Valparaíso y Viña del Mar que habían sido publicados en una separata titulada Las Cuatro Estaciones y que actualmente conforman el epílogo de Obra Poética. En ésta la escritura de Moltedo adquiere su forma definitiva de prosa, al menos en su sentido más aparente: cuadrados de palabras dibujados sobre la página, asunto que había quedado pendiente incluso hasta su quinto libro. El lector podrá encontrarse ahora con eso que Ennio denomina su prosa esquinuda, resultado tanto de su rechazo a la ondulación amable del verso como del deseo por él mismo expresado de convertirse en un autor parcialmente cubista. «La lectura del diario durante el invierno —aclara— incidió fuertemente en mi opción por la prosa, de hecho yo leía muy mal el verso, lo leía precisamente como si estuviera leyendo el diario. Ése es el desplazamiento: mis poemas siempre buscan contar una historia.» Tras años de obligada abstinencia, Ennio Moltedo enciende un cigarro para celebrar la aparición de éste, su más reciente libro, —aunque de seguro no el último— y desde el escritorio que ocupa como asesor literario de la editorial de la Universidad de Valparaíso responde este pequeño cuestionario.
Ahora que su poesía cuenta con una edición que la recopila a cabalidad, ¿cómo se siente en relación a este recorrido, cómo lo lee?
Mis libros individuales se encontraban agotados, no por razones comerciales sino debido a que la poesía es un bien gratuito. Cada título, además, tuvo realidades editoriales distintas. Algunos sufrieron las peripecias propias del arte de la impresión en un país subdesarrollado. Aun así mi vida ha girado en torno al libro. Durante treinta años he trabajado en editoriales y el combate entre representación y contenido es continuo. Este volumen de poesía completa tiene el mérito de fundir el total de mi producción poética —siete títulos— y los presenta diagramados conforme a mi opción inicial, esto es, como poemas en prosa y no escandidos en verso tradicional. Esto último sucede por la idea generalizada de que el poema sólo puede ser visualizado en el corte de los versos; además, porque antes de la incorporación del ordenador, el sistema en uso era la máquina IBM Composer, ideal para este efecto, pero para un texto en prosa significaba doble trabajo de digitación y el respectivo recargo de costos, etc.
Así, la presente obra ofrece una visión homogénea en prosa y traduce fielmente el deseo de que la poesía aparezca libre de créditos o de las atracciones históricas otorgadas por el metro, rima, cortes o efectos caligráficos. Pienso que la prosa, ajena a estos recursos, exige más y que la poesía puede vivir en ella con total independencia. Por lo demás la poesía de verdad prevalece en lugares insólitos.
Poesía completa es eso: una vida —400 páginas— entre las manos. A causa de no haber sido presentada por mí al Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, sino por los poetas Claudio Gaete y Guillermo Rivera, su publicación me resulta un signo de gracia sorprendente. Esta respuesta ha sido quizás demasiado extensa para atender cabalmente la pregunta formulada; porque la evaluación personal de mi trayectoria y recorrido es tal que me parece que recién empieza.
Aun cuando desde un comienzo su poesía estuvo atravesada por la presencia del duelo, da la impresión que sus tres primeros libros (Cuidadores, Nunca y Concreto azul) privilegian también los espacios de la fábula, la familia, la provincia y las crónicas maravillosas con elementos urbanos, para no hablar del mar que seguirá estando muy a la vista hasta su último libro, La noche. Esos tres libros fueron escritos antes de la dictadura, por los mismos años en que otros autores de la llamada generación del 50 publicaban sus primeras obras, ¿cuál ha sido su relación con este grupo de escritores coetáneos y cómo recuerda la escena literaria chilena previa al 73?
