Nuevamente abordamos a poetas de Valparaíso, pero ¿es posible decir eso de Cristian Cruz y Felipe Hernández? . En ellos, Valparaíso es una palabra, no necesariamente un arraigo: en Cruz eso tendría que ser el Valle del Aconcagua, en el caso de Hernández, algún rincón de España o de Tánger o alguna zona subsahariana, frente a las Islas Canarias...tal vez. Creo que estos poetas representan el sentido pleno de lo que es la palabra Valparaíso como metáfora: salida y entrada de significaciones diversas, un verdadero puerto de sentidos que no se arriman a una estadía total, sino que dan rienda suelta a un vagabundeo imaginativo y vital. En Cruz, hallamos un trabajo de memoria y representación de seres, lugares y presencias teñidas de infancia y dibujadas en el claroscuro de la temporalidad. En Hernández, el devenir, el camino que se va haciendo en diversas geografías que asombran y construyen esa arquitectura interior que a veces llamamos experiencia. Acá te dejo con ellos benévolo lector. Lee y verás.
Cristián Cruz (Putaendo, 1973) Poeta y cronista, profesor de Castellano. Ha obtenido la Beca del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda (1998) y la Beca de Creación Literaria que otorga el Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2003). Obtuvo mención honrosa en el Concurso Jorge Teillier Ciudad de Lautaro (1998) y el Premio Alerce de la Sociedad de Escritores de Chile (2003). Ha publicado los libros de poemas Pequeño país, 2000; Fervor del regreso, 1° ed, 2002 y 2° ed, 2004; La fábula y el tedio, 1° ed, 2003 y 2° ed 2004. Como cronista ha publicado Papeles en el claroscuro, Ed Gobierno Regional de Valparaíso, Valparaíso, 2003; libro que reúne sus colaboraciones escritas para el diario El valle de San Felipe.
Palabras en Sordina
La poesía merece ser un espacio habitual para las personas, pero difícilmente lo es, no tanto por lo complejo de su arte, sino porque todos somos un poco culpables.
Al igual que René-Guy Cadou o R. S. Thomas, paso los días en una aldea de quinientos habitantes como maestro rural (aunque Thomas fue cura).
Considero la tradición poética chilena como una suerte, un hada. Desde ahí he podido escribir como me place. Mi acercamiento temprano a ella fue creando la filiación entre mis más profundas costumbres y los más profundos discursos que dicha tradición transmite. He tratado de escribir esa comunión.
Un poema debe y se debe así mismo, un instante de sensibilidad, cualquiera entre nosotros podrá escribir (construir) un poema, la técnica es mejorable, no sé si la sensibilidad también lo es.
Se huele en lo citadino, sin hacer una apología a lo que fue Esenin llegado desde Riazán a Leningrado, una desesperada carrera en lo poético, agónica para muchos. Como si la poesía adquiriera súbitamente el carácter de moda entre los más jóvenes y al final una modorra lectora, salvo contadas excepciones. Veo en los márgenes, porque en ellos habito, una soledad necesaria, una soledad para visitar la biblioteca pública, una soledad para escribir por ejemplo estas palabras.
San Felipe, 2006
De Pequeño país, Ed Casa de Barro, Santiago de Chile, 2000
Abuela materna
Tu abuela materna
te acuesta en las hojas de choclo
te cubre de abrigos del pasado,
mientras el canal hace cantar los bambúes.
Tu abuela materna
es morena
se decanta su voz de vieja
cuando le da cuerda al reloj que canta en la noche.
Tu abuela materna
riega el piso de tierra
con un chal de tres puntas.
Ella va a buscar leña
y sólo desea ser un árbol
que el viento no tumbe.
Tu abuela materna
usa vestidos negros
y va con una vela encendida a la misa del gallo,
ella sabe que su vida
es un chaleco en invierno al cual nosotros nos aferramos
ella apaga la luz
y piensa en su marido muerto hace veinte años.
Ella sabe que algún día
no va a encender el fuego en la mañana.
Y un brujo te dirá
Lo nuestro es un recreo
que no suena más allá de su campana
un pan preparado por la amada
que se comparte bajo los breves soles de invierno.
Y te matará diciendo:
Lo único heredado que podemos tomar
es el pedazo de cielo en la ventana
De Fervor del regreso, Ed del Temple, Santiago de Chile, 2002
El niño y las confesiones
El niño trae el libro de Esenin en las manos
él no sabe que se quitó la vida en un hotel, a los treinta,
luego lo tira al suelo
y de sus pies nacen los ríos de Riazan
los abedules y las canciones borrachas.
Después lo recoge y lo deja en la mesa, junto a las migas de pan
él no sabe que esto se ha escrito con sangre
y me estira sus brazos
como una ciega los estira bajo el alero
para alcanzar la nieve que en Rusia cae para todos.
