Han pasado los años y la presencia de Lihn -su escritura, su reflexión, su lucidez- sigue marcando pauta para intentar asir o entender, la vorágine que nos envuelve. No para idolatrar su imagen y obra, creyendo hallar en ellas alguna respuesta aclaratoria que orientara nuestras disquisiciones críticas, sino más bien para percatarnos de su coraje ante el momento que le tocó vivir. En ese sentido, "La Musiquilla de las Pobres Esferas" es un libro capital, no tanto o en exclusiva para la bibliografía lihneana, sino para tratar de captar la posibilidad de la poesía como discurso en un contexto enrarecido y conflictivo. Ciertamente ya no vivimos en los años 70 y nos hallamos, aparentemente, lejos de las eventuales luchas ideológicas de aquel instante histórico. Pero esos poemas nos siguen diciendo cosas y, a mi modesto parecer, enseñándonos una postura irrenunciable en lo que significa el sentido de la poesía, sus fronteras y eventuales realizaciones. El sano y a veces despiadado escepticismo que trasunta sus versos, si se tolera, marca una pauta ética en el ejercicio poético a todas luces indesmentible. Vaya esta breve reseña del libro reeditado en 2008, como un saludo a esa actitud tan escasa en nuestro presente poético.
I
En la estela de los veinte años del fallecimiento de Enrique Lihn, las reediciones de Poesía de paso –Ediciones Universidad Diego Portales- y La musiquilla de las pobres esferas –Editorial Universitaria-, como asimismo la tan esperada y necesaria publicación de Textos sobre arte –Ediciones Universidad Diego Portales, recopilación, edición y anotaciones de Adriana Valdés y Ana María Risco- que reúne los ensayos, artículos y notas del poeta en torno y sobre artistas y artes visuales, muestran que el interés por la obra de este autor sigue incólume y persistente, a contrapelo de cualquier moda u orden del día en la a veces difusa escena poética nacional.
En esta ocasión estas líneas se aproximan a La musiquilla de las pobres esferas. Publicado originalmente en 1969, este volumen ha recibido desde su aparición, los comentarios lúcidos y celebratorios de lectores tan distintos como José Miguel Ibáñez, Waldo Rojas, Carmen Foxley y Pedro Lastra, por mencionar un puñado de nombres clave en la densa y variada bibliografía lihneana. Con los matices propios de grupo tan diverso, las opiniones convergen en considerar los poemas de La musuquilla..., magistrales en todo nivel: formal, temática y estilísticamente. Como nunca, Enrique Lihn da muestra en esta obra, de una constante profundización y variación de su propia escritura, convirtiendo en motivo central de la misma, las reflexiones que suscita la posibilidad de su realización. Poesía que se plantea acerca de la pertinencia de la poesía, autoconciencia escritural llevada a uno de sus límites más lúcidos y productivos.
Las declaraciones que abren el libro –tituladas A modo de prólogo y que en la edición original iban en la contraportada- son aclaratorias y orientan sin duda su recepción, pero en ningún caso se convierten en unilaterales “señas de ruta” que coarten la discrepancia de eventuales comentarios como lo indica en una temprana reseña de 1969 José Miguel Ibáñez. Entre otras cosas ahí se manifiesta lo siguiente: “(…) he terminado por hacer poesía contra la poesía; una poesía, como dijera Huidobro, escéptica de sí misma (…) El valor de las palabras y el cuidado por integrarlas en un conjunto significativo han sido lo suficientemente abandonados aquí como para constituirse –aquella devaluación y esta negligencia- en los signos de un desaliento más profundo (…) A falta de otra salida, creo que me he propuesto, una y otra vez, poner de relieve, por medio de las palabras –sin concederle a ninguna de ellas un privilegio especial- ese silencio que amenaza a todo discurso desde dentro”. Estas palabras marcan una pauta, un seguimiento detenido y virtuoso de la decrepitud, de lo que se denominaría el “desaliento” ante la imposibilidad de la poesía como discurso asible a lo real; crisis de la necesidad histórica a la que la poesía chilena -e hispanoamericana en general- se veía expuesta dado el contexto socio-político de la época. Por ello no deja de ser sintomático la aparente intensa contradicción entre momento histórico y discurso poético: como queriendo disculparse por parecer demasiado escéptico de las instancias políticas que hacían furor a fines de los 60 y principios de los 70, la escritura de Lihn aparece evidenciando no el supuesto entusiasmo y entrega a “los procesos históricos” que la hora pedía, sino más bien el desencanto y distanciamiento propio de toda escritura crítica. Ese desencanto se trasvasija, ciertamente, en la duda de ver en la poesía una posibilidad emancipadora concreta de la realidad, duda que se extiende hasta poner en cuestión su validez misma como discurso. Poemas tan notables y, hoy por hoy, clásicos de la bibliografía lihneana como “Mester de juglaría”, “Revolución”, “De un intelectual a una muchacha del pueblo”, “Seis soledades” y “La musiquilla de las pobres esferas” que otorga el título al libro, son constataciones fehacientes de ello, pero al mismo tiempo, se muestran como consumados poemas de una factura impecable, donde paradojalmente, Lihn logra un límite expresivo con el lenguaje como rara vez se ha llevado a cabo en la poesía contemporánea de la lengua y que lo hacen ser el poeta que es.
Por supuesto que toda poética es tributaria de su contexto, pero ¿clausura eso su entendimiento, su sentido? Aventurando una opinión, la reedición de este libro, deviene la necesidad de crear su propia recepción en el contexto que significan los veinte años de la muerte de Lihn como asimismo los casi cuarenta de su primera edición y que lo vuelven, qué duda cabe, una de las apariciones más notables de lo que va corrido este año 2008. No tanto, quizás, para fijarse en el cúmulo de erratas inexplicables e imperdonables que mancillan el texto, sino para algo que se transforma en perentorio al ser formulado como pregunta: ¿cuál es la pertinencia de una poética como ésta en nuestra actual sociabilidad literaria? Porque la escritura de La musiquilla… no es en absoluto acomodaticia, plana o tranquilizadora. Difícilmente podría ser neutralizada con el rótulo de “clásico”, si es que entendemos esa palabra como algo sin vida ni movilidad, como algo fijo per sécula y sin estimulantes provocaciones: “Un mundo nuevo se levanta sin ninguno de nosotros/ y envejece, como es natural, más confiado en sus fuerzas que en sus/ himnos” Estos versos, tomados casi al azar del poema “Mester de juglaría”, son un recordatorio para entender la precariedad de las pretensiones irracionales de cualquier trasnochado redentorismo que intente fundarse sin asumir la contradicción de su discurso como algo “nuevo”, “original”, “tierno” o “único” y que trasluce su propia violencia fundante que no una asunción crítica de su estado. Versos como del poema recién citado, son dardos venidos desde lejos –casi cuarenta años- hacia una actualidad poética a veces ebria de sí misma en un ejercicio que mutila su propia memoria. Pero también implica aceptar que la poesía es una trama difícil que acompaña la historia, pero que ha tenido que renunciar a su orientación, tal vez a su esclarecimiento ya que ha nacido de la contradicción, convirtiendo a ésta en su fecundo origen.
[1] Reseña publicada en la revista Analecta, n° 3, del Centro de Estudios Humanísticos Integrados de la Universidad Viña del Mar, segundo semestre de 2009, Viña del Mar.
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