Los espacios de la fábula, el mar y las crónicas urbanas, etc., son mis primeros y siguientes entornos y lugares de donde me nutro. Contemporáneos de aquel tiempo, generación del 50, son los poetas Jorge Teillier, Luis Vulliamy, Leonel O’kingston, Rolando Cárdenas, Braulio Arenas y los novelistas José Donoso, Enrique Lafourcade, J. Agustín Palazuelos, Armando Cassigoli, etc. Mi relación con ellos fue siempre más libresca que de trato personal. Mi cercanía mayor fue tal vez con Teillier. Por lo general he permanecido retirado para privilegiar el conocimiento de la obra sobre los afectos personales. Son planos distintos y somos seres fugaces mientras las páginas persisten creadoras. Ahora, en un plano general o menor, a la literatura nuestra le ha faltado fuerza, compromiso, novedad, dirección, todo aquello que rompe la costumbre o que vemos por primera vez. Conocemos las excepciones.Ése, antes del 73, fue el mejor tiempo para la vida y la convivencia literaria en Chile, tanto en extensión cultural como en el sentido de libertad de expresión, apoyo editorial y a las artes y un prestigio inigualado del trabajo intelectual. Todo ello bajo la égida de una Universidad de Chile rectora sobre el tema y cuya principal tarea era la difusión de los creadores nacionales. Los dramaturgos Sartre, Camus, T. Williams, A. Miller, Ionesco estrenaban entonces sus obras en el extranjero y a los pocos meses se daban también aquí. Esto gracias a los prestigios de los teatros de Ensayo y Experimental de nuestras universidades. Imposible comparar. El mundo salía de una guerra y la expansión de ideales —fin del colonialismo— transformaba costumbres, fronteras, países. Sería interminable analizar cómo los intereses subalternos lograron —desde entonces acá— sojuzgar aquel espíritu y reimponer el dominio económico y político. Un pequeño ejemplo o paradoja: nuestro país, donde la derecha se encuentra en la oposición y también en el gobierno. Comentarios y reseñas literarias han desaparecido hoy de diarios y revistas y libros y páginas irán a parar a catacumbas o seguirán rumbo hacia las cavernas del mar muerto en espera de resurrección. Con suerte. La prensa de hoy habla acerca de la televisión. Y ésta se refleja a sí misma y se ofrece al país en forma grosera. Una y otra suponen que allí reside la libertad.
Marcelo Mellado, el escritor de San Antonio, señaló en una entrevista reciente que: «Quizás el escenario más cómodo sea ese en que la provincia no existe o, al menos, no funciona como una categoría secundarizada. Yo me las juego por el descentramiento pero lo habitual es reproducir, paródicamente, el estilo metropolitano. Esto lo hacen los poderes fácticos locales que no sólo no creen en lo suyo propio, sino que representan intereses metropolitanos que ni siquiera los metropolitanos promueven». A pesar de la legítima sospecha de Mellado ante el invento turístico-cultural del Valparaíso concertacionista, me gustaría poner en diálogo estas afirmaciones con su propia obra, Ennio, su relación con Valparaíso y Viña del Mar, y con el hacer poesía desde la provincia, especialmente considerando que usted sólo ha salido en contadas ocasiones de aquí, del Valle de Quintil.
La capital del reino —una fantasía legal— no me interesa. No la frecuento. Resido junto al mar por necesidad visual y genética. El puro recurso turístico y cultural de Valparaíso es eso: un invento de los «emprendedores» que buscan cómo responder al fracaso del modelo económico en la zona. Como nunca he creído en los «dineros» de la cultura, menos de la poesía, estoy a salvo y realizo aquí mi obra con la certeza que no hay lugar mejor que esta ciudad elevada frente al mar. El mundo entero se aparece por esta vía azul y desde el horizonte siempre nos llegó la última noticia y los extraños presentes que fabrica el mal tiempo. La línea azul renueva sus formas cada día mientras la noche nacional cubre de polvo tierra adentro.
¿Cuáles diría que han sido sus lecturas más decisivas a lo largo de estos cerca de cuarenta años de escritura? Me refiero indistintamente a autores chilenos como extranjeros, alguna vez ha hablado usted sobre sus lecturas de poesía italiana, por ejemplo.
Mis lecturas decisivas son extensas. Algunos miles. No se puede escribir sin autorización. La orden impartida es hacer algo distinto y tan alto como aquello. De no ser así es mejor guardar silencio y seguir leyendo. Día y noche.
Los extranjeros que llamaron mi atención fueron inicialmente folletinistas de aventuras y viajes. Ésta es una carrera de relevos. Un autor recomienda a otro o lo cita y así vas trepando de Salgari a Conrad y Baroja y giras con Bradbury y no hay forma de regresar a la tierra.