Por último se queda dormido con las confesiones en el pecho
soñándose, en un viejo tílburi camino a casa.
Las puertas de la miseria
De nada ha servido el nombre verdadero
ante las puertas de la miseria,
ambas se abrirán como dos brazos
como dos ramas ardiendo penosamente en el bosque.
A una sombra podrida
el perro le sigue y le olfatea como reconociéndome.
Ante las puertas de la miseria
volverán todas las devastaciones y las palabras
serán un trozo de cielo que baja a iluminar nuestra pobre geografía.
Palabras para dormirse en los árboles
que traen una carta de los árboles
para alguien que espera frente a sus puertas.
Algunas cosas
Pude alcanzar
el ruido de alguien en la cocina,
un pájaro, una cesta entrando en el huerto.
Aunque el tedio de la verdad
nos visite como un familiar desconocido
para que volvamos a las cosas mismas,
yo me seguiré mintiendo
frente a la cocina, un pájaro, una cesta fresca.
De La fábula y el tedio EDEBÉ 1° edición, Stgo de Chile, 2003, El Brazo de Cervantes, 2° edición, Stgo de Chile, 2004
El armado Enrique
En una carreta debe ir Enrique Volpe
seguro con su revólver
para enfrentarse a forasteros con alientos a pólvora.
Ahora todos los bandoleros de las estancias celestes
deben contarle historias sangrientas
o lo han hecho otro más
y se dirigen con su banda a quemar el infierno,
todos los chocos y trabucos de antaño
se dispararon esa mañana,
dinos, dónde quedó el botín
a dónde se fueron los ecos de balas en la noche.
Las cosas vienen sin detenerse
Qué importa que pasen las estaciones
las ramillas de la muerte por nuestra cara,
aún al tallo torcido
le nacen como por mandato sus brotes
y tras la puerta
permanece un cántaro enjundioso doblando sus campanas.
Aún marchito el corazón te aman las madreselvas
“en la pequeña casa de la pequeña mujer”
a la hora que se fuga la memoria.
Mis pupilas no alcanzan a llegar hasta ti
morada de las montañas azules,
siempre miran a los oscuros embarcaderos del poema.
Felipe Hernández (Valparaíso, 1973). Ha publicado Reflejos del aire (1995); La espada de la razón (1998) y Návatar (2001) libro con el que obtiene el XXXI Premio Ciudad de Alcalá en Alcalá de Henares, España en 2000 y reelaboración de los títulos anteriores. Radicado actualmente entre Madrid y Tánger.
A manera de poética
Cuando el último habitante descubra el polvo tras su paso
las estaciones sequen sus ojos, destiñan el cotelé de las piernas
seguiremos escuchando a la lluvia recorrer la pálida memoria,
aún quedarán rastros del banquete
de algunos versos escritos demasiado tarde.
(de Návatar)
De Návatar, Ed Fundación Colegio del Rey, Alcalá de Henares, España, 2001
1 NO SE PERMITE CONDUCTA DESCORTÉS. INFRACTORES SERÁN
PERSEGUIDOS HASTA EL EXTREMO DE LA LEY.
2 Se encerró a cumplir el encargo. El diseño no era su fuerte pero le hacía empeño.
Crear una nueva tipografía; de la A a la Z hay un universo.
Estaba ansioso: había de por medio buen dinero.
Siempre fue proclive al relajo, la vida licenciosa lo tenía por el cuello. Sentía
debilidad por la miel y el té a la menta, mejor ni hablar de la vitamina C y las
galletas. La exageración lo perdió.
No salió de casa durante meses. Lo encontraron tieso en su mesa; estiró la pata a eso de las cuatro. La autopsia no arrojó nada nuevo. La opinión pública dijo oooh!
Sobre su mesa hallaron medio gramo de naranja y el bosquejo de la letra A.
3 (WARNING: DRINKING ALCOHOLIC BEVERAGES DURING
PREGNANCY CAN CAUSE BIRTH DEFECTS).
4 DIXLEXIA
Cuando niño no fue un gran problema el ser dixléxico
sólo cuidarme de lacear a la baca y no a la kaka.
La cuestión se puso seria en la adolescencia
para no confundir el bien del mal, a los verdaderos amigos.
En adelante el desorden me tomó por las patas,
no quedó en v o b porque eso era cosa de vuena zuerte:
si bien el amor era una lotería
lo más difícil fue diferenciar el futuro del pasado
mi lugar de origen.
5 Caí ahí por azar o mala suerte. Alguna vez viví en ese barrio y me dije que más
valía diablo conocido…”Los culpables vuelven al lugar de los hechos”.
La isleña era bastante extraña, pero lo vine a descubrir cuando ya era tarde.
Rentaba otro cuarto un ojos rasgados; también pernoctaba allí el “socio” de la
chica.