Durante la posguerra la avalancha de ediciones: Sartre, Camus, Kafka, Beckett, Dos Passos, Pavese, Montale, S. John Perse, H. Michaux, Max Jacob, Mallarmé, O’neil, H. Miller, Kavafis, Moravia, Pedro Salinas, Alberti, Lorca, Ortega (toda la generación del 98), etc. Y los nacionales M. Rojas, González Vera, Agustín Palazuelos, Marta Brunet, José Donoso, J. E. Bello, E. Bunster, Neruda, Huidobro, Parra, De Rokha, Carlos León, Salvador Reyes, etc. Luego los clásicos latinos en general. Sí, voy a agregar el Informe Rettig.
En sus siete libros publicados la prosa ha sido una de las características más sobresalientes. En más de una ocasión, de hecho, usted ha hablado de su gusto por ciertos novelistas —Kafka, Musil, entre otros— y, en contraposición, de su hastío ante el culto al verso como retórica lírica. ¿Podría contarnos un poco más?
A este asunto de la versificación puedo sumar —después de lo dicho— el daño permanente causado por la memorización de poemas amables, domésticos, costumbristas, graciosos, al extremo que la marcada cadencia se ha hecho parte del ritmo biológico y mental del ser. A esta limitación creativa cualquier lector la llama «poesía». Es decir, la canción de cuna, repetida, el lingote del lugar común, emociones básicas hasta el lugar del sacrificio. Una vez más se cumple el vaticinio del éxito fácil en un país que ya no puede sanarse de dogmas y tatuajes. El producto luce pasado de su punto y así es preferido: «Qué linda en la rama la fruta se ve, si lanzo una piedra tendrá que caer...». Huidobro alcanza efecto contrario cuando, de golpe, destruye aquello y propone otra realidad: «Los cuatro punto cardinales son tres: Norte y Sur». Ondulaciones y rizos y pasar de medias palabras a una expresión más rotunda y vital.
A partir de Mi tiempo, sus cuatro últimos libros están marcados por la noche de la historia chilena. En su último libro usted escribió «Los muertos no volverán. El espíritu no será devuelto.» Me conmueve mucho este pesimismo y su desconfianza ante el Chile de los últimos 17 años, los de la transición o posdictadura. Sin duda una actitud harto más distante en comparación con la pasmosa buena conciencia de la concertación y de aquellos artistas que quisieran perdonarle todo con tal de profitar alguna parcela de poder...
No debe haber perdón para nadie que haya atentado contra los derechos humanos. El tiempo es uno e indivisible. No se pueden parcelar o amnistiar culpas, conveniencia política o compromisos personales. Si no aceptamos esta condición se reconoce la repetición de los mismos hechos. Los pocos condenados ya gozan de reclusión y trato preferencial. Muchos chilenos de la tercera categoría desearían encontrarse en su lugar. Es cierto que mis últimos libros examinan, con diferente énfasis, la historia última del país. Es cierto también que he procurado lo más difícil: hacerlo desde la tensión poética. Si la poesía no cumple con su verdad se niega a sí misma. Escritores, artistas, intelectuales son conciencia presente y futura —no regresiva— y, por lo mismo, pueden participar políticamente de los partidos de la concertación; pero no a cualquier precio. La tarjeta de crédito global no es parte de nuestro mundo. Despreciamos el oportunismo de unos y otros por mucho que estemos obligados a soportar su presencia. La naturaleza del político profesional lo obliga a ser un histrión, un divo, por mucho que disimule su debilidad por la figuración y la escena pública. En nuestro tiempo se ha vuelto un ser desconfiado ante la obra y la acción del artista. Y éste, sin verdad y sin libertad de expresión, sólo puede rebelarse y denunciar a quien lo coarta. El tiempo nos juzgará. Siempre ha sido así.
¿Y cómo ve el escenario histórico para la poesía en el Chile del siglo XXI?
La poesía chilena ha sido lejos el producto de exportación más noble que ha producido el país. Qué daría Inglaterra por tener otro Shakespeare: un imperio. Pero carece de ambos. Nosotros qué daríamos por tener otro Neruda: el cobre. Pero no alcanza. De manera que el escenario histórico, a pesar de esta ausencia, se vislumbra promisorio como de costumbre. Esta puede ser la única energía inagotable que posee el país. Pero a quién le importa.
Sería interesante saber en qué aspectos han cambiado más decisivamente Viña del Mar y Valparaíso durante los últimos cuarenta años.
Estas ciudades han cambiado notablemente. A pesar de ser vecinas, Valparaíso, no obstante estar desmoronándose, espiritualmente se encuentra intacto y sólo necesita de algunos recursos económicos para recuperar su patrimonio y cuerpo urbano. Viña del Mar, en cambio, ha crecido en concreto y altura y como no puede demoler nada sigue construyendo. El balneario plácido y bello ha desaparecido definitivamente.
¿A qué tradición dentro de la poesía chilena se siente afín y cuáles, en cambio, son los discursos respecto de los que prefiere tomar distancia?
No me preocupa seguir con atención alguna línea poética tradicional, pero sí me ha parecido siempre activo y positivo el movimiento surrealista —Omar Cáceres, Rosamel del Valle, Humberto Díaz Casanueva, Braulio Arenas, entre otros—. Y en cambio tomo distancia de todo lo que represente a esa retórica poética de la que hablé más arriba.
En cuanto a su labor como editor, ¿cuál es su impresión de la situación editorial en la V Región y, en general, en las provincias?
Sin duda, son las editoriales universitarias de la región las que realizan la mayor producción. Particulares, con excepción de Altazor, prácticamente no existen. Esto se repite en provincias y de ello se desprende la necesidad de volver a contar con una editorial estatal. O devolver a la Universidad de Chile su tuición y difusión cultural y, específicamente, literaria, tal como lo ejercía en el pasado. El mercado, en esto, es mal consejero, atenta contra valores espirituales fundamentales.
Valparaíso, junio de 2006.
.- Antología del mar:
Selección de poemas de Ennio Moltedo
por Gonzalo Gálvez E
Antología del mar y quizás también del horizonte. Es precisamente frente al mar donde Ennio Moltedo ha vivido anclado desde 1931, meneando su poesía al ritmo de olas, contemplando y vigilando; y es en ese aparente final del azul - el horizonte - donde ha cultivado una escritura de ardiente paciencia: horizonte como línea divisoria entre lo conocido a este lado del mar y lo desconocido al otro lado del mismo; y escritura como palabra vacilante en ese límite. Por eso el oleaje del mar es presencia en la obra de Moltedo, y por eso aquí, siendo fieles a esa vocación azul, compartimos, a modo de falible antología, una selección de poemas. Damos cuenta de ese espíritu marino que se extiende desde Cuidadores (1959) hasta La noche (1999), pero que es siempre capaz de articularse como palabra poética, palabra donde caben a un mismo tiempo la esperanza y el dolor. Así, siendo el mismo mar colocado frente al poeta, éste lo verbaliza de modo distinto a medida que otros son los tiempos y las circunstancias. Ya hacia los últimos libros, haciéndose cargo, claro está, de su responsabilidad ética y poética ante lo que Chile padecía, el mar de Moltedo empieza a insinuarnos otra cosa. En La noche hay un mar que tan tranquilo no nos baña, porque es un torbellino de dolores que, nuevamente desde la orilla, lo hace ver muy distinto. Descontado el mar, la tierra siempre la misma.
Pérdida
(De Cuidadores, 1959)
Yo, que en estos momentos puedo inconmensurablemente todo, escojo pero no acierto entre veinte nombres. Más fácil hubiera sido consultar su destino o dejarle clavada una señal indicadora.
Fueron la ascendencia especial de su piel azul y su cabellera recogida en Europa, lo que me hizo meditar lo necesario para permitir su desaparecimiento. Decepcionado después de un cambio de luna entero, no encuentro cómo llamarla. He buscado entre almohadas y coronas, he dormido en su cama, pero todo resulta una canción escolar o un pájaro de domingo.
Plaza
(De Nunca, 1962)
He llegado a la plaza que carece de pintura y he sido ayudado por el sendero que quiso variar en mi pecho. No reía nadie en las orillas y en el lago las jóvenes tatuadas embarcaban su sangre en las hojas. Elevados, los instrumentos dirigían la numeración furiosa de las hélices; venas dilatadas expedían cabezas que quedaban encendidas en la tienda del crepúsculo.