La pesadilla comenzó la noche del viernes en que cumplía una semana de
inquilino. No eran más de las once cuando volví del cine; al meter la llave y esta
no calzar comenzó el tobogán…Me vi obligado a golpear.
--¡Quien es!—aulló la chica del otro lado.
--Adivina—mascullé impaciente.
Abriendo aparatosamente una tras otra las cerraduras y los candados me dejó
entrar, y apenas dado el primer paso me arrinconó contra la pared
preguntándome, sin rodeos, qué hice en el computador con que me vieron salir
por la tarde. Plop –Aló, aló?—No entendía nada, pero al ver que la maniática no
me preguntaba sino que derechamente me acusaba de haber robado el
computador del ojitos rasgados, le dije que llamara inmediatamente a la policía.
Así, fui caminando apenas hacia la sala. Allí estaba el oriental agarrándose la
cabeza a dos manos y el “socio” fumando un cigarro tras otro. Empecé a
sospechar por dónde iban las cosas.
Esperamos los cuatro sentados a la mesa a que llegara la policía, en los minutos
más largos de mi vida. (Esto sería como el tobogán en picada, cuando se siente el corazón en la garganta). De vez en cuando se levantaba uno y me insultaba; ya no oía.
Llegaron. Primer problema: no hablaba una palabra de su idioma. Ella parloteaba y parloteaba sin darme oportunidad de refutar y sin entender siquiera qué inventaba. Por supuesto el “socio” desapareció al entrar los hombres de azul.
Era una locura y nadie entendía nada: yo casi al llanto y la neurótica,
aprovechando el vuelo, se desató acusándome incluso de haberle prometido pagar la renta pintando el apartamento, exigiendo alguna indemnización. Pienso que por ver tal revuelo los “chicos buenos” se compadecieron y me dejaron ir.
Balances: Sin cama ni techo un sábado de invierno a las tres de la madrugada.
Ocho dólares en el bolsillo, sin mi pasaporte, con la mitad de mis ropas y el
principio de un poema que después llamaría Las Máscaras.
7 Su pecho es una nuez.
Su pecho son dos nueces.
Una gata, una artista, una profesional del amor
por ninguna razón da su nombre o siquiera un beso.
En los hoteles le dicen dama y la tratan como a una reina
no acepta propinas ni que le digan perra
no es la Miss Universo pero entre sus piernas tiene un preciado tesoro.
En el bar que esté de moda se le ve
tatareando su canción preferida
como una graciosa sombra
a la caza de algún entusiasta, de un cavaliere.
9 Hace un tiempo no podía decir palabra ni usar mi cuchillo.
A veces de la garganta sale un pescado y del pescado un poema.
Las plazas son un sitio perfecto para domar la paciencia
el único lujo que no me permito es perder el control…
Golpeé tantas puertas pidiendo trabajo o ser alojado
que mi mano ahora suena hueca
y llevo una colección de aplausos de comedia en el cuello,
di golpes exactos y brotó mercurio de mi mano blanda
desde entonces una cachetada ronda mi chaqueta de satén;
de mi melena nace un pan y allí se posan a comer los pajarracos
de mi rodilla nace una rodilla y de ella, otra.
Bufando en una pileta como un corcho
poseído por un metal extravagante
contagio bocanadas de valor
y algunos virus extras a los enfermos.
Hace un tiempo no podía usar palabra
y dormía al abrigo de las sombras en los cines.
14 Tu traducción me aventaja, al llevarme naturalmente a lugares que nunca
alcanzaré, por la honestidad con que me has querido leer.
En lo que va de nuestra correspondencia, toda duda o inquietud la he atendido
solícito, pero hoy me pones en una situación compleja al interrogar al poeta y no
al poema. No soy hombre dado a teorías o preceptos, ni mucho menos a
sistematizar mis suspicaces pasos en estos terrenos. He hecho andar cada una de
estas ingenierías, han sido criadas por la astucia para que ellas sean las
demandadas. No sé responder…Te pido me entiendas y no sospeches en mí
vanidad o pereza, sino todo lo contrario. Me es tan difícil trazar derroteros cuando
aún esta nave no toca puerto: mis ejercicios poéticos están en pie de guerra; pero
intentaré servirte hasta donde me sea posible y desharé una madeja llena de nudos
y trampas (por la boca muere el pez, ¡uf!), mas no esperes escuchar: ¡Redoble de
tambores, fanfarria: aquí, en pelota, el grado mayor, mi hijo pródigo!
El que escribe no soy yo, y ese que escribe no escribe sobre él ni sobre mí, sino
sobre todos, corriendo el riesgo de fracasar en una empresa sustentada por la
distancia: la epopeya por reclamar al hombre contra el nuevo hombre; el
engolfamiento, un duelo sin miramientos.
Soy un orfebre insaciable, dado a las sorpresas, aficionado a las señales equívocas, a tomar por el pescuezo al incauto que se asome en mis márgenes. Mis herramientas más asiduas son el insomnio y la tijera: destripo una y otra vez el mismo texto; cuando él, agotado, decide no hablarme más, firmamos tregua.
Recuperadas las fuerzas arremetemos sin darnos respiro, en un quirófano llevado
al más puro estilo de un salvaje dentista. De allí nace un arma de calibre preciso,
que es capaz de dar tanto la vida como la muerte. De igual modo fabrico una
transparente red desde lo esencial del lenguaje, como del concepto de un yo
cotidiano y su situación. Este proceso no lo he podido medir; no creo tanto en la
inspiración como en los golpes de suerte.
A veces leyendo mis poemas los siento distantes, como si hubiesen sido escritos
por otro puño, pero en algún ángulo me murmuran al oído, infundiéndome la
misma emoción con que fueron concebidos. Pueden ser realmente oscuros, es
cierto, pero si aguardas descubrirás en ellos la claridad de todo origen, la necesidad de recavar y tocar fondo: cuando les falta elasticidad, luz, se las doy exactas , pero cuando lo que requieren es mi terror, me rindo a él con todo mi exceso.
(Entonces, en el límite, encierro en la azotea la nota de un pájaro que me aturde, en la licuadora las voces que me apaciguan).
Siento inclinación por todo artista que me lleve por los caminos de siempre como si fuera la primera vez. Pero te confesaré que cada vez leo menos poesía y que evito la compañía de los poetas; que mi espíritu se siente a gusto entre gentes sencillas y de morales complejas, entre aquellos que apostaron con sus vidas saliendo independientemente en ello vencedores o derrotados.
No temo ser contradictorio: por sobre todo creo en el cambio; soy tan ficción
como mis versos, como esta carta. Ciertamente hay asuntos a los que jamás podré dar una respuesta satisfactoria, ni siquiera a mí, como el por qué sitúo a la realidad en una realidad incapaz de simulación, que ha perdido incluso el desencanto, donde el único desafío es el deseo. La poesía no salva; me lancé a un juego que ya estaba perdido, a una carrera que ya estaba cerrada. Que un segundo es eterno es tan cierto como que la eternidad no existe; la única salida honesta es el olvido.
¿Pero quién más que tú puede hablarme a mí de poesía, quien más que cada
uno de esos lectores a los que nunca conoceré, quién más que mis censores
incondicionales estarían deseosos de atenderte? Pregúntales a ellos, que tienen mis aparatos entre sus muelas, a ellos, que ahora son más poetas que yo: ya no me pertenecen.
De Bajo el sol de las cosas (conjunto inédito)
La frágil distancia
Hay un fondo pardo en la frágil distancia:
¿Es acaso el rostro de la indefinición ese animal herido que huye hacia un arbusto y se confunde entre las hojas secas y las que ya despuntan?
La distancia que separa una maravilla de la realidad es leve:
Una anémona se sacude entre espasmos que hacen visible su deteriorado estado mental. Con una gracia que secuestra los epítetos destinados a los graves discursos tambalea cuando se encamina desde el arbusto a la ladera. Allí escupe. Su tallo titubea. Se diría que lucha. Finalmente estalla conminando a un mundo que no la supo persuadir. El vértigo tiene preferencias. Cayó y rodó al foso del río.
Hay una manera delicada de superar esa distancia:
El arbusto se bambolea imperceptible primero pero el remezón se encarama como si un sismo le frotase los dedos de las raíces. Esta convulsión vence todo lo visto: pierde a puñados las hojas recién insinuadas y el timón de la calma. Lo arrebatan pérfidos sentimientos que lo acusan de un crimen chacal de su prolongación innecesaria y después de su supresión: no le incomoda tanto el acto con el que adelantara el plazo de un infeliz sino el haber acudido dócil al morbo de crear esa dependencia para luego dar la espalda al favor de su relación. Quiere acabar de una vez con el suplicio que lo lacera. Su astucia ahora es una perla opaca y hollada. El colmillo de su vanidad zigzaguea: ha segado su orgullo la vigilancia y desmedra en el sopor. Uf si la autofagia saciase la sed.
Un pardo difuso se revela y se levanta:
El foso está harto de desaires: el trasplante ha sido un parto plagado de desdicha. La piedra es el hoyo la dispersión natural de un movimiento cuando se expone a la errática dignidad de las leyes. La humildad ya no estorba: solícito se humilla. Planea una celada. Sus convicciones no aflojan. La pregunta es la piedra y la respuesta es la piedra.
La distancia ha roto su voto de neutralidad:
Hay modo de recuperar con celeridad el postrer respiro. Las confidencias del contubernio entre la flor y el follaje estuvieron satinadas por el delirio y la concupiscencia. Descansan una en el buen foso y la otra en la mata de su propio vientre.
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