La cascada avisaba los cambios aéreos, los meses de cada nube; si eran, de pronto, abiertas sin cuidado; si la distancia podía deshojarse sin peligro; si la mano, aunque marina, penetraba sin oxígeno; si la proa no era solitaria como su nombre decía: llamadores para ser descifrados en el fondo que guardan nada más que los peces: hasta la lluvia que siempre se queda y donde se exponen, separadas, las escamas.
Sí, amada sobre la mano, cuando me pregunten contestaré que allí el color ya no tiene recados, que derrotaron al prócer y, para alejarlos definitivamente, que nadie lee para ver si se acerca el mar.
Límite
(De Concreto azul, 1967)
He aquí un simple tubo rojo o la baranda junto al mar. A tus espaldas el camino suave, limpio por la brisa de los vehículos; más atrás el sendero, la cortina de los árboles oscuros, la última guardia de flores, quizás la vida.
He aquí el límite. A tu frente el desorden, la libertad del viento, la línea azul – que aún no es línea -, el agua que trepa y salpica cada vez en forma diferente. Se puede pasar tardes contemplando el escurrir siempre distinto de la espuma por las rocas.
Frente a ti, el mar.
Me han robado
(De Mi tiempo, 1980)
Me han robado, me están dejando nada más que la cáscara. Ése es el problema. Me cambiaron los azules y todo el orden de las olas. No he vuelto a caminar con el mismo paso. Yo mismo no me reconozco en los espejos. Y hay música hasta el fondo de los tarros.
Cambian las formas y te extrañas del movimiento de tus dedos, de los viajes de tu cuerpo. Ya no escuchas. Las orejas son estructuras sin sentido. Los ojos van detrás de telas, carteles, objetos pintados y te detienes a descifrarlos y ella, ella se renueva a cada instante y la ves sacar la lengua entre los puntos de la gran fotografía.
Adiós
(De Playa de invierno, 1985)
Me dibujo, me numero, escojo un nombre lejano y cambio de identidad. Debe hacerse así: qué bella postal con faro y gaviotas suspendidas – baten en distintas direcciones -, y tu nuevo perfil a lápiz y sin arrugas, y el viento y las nubes caminando hacia atrás.
Ahora nadie te reconoce ni te espera; avanzas lento, corriendo o volado, giras la esquina, inclinas un dedo y te vas, y todo permanece aquí sin variación.
A pesar
(De Día a día, 1990)
A pesar de diversas oportunidades y consejos, reconozco no haber ejercido otra actividad que esta pura contemplación aérea, de la que son testigos los vecinos del pueblo. He permanecido siempre aquí, junto al mar, sin dejar de vigilar por un momento los cambios del cielo, el paso de las nubes, las formaciones de distintos pájaros – envergaduras, velocidades, conductas -, siguiendo las figuras del viento entre las plumas de las palmas y deletreando los giros solitarios de la veleta del cerro Castillo, hasta el día de su vuelo infinito*.
*”El haber nacido junto al mar me gusta; me ha parecido siempre como un augurio de libertad y de cambio”, Pío Baroja.
12
(De La noche, 1999)
Me han enviado al fondo del mar. Sin oxígeno, por supuesto. En traje de calle y con sobre azul en mano.
95
(De La noche, 1999)
Vista al mar. Al ocaso. Afortunadamente desierto. Acá giros y saludos. Manos en alto.
Contestación inmediata. De resorte. Gatillo. Otro saludo y nuevo movimiento fuera de las olas para quedar de espaldas y avanzar una, dos, tres, tantas paladas, hasta besar el muelle y de allí, de pronto, una orden y esta vez perdemos por no presentación del enemigo – enemigo eterno e inventado al uso -, mientras el sol baja sin resistencia y se baña, como si nada, en el mar.
Gracias por este valioso material. Indudablemente con el tiempo uno se va haciendo Moltediano.
ResponderEliminarMira qué cosas, en este minuto he iniciado una campaña para el premio nacional de literatura para Ennio. Se muy bien que David me apoyará en esto. Un abrazo para Ismael y para David. Vamos por este gran representante de la orilla.
ResponderEliminarGracias por compartir estos textos. Caí acá buscando trabajos de Ennio Moltedo en Memoriachilena. No hay nada. Lamentable. Gracias a Ennio por sus palabras en estas horas especiales.
ResponderEliminarMuy buen material, un grande Ennio!
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